La extensa temporada electoral del segundo semestre de 2019 en la Argentina deparará más de un pronunciamiento en ese lugar curioso entre el pensamiento y la política que es la “vida intelectual”. En la Argentina la vida intelectual no es exuberante, pero subsiste. La proximidad de las elecciones primarias, las PASO, suscitó la segunda expresión pública –precedida por un documento similar difundido por el Frente de Izquierda– materializada en un manifiesto de “intelectuales” en favor del binomio presidencial macrista. En el texto “¿Por qué votamos a Macri?” (25-07-2019), 143 integrantes del quehacer intelectual argentino advierten contra el retorno del kirchnerismo –en el que solo observan corrupción y violación de los principios republicanos, revelando así un análisis por lo menos unilateral– y la conveniencia de una continuidad de la gestión macrista en la que reconocen ciertos “errores”. Naturalmente, en los escasos párrafos de un texto de batalla como el mencionado es temerario entablar análisis sesudos.
Voy a detenerme, ya que el escrito es cicatero en sustancia política, en las implicancias que revela el plantel firmante. Este es un ejercicio impresionista y apresurado que parte de conexiones y reiteraciones perceptibles en el listado de firmas. Seguramente más de un dato será desmentido. De todos modos, no creo que las enmiendas y agregados posibles modifiquen el examen general.
Un hilo conductor se genera en clave cuantitativa. De las 143 firmas, 25 proceden del Club Político Argentino (CPA), ese agrupamiento laxo de liberales republicanos cuyas diferencias intestinas se apaciguan en confrontación con el “populismo”. El Club entiende al peronismo como una cultura política que es preciso neutralizar, en beneficio de una institucionalidad democrática y pluralista. Cualquiera sea la opinión en relación con el propósito del Club como de su evaluación del peronismo y el kirchnerismo, lo importante en este momento es que provee una cuerda gracias a la cual las firmas de la solicitada macrista adquieren una inicial consistencia.
Veamos las firmas del Club con algún detalle. Los nombres más influyentes son tal vez los del historiador Luis Alberto Romero y del politólogo Vicente Palermo (el escrito, carente de unidad estilística, parece una mixtura de las plumas de ambos). El término “influencia” puede parecer un tanto misterioso. Me refiero en concreto a conexiones o redes interindividuales que forjan un lazo social, así sea momentáneo, generador de un efecto colectivo. Por ejemplo, Romero posee una relación de red con su esposa la historiadora Lilia Ana Bertoni y su discípula académica la también historiadora Sabrina Ajmechet, quien a su vez lo tiene con su marido el politólogo Gabriel Palumbo. Por su lado, Palermo desarrolló durante largos años una colaboración intelectual con Marcos Novaro.
Es igualmente notoria la reiterada presencia en el elenco signatario de docentes ligados a las universidades privadas de corte liberal: la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) y la Universidad de San Andrés (UdeSA). De esta última suscribió la solicitada un ex rector, el historiador Eduardo Zimmermann. Otro ex rector de UdeSA (que no firma), el actual ministro de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Rozenkrantz, posee aceitados vínculos con Luis Alberto Romero. De este sector universitario procede al menos una quincena de rúbricas. En un lugar lateral hallamos lo que en teoría de redes se denomina “racimo” o cluster, con un mínimo de tres discípulos del fallecido filósofo liberal Osvaldo Guariglia que había desarrollado una prolongada relación con académicos de la UTDT, en especial con el politólogo e historiador Natalio Botana (ausente del listado).
Otro nexo en la red de firmantes conduce a fundaciones y organismos de pensamiento “sin fines de lucro”. Son los insignes tanques de pensamiento o think tanks con los cuales los grandes consorcios capitalistas crean programas de gobierno por lo general pro mercado. Así ocurre con el CIPPEC, o Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, en cuyo consejo de administración se encuentran funcionarios de las mencionadas universidades –más concretamente UTDT– como su ex rector el historiador económico Gerardo della Paolera y la politóloga Ana María Mustapic (de ambos la única firmante), pero no quiero destratar y olvidar del consejo asesor de CIPPEC –aunque de aquí al final del párrafo menciono a personas ausentes de la declaración electoral– quienes se sacrifican por el bienestar de nuestra especie: la comunicadora social Isela Costantini (ex presidenta de Aerolíneas Argentinas), los radicales Jesús Rodríguez y Roberto Lavagna, y el sindicalista peronista-macrista de estatales Andrés Rodríguez (UPCN). Pero ya que aludo al Estado, debo agregar que ese consejo se nutre de los saberes de Alberto Remigio Abad, quien fue titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos, AFIP, y obligado a renunciar por escándalos varios en marzo de 2018. Abad comparte el mismo consejo con Guillermo “Willie” Stanley, padre de la ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley, el llamado Rey de la Soja Gustavo Grobocopatel, y el economista de UTDT Bernardo Kosacoff.
Entre los revisores de CIPPEC encontramos a firmantes de la solicitada macrista como los economistas Guillermo Cruces y Juan Llach, ambos también vinculados con la UTDT y UdeSA. La familia Braun, de la que procede el ministro Marcos Peña Braun, provee una piedra basal de CIPPEC. Es evidente otro circuito, sobre el que no quiero abundar para liberar al público lector de datos significativos pero obviables en un escrito tan elemental como el que está visitando, que establece las redes universitarias del norte global, en particular con los y las graduados de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, y de la London School of Economics en Gran Bretaña.
Antes de continuar advierto no contarme entre quienes gozan demasiado con las teorías conspirativas y menos aún con un “imperialismo” que explica todo de antemano. Las referencias que establezco obedecen a la más empirista teoría de redes o network analysis.
Los tanques de pensamiento del gran capital que facilitan firmantes no se agotan en el CIPPEC. Cede su rúbrica el intelectual Andrei Serbin Pont, director de investigaciones de la fundación CRIES (Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales), a su vez dependiente de la Fundación Stanley. A CRIES pertenece otra firmante del documento macrista, la economista Silvana Tenreyro, quien trabajó para la Reserva Federal norteamericana y el Banco de Boston, entre otros organismos financieros. Me detengo aquí respecto de la ingente malla de fundaciones y empresas asociadas con individuos firmantes para no abrumar al lector.
El racimo más alejado del centro compuesto por el Club Político Argentino, las universidades privadas y las fundaciones del gran capital, es el ligado a la UCR y el progresismo: una radical firmante es la ex vicegobernadora Elva Roulet, junto a militantes de Franja Morada como Fernando Pedrosa y Rubén Noiosi, mientras el progresismo provee las signaturas de las ex legisladoras Norma Morandini, María Eugenia Estenssoro y Graciela Fernández Meijide. Esta última desarrolló nexos con varios integrantes del mundo académico en relación a las discusiones sobre la política kirchnerista de Derechos Humanos. Del radicalismo puede también filiarse la firma de Andrés Malamud, antiguo colaborador del ahora kirchnerista Leopoldo Moreau. Otro Malamud firmante, Carlos, activa un nexo reticular que habilita nuevas articulaciones con el think tank liberal-conservador de España, el Instituto Universitario Ortega Gasset (de “la Complutense”, donde se doctoró el politólogo suscritor Santiago Leiras) y su expresión local en la Fundación Ortega y Gasset Argentina, como el contador signatario Alejandro Poli Gonzalvo. Con ambas instituciones de prosapia orteguiana desarrollan excelentes relaciones las universidades privadas argentinas antes mencionadas.
A primera vista no alcanzan a formar clusters investigadores del CONICET expertos en ingeniería, biología y física, como Pablo Tamborenea, Marina Simian, Estefanía y Federico Coluccio Lescow, y Leticia Cugliangolo. Las junturas parecen lábiles o se activan en otros planos como el de Simian y su esposo, el funcionario de la ciudad de Buenos Aires Esteban Galuzzi (no firma). Sería imprudente extraer conclusiones de vínculos de tal naturaleza, al menos en un análisis superficial como este. Se rastrean mejor contactos como los del sociólogo José María Kleywegt y su colega Carlos María Pérez, quienes colaboraron al menos en un artículo conjunto. En ciertos casos, como el de la antropóloga Guadalupe Barúa o el de la traductora Ada Solari, carezco de datos para postular los nexos de red similares a los de otros grupos de firmantes.
Por último, hay un rubro interesante ligado a lo que podríamos denominar el “mundo de la cultura y el espectáculo”, independiente del ámbito académico tradicional y del CONICET. Me refiero a escritores como Federico Andahazi, Marcelo Birmajer y Gonzalo Garcés, así como el director de cine Juan José Campanella, el dibujante Eduardo Antín, el cantante Raúl Lavié y los actores Luis Brandoni, Juan Acosta y Oscar Martínez. Esta fracción no ha logrado penetrar en sus ámbitos de acción, en los que prevalecen temperamentos ajenos al proyecto macrista.
¿Qué organiza ese conjunto en principio heteróclito, esa red de redes? Posiblemente lo hagan los grandes diarios, dispositivos cimentadores de una “comunidad imaginada” pro mercado y republicanismo antikirchnerista. Las firmas de ensayistas como Marcos Aguinis y Santiago Kovadoff sugieren que La Nación es el órgano de mayor alcance, al que debe añadirse el acceso de varios firmantes a medios públicos como Radio Nacional durante la gestión macrista.
El resultado general de este análisis, creo yo, habilita cinco hipótesis. La primera es que el lote de 143 firmas pro Macri-Pichetto posee un núcleo reducido pero densamente interrelacionado en el que se conectan el Club Político Argentino, las cabezas ideológicas de las universidades Di Tella y San Andrés (pues descarto la idea de que quienes trabajan en esas instituciones deban ser brutalmente identificadas con el documento examinado) y los think tanks/fundaciones del gran capital. Esa es la trastienda económica y política de las firmas de intelectuales. Eso conduce a la segunda hipótesis: contrastada con una declaración similar publicada en 2015, la novedad principal es la asociación de intelectuales liberales con intelectuales orgánicos del gran capital. En tal sentido no se ha verificado un relevo generacional, o al menos la incorporación de nuevas firmas. El promedio de edad (o si se prefiere juventud acumulada) del listado es elevado. La tercera hipótesis sugiere que dicho núcleo cuenta con una primera periferia ligada a la Unión Cívica Radical y sus disgregaciones deudoras de un común mito alfonsinista, investigadores del CONICET de las ciencias naturales e integrantes secundarios del “mundo de la cultura y el espectáculo”. La cuarta hipótesis sostiene que el manifiesto macrista posee un tercer cordón más disperso en términos de redes (el sano empirismo del network analysis torna a esta hipótesis la más conjetural pues muy posiblemente obedezca a mis ignorancias). La quinta y última es que la ciencia política –una disciplina en la que tradicionalmente el radicalismo tuvo su baluarte principal en las ciencias humanas– y la economía proveen el grueso de las simpatías macristas provenientes del ámbito propiamente académico, con la historia como bisagra.
* El historiador Omar Acha integra el comité editor de Herramienta. Revista de Debate y Crítica Marxista. Dirige proyectos de investigación en la UBA y en el CONICET.
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