BANDERAS, CANTOS Y BOMBOS
Origen, metamorfosis y expansión de los cantos de cancha, síntesis y fuente ejemplar de la cultura popular
“Yo nací con las banderas, los cantos y los bombos”.
Diego Armando Maradona.
“Por toda América ha corrido la convocatoria: y en medio del combate nos vamos reconociendo por las voces y los cantos”, escribía John William Cooke a propósito de las luchas populares de hace medio siglo. Llamado, reconocimiento, convocatoria, identidad, son las señales que construyen la cultura popular, en las que cantos y consignas que se corean en las marchas y movilizaciones políticas proponen posiciones y demandas. Última escala de un trayecto que por lo general arranca de la música que se propala por los medios para ser expropiada, “contrahecha”, por las hinchadas en las canchas de fútbol y así relanzada con su carga distintiva de contenidos y propósitos.
Ciclo aproximado que el escritor Manuel Soriano (Buenos Aires, 1977; montevideano desde hace tres lustros) centra en los cantitos de cancha, sin desatender fuentes ni derivaciones. Por encima de la sistemática y formalidad propia del academicismo, aunque con una profundidad apasionada, en su notable investigación plasmada en ¡Canten, putos!, releva origen y recorrido, poder y gloria de memorables efusiones tabloneras. Una muy cuidada prosa que combina virtuosismo en el lenguaje con un tono de charla de gomías masticando una pizza y tomando birra después del partido, acerca al lector un panorama inclusivo, atrapante, sea futbolero o no.
Ya desde el título, Soriano recorta el espectáculo tribunero en paralelo a la fiesta de aldea, donde las convenciones sociales entran en un paréntesis como reafirmación de su vigencia durante los restantes días, no festivos. Circunstancia que fija sus propios límites dando pie al “uso de la metáfora. Si se dice ‘les vamos a romper el culo’, no es literal, y tampoco es nada contra los homosexuales, solo quiere decir que les vamos a ganar por mucho. ¿Pero la metáfora en sí ya no es discriminatoria? ¿Y si dicen ‘les vamos a quemar Floresta’? Ahí es más difícil, creo que esa hay que prohibirla. ¿En serio querés decir que hay que prohibir: ‘La concha de tu madre, All Boys’? Estás matando la esencia del fútbol. Bueno, quizás podamos tomar ‘quemar’ como ‘arrasar deportivamente’. ¿Y cómo hacemos para saber cuáles son las metáforas y cuáles son simples amenazas? ¿Debería tener la AFA un comité de lingüistas para que los asesoren?”
Interrogantes para un debate sobre política canchera, se extiende hacia la problemática de la violencia: “¿En serio estamos dispuestos a terminar con la violencia en el fútbol? ¿En serio queremos que las tribunas sean compartidas y que la gente vaya a la cancha como si fuera al teatro?” Optimista hasta lo perdonavidas, avanza: “¿Qué porcentaje dirían que se quedaría mansito si un hincha rival a su lado grita ole, ole, ole cuando a su equipo lo están bailando? ¿Se puede ser tan civilizado sin perder esa pasión que siempre decimos que es lo mejor que tenemos? En Inglaterra lo hicieron”. Entonces postula una suerte de Comunidad Organizada: “Que haya folklore pero con códigos. El límite es no poner en riesgo la salud del otro. Por ejemplo, tirar maíz sí, tirar piedras no”.
Soriano sitúa los primeros registros de cantitos de cancha hace un siglo como adaptaciones de las coplas murgueras de la época, cuando la hinchada de Boca le dedicaba a Américo Tesorieri aquello que se convirtió en un clásico: “Tenemos un arquero / que es una maravilla/ ataja los penales/ sentado en una silla”, reciclada de “Esta murga se formó/ en el patio de un conventillo/ por eso le pusimos/ la murga del tornillo”. Con el correr de los años, la declinación de los carnavales y la popularización de la radio, luego de la TV, las fuentes de inspiración se multiplicaron. El autor sostiene que la canción pionera fue Yo te daré café cantado por La Pitusilla durante la Guerra Civil Española, donde “dar café” equivalía a “dar escarmiento”. Con tal sentido, surgió “Yo te daré / Te daré niña hermosa/ Te daré una cosa / Una cosa que empieza con B: ¡Boyé!”, en alusión a Mario “Atómico” Boyé, delantero de Boca en los años '40. Rima que a su vez trascendió en el tiempo con un sinnúmero de versiones.
Mutación arraigada en el saber popular que se apropia de rasgos transversales a los estratos sociales en una multiplicación de sentidos, el autor atribuye a esa Zeitgeist hegeliana las raíces del dispositivo en cuyo seno se desatan las potencias que confluyen en la explosión coral de la afición. Ejecuta una investigación pormenorizada que recorre, desde el tema original, un circuito desopilante. Posiblemente una de las reconstrucciones más pormenorizadas sea la originada en la balada folk It’s a Heartache (traducida como Corazón partido), compuesto en 1977 por Ronnie Scott y Steve Wolfe. El autor parte de la versión que lo convirtió en hit mundial, a cargo de la galesa Bonnie Tyler; resume la trayectoria de la cantante, se detiene en el culebrón de su biografía, digno “de una película de superación, algo entre el drama y la comedia, una historia que un Campanella galés podría convertir casi sin esfuerzo en un éxito de taquilla”. Recala en lo que se conoce como registro inicial, un creativo y original “Dale Globo / Dale dale Globo / Dale dale Globo / Dale dale Globo”. Melodía que prospera en: “Jugadores/ La concha de su madre / A ver si ponen huevo/ Que no juegan con nadie”. Evolución en la poética cuyo paroxismo invierte la denostación del rival en puteada hacia los propios jugadores, generando un subconjunto dentro del cancionero. Fenómeno que abre en el texto una peculiar reflexión al respecto, deriva en una eventual misiva a Bonnie Tyler, la intérprete, en la que le endosa preguntas remanentes: “¿Hay en la canción original algo que llevó a las hinchadas a reconsiderar su adaptación festiva? ¿Algo que les decía: 'Esto no es así, tenemos que volver al dolor'? Y si lo hay, ¿qué es?”
Los dos últimos capítulos de ¡Canten, Putos! están plena y respectivamente dedicados a la condición divina de Diego Armando Maradona y a la penetración del tema central de Hair, la ópera rock de 1969, Aquarious/ Let the Sunshine In. Respecto a la deificación de El Diego, Soriano reivindica al “dios monoteísta” del balón, que “tiene el poder de adquirir diversas formas” y aplasta a los detractores a golpe de analogía: “Zeus era un violador serial y Atenea le arruinó la vida a Medusa por despecho, que el gordo Dagda detuvo el sol por nueve meses porque había embarazado a la mujer de otro dios celta, y que el mismísimo Yahvé, en el Antiguo Testamento, manda osos a descuartizar a cuarenta y dos niños porque le habían dicho pelado a un sacerdote”.
En relación al pionero musical rocanrolero, a raíz de la adopción de la melodía central como ritmo del “cantito de cabecera” de la Selección uruguaya, “Soy celeste”, Manuel Soriano sintetiza los efectos del maridaje entre la música popular y los cantitos de cancha como la expresión plebeya de una cultura que desparrama sus sones —también simbólicos— hacia todas las clases, hasta determinar de alguna forma contenidos y producciones. Lo despliega con una idoneidad literaria apartada de los cánones, sostenida en una data precisa, aligerada para que cunda ese sabor que solo se desata en las instancias masivas de la coincidencia plebeya.
FICHA TÉCNICA
¡Canten, Putos! – Historia incompleta de los cantitos de cancha
Manuel Soriano
Buenos Aires, 2020
104 páginas
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