El juez federal Daniel Rafecas ha dispuesto procesar a la diputada nacional por el Partido Obrero, Vanina Biasi, por supuesto antisemitismo. El juez basa su resolución en lo dispuesto por la ley antidiscriminatoria 23.592, que en su artículo 3 sanciona con prisión de un mes a tres años a quienes “participaren en una organización o realizaren propaganda basados en ideas o teorías de superioridad de una raza o de un grupo de personas de determinada religión, origen étnico o color, que tengan por objeto la justificación o promoción de la discriminación racial o religiosa en cualquier forma. En igual pena incurrirán quienes por cualquier medio alentaren o incitaren a la persecución o el odio contra una persona o grupos de personas a causa de su raza, religión, nacionalidad o ideas políticas”. Rafecas no parece haber leído la ley en su integridad, puesto que el artículo 1º sanciona a “quien arbitrariamente impida, obstruya, restrinja o de algún modo menoscabe el pleno ejercicio sobre bases igualitarias de los derechos y garantías fundamentales reconocidos en la Constitución Nacional”, que es justamente lo que acaba de hacer el juez al tomar una decisión que significa una violación flagrante del derecho a la libre expresión de las ideas garantizado por el artículo 14 de la Constitución Nacional y que es uno de los derechos esenciales de las democracias modernas. Cabe añadir que, desde la reforma de 1994, se incorporaron tratados internacionales con jerarquía constitucional (artículo 75 inciso 22), como la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), cuyo artículo 13 protege explícitamente la libertad de pensamiento y expresión.
Los twits de la diputada
Los dos twits que han dado lugar al procesamiento de la diputada expresan su rechazo al genocidio que se está produciendo en Palestina. En el primero dice textualmente que “el Estado sionista es nazi por sus prácticas y su ideología y entiendo que a un propagandista de un Estado terrorista, genocida y asesino de niños le moleste leerlo, pero sus patoteadas no me van a silenciar”. Y otro que decía: "Sigue la masacre del pueblo palestino. Sigue el silencio cómplice del poder económico y mediático. Sionismo es genocidio. Sionismo es apartheid. Sionismo es la construcción de una narrativa mentirosa en la que el ocupante es víctima y el ocupado victimario”.
“Al analizar las publicaciones, se puede observar que sus manifestaciones no pueden ser tenidas por meras críticas dirigidas hacia las autoridades temporales o al gobierno israelí por sus acciones o sus políticas circunstanciales, extremo que llevaría a considerar el caso como enmarcado en la libertad de expresión”, dice Rafecas en su resolución. Y añade: “Por el contrario, a través de mensajes de marcado contenido antisemita, la nombrada caracteriza directamente al Estado de Israel (no simplemente a su gobierno o autoridades temporales), y al sionismo, como genocida y nazi, como ocupantes de un territorio (desconociendo sus derechos al mismo), y como autor de un apartheid”. A continuación el juez opina que “el derecho a la libertad de expresión no es absoluto, ya que puede ser legítimamente limitado cuando entra en conflicto con otros derechos fundamentales. En este sentido, las manifestaciones que fomentan el odio, la violencia o la discriminación pueden quedar fuera de su amparo, pues atentan contra los valores democráticos y los derechos de terceros”.
Rafecas considera que el mensaje adquiere “marcado contenido antisemita”, porque la diputada caracteriza al Estado de Israel como genocida y responsable de apartheid, dando a entender que si la acusación hubiera sido solo contra el gobierno del Estado de Israel no cabría la acusación. Es un argumento completamente falaz, porque en el derecho internacional el Estado asume la responsabilidad jurídica por las violaciones de los derechos humanos de sus gobiernos, como lo demuestran las condenas al Estado argentino por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en numerosos casos (Bulacio, Gelman, Buenos Alves, Formerón, etc.). En cuanto al tono de los mensajes es cierto que son un tanto desabrido y las comparaciones históricas son siempre polémicas, pero los desbordes expresivos no puedes ser criminalizados y menos en Argentina, donde el Presidente Milei ha puesto el listón muy alto.
Recientemente, la Sala en lo Penal del Tribunal Supremo de España rechazó una acusación similar de “antisemitismo” contra la diputada de Podemos Ione Belarra por varias declaraciones en contra de las políticas del Estado de Israel en las que acusaba de estar “llevando a cabo un genocidio planificado”, o de estar aplicando desde hace décadas “una política de ocupación y apartheid muy violenta en Palestina”. La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo rechazó la acusación considerando que estas críticas no implican un delito de odio o antisemitismo contra la comunidad judía. En primer lugar, porque sus declaraciones fueron emitidas “en el contexto de la actividad política” de Belarra y “no tenían por objeto promover la hostilidad hacia el pueblo judío” sino, dice el Supremo, “la estimulación del debate público en torno a unos hechos ciertamente muy cuestionables”.
El pretexto del antisemitismo
Al mismo tiempo del fallo de Rafecas se abate sobre los Estados Unidos una la ola macartista donde están siendo encarcelados o han sido deportados sin juicio previo estudiantes que manifestaron su rechazo al genocidio de los palestinos, al sistema de apartheid que rige en el Estado de Israel y a las claras violaciones del derecho internacional humanitario del gobierno de extrema derecha de Benjamín Netanyahu. Son conocidos los casos de la deportación sin juicio del posgraduado de Columbia Mahmoud Khalil; de la profesora de la Universidad de Brown Rasha Alawieh, deportada pese a una orden judicial que bloqueaba su expulsión, o de la doctora turca Rumeysa Ozturk, en la Universidad de Tufts, secuestrada por funcionarios enmascarados.
La acusación de antisemitismo contra quienes protestan contra el sistema de apartheid que rige en el interior Estado de Israel es tan absurda como sería acusar de racismo a quienes en el pasado luchaban contra el sistema de apartheid en Sudáfrica. En relación con la crítica al sionismo, son numerosas las organizaciones judías que en Estados Unidos rechazan esta corriente ideológica que considera que Israel es un “Estado judío” y que por tanto discriminan a quienes no pertenecen a la religión judía. Por este motivo, prestigiosas organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, consideran que todo el sistema legal del Estado de Israel está basado en un régimen de apartheid discriminando a la minoría palestina que representa el 20 % de la población interior.
La acusación de genocidio contra la política del Estado de Israel se basa en hechos muy graves acontecidos en la Franja de Gaza que están siendo analizados por la Corte de Justicia de La Haya. Por otra parte, el Tribunal Penal Internacional ha emitido órdenes de captura contra el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y su anterior ministro de Defensa Yoav Gallant por crímenes de guerra y notorias violaciones al derecho internacional humanitario que se vienen produciendo a los ojos de todo el mundo en la Franja de Gaza y en la Cisjordania ocupada ilegalmente por Israel. De modo que parece francamente ridículo considerar que las críticas al genocidio y a la salvaje matanza de niños en Palestina constituyan una manifestación de “antisemitismo” dirigidas a “fomentan el odio y la violencia". Lo que fomenta el odio y la violencia no son las palabras, sino los actos concretos, monstruosos y aberrantes, que el Estado de Israel lleva a cabo contra el pueblo palestino.
Enzo Traverso
El historiador Enzo Traverso es uno de los mayores críticos de las políticas del Estado de Israel. En su último libro Gaza ante la historia (Akal), cuestiona la perspectiva de Occidente ante el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza, y demanda tomar en consideración el contexto histórico más general de la Nakba, término que en árabe se utiliza para describir las matanzas, la expulsión y el desplazamiento forzado que sufrió el pueblo palestino en el año 1948. Traverso explica que “la memoria del Holocausto experimentó una metamorfosis paradójica, y fue manipulada por Israel y por la mayoría de las potencias occidentales para convertirse en una política de apoyo incondicional a la ocupación israelí de los territorios palestinos. Y esto tiene consecuencias extremadamente peligrosas, porque hoy nos enfrentamos a una situación dramática, trágica, en la que la memoria del Holocausto es invocada y reivindicada para justificar una guerra en Gaza que está adquiriendo tintes genocidas. Y esto significa que la memoria del Holocausto está completamente pervertida”. Añade que “quienes protestan contra esta guerra genocida se ven acusados de antisemitismo. Pero si la memoria del Holocausto se moviliza para defender incondicionalmente una política genocida, quizás la gente podría acabar pensando que la memoria del Holocausto es intrínsecamente mala”.
Como explica Traverso, el sionismo es un movimiento político e ideológico que surgió a finales del siglo XIX buscando una solución política a los problemas de los judíos que sufrían injustificadas persecuciones en Europa, muchas veces alentadas por la Iglesia Católica. Nació, por lo tanto, como reacción al antisemitismo, pero quiso combatirlo con las mismas armas e ideas que alimentaban el naciente nacionalismo europeo. Y, por conveniencia política, terminó abrazando una mitología que se basaba en la Biblia, para reivindicar una especie de derecho divino y ancestral de los judíos sobre Palestina y de este modo legitimar la ocupación colonial de la totalidad de Palestina. Paradójicamente el sionismo trató desde el principio de utilizar el antisemitismo para conseguir sus propios fines: mientras los antisemitas europeos querían expulsar a los judíos, los sionistas intentaban convencerlos de que emigraran a Palestina. El proyecto del sionismo suponía construir una sociedad nacional judía sin árabes, y por ese motivo fueron incontables los intelectuales judíos que rechazaron el sionismo y prefirieron la integración en las sociedades de acogida. En la actualidad, las cosas han cambiado y el sionismo es claramente mayoritario en Israel. También en Europa se registran cambios. La extrema derecha, que el siglo pasado era antisemita, se ha convertido en ardiente defensora del sionismo al considerar que en el continente europeo el peligro son los inmigrantes árabes y musulmanes, pasando así del antisemitismo a la islamofobia. De modo que el viejo antisemitismo ha ido desapareciendo, para pasar a ser un antisemitismo imaginario que actualmente solo sirve como arma de manipulación para criminalizar las críticas al Estado de Israel.
Quienes denuncian el sistema de apartheid en Israel —entre ellos varias organizaciones de defensa de los derechos humanos integradas por ciudadanos israelíes— no necesariamente cuestionan la existencia del Estado de Israel, del mismo modo que las críticas al sistema de apartheid en Sudáfrica no cuestionaban la existencia del Estado de Sudáfrica. Lo que se critica es la existencia de un entramado institucional que da lugar a una democracia étnica, donde la pertenencia imaginaria a un pueblo supuestamente elegido por Dios, otorga más derechos que a otros habitantes del mismo suelo. De igual modo, se puede coherentemente criticar el brutal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 en la medida que supuso el asesinato y secuestro de civiles israelíes —es decir, un crimen de guerra— y al mismo tiempo cuestionar las desproporcionadas represalias lanzadas por el Estado de Israel, arrojando toneladas de bombas sobre humildes viviendas y tiendas de campaña, asesinando a miles de niños inocentes y sometiendo a la población de Gaza al asedio y al hambre, violando todas las reglas del derecho humanitario que deben ser respetadas en los conflictos bélicos. Además, lo que ya resulta imposible disimular es que el propósito que guía esa masacre es dejar inhabitable toda la Franja de Gaza y obligar a su población a abandonar el territorio. Estas actuaciones en el derecho internacional, tienen un nombre: limpieza étnica, que es una forma de llevar a cabo un genocidio.
El intelectual hindú Pankaj Mishra, en El mundo después de Gaza (Galaxia Gutenberg), también denuncia “las atrocidades de Gaza, sancionadas e incluso bendecidas por la clase política y periodística del mundo libre y audazmente anunciadas por sus perpetradores”. Señala que dejará huellas indelebles porque no sólo han devastado la creencia en el progreso social —que ya estaba muy debilitada—, sino que también desafía un supuesto fundamental de la civilización occidental: la creencia en la naturaleza intrínsecamente buena de la especia humana.
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