Angelelli y los profetas de hoy
Los pobres y los jóvenes interpelan nuestras complicidades de silencios e inacciones
Los profetas son molestos, porque incomodan, cuestionan, denuncian y desestabilizan. Van a contracorriente, porque amenazan la “normalidad” de lo establecido. Afirman que lo ordenado está desordenado, y que hace falta acomodar todo de otro modo. Por eso son despreciados y perseguidos por los poderes fácticos e institucionales de la sociedad. Son desubicados sociales, no calzan ni en sus propias instituciones –si es que las tienen–, ni en aquellas que se le ofrecen como sociedad “civilizada”. Las historias de los profetas contadas en los relatos bíblicos los muestran cuestionadores de costumbres, poderes, relaciones, etcétera, porque señalan infidelidades que tergiversan el sentido de la vida de las personas y de los pueblos, ya sea por disposición divina o convivencia social. Resultan intolerables y su rechazo acaba con su propia vida. Los profetas son martirizados cuando sus cuestionamientos pretenden revolucionar un sistema de vida protector de valores que no incluyen a todos los miembros de una comunidad. Cuando se ponen cargosos como voceros de un Dios no encerrado en sí mismo sino abierto, encarnado y multiplicado en el pueblo. Cuando se constituyen en voceros de los acallados, para que estos hablen por sí mismos. Es el caso de Enrique Angelelli, obispo asesinado el 4 de agosto de 1976. Y tantos otros y otras, de aquellos, de estos y de otros tiempos. Profetas crucificados en el camino, que siguen andando en la memoria colectiva.
Pero hay otros, también actuales, que el mismo Angelelli proclamaba en aquellos años: “La juventud y los pobres son los profetas de una sociedad. No tienen nada que perder, ni siquiera tienen el derecho de hablar. Ellos son la protesta y marcan a una sociedad diciendo a los gritos o silenciosamente que algo no anda en la sociedad” (1975). “Los pobres y la juventud son los profetas que señalan los grandes horizontes del futuro” (1974). “Seguirán siendo vigías y profetas de un proceso que reclama cambios profundos, los pobres y los jóvenes” (1973). “Afinemos el oído, nosotros, los adultos, al grito profético de la juventud y los pobres… Los primeros nos señalarán lo que no debe ser y el silencio de los segundos es el fruto de lo que no debía haber sido” (1973). Su convocatoria: “Vivir y realizar las bienaventuranzas de Jesús es vivir y realizar un verdadero y profundo programa social” (1973). Una sociedad inclusiva, con justicia y vida digna, como base de una comunidad fraterna y solidaria, sin las lacerantes desigualdades e injusticias que terminaron eliminando también a los profetas.
En Córdoba nos proponemos actualizar la memoria de este hijo olvidado, haciéndolo presente en la capilla Cristo Obrero –La Cañada entre La Rioja y Humberto 1º–, el lugar donde el padre Angelelli desarrolló su actividad como asesor de la Juventud Obrera Católica. En la misma zona, los conventillos y los más pobres que vivían hacinados en la antigua Barraca de Soria, recibían la atención y el cuidado del joven sacerdote, acompañado por la juventud obrera y los universitarios que se reunían en esa Capilla. Fue su opción desde los inicios de su actividad pastoral.
El crimen del obispo Angelelli resume el martirio del proyecto comunitario que encarnaron los pobres y los jóvenes de la Rioja, de Córdoba y otras latitudes, que actuaron contagiados por las mismas convicciones de una nueva sociedad justa y fraterna. A 48 años, su memoria nos cuestiona por las realidades de hoy, donde los miedos del terrorismo de Estado se prolongan en el repliegue hacia la propia individualidad, afectando las perspectivas solidarias y comunitarias. El modelo de sociedad impuesto por el neoliberalismo reinante absolutizó el individualismo, cortando lazos familiares, sociales y laborales de una propuesta de bienestar social y realización colectiva. Los 40 años de democracia han resultado insuficientes como portadora de derechos y creadora de ciudadanía. Expectativas frustradas, respuestas insuficientes, decepciones repetidas, vicios arraigados minaron esperanzas y sembraron el hastío.
¿Cuánto de responsabilidad tendremos los distintos actores sociales, políticos, culturales, económicos o religiosos en los nuevos desafíos que nos plantea la realidad actual? No podemos hacernos los sordos ante el grito de los pobres y los jóvenes de hoy. Muchos de ellos atravesados por los cambios culturales que imponen la salida individual de la meritocracia, la evasión de la droga o las redes antisociales que ficcionan la realidad de lo alcanzable; junto a las carencias de los pobres, hostigados además para impedir sus reclamos colectivos de pan, techo y trabajo. Debemos responder no sólo a los efectos. También buscar causas y causantes. Pero no se hará si la culpa siempre es de los otros y no asumimos las falencias por vivir encerrados en los mundos más cómodos de los siempre conformes con las ideas propias, sin dejarnos cuestionar por las nuevas realidades. Los gritos o silencios de inconformidad debieran desestabilizar la tranquilidad de los ambientes donde preferimos refugiarnos para huir del compromiso social. Por cierto, hacernos cargo de lo que nos toca, pero sin renunciar al reclamo por la ausencia de políticas públicas que deben cargar con su obligación de Estado.
Negar la historia para pretender retrotraerla cien años resulta más que una amenaza al avance social de los derechos humanos y ciudadanos. Retroceder en calidad democrática, con decretos o leyes que anulan derechos laborales, sociales y previsionales, para favorecer a poderosos grupos minoritarios constituye un agravio a la dignidad de las mayorías despojadas. Los pobres y los jóvenes interpelan nuestras complicidades de silencios e inacciones. Y exigen el compromiso activo de acompañar su camino profético. Contamos a nuestro favor que otros y otras ya lo hicieron. Esas memorias sustentan nuestras esperanzas. Honraremos el servicio y el testimonio de nuestros mártires asumiendo el grito y el silencio de los pobres y los jóvenes. Angelelli seguirá presente en nuestros esfuerzos de solidaridad y justicia.
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