Belgrano, el de la revolución

La película “Bajo el signo de la Patria” de 1971 enriquece la mirada sobre el prócer

 

En nuestro país hay barrios, calles, plazas, escuelas, hospitales, ríos y hasta clubes de fútbol que llevan su nombre. Por eso es al menos llamativo que la película más interesante sobre Manuel Belgrano no lo mencione en su título. Insisto en otorgarle ese lugar a Bajo el signo de la Patria de René Mugica porque, aún después de cincuenta años de su estreno, sigue proponiendo una visión de nuestra historia mucho más rica y compleja que la que suele ofrecer, con algunas excepciones, nuestro cine. Y si bien es cierto que no se trata precisamente de una cinta olvidada (ha sido proyectada en la televisión pública y en algunas exhibiciones) siempre es saludable recordarla y revisarla.

 

 

El afiche promocional de la película.

 

Mucho de lo que podamos saber acerca de esta película proviene del libro de Fernando Martín Peña sobre René Mugica para la serie “Los directores del cine argentino”, publicada por el Centro Editor de América Latina en 1993. En sendas entrevistas, Peña supo sonsacarle al realizador algunas anécdotas muy ilustrativas acerca de la peculiar situación en la que se realizó Bajo el signo de la Patria.

 

 

Mugica ya tenía intenciones de hacer una película que narrara algunos episodios personales de la vida de Belgrano, un proyecto que pudo realizarse cuando se avecinaba el bicentenario del nacimiento del prócer. Esto fue porque el Instituto Belgraniano se mostró interesado en dar su apoyo, aunque con la exigencia de que la película adquiriera un cariz más propio del cine histórico tradicional. Además, el guion iba a ser revisado por su presidente, un brigadier llamado González Filgueiras. Cuando Mujica se lo presentó, se produjo este alucinante diálogo, el cual transcribimos letra por letra del libro de Peña.

–¡Pero esto lo escribió Mao!

–¿Usted me disculpa? Yo me voy a expresar a lo vasco. Si el ejército era así, si no robaba, si tenía armas y comida, ¿me quiere decir qué carajo lo mandaron allá a arreglar a Belgrano?

–Bueno, bueno. Pero no me lo vayan a hacer maricón. ¿Eh?

Los cuestionamientos no terminaron allí. La película fue rodada durante las presidencias de facto de Roberto Levingston y de Alejandro Agustín Lanusse, tan censuradoras como cualquier dictadura. René Mugica y el guionista Isaac Aisemberg, que ya habían trabajado juntos en la adaptación borgiana de El hombre de la esquina rosada, venían bastante curtidos en el arte de esquivar a los censores (como todo cineasta que atravesara el siglo XX argentino) y pudieron compensar en el guión sus intenciones originales con las exigencias del Instituto Belgraniano. Pero desde la SIDE llegó una muestra gratis de antisemitismo criollo con una objeción por el apellido judío del guionista, y es por eso que en los créditos aparece acreditado un tal Ismael Montaña. Uno sospecha que el sagaz de Aisemberg se puso ese seudónimo como una traducción aproximada de su apellido, de origen alemán, que sería justamente Montaña de Hierro (Eisenberg). Además, introdujo en medio de la película una referencia fulminante a la historia del judaísmo cuando Belgrano defiende su decisión de emprender el éxodo jujeño y dice: “Un pueblo lo hizo hace más de cuatro mil años a través del desierto”.

 

El guionista Isaac Aisemberg.

 

Las fuentes que declaran haber utilizado Mugica y Aisemberg son la autobiografía de Belgrano publicada por Bartolomé Mitre en el volumen Historia de Belgrano y de la Independencia y las memorias de Gregorio Aráoz de Lamadrid y de José María Paz. Esto puede verse en el minucioso modo en que quedan establecidos los roles de militares independentistas como Juan Ramón Balcarce, Manuel Dorrego, Cornelio Zelaya, Eustaquio Díaz Vélez y los mismos Lamadrid y Paz. Pero lo que enriquece la revisión histórica viene del personaje de Belgrano, interpretado por Ignacio Quirós. Ese “doctorcito” subestimado por su poca pericia en el terreno de las armas, que debe sobreactuar a disgusto su condición de general y esconder su frágil salud. A partir de sus cavilaciones y de sus acciones se nos presenta una idea mucho más compleja de lo que es ser un patriota. No se trata sólo de un asunto de guerra, sino también de un proyecto político: hay que vencer y convencer.

 

Ignacio Quirós y Leonor Benedetto.

 

Aquí Belgrano parece ser el único que ve la naturaleza real del conflicto, y que por lo tanto puede proyectar más allá de las operaciones militares. Debe rehacer un ejército desmoralizado y en harapos y hacer que santiagueños, salteños, porteños y potosinos dejen de mirarse con recelo. Deberá también ingeniárselas para conseguir armas, insumos e información, y como si esto fuera poco, no sólo deberá hacer frente a las tropas realistas sino también a sus detractores políticos. Pero este escenario desventajoso empieza a emparejarse cuando entran en juego los verdaderos objetivos y protagonistas de este proyecto de una nueva nación: revolución y pueblo. Bajo el signo de la Patria le da a los criollos, a los nativos, a los más pobres, un lugar importantísimo dentro de la gesta independentista, subraya su carácter revolucionario y señala con agudeza a sus detractores.

En este punto es donde se dio acaso la polémica histórica más interesante. Diez años después de su estreno, el investigador José Néstor Achával publicó una nota en el número 152 de la entonces popular revista Todo es Historia cuestionando la veracidad de una escena puntual de la película. En ella vemos al Obispo de Salta, Nicolás del Pino, pronunciando frente a distinguidos vecinos un sermón contra los revolucionarios “herejes”, el cual es interrumpido por el mismo Belgrano para señalarlos como traidores. Mugica reconoce que esa escena efectivamente no existió, sino que fue creación pura, un condimento sin el cual no existiría el cine. Pero lo que importa es la real intención de esta escena, que cobra su significado pocos minutos después cuando se recrea la bendición de la bandera, algo que también sucede en una iglesia, pero esta vez colmada de criollos y con Belgrano de rodillas y visiblemente emocionado.

El período histórico que abarca la película empieza desde que Belgrano se hace cargo del Ejército del Norte en 1812 tras el desastre de Huaqui hasta que logra un año después la victoria contra los realistas en la batalla de Salta. Lo que resulta notable, y de verdad desafiante en términos de cine histórico, es que tanto la escena inicial con los restos de un ejército derrotado en Huaqui, como el cierre con el resabio trágico de una batalla ganada, transmiten la misma sensación de que la gesta patriótica tan inmaculada por el bronce y el mármol fue sobre todas las cosas un drama marcado por la muerte y el sufrimiento. Ambas escenas están acompañadas por una misma pieza musical, la tristísima vidala interpretada por Zamba Quipildor y compuesta por León Benarós y Juan Falú que lleva el mismo nombre de la película.

Merece su mención lo que sucede con la música en esta película, porque ciertamente el aporte de Eduardo Falú no sólo es virtuoso sino que, además, es utilizado de un modo magistral por Mugica, con una sutileza que lo diferencia de aquellas superproducciones históricas argentinas de la época que musicalmente optaron por la sobrecarga épica. Por el contrario, los momentos de mayor emoción de Bajo el signo de la Patria son muy sencillos: una procesión de gente humilde con la música del Misachico, o cuando durante el éxodo jujeño se ve a un criollo cantando un yaraví: “Adiós ‘Jujuicito’ adiós / adiós que me voy llorando / la despedida es corta / la vuelta quién sabe cuando / adiós que me voy llorando”.

¿Quién sabe? Por ahí lo escribió Mao.

 

 

 

FICHA COMPLETA

Título original: Bajo el signo de la Patria / Argentina / 1971 / Duración 110 minutos / Color / Dirección: René Mugica / Guión: Isaac Aisemberg / Música: Juan Falú / Fotografía: Aníbal González Paz / Reparto: Ignacio Quirós, Enrique Liporace, Leonor Benedetto, Héctor Pellegrini, Roberto Airaldi, Martín Adjemián, Mario Passano.

La película se puede ver en el siguiente enlace.

 

 

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