Barajar y dar de nuevo
Necesarias medidas estructurales en el contexto de un mundo en crisis
Corren días apretados de turbulencias y manchados de ansiedad. Su profundo significado, sin embargo, es borroneado por la sinfonía rabiosa de noticias que los vacían de contenido. Vivimos los “tiempos interesantes” de una vieja maldición china, tiempos de anormalidad y tumulto que definen, como una bisagra, nuestro futuro como nación. Son días decisivos donde la matriz del poder mundial saca a la intemperie su irracionalidad destructiva. Hoy, la guerra y el dólar ocupan el centro de la escena política mundial. Son las dos caras de una misma moneda: un capitalismo que arrasa y exige la maximización de ganancias en todos los órdenes de la vida social. La concentración del poder a niveles inusitados fragmenta a las sociedades en mil pedazos, erosiona a las instituciones y produce una crisis de legitimidad que se esparce por el mundo como una mancha venenosa. En este contexto, la histórica derrota electoral del Frente de Todos (FdT) en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) ha precipitado una crisis política de envergadura, que no se reduce a los dimes y diretes de una lucha palaciega. El contexto internacional en el que se desarrolla arroja luz sobre la posibilidad de superarla y las alternativas que vivimos.
La guerra y la crisis institucional norteamericana
La derrota militar norteamericana en Afganistán ha puesto en evidencia los pies de barro de su dominio sobre el mundo, desempolvando –al mismo tiempo– las fisuras internas de sus elites, partidos políticos y fuerzas armadas. El triunfo de los talibanes consolida el avance de la influencia de China y Rusia en el centro de Eurasia, la “isla continental” más grande del planeta que, por sus recursos naturales, población y comercio internacional, fue designada desde fines del siglo XIX como la llave de acceso al control del mundo. Afganistán ocupa su centro geográfico y posee el primer yacimiento mundial de “tierras raras”: un recurso muy escaso e indispensable para la producción de armamentos y artefactos electrónicos. En este contexto, la decisión del gobierno talibán de integrarse plenamente a la Organización de Cooperación de Shanghai (OSC)[i] muestra la magnitud de la debacle política norteamericana.
Esto ha intensificado el conflicto entre distintas facciones que se disputan el control de la política exterior: mientras los “halcones” reclaman una nueva intervención militar para impedir el “avance del terrorismo internacional”, las “palomas” que anidan en el gobierno de Joseph Biden buscan “contener” a Rusia y a China con un creciente despliegue militar que, con armamento nuclear, opera cada vez más próximo a las fronteras de estos países. Hoy, la guerra ocurre en un contexto de creciente polarización de las elites políticas, cuya conflictividad impregna a las fuerzas armadas y empieza a salir a la luz del día.
Esta semana se conoció que el general Mark Milley, quien desempeña el cargo de presidente de la Junta de Comandantes en Jefe desde 2019, durante los últimos meses del gobierno de Donald Trump rompió la cadena de mandos y conspiró con altos jefes militares norteamericanos a cargo del Centro del Comando Militar (la sala de guerra del Pentágono), juramentándolos para que sólo siguiesen sus órdenes. Paralelamente, mantuvo conversaciones telefónicas con su contraparte del ejército chino para asegurarle que “si los vamos a atacar, los llamaré antes. No haremos nada de sorpresa”. Por ese entonces, el general Milley “temía que Trump, enceguecido de furia y fuera de todo control” atacase a China para así intentar impedir la entrega de la presidencia a Biden. En simultáneo, la líder del Partido Demócrata en el Congreso habría incitado al general Milley, diciéndole que “los republicanos tienen sangre en sus manos”[ii]. Estas revelaciones, que no han sido desmentidas por el general Milley, han despertado el furor de Trump, dirigentes políticos y ex comandantes de las fuerzas armadas, quienes exigen el procesamiento de Milley por traición a la patria.
Este incidente muestra no sólo la profundidad de la degradación institucional del país, sino también la intensidad de conflictos que se desarrollan al interior de la estructura de poder norteamericana. Estos no se limitan al ámbito político e incluyen una disputa creciente entre monopolios y oligopolios por el control de las transacciones financieras y la emisión del dinero.
El dólar y la crisis financiera
A mediados de este año, la deuda del mundo ascendía a 384 billones (trillions) de dólares, mientras su PBI alcanzaba los 80 billones (trillions) de dólares[iii]. Esto expone el crecimiento exponencial de una deuda imposible de pagar que se perpetúa al infinito, cambiando constantemente la piel vieja por piel nueva. Esta tragedia, que encarna a la usura en los tiempos modernos, canibaliza hoy al centro y a la periferia del capitalismo y corroe al sistema financiero internacional.
A este endeudamiento generalizado hay que sumar el que se deriva de las operaciones de “la banca en las sombras” (shadow banking), ejecutadas en ámbitos fuera de toda regulación y con vehículos financieros complejos y oscuros. Entre estos últimos se destacan los contratos con derivados (OTC over the counter derivative contracts) que al derivar su valor del valor de otros activos (acciones, bonos, monedas, commodities, tasas de interés y hasta indicadores de mercados) multiplican la posibilidad de defaults en cascada. A principios de este año, el BIS (Bank of International Settlements)[iv] estimaba al valor neto de estos contratos en 609 billones (trillions) de dólares. Cuatro bancos norteamericanos (JP Morgan, Chase, Bank of America, Citigroup’s Citibank y Goldman Sachs), concentran el 88,4% de este tipo de contratos registrados oficialmente[v]. Tres de estos bancos tienen garantía oficial de sus depósitos, que ascienden a los 4,8 billones (trillions) de dólares[vi].
Así, el enorme endeudamiento y el rol de los grandes bancos y fondos de inversión en las actividades de la banca en la sombra corroen a la estabilidad del sistema financiero. Los dos billones (trillions) de dólares que circulan por el mundo palidecen frente al enorme endeudamiento y no alcanzan para frenar una crisis[vii]. Esta situación amenaza directamente al valor del dólar y a su rol como moneda internacional de reserva.
El dólar y las monedas digitales
Las tecnologías de punta y la revolución digital han abierto las compuertas a un mundo monetario basado en la información y en la emisión de monedas digitales “privadas” que desafían al control ejercido por la Reserva Federal –y otros bancos centrales– sobre las transacciones financieras y la emisión de dinero fiduciario.
El intercambio digital implica la utilización de múltiples tecnologías y protocolos y la circulación de distintos tipos de monedas digitales, entre las que se encuentran las criptomonedas. Estas permiten una descentralización de las actividades financieras que escapan, en mayor o menor medida, al control de la autoridad monetaria y, en particular, de la Reserva Federal. Sin embargo, la digitalización también abre el camino para que la Reserva imponga un mayor control sobre todas las actividades financieras. Esto, sin embargo, podría volver obsoleta a la actual estructura bancaria. Las finanzas digitales implican conflictos cuyo resultado final dependerá de la capacidad que unos pocos monopolios tecnológicos tengan para imponer sus monedas y de la resistencia que el sistema financiero tradicional y los principales bancos del mundo opongan a una posible digitalización del dólar impuesta por la Reserva Federal.
La propuesta de Facebook de emitir al Diem USD preocupa especialmente a los reguladores norteamericanos. Para Facebook, “China avanza rápidamente en la construcción de una infraestructura que con el yuan digital desafiará al dólar como moneda internacional de reserva”. El Diem USD será la solución a este desafío: abarata costos, disminuye el tiempo de las transacciones y “con reservas bien manejadas, permite más seguridad y estabilidad que el actual sistema donde los bancos tienen pasivos que superan a sus activos (…) situación que lleva a gran inseguridad si sus clientes quieren retirar al mismo tiempo sus depósitos”. Esto no ocurrirá con el Diem USD, pues Facebook tiene buenas reservas monetarias y un sistema de pagos “cuyo volumen de transacciones en los dos últimos trimestres ha sido de 100 mil millones (billions) de dólares, con presencia en más de 160 países del mundo y con 55 monedas diferentes”.
Así, el poder financiero acumulado por Facebook desafía a los bancos y la posiciona como alternativa ante la crisis financiera que se avecina. Las limitaciones que le quieren imponer son “antiamericanas”, pues “en tiempos en que la relevancia del dólar y de nuestra influencia global es desafiada como nunca lo fuera antes, deberíamos apoyar la distribución y las capacidades de algunas de nuestras corporaciones más exitosas para ganar la guerra que silenciosamente ataca nuestros intereses nacionales”[viii].
La descentralización financiera y el impulso que ha adquirido la especulación con criptomonedas amenazan al dólar como moneda internacional de reserva. Paralelamente, la inestabilidad financiera y la aparición del yuan digital, emitido por el Banco Central de China, acortan los tiempos que la Reserva Federal tiene para impulsar la digitalización del dólar. Estas circunstancias impactan sobre la realidad inmediata de los países periféricos, atados de pies y manos al endeudamiento ilimitado en dólares.
A la vuelta de la esquina
El peso del ausentismo en los barrios más pobres, sumado al voto en blanco y anulado, determinaron una derrota inédita del FdT en las PASO y un triunfo de Juntos, a pesar de que el caudal de votos recibido por este último no superó los votos emitidos en 2019. Para el votante popular, el éxito en el manejo oficial de la pandemia no alcanzó para premiar a un gobierno cuyas políticas económicas lo perjudicaron y contrariaron las promesas hechas en la campaña presidencial. Esta elección ventila la bronca ante la continua pobreza y la falta de credibilidad de la palabra oficial. Tiene razón Cristina Fernández en las críticas fulminantes que dirige a Alberto y a “su entorno”: de esta situación no se sale diciendo que “escucha”, ni con funcionarios atornillados a los sillones.
¿Por qué se llegó a este punto? Los motivos son varios e interrelacionados. El gobierno no logró frenar la ofensiva de los formadores de precios, que desde hace décadas desestabilizan a los gobiernos democráticos con estampidas de precios. Se limitó a hacer esfuerzos cosméticos: desde los chamuyos con grandes empresarios y sindicatos en una Mesa del Acuerdo que se disolvió en la estratósfera sin pena ni gloria, hasta programas de “precios cuidados” de mínima trascendencia: sin control de las cadenas de valor de los alimentos y sin sanciones relevantes. Por el otro lado, el ministro de Economía aplica, desde hace meses, un ajuste al gasto social, que todavía dura y se prolonga en el Presupuesto 2022, presentado al Congreso luego de la derrota electoral. Este ajuste se dio en paralelo al pago, sin discusión alguna, de los acelerados y continuos vencimientos de intereses de la deuda contraída por Mauricio Macri con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El gobierno se dejó la soga en el cuello y se fue ahorcando al ritmo que imponían los pagos al FMI, a punto tal que este mes pagará el primer vencimiento de capital con parte de los Derechos Especiales de Giro emitidos por el organismo para que los países del mundo enfrenten los gastos de la pandemia. Aquí, en cambio, se destinan a pagar la deuda ilegítima contraída por Macri con complicidad del propio FMI.
Este es el modus operandi que perpetúa al endeudamiento ilimitado, cuya otra cara es la acumulación sin límite de miseria. El resultado político de este chaleco de fuerza es lo que pide Macri a los gritos desde hace años: terminar con el populismo en la Argentina. Esto nos lleva a otro factor que explica la derrota en las PASO: la falta de empoderamiento de las bases del FdT. No sólo permanecieron desmovilizadas por la pandemia, sino que los planteos de sus representantes no tuvieron cabida en las decisiones del gobierno, ni en la designación de cargos en las listas de las PASO. Esta situación, que se suma a la existencia de un sindicalismo esclerótico, contribuye a la apatía y al voto bronca. Si no se baraja y se da de nuevo, con un plan económico que apunte a las causas estructurales que llevaron al endeudamiento ilimitado, acompañado de un empoderamiento de los sectores populares, la implosión incendiaria está a la vuelta de la esquina.
Hoy en día, el populismo no puede gobernar con moneditas que llenan los bolsillos por un instante y que luego sean absorbidos por los formadores de precios, cuyo poder es enorme. Para desarticular a la inflación hay que empoderar a los sectores populares: hacerlos participar en las decisiones que se toman y en el control de sus representantes. Ese empoderamiento habilita el control social de los precios en los distintos eslabones de las cadenas de valor. Esto no implica una batahola de todos por la libre, sino nuevas formas de organización que desde abajo y hacia arriba, y tejiendo horizontalmente, permitan controlar precios y establecer alianzas entre sectores con distintos intereses, al mismo tiempo que se garantiza la participación de las bases en el control de las decisiones que se toman.
Por otra parte, realizar el proyecto de país votado en 2019 implica empezar a cortar los lazos con el dólar y desdolarizar la economía. Aprovechando la digitalización y los cambios de la coyuntura internacional, se puede emitir una moneda basada en nuestros recursos y desarrollar políticas tendientes a utilizar los recursos que tenemos en cambiar nuestra matriz productiva que, al estar orientada hacia un desarrollo agroindustrial de tipo extractivo, hoy reproduce la restricción externa y el endeudamiento ilimitado. Esto implica estimular la producción para el mercado interno, subsidiando a las pequeñas y medianas empresas e impulsando nuevas formas de organización empresarial con participación de cooperativas y del propio Estado. Para ello se podría empezar utilizando la enorme liquidez acumulada por los bancos en concepto de LELIQs, con intereses que hoy crecen aceleradamente y constituyen otra soga al cuello del gobierno, lista para ahorcarlo en el momento preciso.
Las circunstancias internacionales habilitan la multiplicación de alianzas económicas y políticas con otros países y bloques que nos permitan desarrollar un crecimiento económico integrado e inclusivo. Esto es la antítesis de la deriva tras las vicisitudes del acuerdo con el FMI, algo que hoy parece condicionar a toda nuestra política exterior.
[i] Una alianza de países, liderada por China y Rusia, que busca garantizar la seguridad militar y política y el desarrollo económico de la región.
[ii] bixpscreview.com, 14/09/2021; zerohedge.com, 15 y 17/09/2021.
[iii] Institute of International Financies, iif.com.
[iv] La máxima autoridad monetaria que nuclea y supervisa a todos los bancos centrales del mundo.
[v] occ.gov, 28/06/2021; wallstreetonparade.com, 30/04/2021.
[vi] wallstreetonparade.com, 30/04/2021.
[vii] uscurrency.gov, 31/12/2020.
[viii] https://medium.com/@davidmarcus, 18/08/2021.
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