AQUELLA FAKE NEWS TUVO CRÍA
La crisis de los misiles de 1962 y las falsas conclusiones que pesan sobre el presente
El viernes 28 se cumplieron 60 años del anuncio del primer ministro soviético Nikita Khruschev de que había ordenado desmantelar las instalaciones nucleares que construía en Cuba y retornar a la URSS los misiles nucleares de alcance medio e intermedio destinados a ellas, en respuesta a una intimación del Presidente estadounidense John F. Kennedy. Nunca antes la humanidad estuvo tan cerca de la aniquilación recíproca.
La crisis de los misiles ha sido desde entonces objeto de estudio y reflexión, con el propósito de extraer conclusiones que orientaran la conducta de las grandes potencias para evitar la reproducción de semejante riesgo. El National Security Archives es una ONG con sede en la Universidad Jesuita George Washington, que utiliza la ley de acceso a la Información (FOIA) para solicitar que se desclasifiquen miles de documentos secretos. Sus colecciones sobre Chile y la Argentina han contribuido al esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos por las respectivas dictaduras y al rol cumplido en cada caso por ministerios, agencias y organismos del gobierno estadounidense, comenzando por Henry Kissinger. Uno de sus principales directivos, Peter Kornbluth, dirigió el proyecto Chile y también una investigación a fondo sobre Cuba y la crisis de los misiles. Hace dos semanas publicó en la revista Foreign Policy un revelador ensayo acompañado de la pertinente documentación, en el que repasa todo el conocimiento acumulado sobre el tema y proyecta sus conclusiones sobre el presente, cuando el conflicto sobre Ucrania entre la Federación Rusa, Estados Unidos y sus asociados en la OTAN reaviva los temores de una devastación nuclear. La investigación de Kornbluth es la base sobre la que se elaboró este artículo.
“Por primera vez desde la crisis de los misiles cubanos, estamos ante una directa amenaza de usar armas nucleares” dijo este mes el actual Presidente Joe Biden, quien aludió a “la perspectiva del Armageddon”. Desde el comienzo de aquella crisis, cuando un avión espía norteamericano fotografió la construcción de esos silos nucleares en la isla, el Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, conocido por la sigla ExComm, recomendó lanzar ataques aéreos para destruirlos. John Kennedy estuvo de acuerdo, como consta en la grabación registrada por el sistema clandestino que el propio Presidente había hecho instalar meses antes en la sala de reuniones y que tendría un despliegue histórico durante el mandato de uno de sus sucesores, Richard Nixon.
Kennedy le comunicó tal decisión el mismo 16 de octubre al embajador estadounidense en las Naciones Unidas, Adlai Stevenson, líder del ala izquierda del Partido Demócrata. Stevenson era 16 años mayor que Kennedy y gozaba de un gran prestigio intelectual, pero no tanto político, debido a sus dos derrotas en las elecciones presidenciales ante el general en jefe de los ejércitos aliados en la Segunda Guerra Mundial, general Dwight Eisenhower. Recibido por Kennedy en las habitaciones familiares de la Casa Blanca, Stevenson le aconsejó inclinarse por alternativas diplomáticas. “No lancemos un ataque aéreo antes de explorar la posibilidad de una solución política”, le dijo. A la mañana siguiente puso esas ideas por escrito en un memorándum confidencial, en el que sugería abrir un canal reservado de comunicación con Khruschev y con el líder cubano Fidel Castro, consultar con los aliados europeos que podrían tener una visión diferente y crear las condiciones para un acuerdo negociado. “Comenzar o arriesgarse a comenzar una guerra nuclear está llamado a ser divisivo en el mejor de los casos, y el juicio de la historia rara vez coincide con los ánimos del momento”, escribió.
El corazón de la propuesta secreta de Stevenson era negociar algunas instalaciones nucleares de Estados Unidos en Europa por el retiro de los misiles soviéticos de Cuba. Dadas las “consecuencias incalculables” de un ataque a Cuba, “deberías dejar claro que la existencia de bases de misiles nucleares en cualquier parte es negociable”. Reiteró el consejo de abrir negociaciones reservadas con Khruschev y Castro y afirmó que cuando Kennedy estuviera listo para hacer público lo que estaba sucediendo, “sería un error revelar que es inminente un ataque”. Antes de firmar su carta privada, Stevenson se refirió a las tácticas de Khruschev: “Chantaje e intimidación, nunca”. Para su país, afirmó: “Negociación y cordura, siempre”.
Eso es exactamente lo que Kennedy hizo. En vez del ataque aéreo que los halcones de ExComm seguían proponiendo, el 20 de octubre optó por una acción provisoria sostenida por el Secretario de Defensa, Robert McNamara, el de Estado, Dean Rusk y, por supuesto, Stevenson: una cuarentena naval sobre la isla, de modo de ganar tiempo de negociación con Khruschev. En un esfuerzo por convencer al Presidente de incluir un programa político en su respuesta a la presencia de los misiles, Stevenson presentó al Consejo de Seguridad Nacional un plan de negociación, en procura de la “neutralización y desmilitarización” de Cuba, estacionando tropas de paz y observadores de las Naciones Unidas en la isla y celebrando una cumbre entre Kennedy y Khruschev sobre armas nucleares. Como prueba de buena fe ofrecía canjear la remoción de las instalaciones soviéticas en Cuba por el retiro de la base de Guantánamo y abrir la posibilidad de negociaciones posteriores sobre los misiles estadounidenses estacionados en Turquía e Italia. “El punto esencial será la declaración de que Estados Unidos busca un acuerdo político y no una escalada militar”, escribió.
Kennedy no aceptó el paquete completo, pero ofreció discutir el intercambio de misiles. En un dramático discurso televisado el 22 de octubre, anunció el descubrimiento de los misiles y la imposición de la cuarentena naval, advirtió sobre la opción militar pero no se comprometió con ella: “No nos arriesgaremos en forma prematura o innecesaria al costo de una guerra mundial nuclear en la que, incluso los frutos de la victoria, serían ceniza en nuestra boca. Pero tampoco retrocederemos ante ese riesgo si llega el momento de enfrentarlo”. Además de una comunicación diplomática directa con Khruschev, la Casa Blanca abrió varios canales informales con el líder soviético, incluyendo:
- un mensaje al representante de la inteligencia soviética en Washington, trasmitido por el íntimo amigo del Presidente Charles Bartlett, y
- una comunicación secreta con Castro por intermedio del gobierno de Brasil, que presidía el laborista João Goulart.
- el derribo de un avión espía U-2 sobre Cuba por una batería antiaérea soviética, y
- una confrontación en alta mar entre buques de guerra de Estados Unidos y un submarino soviético de la clase foxtrot equipado con torpedos con cabezas nucleares.
A las ocho menos veinte de esa noche, el Estado Mayor Conjunto recibió un informe de inteligencia según el cual los soviéticos habían completado la instalación y los misiles nucleares de alcance intermedio ya estaban operativos en sus lanzadores. Sin pérdida de tiempo, Kennedy envió a su hermano Robert a proponerle un acuerdo secreto al embajador soviético en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin. Bobby Kennedy le prometió que en pocos meses Estados Unidos comenzaría a desmantelar sus misiles Jupiter de Turquía. Sin embargo, debido a sus obligaciones con la OTAN, el gobierno de Kennedy nunca reconocería públicamente este trato. Khruschev estaba tan ávido como Kennedy de una salida a la crisis y respondió a la mañana siguiente. Mientras Kennedy se vestía para ir a la misa del domingo, Radio Moscú emitió un mensaje de Khruschev: “El gobierno soviético ordenó desmantelar las armas que usted describe como 'ofensivas', su embalaje y retorno a la Unión Soviética”. Kennedy encomió entonces la decisión de Khruschev como “una importante contribución a la paz”. Dice Kornbluth: “La amenaza existencial de una conflagración nuclear mundial pasó. El mundo exhaló un suspiro colectivo de alivio”.
Pero la parte del acuerdo que terminó la crisis se mantuvo como secreto absoluto durante décadas. La versión oficial fue que los soviéticos aceptaron retirar los misiles de Cuba a cambio de la promesa de no invasión futura, porque parpadearon primero ante la determinación de Kennedy. Stevenson fue el chivo expiatorio de la crisis. En la primera semana de diciembre de 1962, el Saturday Evening Post publicó un suplemento de ocho páginas titulado “En tiempo de crisis”.
Era venenoso contra Stevenson, cuyo rol en los acontecimientos falseaba en una forma que hoy es muy familiar, pero que aún no se había impuesto en la política mundial. Esa precursora fake news presentaba a Kennedy como un líder valiente que nunca se puso nervioso, y a Stevenson como un apaciguador al estilo de Chamberlain frente a Hitler. “Adlai quería un Munich, canjear las bases misilísticas turcas, italianas y británicas por las cubanas”. Sus autores, Stewart Alsop y Charles Bartlett, eran íntimos amigos de Kennedy, y acusaron a Stevenson de ser el único asesor presidencial que disintió del consenso general. “No parece haber duda de que prefería una negociación política a la alternativa de la acción militar”, escribieron.
En una conferencia de prensa el 12 de diciembre le preguntaron a Kennedy sobre la posición de Stevenson durante la crisis y se negó a “describir, verificar o discutir las posiciones” adoptadas por sus asesores, que “deberían ser materia de los historiadores”. Así fue. En un archivo de historia oral en la biblioteca presidencial Kennedy, Bartlett dijo que mostró esa parte del artículo al Presidente antes de publicarlo, para que lo confirmara o lo desmintiera. “Su actitud fue que el artículo era preciso”. En sus memorias el otro autor, Alsop llegó a decir que Kennedy editó los borradores del artículo, para eliminar un párrafo favorable a Stevenson, mientras dejó la referencia a Munich. La revista Time dedicó una tapa al escándalo y en la nota citó a un amargado Stevenson: “Parecemos vivir en una época en la que cualquiera que esté por la guerra es un héroe, y quien abogue por la paz, un boludo”.
Kornbluth lamenta que “toda una generación de académicos, analistas, formuladores de política exterior e incluso Presidentes, aprendieron la lección equivocada del mayor conflicto entre las superpotencias de la historia moderna”. Debieron transcurrir nada menos que 27 años hasta que el ex embajador Dobrynin, durante una conferencia realizada en Rusia sobre la crisis de los misiles a la que asistieron en 1989 funcionarios de ambos gobiernos, compartiera por primera vez el cable que envió a Moscú al terminar su reunión con Robert Kennedy, del 27 de octubre de 1962. Según ese texto, Robert Kennedy dijo que su hermano el Presidente estaba dispuesto a llegar a un acuerdo con Khruschev sobre Turquía. “Necesitamos de 4 a 5 meses para retirar esas bases, pero el Presidente no puede decir nada en público”, porque, agregó, “además de él y su hermano, sólo dos o tres personas conocían el tema en Washington”.
Theodore Sorensen, quien luego del asesinato de Robert Kennedy editó sus memorias, tituladas Thirteen Days, confesó durante la misma conferencia que la bitácora de Robert Kennedy sobre esos trece días explicitaba que parte del trato fue el retiro de las bases de Turquía; pero que como aún era un secreto del lado estadounidense, él asumió la responsabilidad de omitirlo.
La historia ficticia de cómo se resolvió la crisis de los misiles pasó a integrar el folklore de la política exterior. Los incompletos relatos de asistentes principales de Kennedy, como Schlesinger y Sorensen, fueron la base de los modelos y paradigmas del influyente libro del politólogo Graham Allison Essence of Decision: Explaining the Cuban Missile Crisis. Sesenta años después, el gobierno de Biden tiene un registro más completo de la historia en el que basarse, cuando los gobernantes estadounidenses y el mundo se enfrentan a otro momento de crisis nuclear. Aún se desconoce cuán aplicables serán las lecciones de la crisis de los misiles para prevenir una escalada de la guerra entre Rusia y Ucrania. Pero el mantra de la razón que Stevenson compartió con Kennedy en octubre de 1962 parece más relevante que nunca: “Chantaje e intimidación nunca, negociación y cordura siempre”, concluye Kornbluth.
Por desgracia no parece que haya cerca de Biden alguien de la estatura intelectual y la integridad moral de Adlai Stevenson.
Termino con un recuerdo personal. En una de esas jornadas agónicas, se proyectaba en el microcine de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Buenos Aires Los cuatro días de Nápoles, la imponente película de Nanni Loy sobre el alzamiento popular que en 1943 había resistido con heroísmo a nazis y fascistas. La vista de esa película, donde suena la tarantela trágica de Carlo Rustichelli, con la angustia de un inminente fin del mundo, produjo una proyección dramática, que terminó con lágrimas en los ojos de los pocos asistentes al preestreno.
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