Ya sabés de mi admiración incondicional por Pantaleón. La semana pasada, a propósito del libro de Gustavo Varela sobre Tango y Política, te invité a escuchar los dos discos grabados en 1955 y 1956 por su Octeto Buenos Aires. Poco después le hice un reportaje para una revista estudiantil, que no conservo. El manifiesto con que Piazzolla acompañó el lanzamiento decía que el nuevo tango no era para cantar, salvo excepciones (que él se permitió a lo grande y que le dieron la popularidad que anhelaba) ni para bailar. Julio Sosa dijo que le resultaba tan incomprensible como Picasso y Dalí. Nunca hay mejor homenaje que el de un tonto.
Pero aquel tango que él dio por muerto lo ha sobrevivido casi tres décadas y el baile que él aborrecía se ha impuesto, aquí y en todo el mundo. Hoy pueden coexistir sin conflicto. Podés amar a Pantaleón y a Di Sarli sin que nadie te reclame o te enrostre nada.
Para empezar el año, va una selección de tangos con palabras y para bailar, aunque haya gente que baila y no tiene palabra.
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