AUTORITARISMO A LA INTEMPERIE
La pobreza es la otra cara de la enorme concentración del poder en sectores estratégicos de la economía
La pandemia ha sido aprovechada por las corporaciones digitales para profundizar sus técnicas de control sobre la población. Su capacidad para almacenar datos y para operar con ellos les ha permitido una colaboración estrecha con el Estado en el seguimiento de las infecciones (contact tracing), el control de la cuarentena y otras cuestiones médicas. Esto, a su vez, las ha inducido a profundizar las técnicas de seguimiento y monitoreo y a avanzar abiertamente sobre campos relacionados con el control de la subjetividad y de las opiniones de los actores. Así, del monitoreo a la circulación por las redes de información sobre el Covid-19 considerada “peligrosa” para la población, se ha pasado a la censura abierta de dicha información. Habiendo dado este paso, las corporaciones digitales han escalado un nuevo peldaño y abiertamente censuran las acciones y opiniones del Presidente Trump y de sus seguidores por transgredir los estándares democráticos estipulados por las propias corporaciones digitales. De este modo se han arrogado un rol político de enorme importancia y participan activamente en la determinación del resultado final de las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre.
Así, la pandemia ha sacado a la intemperie el autoritarismo de un poder cada vez más concentrado, un poder que no tiene límites para maximizar ganancias controlando comportamientos, ideas y hasta deseos de la población mundial. Hay sin embargo algo más: este control implica la imposición subrepticia de un relato que al exaltar los valores de la meritocracia y el despotismo del deseo de los individuos bloquea la posibilidad de desarrollar comportamientos solidarios en base a intereses colectivos. Apelando a sentimientos atávicos que fanatizan a los individuos, este relato los embreta en compartimentos estancos y competitivos. El miedo al otro que amenaza con invadir el terreno propio y el ansia de eliminarlo para ponerse a salvo, constituyen el principal combustible que en los días que corren anula la capacidad de reflexión y asegura que no habrá cuestionamientos al status quo.
En este contexto, la contundencia y la transparencia de las palabras, de los relatos y de las acciones de los diversos actores sociales adquiere una importancia única. En tiempos de grandes turbulencias no se puede desensillar hasta que aclare. El ritmo de la confrontación obliga a romper “la normalidad” del relato autoritario con la transgresión de un relato épico que muestre claramente la verdadera esencia de la estructura de poder y contribuya así a modificar la relación de fuerzas imperante.
Populismo, racismo y autoritarismo
Ray Dalio, fundador de uno de los fondos de inversión mas grandes del mundo: Bridgewater, cree que “la dinámica de la lucha de clases por el control del poder y de la riqueza… podría derivar en la revolución o la guerra civil” en los Estados Unidos (linkedin.com 1 12 2020).
John Kerry, ex candidato a la presidencia y actual miembro del equipo del Presidente electo Joe Biden, contribuye a clarificar la índole del enemigo y a delinear su contención: el problema es global e impone la urgencia de “resetear la economía mundial para impedir el resurgimiento del populismo en el mundo”. Kerry no entiende cómo Trump pudo obtener tantos votos a pesar de haber gobernado con “el caos y la ruptura de la ley y del orden”. De ahí que considera indispensable “analizar cuál es la razón que subyace a este fenómeno” (zerohedge.com 20 11 2020). Un fenómeno cuyo líder ha sido equiparado con Goebbels por Biden mientras toda la dirigencia demócrata, los medios de comunicación y las corporaciones digitales, se han unificado para acusar a Trump y a sus votantes de racismo (bostonherald.com 28 9 2020).
El racismo no es la sola impronta del fenómeno Trump, ni Trump es la única vía de expresión del racismo en el país. Este fenómeno, que viene de lejos, está enraizado en la sociedad e impregna a todas las instituciones. Décadas de políticas destinadas a bloquear la expresión de intereses de clase, segmentando a la sociedad a partir de rasgos individuales como la raza, sexo, edad etc. (identity politics), diluyeron a la cuestión racial en un caleidoscopio de reivindicaciones encontradas. Ahora las barreras de contención se han roto y el racismo se filtra por los poros de la sociedad encarnándose también en fenómenos nuevos que se definen como “anti racistas”: desde la masiva destrucción de símbolos y estatuas de próceres blancos acusados de racismo en épocas pretéritas, hasta la “cultura de las cancelaciones” que corre como reguero de pólvora en las universidades y medios intelectuales y profesionales provocando escraches, cambios en el lenguaje y hasta perdidas del empleo de supuestos exponentes del racismo.
Mas allá del indudable racismo de Trump, existen rasgos estructurales que contribuyen a definir al movimiento que acaudilla como un populismo que básicamente expresa el resentimiento y las aspiraciones de vastos sectores populares golpeados por enormes desequilibrios económicos, sociales y regionales intensificados por el fenomenal impacto de la tecnología sobre el mercado de trabajo y agudizados en tiempos de pandemia por la paralización de la economía provocada por las cuarentenas. Así, los 477 condados que votaron por Biden en noviembre explican el 70% de la producción económica norteamericana, mientras que los votantes de Trump residen en 2497 condados que solo representan 29% del producto bruto del país. Estos resultados amplían la brecha que existió en las elecciones del 2016. A este primer recorte se suman otros: las divisiones según región urbana/rural, grados de calificación, educación, endeudamiento, y estabilidad/ precariedad del empleo y la vivienda (Brookings.edu 10 11 2020).
Por otra parte, el populismo trumpiano también incluye el componente antisistema expresado en el enfrentamiento de su líder con el establishment partidario tradicional, los medios de comunicación, las corporaciones digitales y los organismos de inteligencia. Ahora, los votantes de Trump son estigmatizados y ostracizados por estos enemigos de Trump decididos a impedir que prosperen las acusaciones de fraude electoral descalificándolas por “falta de pruebas”, sin siquiera analizar la evidencia. La reciente viralizacion de un video obtenido de cámaras oficiales instaladas en mesas de recuento de votos en Georgia, han llevado al gobernador de este Estado a declarar que auditará ese recuento en vísperas de un balotaje que en la segunda vuelta celebrada ayer, decidirá quien controlará al futuro Senado. El video muestra episodios concretos de fraude a altas horas de la noche (zerohedge.com 3 y 4 12 2020).
La decisión de Biden de nombrar un gabinete predominantemente neoconservador y decidido a confrontar sin concesiones tanto con el populismo de Trump como con el movimiento progresista de su propio partido liderado por Bernie Sanders, expresa el accionar de un autoritarismo desembozado que augura una difícil gobernabilidad (zerohedge.com, 20, 18, 24, 30, 11/ 2, 12 2020).
Pobreza y autoritarismo
Esta semana se conocieron los datos de pobreza de la UCA: en un año dos millones de nuevos pobres se sumaron a este drama que alcanza a 18 millones de argentinos, o sea: al 44.2% de la población. Este fenómeno impacta especialmente en los niños: un 64% de los menores de 17 años vive en hogares pobres. La asistencia del Estado a través de planes sociales, ayudas alimentarias, IFE etc. permitió evitar que la pobreza ascendiese al 53.1% de la población como consecuencia de la pandemia y la parálisis económica resultante. La asistencia estatal, sin embargo, no impidió que creciera el hambre: en el país de las vacas, del trigo y de la soja un 10.1 % de la población pasa hoy hambre.
Esta realidad contrasta con la invisibilidad de la pobreza en los argumentos esgrimidos por la oposición política y por todos los grandes empresarios para rechazar en forma unánime el aporte solidario por una única vez de una alícuota mínima (2 al 2.5%) a las fortunas de las 12.000 personas humanas con patrimonios superiores a los 200 millones de pesos, para paliar el hambre y los costos de la pandemia. La misma miopía y voracidad aparece en la eterna exigencia empresaria de subsidios y compensaciones de todo tipo, eliminación de gravámenes a las exportaciones e importaciones, y recortes y control del gasto salarial. Si bien el titular de la UIA ha señalado recientemente que “necesitamos hacer una autocrítica porque estamos fallando como dirigencia” en ningún momento ha dejado de reclamar por todo lo anterior (ámbito.com 3 12 2020). Mientras tanto, los grandes productores agropecuarios, lejos de admitir fallas en su accionar, se esmeran en retener su producción y presionar para obtener ventajas cambiarias e impositivas.
Ocurre que la pobreza es la otra cara de la enorme concentración del poder en sectores estratégicos de la actividad económica y de su capacidad para imponer sus demandas brutalmente y sin hacer concesiones de ningún tipo, ni siquiera entre ellos mismos. Este poder monopólico se manifiesta ahora especialmente en la evolución de los precios de la canasta alimentaria y la de materiales de construcción. Esto afecta los principales objetivos del gobierno: reactivar al mercado interno con la expansión de la construcción y la demanda de los sectores populares; y proteger a los más necesitados. El gobierno, con el aval del titular de la Cámara de la Construcción, ha amenazado con aplicar la ley de Abastecimiento para impedir la especulación de precios en este sector. La reacción empresarial ha sido inmediata: Paolo Rocca, el empresario más poderoso del país y principal proveedor de insumos, decidió salir de la CAC y junto con sus poderosos compinches crear una nueva organización patronal desde la cual exigirá la pronta aceptación oficial de todo lo que reclama (lpo.com 30 11 2020).
Esta es buena parte de la clase empresarial que está preparando la reactivación futura de la economía. A ella se suma el sector privado bancario, que ha realizado ingentes ganancias con todos los gobiernos. Sería bueno conocer cuánto ha aportado para paliar el hambre, enfrentar los costos de la pandemia y reactivar la actividad económica con crédito subsidiado. Se sabe, en cambio, que hace todo lo posible para evitar transferir a los plazos fijos los aumentos de las tasas de interés, y que no cesa de lucrar con la bola de nieve de los intereses de las LELIQs.
Tampoco se conocen las enormes ganancias realizadas por los exportadores durante estos meses ni si han aportado para terminar con el hambre y la pandemia. Por estos días el BCRA los conminó finalmente con la resolución 132/2020 a liquidar sus divisas en los plazos estipulados por la autoridad monetaria. Esto ocurre en momentos en que, a pesar de las medidas tomadas por el BCRA para controlar la corrida cambiaria, y a pesar de que esta parece haberse atenuado momentáneamente, el BCRA sigue perdiendo reservas de libre disponibilidad. Cabe entonces preguntarse qué hará el BCRA cuando las mismas se agoten. Esto puede ocurrir en los próximos meses si el “campo” y los exportadores retienen cosechas y divisas a la espera de mejoras en el tipo de cambio.
Este es un cuadro de autoritarismo y violencia silenciosa que se oculta tras la batahola de una oposición y un periodismo de guerra empeñados en terminar con el populismo. El gobierno haría bien en definir más precisamente quién es quién en este entrevero, y en reconocer los errores de políticas y diagnósticos. Así legitimará su relato ante un pueblo que sufre y que como cualquier ser humano, no tiene una paciencia infinita.
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