Pesados pasos resuenan sobre la faz de la tierra anunciando la aterradora aproximación de la Tercera Guerra Mundial. Ya podemos oír el sonido de los gastados tambores de guerra provocando escalofríos en toda Europa. Detrás de los muros de sus cuarteles se puede escuchar el ritmo nervioso de botas que van y vienen y los gritos de los suboficiales mandando y desmandando. Se están alistando para lo que se prepararon toda su vida, pero que creían improbable. Los ojos desorbitados de los reclutas resignados parecen describir su imaginado trágico destino. No está declamado, ni escrito, pero el murmullo es ensordecedor: "¡Ahí vienen los rusos! ¡Aquí vienen los rusos!" La Tercera Guerra Mundial fue representada de forma indeleble en el futuro imaginado de la sociedad europea, pero sin tener clara consciencia de sus consecuencias.
Los militares, que saben del precio existencial de una guerra, afilan sus sables en un silencio sepulcral. A diferencia de ellos, y alentados por las ganancias de las empresas de armamentos, son los políticos, desde los reflectores de las tribunas, los que gritan a los cuatro vientos “¡Guerra! ¡Guerra!”, porque en el mejor de los casos ganarán su reelección antes de la guerra que tal vez ni siquiera suceda y, en el peor de los casos, podrán perder las elecciones, pero tendrán donde recurrir para mantener su vida parasitaria. Todo es una oportunidad para ellos, que no ven diferencia entre la guerra real y el combate en videojuego; entre el olor ácido de la orina, las heces, la sangre y el miedo y el ambiente perfumado de sus oficinas. Los académicos, ¡oh! Los académicos... Muchos académicos, pensando exclusivamente en sus carreras, se dejan llevar por su fragilidad moral que los aproxima a los voceros oficiales que anuncian la fácil derrota del enemigo, sabiendo por deber de oficio que no existe derrota fácil en la guerra. Su cobardía intelectual los convence de aceptar la superficialidad manipulada de los acontecimientos para ganar sus segundos de fama televisiva y, tal vez, un futuro contrato. Para los medios el negocio no es la información, sino la noticia. No hay duda: entre una verdad gratuita y una duda rentable no vacilan, se reporta la duda como una certeza incuestionable (ya habrá tiempo para disculparse si alguien se queja).
Ante el futuro ineludible de un enfrentamiento global de consecuencias impensables, sólo queda preparar los corazones y las mentes para afrontar con entereza y desapego (para justificar los gastos de una guerra innecesaria) el drama final no buscado ni provocado, pero ineludible. El escenario está preparado para el acto final del trabajo iniciado en la Segunda Guerra Mundial: la profecía autorrealizada.
La situación contemporánea recuerda las reflexiones del sociólogo estadounidense Wright Mills en los años '60 del siglo pasado, es decir, en el período álgido de la Guerra Fría, que pueden ayudar a comprender el argumento de este último acto de la tragedia humana. Asumiendo una actitud ética poco común, difícil de ver en los académicos de la actualidad, Mills enfrentó el poder de su país en una militancia intelectual que tal vez ilumine el inexplicable accidente que acortó su vida. El prestigio de sus estudios sociológicos sobre las élites, en cierta medida, ocultó una joya de reflexión que nos dejó en Las causas de la próxima guerra mundial. Ante la posibilidad de una guerra, Mills se pregunta si “algún grupo de hombres y mujeres puede hacer algo al respecto y, de ser así, qué deben hacer para lograr la paz” [1]. Por eso, en este momento en que las nubes radiactivas oscurecen el horizonte del futuro humano, tal vez no sea ocioso revisitar algunos conceptos de aquel texto analítico, que termina resultando en un manifiesto pacifista.
Para Mills, el destino no depende de la diosa fortuna ni de la predeterminación; para él, “decir que un acontecimiento histórico es causado por el destino, es decir que constituye el resultado sumario e impremeditado de innumerables decisiones de innumerables hombres” [2]. Estas decisiones coinciden, chocan, compiten, se refuerzan y se anulan entre sí, haciendo incierto el resultado y autónomo el acontecimiento histórico resultante. En estos casos no existe voluntad, intención o decisión que pueda atribuirse causalmente a las consecuencias. El proceso que se desprende de este resultado parece responder a un orden externo a todas y cada una de las decisiones. Los acontecimientos parecen no responder a ninguna decisión particular, pero aún así, no hay manos invisibles ni predeterminaciones trascendentes: “El destino es una característica de formas específicas de estructura social” [3]
La dinámica histórica del destino no depende de la naturaleza humana ni de designios divinos, ella está ligada al poder. La relación entre destino y poder, para Mills, se representa en la siguiente fórmula: a mayor distribución de poder corresponde una mayor incidencia del destino; la concentración absoluta de poder es el ámbito de la decisión. A su vez, la concentración del poder se lleva a cabo históricamente a través de la acumulación, también histórica, de los medios de poder que, para nuestro autor, “hoy incluyen instalaciones de producción industrial y violencia militar, administración política y manipulación de la opinión” [4]. La cantidad y concentración de estos medios determinan el papel de las decisiones explícitas en la mecánica del proceso histórico.
Cuando aquel libro fue escrito [5], el mundo se estaba preparando para una guerra que se consideraba inevitable. Como guiados por la mano invisible del destino, personas, grupos y gobiernos estaban indefensos ante la inexorabilidad de un futuro que parecía independiente de las voluntades y decisiones de los líderes políticos y las elites en el poder. Ante este panorama, Mills opondrá, a la aparente irreversibilidad del destino, la responsabilidad criminosa de la decisión que moldó la contingencia de la historia hacia ese futuro deseable (o no) y no irreversiblemente necesario. Para Wright Mills, la historia de la humanidad resulta de la tensión esencial del binomio “decisión” y “destino”. Pensando en esta tensión, Mills se pregunta si los seres humanos pueden ser los arquitectos de su futuro y responsables de las decisiones que originarán cadenas causales que conduzcan a un futuro deseado, a través de su propia deliberación y premeditación, o si son sólo títeres en las manos del destino inexorable. El autor quería saber si es posible determinar si la tendencia que parecía arrastrar el mundo a la Tercera Guerra Mundial obedecía a un destino ineludible o era el resultado consciente y deliberado de alguna voluntad. Su posición es clara: “Debemos reaccionar ante los acontecimientos, definir políticas rectoras. Si no lo hacemos, fracasaremos en nuestros deberes intelectuales y públicos, y abdicaremos del papel que la razón pueda tener en los asuntos humanos. Y eso es lo que no deberíamos hacer” [6]. Hoy la concentración de poderes deja claramente en pocas manos la responsabilidad de toda esta locura, no hay lugar para el destino sociológico. La Tercera Guerra Mundial, que se declara fatal, no es resultado del destino, sino de la irresponsabilidad de quienes pudieron decidir sentarse a negociar. Los responsables de la catástrofe nuclear tienen nombre y apellido.
Pero no se deje engañar, lector, la omisión responsabiliza. Busque su trinchera y haga su parte, porque es posible detener esta guerra nuclear antes de que la política ya no tenga sentido. Hoy no se trata sólo de nuestra especie, los líderes que podrían detener la guerra también pueden acabar con la mayoría de las especies que, a diferencia de nosotros, no pueden hacer nada para detener la locura de los irresponsables que tomaron el poder.
Reconozcamos, existe una diferencia entre nuestro tiempo y aquel en el que pensaba Mills. En aquel momento había conciencia de que de aquella guerra nadie saldría victorioso, lo que anuló la famosa definición de Clausewitz de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, porque ningún objetivo político puede resultar de la destrucción mutua asegurada. Hoy la humanidad parece no haber aprendido nada de los crímenes perpetrados en Hiroshima y Nagasaki ni de sus huellas radiactivas. Los líderes europeos, que alardean su voluntad de guerra, parecen acéfalas marionetas monotemáticas. Seguros de que algún búnker les ofrecerá protección contra la explosión y su radiación, tal vez imaginen que podrán detener a tiempo su errático andar hacia el precipicio y lograr algún resultado político o económico con esta locura. Quizás esperen que la sociedad, carente de búnkeres antinucleares, pueda entrar en pánico y ver en su representante la única posibilidad de salvación. Pero en esto también se equivocan los lobotomizados líderes europeos: hoy las sociedades no temen la guerra real que no distinguen de la virtualidad del War Game, no son conscientes del holocausto nuclear como en la época de Mills, cuando incluso los niños en las escuelas entrenaban su comportamiento ante un eventual ataque nuclear.
Hoy la humanidad es esencialmente diferente, su percepción virtualizada de un ataque nuclear es meramente estética y fugaz, como cualquier otra imagen virtual con la que es bombardeada incesantemente y absorbida por su disonancia cognitiva. Hoy, en la inconsciencia sonámbula de su vigilia virtual, la humanidad camina con la mirada fija en sus celulares hacia la autofagia de la especie. Pero, tal vez, aún puedan levantar la vista para ver que en el horizonte histórico otra posibilidad se descortina dejando entrar la luz de la política, porque otro mundo es posible.
[1] WRIGHT MILLS, G., Las causas de la próxima guerra mundial. Río de Janeiro: Zahar Editores, 1961, p. 15.
[2] Mills, W., Op.cit ., pág . 26.
[3] Ibídem, pág . 27
[4] Ibídem, pág. 27
[5] Su primera edición data de 1958. La edición brasileña, Las causas de la próxima guerra mundial , de Zahar Editores, en 1961, es una traducción de Las causas de la Tercera Guerra Mundial , publicada en Nueva York, Estados Unidos, por Ballantines Books, en 1960, una versión revisada y prologada por el propio autor. Curiosamente, aunque el autor se refiere explícitamente a la posibilidad de una “tercera guerra mundial”, como dice el título original, el sustituto “próxima guerra” en el título brasileño hace justicia a la profundidad teórica y al poder explicativo que no agota el libro, con la disolución de la bipolaridad y el fin de la Guerra Fría, pero lo convierte en un instrumento heurísticamente fructífero para analizar y comprender otras situaciones de conflicto y políticas de “guerra permanente”.
[6] Mills, Op.cit ., pág.22.
*Héctor Luis Saint-Pierre es profesor de la Universidade Estadual Paulista (UNESP), fundador y líder del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES). Es autor de Max Weber: entre pasión y razón (Editora Unicamp) y Política armada: fundamentos de la guerra revolucionaria (Editora Unesp).
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