Anatomía de un Ministerio a la deriva

La conducción política de los asuntos militares no es cuestión de izquierdas o derechas

 

En su fenomenal Anatomía de un instante, Javier Cercas se sumerge en la crónica del “Tejerazo”, el fallido intento de golpe de Estado perpetrado en España el 23 de febrero de 1981. La imagen que quedó para los anales de la historia fue la de un teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, quien empuñando su arma —en una irrupción que quedó inmortalizada en la transmisión de la Televisión Española— secuestró a todo un Parlamento y a un gobierno en pleno durante 16 horas.

El intento de quiebre del orden constitucional que mantuvo en vilo al país se produjo mientras se llevaba adelante la votación para la investidura del candidato a la presidencia del gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, hasta ese momento Vicepresidente segundo del líder de la Unión de Centro Democrático (UCD), Adolfo Suárez. La obra de Cercas es, como su título lo refleja, la “anatomía” del instante en que el Presidente Suárez permaneció impertérrito en su asiento, mientras las balas de los golpistas zumbaban en el hemiciclo del Congreso. El resto de los parlamentarios —con la excepción de su Vicepresidente primero, el general (R) Manuel Gutiérrez Mellado, y de Santiago Carrillo, el legendario secretario general del Partido Comunista— buscó refugio bajo sus escaños. El texto de Cercas relata una etapa decisiva de la España post-franquista a través de la interpretación de tres gestos épicos en el recinto: el del propio Suárez en primer lugar, pero también los de Gutiérrez Mellado y Carrillo.

A los fines de este artículo, que en su segunda parte aborda algunos escándalos recientes del Ministerio de Defensa argentino, nos interesa enfatizar el rol de las dos primeras figuras: el Presidente Suárez y su Vicepresidente primero, Gutiérrez Mellado, quien antes de ser lugarteniente de Suárez se había desempeñado como ministro de Defensa y jefe del Estado Mayor Central del Ejército de Tierra español. Nos interesan especialmente porque, previo al “Tejerazo” —que puso contra las cuerdas a la naciente democracia tras 40 años de dictadura de Francisco Franco—, estos dos dirigentes, de larga trayectoria en el franquismo, fueron tenaces defensores de la incipiente República y expresaron, sin cortapisas, una férrea conducción política de los militares. Una conducción sin dobleces que, además, se dio en tiempos de Fuerzas Armadas poderosas. Eso demuestra que aun líderes con orígenes en la derecha —y carreras forjadas al calor del falangismo, el Opus Dei o el ultramontanismo castrense— pueden conducir los destinos de las Fuerzas Armadas sin delegaciones ni restricciones, incluso en momentos aciagos.

 

Gutiérrez Mellado enfrenta a los guardias civiles y Suárez se acerca para interceder, mientras resonaban los disparos en el hemiciclo.

 

 

La pluma de Cercas retrata, con diferentes anécdotas de Suárez y Gutiérrez Mellado, la consistencia que debe tener aquello que los manuales de la sociología militar denominan el control civil de los militares. Reproducimos algunos fragmentos:

“Suárez no fue un buen Presidente del gobierno durante sus dos últimos años en el poder, cuando la democracia parecía empezar a estabilizarse en España, pero quizá era el mejor Presidente con que afrontar un golpe de Estado, porque ningún político español del momento sabía manejarse mejor que él en circunstancias extremas ni poseía su sentido dramático, su fe de converso en el valor de la democracia (…) su conocimiento del ejército y su valentía para oponerse a los militares rebeldes”.

“‘Es preciso dejar muy claro que en España no existe un poder civil y un poder militar —escribió Suárez en junio de 1982, en un artículo donde protestaba por la benevolencia de las condenas impuestas a los procesados por el 23 de febrero—. El poder es sólo civil’. Ésa fue una de sus obsesiones durante sus cinco años al frente del gobierno: él era el Presidente del país y la única obligación de los militares consistía en obedecer sus órdenes. Hasta el último instante de su mandato consiguió que las obedecieran”.

“Desde el mismo día en que se convirtió en Presidente y sobre todo a medida que fue afianzándose en el cargo tendió a recordarles sin más sus obligaciones con órdenes o desplantes (…) en septiembre de 1976, durante una violentísima discusión en el despacho de Suárez, que acababa de exigir su dimisión como Vicepresidente del gobierno, el general De Santiago le dijo: ‘Te recuerdo, Presidente, que en este país ha habido más de un golpe de Estado’. ‘Y yo te recuerdo, general —le contestó Suárez— que en este país sigue existiendo la pena de muerte’ (…) por eso [Suárez] tuvo el valor de tomar decisiones vitales como la legalización del Partido Comunista sin contar con la aprobación del Ejército y contra su parecer casi unánime”.

“El anecdotario del 23 de febrero rebosa de ejemplos de su tajante negativa a dejarse amedrentar por los rebeldes o a ceder un solo centímetro de su poder de Presidente del gobierno (…) El primero ocurrió durante la madrugada del día 23, en el pequeño despacho cercano al hemiciclo donde Suárez fue recluido a solas (…) en determinado momento irrumpió en el despacho el teniente coronel Tejero y sin mediar palabra sacó de su funda su pistola y le puso el cañón en el pecho; la respuesta de Suárez consistió en levantarse de su asiento y en formular por dos veces en la cara del oficial rebelde la misma orden taxativa: ‘¡Cuádrese!’”.

“La segunda anécdota ocurrió en la tarde del día 24, una vez fracasado el golpe, durante una reunión de la Junta de Defensa Nacional en la Zarzuela, bajo la presidencia del Rey; fue entonces cuando Suárez comprendió que [el general Alfonso] Armada había sido el principal cabecilla del golpe y, tras escuchar las pruebas que lo inculpaban (…) el Presidente ordenó al general Gabeiras [superior inmediato de Armada en el Cuartel General del Ejército] que lo arrestara en el acto (…) luego el general miró al Rey buscando una ratificación o un desmentido a la orden de Suárez, quien, porque sabía muy bien quién era el auténtico jefe del Ejército, fulminó al general con dos frases furiosas: ‘No mire al Rey. Míreme a mí’”.

“A principios de septiembre de 1976, cuando ocupaba la jefatura del Estado Mayor del Ejército y faltaban sólo unos días para que Adolfo Suárez lo metiera en política nombrándolo Vicepresidente de su primer gobierno, el general Gutiérrez Mellado era uno de los militares más respetados por sus compañeros de armas; sólo unos meses más tarde era el más odiado (…) para el Ejército —para la mayoría del Ejército, pétreamente instalada en la mentalidad del franquismo— el error de Gutiérrez Mellado fue su apoyo sin condiciones a las reformas democráticas de Adolfo Suárez (…) Gutiérrez Mellado vivió los últimos años de su vida entre el desprecio de sus compañeros de armas (…) Amaba con pasión el Ejército, y el odio que sintió caer sobre él lo derrotó (…) aunque la reforma militar que impulsó desde el gobierno supuso la modernización del Ejército (…) aunque su propósito principal fue apartar al Ejército de la política (‘O se hace política y se deja de ser militar, o se es militar y se deja la política’, decía), no consiguió que sus compañeros de armas aceptasen un divorcio que él fue el primero en aplicarse solicitando su pase a la reserva y convirtiéndose en general retirado”.

Este compendio de anécdotas refleja que la conducción efectiva de los asuntos de la defensa —lo que en algún trabajo académico hemos denominado el “gobierno político de la defensa”— no es una cuestión de orientación ideológica. La derecha, como lo atestigua la experiencia de Suárez —un político de raza que recorrió completo el espinel del cursus honorum que exigía el franquismo antes de transmutar en demócrata convencido— o el profesionalismo de Gutiérrez Mellado —un militar conservador que al asumir funciones políticas priorizó la consolidación de la democracia y la reforma de las Fuerzas Armadas, a la vez que rechazó toda tentación corporativa por continuar granjeándose vía prebendas la simpatía de sus camaradas—, puede gobernar los destinos de un país sin la necesidad de habilitar a los militares a hacer cualquier cosa.

Conducir políticamente la defensa no es hacer gestos superficiales para ganarse la simpatía del mundo castrense. El descrédito de Javier Milei y Luis Petri en ese ámbito es, a esta altura, inocultable. En este marco, la incapacidad de conducción del ministro mendocino y sus limitaciones para efectuar un adecuado control civil de los militares han facilitado que los escándalos en el mundo castrense se extendieran como un reguero de pólvora.

 

Ministro y Presidente de quienes dependen las Fuerzas Armadas.

 

 

Ministro pintado y descontrol militar

Los hechos ignominiosos que han tenido lugar en las Fuerzas Armadas durante la gestión ministerial de Luis Petri se multiplican a un ritmo que nada le envidia a la velocidad de Milei para contradecirse, a la rapidez de Luis Caputo para endeudarse o a la prontitud de Patricia Bullrich para cambiar de color político. A continuación se reproducen sólo algunos de los hechos graves que han tenido repercusión en el último tiempo:

  • Una ex cadete de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba (se preserva su nombre) fue abusada y violada por dos cadetes de cursos superiores durante una fiesta en una vivienda particular en mayo de 2019. Uno de ellos (Leonardo Espíndola) se suicidó dos días antes de ser juzgado y el otro (Julio Méndez) fue condenado a tres años de prisión condicional en un juicio abreviado. Además de padecer el abuso que finalmente probó y condenó la Justicia provincial, la ex cadete de la Fuerza Aérea atravesó un verdadero calvario en la institución. Cuando denunció lo sucedido, las autoridades y profesionales que debían acompañarla pusieron en entredicho sus afirmaciones, procuraron que desistiera de acusar a los abusadores y le aplicaron un conjunto de sanciones que terminaron con su baja de la Fuerza. Como resultado de esta situación, se abrió una causa en la Justicia Federal y, a mediados de marzo, el juez federal Alejandro Sánchez Freytes dictó los procesamientos de cinco personas a las que considera responsables del delito de abuso de autoridad en un contexto de violencia de género. Se trata de la comodoro (médica) Cristina Malpartida, ex jefa del Escuadrón Sanidad de la Escuela de Aviación Militar y actual directora médica del Hospital Aeronáutico de Córdoba; la capitán (médica) Julieta del Valle Romero y la psicóloga Andrea Cecilia Berra. También fueron procesados el primer teniente Gerardo Moreno del Escuadrón de Instrucción y el abogado Luis Carranza Torres del área jurídica, quien —a pesar del proceso judicial en curso— fue ascendido en 2024 a instancias del ministro Petri.
  • Hacia fines de 2023, una delegación del servicio de inspección de la Fuerza Aérea se trasladó a Mendoza, encabezada por el inspector general, brigadier Hugo Dirié, quien concurrió con su asistente personal, la soldado voluntaria Camila Baigorria. Finalizado el periplo, Baigorria publicó en sus redes sociales fotos y videos en los que se la ve a bordo de un helicóptero de la Fuerza. Esta situación generó rumores e indisciplina entre los uniformados, especialmente a partir de que —según reveló el sitio Data Clave— circularan fotos de Baigorria en las que se la ve semidesnuda en el cuarto de baño del sector privado de las oficinas de Dirié. El escándalo es de tal envergadura que Baigorria fue destinada a otro puesto en la sede de LADE en Ezeiza con el objeto de amainar el descontento generalizado. Pese a estos antecedentes, en diciembre de 2024 el brigadier Dirié fue uno de los cuatro candidatos a ascensos impulsados por el ministro Petri para el Cuerpo de Comando Escalafón del Aire, junto a los brigadieres Gustavo Valverde (actual jefe de Estado Mayor General), Marcelo Monetto (actual subjefe de la Fuerza) y el comodoro Gonzalo Toloza (jefe del Estado Mayor del Comando de Adiestramiento y Alistamiento).

Como si todo esto fuera poco, debemos recordar que en noviembre de 2024 el entonces jefe de Estado Mayor General, brigadier general Fernando Mengo, resultó eyectado a tan solo nueve meses de ser promovido por Milei y Petri para ocupar la cúpula de la Fuerza Aérea. Mengo debió abandonar ese cargo tan ambicionado dentro del mundo militar, acusado de destinar aeronaves de la Fuerza para que su pareja, la suboficial Yanina Torres de la II Brigada Aérea de Paraná, lo visite en Buenos Aires.

Estos escándalos son solo los más recientes de una larga lista y no se limitan exclusivamente a la Fuerza Aérea. El laissez faire que reina entre los uniformados producto de la ausencia de conducción política ministerial ofrece temáticas para todos los gustos, entre las que cabe mencionar: 1) “bautismos de fuego” con cal viva en el Regimiento 14 de Paracaidistas con asiento en Córdoba (a pesar de ello, el comandante de la IV Brigada Aerotransportada, coronel Pablo Francisco Depalo, fue propuesto para el ascenso por parte del ministro Petri); 2) el papelón del propio ministro Petri, que gastó 400.000 dólares en un supuesto operativo de la Armada contra la pesca ilegal, desplegando a la corbeta ARA Espora, el patrullero oceánico ARA Contralmirante Cordero y un avión Hércules, para abordar un buque chino que no estaba realizando actividades pesqueras, lo que reveló que se trató simplemente del show off habitual del titular de la cartera castrense; 3) los costos sospechosos de las obras civiles que se están llevando a cabo en Tandil para alojar y mantener a los esperados caza F-16, situación que había sido tempranamente advertida por el “descubridor” de Milei, el periodista Roberto García; 4) la publicación en las redes sociales del Ejército Argentino —luego borrada— de un tuit que daba cuenta de un ejercicio militar de la VIII Brigada de Montaña que tenía como hipótesis de conflicto a Chile (el posteo incluía un mapa de campaña que alertaba sobre una eventual invasión chilena desde el oeste a través de la cordillera a la altura de Neuquén, lo que resulta totalmente contradictorio con los lineamientos centrales mantenidos por la política exterior y de defensa argentinas desde el retorno de la democracia en 1983).

 

Reflexión final

Como hemos reconstruido a partir del “Tejerazo” y la experiencia de figuras de origen franquista como Adolfo Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado, conducir férreamente y sin dobleces al sector militar no es sólo una cuestión que pueda ser materializada por gobiernos de izquierda, progresistas o nacional-populares.

En efecto, dos décadas antes del “Tejerazo”, fue un militar argentino, el teniente general (R) Benjamín Rattenbach [1], quien nada tenía que ver con el peronismo —al que había proscrito en 1963 en su condición de secretario de Guerra del gobierno de José María Guido [2]—, el que clarificó los fundamentos de lo que hemos procurado transmitir en esta nota. En 1958 escribía: “La forma principal, pues, de asegurar el control civil sobre el poder militar —digamos mejor, el control político del poder militar— es la educación moral de las fuerzas armadas en el respeto a la ley, vale decir, el respeto de la organización jurídica que la sociedad se ha impuesto en forma de Estado” [3].

Es tiempo de que Petri y las Fuerzas Armadas se inspiren prontamente en Suárez, Gutiérrez Mellado o Rattenbach. Nadie les exige la “osadía” de tomar como referencia las conducciones ministeriales de Agustín Rossi o Nilda Garré. Con sólo apreciar a las figuras mencionadas con origen en el conservadurismo español o argentino de la primera mitad del siglo XX harían una enorme contribución a la Defensa Nacional. Al sector militar no le cabe un escándalo más.

 

 

 

 

* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Ex Director Nacional de Planeamiento y Estrategia (Ministerio de Defensa).

 

 

[1] Rattenbach es especialmente conocido por haber encabezado la Comisión de Análisis y Evaluación de las responsabilidades políticas y estratégico-militares en el conflicto armado del Atlántico Sur (1982), instancia que produjo un informe al que se popularizó como “Informe Rattenbach”, desclasificado 30 años después por Cristina Fernández a través del decreto 200/2012.
[2] Decisión implementada por medio del decreto 2712/1963, que refería a “la presencia y actividades de las fuerzas antidemocráticas peronistas en la vida institucional del país”.
[3] Rattenbach, Benjamín (1959). Sociología Militar (una contribución a su estudio). Buenos Aires: Biblioteca del Oficial del Círculo Militar Argentino, pp. 141-142.

 

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