Ambiguos, cínicos y crueles

Instrucciones para reconocer a un mafioso

 

–Don Luchì, nu cumpramu u Statu?

Il cacciatore

Todos los países cuentan con organizaciones mafiosas operativas en sus territorios, pero no todas esas organizaciones del crimen tienen una tradición más que bicentenaria como la ‘Ndrangheta calabresa y las otras mafias italianas tradicionales, que atesoran una historia de larga duración, una acumulación prolongada de poder y capital y un savoir faire antiguo: legal e ilegal. De ahí su peligrosidad, intensificada por los procesos migratorios del meridione de Italia hacia el mundo. De esto desciende que las mafias italianas se nacionalizaron en otras latitudes. Lo prueba la existencia de personajes de lustre criminal como Al Capone, de familia napolitana, activo entre Nueva York y Chicago en la primera mitad del siglo XX; Frankie Yale, variante anglicanizada de Francesco Ioele, nacido en Calabria, fundador de la Five Points Gang en el Lower Manhattan, contemporáneo de Al; o Giovanni Galiffi, siciliano de nacimiento, conocido como Juan, Chicho Grande o el Al Capone de Rosario, que operó en el actual territorio de Los Monos hasta su deportación a Italia en la década infame (Deirdre Bair, Al Capone. Su vida, su legado y su leyenda, Anagrama, 2016).

Los mafiosos construyen sus organizaciones con cuidado: son expertos en edificar redes cerradas, dispersas a través de países y continentes con el objetivo de hacer fluir sus negocios. Sus actividades –que son legales e ilegales– se desarrollan en territorios con sistemas judiciales diferentes. Apenas un ejemplo referido al narcotráfico, negocio ilegal de magnitud en el que la ‘Ndrangheta juega en primera línea, pues es el cartel de distribución más importante de Europa: los laboratorios de refinación sólo excepcionalmente están ubicados en los mismos países productores de estupefacientes. Los mafiosos no suelen vivir en la región en la que operan sus mayoristas. Ubican ahí a sus testaferros. De esto desciende que una de las grandes dificultades que tienen los Estados respecto de la criminalidad mafiosa transnacional es la producción legislativa, que tiene vigencia en y para un territorio nacional, mientras esas organizaciones operan en efecto a caballo de distintos territorios nacionales y continentales. También es dificultoso pensar en alguna forma de coherencia entre legislaciones producidas en contextos nacionales distintos, sobre todo en un continente fragmentado (poco integrado políticamente, ahora) como América Latina. Esto, obvio es decirlo, beneficia el florecimiento más o menos despreocupado de los negocios criminales. Los mafiosos son personajes cínicos, duros, habituados a las mentiras, astucias y crueldades que les exige su oficio. El poder mafioso (de ascendencia italiana) es concurrente con el poder de los Estados. O incluso lo digo mal: la mafia está estructurada con las mismas lógicas que la estatalidad. Se trata de instituciones complementarias. Entonces, los mafiosos son sobre todo hombres con poder.

 

 

Criminalidad

Y la suya es una criminalidad propia de los poderosos. Generalmente, se suele asociar la criminalidad menos a la riqueza que a la pobreza. Estamos acostumbradxs a pensar menos en la criminalidad de los poderosos que de los débiles. Y, en la Argentina al menos, tenemos el hábito –influenciadxs por una mediaticidad monopólica– de poner en foco menos a la riqueza concentrada, socia de la trifecta mediática ampliada, que a la pobreza causada por aquella. Criminalidad y pobreza es una idea muy vigente en los imaginarios sociales nacionales. Criminalidad y pobreza es una confluencia que está muy vigente en los imaginarios sociales. Cuántas veces escuchamos que Berlusconi o Macri, por poner dos ejemplos, no robarían porque no lo necesitaban, porque son ricos, y esa condición socioeconómica era trocada en un valor político a la hora de postularse en un cargo de la mayor jerarquía democrática. Poderosos son los aparatos estatales; más poderosas aún son las grandes empresas; aún más, las instituciones financieras que acosan y reorganizan a la fuerza instituciones, Estados y pueblos (FueMacrI); y entre esos sujetos están las organizaciones mafiosas transnacionales e intercontinentales, particularmente peligrosas porque tienden a colonizar los Estados o partes de ellos. Poderoso entonces es quien posee recursos materiales y simbólicos muy por encima de los que poseen sus víctimas. Puesto que los poderosos gozan de un grado elevado de poder tienen la libertad de llevar a cabo acciones delictivas significativas en contra de otrxs: las grandes mayorías populares en general. Cada vez que esos sujetos llevan a cabo un delito también despliegan su poder. Y puesto que éste se encuentra extremadamente concentrado –en clave social, representativa, política, financiera, mediática, cultural, etc. – tiene también la capacidad de que su actividad criminal no aparezca como tal: impedirá que ésta sea designada como tal (Vincenzo Ruggiero / Michael Welch (eds.), “Power Crime”, Crime, Law and Social Change, número 51, 2009).

 

 

¿Qué es el poder?

Es la probabilidad de que un sujeto, ubicado en una relación social, imponga su propia voluntad pese a las eventuales resistencias que se le opongan. Es poder hacer algo que otrxs no pueden ni tienen. Un crimen de naturaleza racista implica un poder conferido por el racismo. Otro de naturaleza genérica implica un poder conferido por el patriarcado. Un crimen de naturaleza clasista implica un poder conferido por el capitalismo. Todos estos ejemplos implican el despliegue de poderes momentáneos: pasajeros. Por caso: el policía estadounidense que mató a George Floyd en Minneapolis tuvo por un momento el poder de matarlo. Fuera de la esfera policial, en la familiar, pongamos, o en otras interacciones sociales, ese policía carecía del poder de dar la muerte que le confirió el racismo y la institución represiva que integraba. Los poderosos –y por ende los mafiosos–, al revés, gozan de un poder que es permanente (si el Estado no los condiciona y cuanto más éste esté desorganizado respecto del hecho mafioso/poderoso, más su pueblo padecerá el accionar de formas criminosas). Los mafiosos en tanto sujetos poderosos detentan un poder que no declina en ninguna de las esferas de su interacción social.

 

 

El principio

Para identificar el proceder mafioso tenemos que ser capaces de identificar un principio cognitivo que implica situar la ilegalidad dentro de los tejidos de la legalidad. El corazón de la criminalidad organizada de tipo mafioso es el continuum entre lo legal y lo ilegal. Cuando identificamos ese principio, detrás hay un sujeto mafioso. La mafia entonces es una legalidad destitutiva porque en ella (se) introduce lo que tendemos a pensar como su sentido inverso. Ese continuum se explicita en los negocios mafiosos, que son legales e ilegales. Los rubros son variados, de hecho pueden concernir a: fruta, verduras, flores, equipos de construcción, fútbol, cadenas de bares y restaurantes, salud privada, reciclaje de residuos (tóxicos), energías renovables, concesiones de autopistas, compañías aéreas, armas, prostitución, droga, explotación de trabajo clandestino o esclavo, coacción o presión del electorado, y un largo etcétera. Una organización formal compleja como la mafia calabresa, que apoya su poder sobre una estructura social-afectiva como la famiglia, tiene la particularidad de constituirse sobre la base de vínculos que no son nada tenues. Esos vínculos le permiten a cada integrante una relativa (in)dependencia y la estructura que los contiene entonces gana en flexibilidad y en capacidad de operar en mercados cambiantes. Esa (in)dependencia es alentada también por la expansión geográfica de la mafia calabresa desde el sur de Italia hacia otras latitudes y por la colonización de distintos sectores económicos y estatales. Los sujetos familiares –que se agregan sobre la base del parentesco, amistad y afinidades varias– activan ese continuum y operan en las áreas grises, en los puntos de contacto, en la grieta entre lo legal y lo ilegal. (Es por eso mismo que el macrismo enfatizó tanto la palabra grieta: se expresa ahí una forma del inconsciente mafioso). En la Argentina un caso emblemático es el del prófugo Fabián Rodríguez Simón, “Pepín”, operador judicial de Rodríguez Larreta –con quien solían hacen running– y Macri, apretador serial –de los accionistas del Grupo Indalo y de la ex procuradora, Alejandra Gils Carbó– que sin ocupar un cargo formal en el gobierno de la Alianza Cambiemos tenía un despacho en el primer piso de la Casa Rosada.

Puesto que contrapuntean lo legal y lo ilegal, y dado que sus negocios también conjugan ambas vertientes, la criminalidad de los mafiosos no puede identificarse solamente sobre la base de las violaciones codificadas por la ley, porque los códigos pueden ser ambiguos respecto de qué conductas deben prohibirse y en algunos casos hasta se carece de normativas (fue el caso de la energía eólica; es el caso del litio, pues la Argentina no cuenta con una ley como Bolivia o Chile). Quiero decir que las conductas de los mafiosos pueden ser legítimas porque las leyes no las prohíben o porque no advierten su peligrosidad. Si en un código penal no existe la tipificación de “asociación mafiosa”, ser mafioso no es un delito. Y el proceder mafioso crea daños sociales, incluso si no es identificado como hecho criminal porque sus acciones no violan las leyes existentes.

El continuum legal-ilegal describe un arco de acciones que va del daño al crimen; del comportamiento dañino al comportamiento criminal; de la mala in sé a la mala prohibita. Este continuum nos ayuda a imaginar una ampliación de la categoría misma de criminalidad, de acciones definidas como ilegítimas e ilegales a acciones que son dañinas (malas aunque no criminales). Este continuum es un procedimiento que amplía el hecho criminal hacia el espectro de lo no-criminal, aunque dañino. Ayuda a entender la índole y las características del proceder y la conducta mafiosos. Las prácticas legítimas pero dañinas pueden estar asociadas a la explotación sin límites del trabajo o de la naturaleza (por eso antes se mencionó el litio, sinónimo más o menos exacto de Jujuy, Gerardo Morales, carcelero de Milagro Sala), o a las perpetuas innovaciones introducidas en el sistema productivo. Los crímenes mafiosos son ejemplos de cómo las conductas en sí mismas reprobables y las conductas prohibidas por ley pueden convivir en la misma categoría cognitiva y en la misma acción. El proceder y la conducta mafiosas, en suma, anudan la mala in sé con la mala prohibita.

Una de las características del proceder y la conducta mafiosas es la ambigüedad. En apariencia, al menos, la cultura mafiosa debe poseer los rasgos de una conducta legítima. Y si la mafiosidad es reconocida como tal, los mafiosos la niegan. En la serie Il cacciatore, el personaje histórico-ficcional de Leoluca Biagio Bagarella –Don Luchino– frente al procurador antimafia de Palermo, Saverio Barone, personaje ficcional, afirma: “La mafia non esiste”. A lo que Barone replica: “¿Y entonces usted qué es, un don nadie?”. Otra característica es la invisibilidad. Ésta vuelve la cuestión (el estudio, el entendimiento de la mafiosidad) aún más inescrutable.

 

 

Imaginación

Para luchar de manera decisiva contra la mafiosidad se precisa una organización de coordinación e intercambio de informaciones articuladas por los Estados. En el ámbito del Estado moderno la criminalidad se define en el área del derecho y, en lo específico, del derecho penal. Lo cierto es que el Código Penal nacional no conoce ninguna clave relativa al hecho mafioso, por ende el hecho mafioso no existe o, peor, la palabra mafia –esto en la Argentina es frecuente– es invocada de manera especular, mimética e inversa por sujetos que integran lógicas de poder mafioso. El hecho mafioso en nuestro país no implica siquiera una infracción administrativa y su conducta no implica delito ni constituye crimen. Desde ya, no todo es mafia: no podemos calificar de mafiosos a todos los comportamientos que suscitan nuestra reprobación. El concepto de mafia es inservible si se lo aplica a cualquier cosa que nos disgusta. Es este, en síntesis, el problema con el que topan lxs estudiosxs de las mafias y lxs militantes que luchan contra estos fenómenos criminales y dañinos para la vida popular. En este sentido, algún/a representante popular del Poder Legislativo podría imaginar y presentar un proyecto de ley con el objetivo de incorporar la tipificación de “asociaciones de tipo mafioso nacionales y extranjeras” en el Código Penal de la Nación Argentina. Ninguna tipificación resuelve por sí sola un asunto espinoso que afecta la vida en común; y sin embargo sería un comienzo en el camino de la búsqueda de la experiencia libertaria y de prácticas movimientistas de justicia colectiva que sostienen una ética de la antimafia.

 

 

 

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