Anticapitalismo posmoderno
El partido anti-exportador refuerza en la práctica la hegemonía política e ideológica del agro pampeano
Un variado abanico de sectores de la política argentina se inclina hacia posiciones críticas del desarrollismo. En esta tónica coinciden liberales, corrientes ambientalistas, trotskistas y, lo que es mucho más alarmante, ciertos sectores del peronismo progresista. Excluyendo liberales, todas estas corrientes adhieren a una variante borrosa y nunca bien definida de anticapitalismo de tintes posmodernos, cada vez más distante de las tradiciones del materialismo histórico de raigambre marxista. Esta variante de anticapitalismo imagina que se podrán superar los efectos del subdesarrollo reduciendo escalas de producción e invirtiendo la tendencia a dividir el trabajo.
En resumidas cuentas, nuestros problemas se engendran en los grandes “oligopolios” que fijan precios superiores a los que prevalecen en escenarios de “competencia”. Entendemos que este razonamiento es erróneo. La gran empresa es un producto de la competencia, no su negación. Aunque los manuales de microeconomía neoclásicos sigan festejando las bondades de la “competencia perfecta”, la idea de que miles de productores diminutos podrían producir a precios más competitivos que las grandes compañías es una fantasía insostenible tanto en términos teóricos como empíricos.
Las grandes escalas de producción se imponen en la competencia por reducir costos y eliminar competidores mediante precios inferiores. Si los pequeños productores efectivamente pudieran ofrecer a precios menores, ¿por qué no lo hacen y desplazan a los “oligopolios”?
El espacio de las pymes está allí donde las escalas no hacen la diferencia, en mercados especializados y tareas no estandarizables. En las últimas décadas, además, en sintonía con las transformaciones provocadas por el desarrollo de tecnología de la información, muchas actividades que formaban parte del staff habitual de la gran compañía son realizadas por empresas independientes. Si antes lo normal era que la gran corporación contara con departamentos contables, de publicidad o servicio interno de limpieza y otro de cocina, ahora lo más frecuente es que adquiera estos servicios de firmas formalmente independientes y que cada empresa se especialice en actividades específicas. Estos cambios tecnológicos facilitaron la desconcentración del capital en ciertas actividades y hasta el outsourcing de buena parte de la producción hacia territorios de costos menores.
Pymes, proveedoras de empleo
No debería sorprender que las pequeñas empresas avancen como proveedoras de empleo y lideren el auge del sector “servicios”. Aquí la cuestión de fondo no es que las unidades sean grandes o chicas, monopolios o infinitos emprendimientos de tamaño nulo. Se trata simplemente de que los cambios tecnológicos hicieron más rentable y competitiva la terciarización que el control directo por una única unidad jurídica.
Una de las variantes más preocupantes de este anticapitalismo posmoderno es el rechazo a la exportación. Al antiexportador todos los colectivos lo dejan bien: puede apelar a motivos ambientales, a presuntos efectos negativos sobre los salarios, o decir que las divisas de la exportación “igual se fugan”. Esta semana, el siempre informado Horacio Verbitsky, por ejemplo, escribió: “En las varias entrevistas que le hice al Presidente Fernández quedó clara la disyuntiva entre la substitución de importaciones, que favorece la diversificación productiva y una mejor distribución del crecimiento, y el incremento de las exportaciones, que tiende a la concentración, la reprimarización y una distribución regresiva, generando excedentes que no se reinvertirán en el circuito productivo porque irán a pagar deudas”.
No es una opinión aislada. Aunque no existan fundamentos para imaginar que las exportaciones desindustrializan, reduzcan salarios o puedan crecer sin inversiones, es la concepción dominante del anticapitalismo posmoderno. ¿Cuál sería el mecanismo por el cual la exportación, pongamos, de materia primas, debería desindustrializar?
La “enfermedad holandesa”
El principal mecanismo sugerido en la literatura es la llamada “Enfermedad Holandesa”. Según este razonamiento, mediante un modelo que presupone pleno empleo, un abultado superávit comercial por la exportación primaria terminaría apreciando el tipo de cambio real, elevando remuneraciones “factoriales”, como salarios y alquileres, hasta tornar inviable la producción manufacturera, con efectos perjudiciales en el largo plazo.
El lector ya habrá advertido que estas no son las condiciones que enfrenta la Argentina. No estamos en pleno empleo, los salarios en lugar de subir se vinieron reduciendo y estamos a años luz de enfrentar los efectos “perjudiciales” de una apreciación del tipo de cambio real. En el actual contexto serían condiciones soñadas.
Sorprende que se identifique la exportación con salarios bajos. Según el Centro de Estudios para la Producción (CEP), los salarios de las empresas exportadoras, para sectores de actividad equivalentes, son 30% superiores a los que pagan empresas que sólo producen para el mercado interno. Quizás el prejuicio se origine en cierta literatura para la cual el aumento de las exportaciones requiere un tipo de cambio persistentemente devaluado y salarios reducidos en dólares.
Contra ello debe notarse que las mejores chances de la Argentina en el mercado mundial dependen de sectores donde el nivel salarial tiene impactos marginales en la competitividad: porcinos, Vaca Muerta, minería metalífera, litio, hidrógeno verde, plataformas de petróleo offshore, actividades forestales, acuicultura, servicios basados en conocimiento, medicamentos. No estamos hablando de maquilas en cadenas de producción estandarizadas para competir con la producción de Bangladesh, sino de recursos naturales donde el país tiene ventajas absolutas de costos o donde los competidores pagan salarios más altos que en la Argentina, como los servicios basados en conocimiento.
Otra variante a la que apela el partido antiexportador son las llamadas “zonas de sacrificio”. En este caso los sacrificados no serían trabajadores sino “territorios”, que se pondrían al servicio de la acumulación de capital y las necesidades productivas del mundo desarrollado. Es llamativo que entre las regiones que se otorgan como ofrendas estén algunas de las provincias argentinas que más mejoraron sus indicadores económicos y sociales. Neuquén y San Juan, por caso, de continuar la tendencia observada recientemente, en breve tendrán niveles de ingreso per cápita similares a los de la Ciudad de Buenos Aires e indicadores sociales entre los más altos del país.
Gracias a Vaca Muerta la primera y a un marco favorable a la minería la segunda, fueron las provincias que más empleos formales generaron en los últimos cinco años, en un contexto de contracción del empleo a nivel nacional. Desde 2009 los puestos de trabajo en Neuquén crecieron más de 26%. Más allá de las frases de efecto, debe recordarse que la mayor parte de los territorios argentinos y sus habitantes fueron sacrificados desde la Independencia.
En la segunda mitad del siglo XIX, las tierras de clima templado y la disposición de los ríos de la Pampa Húmeda ofrecían condiciones extraordinarias para atender la creciente demanda de alimentos de Europa. Esta circunstancia, unida a la revolución de los transportes y las comunicaciones ocasionados por ferrocarriles, barcos a vapor, telégrafos y servicios de correos en grandes escalas, insertaron a esta región en el mercado mundial con éxito considerable. La región se convirtió en una aspiradora de inmigrantes del exterior y sobre todo del interior, y lidera la economía del país desde entonces. Los demás territorios, en cambio, fueron abandonados a su (mala) suerte provinciana. Inmensos espacios vacíos y menguadas poblaciones congelados en el tiempo, donde los jóvenes no tienen más alternativa que emigrar a las periferias de las pocas ciudades privilegiadas de la región exportadora. Aunque la Argentina sigue siendo una gran cabeza sin cuerpo, el partido anti-exportador –con frecuencia desde su cómodo sillón capitalino– insiste con el argumento de que promover oportunidades productivas en el interior equivale a sacrificarlo. En la práctica refuerza la hegemonía política e ideológica del agro pampeano que desde hace décadas busca revertir y extirpar de raíz el legado histórico y la memoria social del peronismo.
Dólares y fuga
Otro argumento llamativo es que los dólares de las ventas al exterior “se fugan”. Es llamativo que se busque combatir la escasez de dólares, donde la salida de capitales juega sin dudas un papel importante, objetando las exportaciones o la entrada de capitales. Es erróneo y contraproducente tratar la salida de capitales como un asunto policial. Los grandes autores de la economía política clásica explicaron este punto con claridad: el capital se mueve en función de la rentabilidad esperada.
En el caso argentino, la persistencia de elevados niveles de inflación y bajas tasas de interés, crearon un escenario donde quien apuesta al dólar por lo general gana. No debería sorprender que los capitalistas (que destinen su producción al mercado interno o externo es indiferente), e incluso los propios trabajadores, se refugien en el dólar. Sencillamente, el peso no desempeña adecuadamente la función de reserva de valor, un requisito fundamental para que un determinado activo pueda desempeñarse como dinero. Y sin dinero el capitalismo no funciona. Quizás en el sistema utópico del anticapitalismo posmoderno podamos prescindir del dinero. Pero hasta tanto no lleguemos allí, será imprescindible crear condiciones para que quienes apuestan al peso ganen.
La opción por la sustitución de importaciones y el mercado interno, adoptada por la mayoría de las economías latinoamericanas en la década de 1930, no obedeció a una orientación ideológica anti-exportadora. Al contrario, fue la salida desesperada de la mayoría de los gobiernos luego del desmoronamiento de los mercados internacionales a raíz de la crisis económica mundial.
Nadie eligió reducir las exportaciones. Simplemente desaparecieron los importadores. Exceptuando alguna frase infeliz sacada de contexto, el partido anti-exportador no encontrará respaldo contra la exportación en ningún autor clásico de la literatura estructuralista latinoamericana.
* El autor es profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM).
** Artículo publicado en BAE Negocios.
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