Política de alto riesgo
La imposición de aranceles de Trump y el dilema del prisionero de los países perjudicados
Dice Shakespeare en Hamlet: “Aunque esto sea una locura, hay un método en ello”. La imposición de aranceles contra varios países por parte del Presidente Donald Trump después del 20 de enero ha sido elocuentemente unilateral, agresiva y provocadora, pero no ha sido producto de la irracionalidad o la insania: hay un método en ello.
Por tal motivo, una forma de abordar esa decisión es recurriendo a los estudios y escritos del Premio Nobel de Economía de 2005, Thomas C. Schelling. En 1960 publicó un texto pionero en cuestiones de negociación y de interacción estratégica entre contra-partes: La estrategia del conflicto. El aporte en torno a teoría de juegos con especial aplicación al comercio, la política exterior y las guerras fue altamente significativo. Su atención principal no se centró en los juegos de suma cero con dos actores con intereses opuestos y un eventual vencedor y otro perdedor, sino en aquellos en los que se manifiestan simultáneamente intereses en conflicto e intereses cooperativos. En ese contexto, la negociación es un recurso clave pues, para las partes, algún tipo de acuerdo es mejor que ningún arreglo. Dicho compromiso tendería a generar, a su turno, una confianza recíproca; lo cual, a su vez, podría contribuir a evitar en el futuro un comportamiento oportunista de los involucrados.
Por lo tanto, Schelling diferencia una negociación tácita en la que existen intereses claramente divergentes sin comunicación previa y una negociación explícita en la que hay intereses conflictivos y cooperativos y, por lo tanto, se expresan de manera clara y directa las condiciones para evitar ambigüedades y con el propósito de alcanzar un acuerdo mutuamente beneficioso. En el plano económico, eso implicaría, si hubiera ganancias para ambas partes, más comercio y mayor cooperación.
El esquema y estilo del Presidente Trump en materia de aranceles refleja en buena medida la estrategia negociadora de Schelling con algunas singularidades. Comunica expresamente una amenaza: la imposición de un porcentaje de aranceles a tal país. Mediante ese acto comunicativo se obliga a sí mismo a cumplir: su credibilidad está en juego y su mensaje apunta a indicar que está dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias. Para la contra-parte, el daño eventual es mayor pues lo que se pone en juego es muy valioso. De allí se deriva una eficacia intimidante del anuncio. La contra-parte concede para “salvar la cara” y procura pagar el menor costo posible en el corto plazo. Asimismo, pretende brindar una respuesta que apunta a cooperar en ciertas áreas o a coordinar alternativas para eludir la aplicación, en este caso, de aranceles.
Ahora bien, los rasgos personales de los participantes tienen cierta gravitación. Por ejemplo, Trump se vanagloria de ser imprevisible y transaccional. Y agrega al repertorio de sus potenciales medidas la posibilidad de una contra-respuesta desproporcionada si sus aranceles son respondidos con aranceles por parte del país afectado. Lleva entonces la negociación al límite: se ubica en el borde del abismo, asegura no flaquear y redobla el ultimátum. Sin embargo, no se lanza atolondradamente al precipicio pues deja un espacio para algún tipo de entendimiento.

Durante su primer mandato, y en especial a partir de 2018, Trump aplicó aranceles a China (particularmente sobre lavadoras y paneles solares, entre otras importaciones) con argumentos acerca de los daños generados a la producción estadounidense y a Australia, Argentina, Brasil, Canadá, Corea del Sur, India, Japón, México, Turquía y algunos países de Europa en materia de acero y aluminio, y bajo la premisa de que la seguridad nacional estaba presuntamente en peligro. Se ha calculado que el valor de los aranceles impuestos entre 2018-2019 alcanzaron los US$ 380.000 millones de dólares. Ante el anuncio de retaliaciones hubo, en ciertos casos, un proceso de ajuste de las partes que impidió un escalamiento de tensiones. Por ejemplo, Beijing y Washington acordaron en enero de 2020 que China compraría bienes y servicios estadounidenses por valor de US$ 200.000 millones entre 2020-2021, al tiempo que Estados Unidos se comprometía a reducir aranceles a productos chinos.
Del dicho al hecho
En general, las contra-partes de Estados Unidos no quedaron satisfechas, pero lograron que el costo se aminorara; Washington, por su parte, no obtuvo grandes beneficios pues, de hecho, la producción de acero y aluminio se expandió modestamente. No obstante, se incrementaron los precios domésticos de productos, se redujo el crecimiento económico, se disminuyó el ingreso y el empleo, y sus industrias no se tornaron más competitivas. En el fondo, la estrategia negociadora de Trump no fortaleció el poder ni la reputación de Estados Unidos, así el mandatario proclamara que el suyo fue el mejor gobierno de la historia del país.
Paralelamente, en otros casos –como el de la Argentina– se evitó la imposición de aranceles y se acordó un sistema de cuotas, negociado durante el gobierno de Mauricio Macri. En ese marco, empresas como Ternium y Tenaris decidieron incrementar sus inversiones en Estados Unidos y México –algo que ya venían haciendo desde 2017– para asegurar al máximo posible su acceso al mercado estadounidense. En menor medida, también procuraron realizar más inversiones en Canadá. Hay que recordar que el nuevo tratado entre Estados Unidos, México y Canadá –conocido como USMCA– entró en vigor en julio de 2020. Ello suponía un más fácil y directo acceso al mercado estadounidense en materia de acero y aluminio.
En breve, un mensaje ofuscado y terminante de Trump 1.0 derivó en arreglos parciales, temporales y variados. Ello involucró a gobiernos, por un lado, y tuvo efectos sobre actores privados, por el otro. Eso incluye a China y sus firmas, que se movieron entre la ansiedad y la aflicción. Adicionalmente, Trump logró que su sucesor, Joe Biden, persistiera en la política de aranceles; en ese caso, concentrada en Beijing, a la que le impuso aranceles del 100% a vehículos electrónicos, 50% a paneles fotovoltaicos, y 25% a baterías para vehículos electrónicos, minerales críticos, acero, aluminio, entre otros. Esto añadió unos US$ 18.000 millones de dólares en aranceles impuestos a China. Paralelamente, para evitar el cuestionamiento y la resolución de demandas en la Organización Mundial de Comercio, Trump primero y Biden después hicieron inviable su órgano de apelación. Eso reforzó un procedimiento de trato bilateral de los asuntos comerciales, facilitando así que Washington esgrimiera los “palos”, dejando de soslayo el recurso a las “zanahorias”. Dicho lo anterior, eso no refleja la condición de gran potencia de Estados Unidos, sino su pérdida de competitividad en muchas áreas y la propensión a la prepotencia.
Trump 2.0 es un claro ejemplo de esto último. Sin embargo, ya no parecieron interesar, al comienzo de su gestión, los argumentos específicamente comerciales para amenazar o imponer sanciones a aliados, socios y adversarios por igual. El 20 de enero, mediante una orden ejecutiva, dispuso que su gabinete preparase para el 1 de abril de este año un informe sobre las prácticas comerciales y financieras de las contra-partes de Estados Unidos para adoptar las medidas correspondientes. Ahora bien, los aranceles inicialmente aplicados a China, México y Canadá no se sustentaron en argumentos económicos, sino en función del tema de los migrantes provenientes de esas naciones y del rol de esos tres países en el negocio del fentanilo, que es muy consumido en el país y que ha generado muchas muertes.

Es bueno recordar que si se suman repatriaciones, expulsiones, remociones y retornos, la única presidencia de Biden superó notablemente a la primera administración de Trump en lo que genéricamente se conoce como deportación: unos 4,6 millones y 2 millones respectivamente. Y si suman los dos mandatos de Obama y el de Biden, los demócratas deportaron unos 9,8 millones de personas. Bien les cabe a esos mandatarios demócratas recientes el calificativo de deportadores seriales.
En cuanto al fentanilo, si bien el primer gobierno de Trump declaró en 2017 que existía una crisis de salud pública derivada del uso creciente de opioides, sus políticas no fueron muy efectivas pues el número de decesos por abuso del fentanilo aumentó: se duplicó entre 2017 y 2020 y llegó a su pico máximo en 2022. Ese año, aproximadamente el 70% (73.654) de los 110.000 muertos por sobredosis fallecieron debido al uso del fentanilo. Desde entonces ha ido descendiendo, aunque muy gradualmente. Resulta interesante que este año, y más allá de la mano dura contra las sustancias psicoactivas ilegales que anunció y viene ejecutando la administración republicana, algunos autores advierten sobre la eventualidad de un “reshoring” –retornar o recuperar la producción interna–, en este caso de drogas sintéticas; entre ellas, el fentanilo.
En realidad, Donald Trump volvió a anunciar nuevos aranceles de modo impulsivo e implacable sin sustento explicativo público basado en argumentos comerciales (prácticas desleales, subsidios, etc.). No deja de prevalecer entre observadores y afectados una sensación de improvisación y consternación ante las decisiones del mandatario desde el 20 de enero; lo cual ha llevado a que una gran cantidad de gobiernos estén alistando eventuales respuestas que, al parecer, serán más individuales que colectivas. Esto último contribuye inadvertidamente a que Estados Unidos refuerce un bilateralismo extremo en materia comercial, mientras las naciones perjudicadas por la imposición de aranceles terminan inmersas en un dilema de prisionero: si bien la cooperación y coordinación conjunta sería mejor para todos, cada país opta por un comportamiento individual cuyo resultado es sub-óptimo para el conjunto. Hay que recordar que en el entorno de Trump hay quienes consideran que el efecto de los aranceles no lo pagan los ciudadanos y empresas de Estados Unidos sino los consumidores y firmas extranjeras, ya que el dólar se aprecia. En ese sentido, es clave, por ejemplo, Stephen Miran, el actual director del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca. En realidad, Miran apunta a una disrupción del comercio internacional como un modo de revitalizar la economía estadounidense.
Otra vez, entonces, Trump emplea de modo oportunista la amenaza como señal de su determinación de lograr una concesión de la contra-parte, a riesgo de una actitud recíproca, y con el objetivo implícito de reindustrializar el país. En este contexto particular, las reacciones y respuestas de Canadá, México y China han sido distintas. México, por el momento, ha logrado un nuevo compás de espera, mientras refuerza una ofensiva anti-migrante y anti-droga que ya había comenzado con Andrés Manuel López Obrador y que Claudia Sheinbaum ha incrementado. Cabe recordar que en 2024 el mayor intercambio de Estados Unidos fue con México: US$ 840.000 millones de dólares (el comercio bilateral argentino-estadounidense fue ese año de unos US$ 16.000 millones de dólares). Al mismo tiempo, la vulnerabilidad de México a acciones comerciales punitivas de Washington es alta, pues el 80% de su comercio es con Estados Unidos. El comercio de Canadá con Estados Unidos fue de US$ 762.000 millones de dólares, mientras Estados Unidos es el receptor del 75,9% del intercambio canadiense con el mundo. Canadá respondió al 25% de aranceles de Estados Unidos con un porcentaje similar, mientras Ontario decidió aplicar un sobrecargo de 25% a la provisión de electricidad a su vecino. Trump decidió adicionar otro 25% a los aranceles ya impuestos, pero finalmente Ontario decidió rever su anuncio.
En ambos casos, Estados Unidos ha acompañado su estrategia negociadora con bravatas para nada triviales. Respecto a México, el Presidente designó a carteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales, algo realmente peligroso, mientras el secretario de Defensa, Pete Hegseth, dejó abierta la opción de ataques militares en México. Respecto a Canadá, Trump ha dicho que desea anexar al país vecino y transformarlo en el estado 51 de Estados Unidos. Es decir, Washington hostiga con lo que se denomina la “política de alto riesgo” –brinkmanship–, que consiste en la búsqueda de ventajas propias empujando situaciones, mediante distintas tácticas, hasta el límite de un conflicto directo. Sintéticamente, se insinúan métodos extremos para que la contra-parte ceda. Habrá que ver si esa política produce eventuales concesiones o crisis descontroladas. Pero en uno y otro caso, Estados Unidos no gana en prestigio y credibilidad.
La relación comercial sino-estadounidense se ha ido reduciendo en años recientes, en buena medida por los aranceles impuestos por Estados Unidos y la respuesta de China imponiendo los propios. En 2022, el comercio bilateral alcanzó el récord de US$ 690.384 millones de dólares, y en 2024 cayó a US$ 582.493 millones. En 2022, el mercado estadounidense representaba el 16% del total de las exportaciones chinas, y en 2024, el 13%. Esta caída refleja la intención de Washington de acentuar el desacople de su relación económica con Beijing; algo que no es sencillo ni inmediato dados los entrelazamientos de distinto tipo entre ambos países. En 2025 y después de un incremento de los aranceles anunciados por Trump, China –una contra-parte dispuesta a “cualquier tipo” de confrontación con Estados Unidos, según hizo saber– informó acerca de medidas de retaliación con un énfasis en aranceles sobre productos primarios. (Es interesante destacar cómo algunos medios mencionan la oportunidad que esto podría significar para las exportaciones brasileñas y el silencio, tanto en el exterior como en el país, respecto a las posibilidades argentinas.)
Además de los aranceles a Canadá, China y México, la administración Trump determinó aplicar un arancel de 25% a todo el acero y el aluminio que ingrese a Estados Unidos. De inmediato, este miércoles, la Unión Europea respondió con sus aranceles. Asimismo, las quejas internacionales de distintos gobiernos no se hicieron esperar. El caso extravagante es el de Argentina, perjudicado por dichos sobrecargos al acero y al aluminio. Lo insólito es que el Presidente Javier Milei es el único mandatario que justifica –y no cuestiona– la imposición infundada de dicho arancel. Indicó, antes de que los aranceles se hicieran efectivos, que correspondía “entender lo que piensa Trump”, validando su decisión pues el Presidente estadounidense “utiliza la política comercial como instrumento de geopolítica”. Más aún, afirmó que “mi prioridad es el tratado de libre comercio con Estados Unidos”.

Pendenciero y errático
En síntesis, en su segundo mandato Trump muestra una mayor disposición a negociar desde una posición de fuerza, presto a demostrar que casi nada lo refrenará. Sin embargo, es necesario examinar lo anterior.
Primero, Trump entiende que el proyecto estadounidense pos-Guerra Fría, reforzado por el pos-11/9, de moldear el escenario mundial según sus preferencias e intereses, es inalcanzable. La búsqueda de la primacía no se ha agotado completamente, pero su viabilidad se ha vuelto muy costosa. No se trata de un Estados Unidos que se repliega plenamente, pero sí de un Washington que, producto de fracasos militares (Irak y Afganistán), crisis financieras (2008 y sus secuelas) y pérdida de liderazgo político (auge de China, despliegue del Sur Global, entre otros), advierte que su poderío e influencia ha mermado.
Segundo, siempre es bueno recordar a Trump 1.0. Sabemos, gracias a las memorias de su último secretario de Defensa, Mark Esper, que Trump propuso lanzar misiles para destruir laboratorios de fentanilo en México, bloquear Cuba y efectuar un ataque militar contra Venezuela. No logró nada de eso; lo cual revela, entre otras cosas, un mandatario que sobre-pregona y sub-cumple. Habría que tener en cuenta eso pues Trump 2.0 viene por la revancha pero con un país más polarizado y menos potente.
Tercero, el “nuevo” Trump de 2025 es simultáneamente más pendenciero y más errático. De hecho ha ido y venido en materia de aranceles; lo que lo hace muy temerario. Eso, a su turno, hace que los principales límites que encuentre a su furia arancelaria provengan de la dinámica interna en el país. En esa dirección, hay cuatro fuentes que potencialmente lo pueden restringir: las institucionales, sus funcionarios, los opositores y las élites. Tiene hoy control republicano en ambas cámaras y una Corte Suprema mayoritariamente conservadora. De allí, no se perciben aún constreñimientos decisivos. Si en su primera gestión se fastidió con la designación de leales, que en su criterio no lo fueron suficientemente, en este segundo mandato está rodeado de devotos que no parecen atreverse a objetar sus decisiones económicas y políticas. Ni el secretario de Comercio, Howard Lutnick, ni el secretario de Tesoro, Scott Bessent, ni el secretario de Estado, Marco Rubio, ni el representante de Comercio, Jamieson Greer, entre otros, han disuadido a Trump de lo inconveniente de imponer masivamente aranceles. Más aún, Lutnick afirmó hace pocos días que los aranceles valen la pena así generen recesión. Los demócratas, muy golpeados por la derrota electoral, se manifiestan, por el momento, tibiamente –salvo algunas pocas excepciones– respecto a su desempeño y sus iniciativas. Restan las élites que, al parecer, son las potencialmente más afectadas por sus vaivenes en materia de aranceles: no han expresado la voluntad de respaldar sostenidamente “guerras comerciales” en múltiples frentes pues ello puede debilitar y deteriorar notoriamente la economía estadounidense.
Cuarto, en el ajedrez, la diplomacia, la política y la guerra, las negras juegan. Temporalmente, Trump puede continuar con sus idas y vueltas en materia arancelaria, pues no hay país alguno que quiera e intente escalar las fricciones con Washington. Sin embargo, acomodarse enteramente a él tiene también costos internos para los gobiernos y el mundo de los negocios. Lo esencial será observar si se producen o no acciones conjuntas entre países de peso frente a Estados Unidos. Si se mantiene la tendencia actual a la transacción bilateral, así sea frágil y a la crítica selectiva, entonces Trump 2.0 podrá seguir intimidando, no sin algunos costos internos y externos por supuesto. Un ejemplo ilustrativo es el de la Unión Europea, que criticó los aranceles impuestos a Canadá y México pero se silenció respecto a las aplicadas a China. No hay que olvidar que la UE impuso en 2024 aranceles de entre 17% y 38% a los vehículos eléctricos producidos en China. Al final del día, la UE sigue dependiendo de Estados Unidos no sólo en términos militares sino también materiales. Tampoco entre los principales países del Sur Global se detecta todavía un intento de actuar conjuntamente frente a la política arancelaria de Estados Unidos. Una agudización generalizada y extendida de volatilidad mundial podría alterar, en algo, el contexto presente. Ello, sin embargo, no es garantía de comportamientos colectivos homogéneos en relación a Estados Unidos. Quizás lo que predomine, de precipitarse una crisis de envergadura, sea una lógica de “sálvese quien pueda”.
Y quinto, en el mediano plazo el objetivo principal de Washington –ya sea con Trump o sus sucesores– es contener, cercar y revertir el ascenso de China. La idea de re-fortalecer la capacidad industrial y tecnológica de Estados Unidos explica –lo cual no quiere decir justifica– el recurso desesperado y caótico a aranceles por doquier. Sin embargo, la pelea de fondo será, a no dudarlo, entre Washington y Beijing.
* El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.
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