Alemania en otoño

Congestión de coincidencias

 

Las elecciones celebradas el domingo pasado en dos Estados del este de Alemania, Turingia y Sajonia, y los impactantes resultados obtenidos en ellas por la ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) —primera en Turingia a solo un punto de diferencia de la tradicional Democracia Cristiana (DC) en Sajonia— tuvieron grandes repercusiones locales, europeas y también globales. La derecha internacional hizo hasta el momento una gran carrera en 2024, un año en el que más de la mitad de la humanidad concurre a votar. Pero cuando una variante radical gana terreno en Alemania se encienden todas las alarmas de la memoria histórica.

Además, es la primera vez que la ultraderecha triunfa en unos comicios del país desde 1945. Y ocurrió en Turingia, el Estado en que el nacionalsocialismo comenzó a conquistar posiciones ejecutivas ya en 1930 y donde también se encuentra la ciudad de Weimar, que dio nombre a la primera república alemana que los nazis se ocuparon de destruir. Las elecciones tuvieron lugar el 1 de setiembre, vale decir, el día del 85 aniversario de la invasión a Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. La historia no se repite. A veces rima; otras, genera ripios. Pocas veces muestra tal congestión de coincidencias.

El temor a un resurgimiento de algo parecido al nazismo en Alemania resulta por el momento injustificado. Pero es indudable que muchos dirigentes y militantes de AfD están encandilados por Hitler y su movimiento. The Guardian publicó un detallado perfil de Björn Höcke, el principal dirigente de esa agrupación, y no sólo en Turingia, al fin y al cabo un Estado considerado de predominio rural y escasa población.

Las inclinaciones de Höcke son claras. En Alemania están prohibidas ciertas expresiones utilizadas durante el Tercer Reich. El grupo paramilitar nazi SA tenía como lema “Todo por Alemania” (Alles für Deutschland). Höcke lo usó en un discurso y fue llevado a juicio, donde alegó que no sabía eso (era profesor de Historia en un secundario). El juez no le creyó y le impuso una multa de 13.000 euros. Ahora, en sus discursos dice “Todo por….” y deja que la multitud complete la frase, como explica un periodista. Juega al límite. Casi uno de cada tres votos de un Estado ex-comunista como Turingia fueron hacia él; la proporción es mayor entre los jóvenes.

Su problema es el llamado “cordón sanitario”. Los partidos tradicionales prometieron no hacer ningún acuerdo con la ultraderecha. A las promesas se las lleva el viento. A los partidos tradicionales también.

 

 

El viento

Tanto en Turingia como en Sajonia, las agrupaciones que integran la alianza que gobierna el país tuvo resultados calamitosos. Por los colores con que cada una se identifica se la conoce como alianza semáforo: la socialdemocracia roja, los liberales amarillos y los verdes. La socialdemocracia alcanzó a sacar la cabeza del agua, pero en comparación con su histórica fuerza electoral terminó miniaturizada. Los liberales ni siquiera lograron representación parlamentaria. Los verdes la perdieron en Turingia y la retuvieron por poco en Sajonia. ¿Los motivos?

Alemania fue una potencia exportadora y la locomotora de la economía europea. Todo cambió para ella súbitamente en los últimos años. Descubrió que dependía demasiado del gas ruso barato. Con la guerra ya no lo podía recibir, puesto que estaba muy sometida a la geopolítica de Estados Unidos, que impulsaba el conflicto con Ucrania y quería vender su propio gas de fracking a Europa a precios naturalmente mucho más altos. Entendió además que los chinos hacían mejores autos eléctricos que sus famosas marcas y sus exportaciones al gigante oriental, su principal cliente, se iban a debilitar. Descubrió que su apego al ordoliberalismo, un viejo germen específicamente nacional del neoliberalismo, ahorcaba la urgente necesidad de grandes inversiones en infraestructura. Porque la constitución le impedía superar un nivel de déficit, mientras que la realidad le exigía una modernización integral. Alemania, como escribió un crítico, parece una vieja potencia analógica incapaz de alcanzar el mundo digital. Dicho sea de paso, su Internet es muy lenta.

Los verdes resultaron los más fervorosos belicistas de la coalición de Berlín; ahora promueven incluso el despliegue de misiles estadounidenses en los próximos años. Los verdes nacieron como movimiento para oponerse al emplazamiento de misiles nucleares en Alemania en los años 1980. En cuanto a los socialdemócratas, siguen el destino de sus camaradas de otros países. Se volvieron tan neoliberales que las bases que esperan otra cosa los repudia y la elite a la que benefician los descarta porque la base los rechaza. Los liberales agonizan abrazados al ordoliberalismo que inspiró la pujante economía del país desde 1945, pero que ahora la está asfixiando: cuentas sanas como siempre, pero en agonía.

A este panorama se le agregan otros aspectos. Tras la reunificación, Alemania Occidental se lanzó a la conquista de un nuevo espacio económico en el este. El líder (todavía) soviético Gorbachov le concedió a Estados Unidos que Alemania Oriental se incorporara a la Occidental. Aceptaba también que el nuevo país integrara la OTAN. Pero acordó, aunque sin un pacto formal, que los restantes países de Europa Oriental independizados de la tutela de la URSS debían permanecer neutrales. Por supuesto, la OTAN penetró en ese espacio cada vez más profundamente, aprovechando los caóticos años de transición rusa al capitalismo.

Cuando la expansión iba a tocar Ucrania, Moscú, revigorizado con el paso del tiempo, reaccionó como una superpotencia nuclear que se siente amenazada. Ahora tenemos esa horrible guerra que el gobierno “semáforo” apoya con entusiasmo y su población deplora porque tiene oscura memoria de guerras pasadas y mucho malestar con el aumento del precio de la energía doméstica que se suma a la inflación que dejó la pandemia.

 

 

Ostalgie

La integración entre las dos Alemanias tiene ya una historia de más de treinta años. Pero las diferencias, los recelos y las injusticias siguen allí. Tras la caída del muro, fueron los occidentales quienes ocuparon muchas de las principales posiciones de poder en esa parte del país; aunque también algunos viejos burócratas comunistas lograron incorporarse a las nuevas elites dominantes. Los Ossies o alemanes orientales eran menospreciados: ineficientes, un poco cándidos. En los meses siguientes a 1989, la revista satírica Titanic mostraba el grado de prejuicio hacia los Ossies. Nunca habían visto una banana (producto caro, tropical, inaccesible para las siempre escasas divisas comunistas) y se regocijaban con un pepino porque no tenían ni idea: “Mi primera banana”.

 

 

A esta conquista occidental, las poblaciones del este alemán desarrollaron reacciones diversas. Una mayoría se adaptó; pero algunos fueron hacia la derecha violenta y otros hacia la vieja izquierda: lo que algunos llamaron nostalgia del comunismo oriental u Ostalgie. En ese sistema, una dictadura sin duda horrible, la seguridad en el trabajo, la educación, la vivienda era a la vez modesta y robusta. Todo lo que le falta a la libertad neoliberal promovida por la coalición “semáforo”. Esa coalición entró en crisis tras las elecciones de Sajonia y Turingia. Nadie sabe si el canciller Olaf Scholz podrá sobrevivir. Lo que es seguro es que nadie se tomará la molestia de escribir un epitafio si no lo hace.

 

 

Una mujer de Berlín (este)

En las elecciones del este fue poderosa la irrupción de un partido nuevo liderado —y denominado— por una mujer: la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW). Su formación rompió con la izquierda (Die Linke) a la que pertenecía y consiguió el tercer puesto en las elecciones estaduales de Sajonia y Turingia. Un resultado impresionante para un partido recién creado que lo sitúa como árbitro de toda la situación en los dos Estados.

Die Linke colapsó, sobre todo en Turingia, donde había logrado a duras penas gobernar en minoría. La derecha, por supuesto, detesta a la Wagenknecht por un detalle nada menor: es la única figura capaz de robarle votos. ¿Pero es por buenas o malas razones?

 

 

 

La BSW hace propuestas ambivalentes que desconciertan a la mentalidad progresista. Sobre la inmigración afirma, como la derecha, que no hay más lugar en Alemania. Pero se declara antirracista. Pocas de las parlamentarias que apoyan a Sahra Wagenknecht son descendientes de alemanes; su propio padre era iraní. También condena la masacre de Netanyahu que la ultraderecha aprueba. Con estas y otras posiciones, BSW se vuelve un objeto político no identificable. Según quién lo defina puede ser una izquierda radical, o conservadora, o reaccionaria, o nacionalista, o ni siquiera una izquierda. Los medios de derecha, reconocidos por su imaginación conceptual, la acusan de populista.

La izquierda española rechaza la línea de Wagenknecht; la considera contaminada por el discurso de la ultraderecha. El establishment progresista le reprocha un conservadurismo que alcanza los temas de diversidad de género y su escaso interés en el medio ambiente. La izquierda radical denuncia su abandono del discurso de clase por una propuesta pequeño burguesa en defensa del Mittelstand característico del capitalismo renano. Se trata de una poderosa red de sofisticadas Pymes que (todavía) no cayeron en manos de pulpos financieros como BlackRock (ex­-empleador del principal dirigente de la DC nacional).

Para el electorado del este alemán, Wagenknecht es una de los suyos. Una mujer nacida en Jena (Turingia), criada en Berlín oriental, muy formada, muy carismática, muy elegante, muy elocuente, con una amplia experiencia parlamentaria.

 

 

Fragmentos

La fragmentación política que dejaron como resultado las votaciones en Turingia y Sajonia enfrenta a los dirigentes a terribles dilemas para formar las alianzas que necesita el sistema parlamentario de gobierno. La derecha tradicional que triunfó en Sajonia, la DC, podría o bien asociarse a la ultraderecha o bien con Wagenknecht y la dañada socialdemocracia o lo que queda de Die Linke. Cualquiera de esas opciones eran impensables hace algunos días, aberraciones para cada una de las partes involucradas. En Turingia la situación aparece como todavía más ingobernable de lo que ya era antes de las elecciones.

En Alemania la política dejó de ser aburrida y pasó a ser peligrosa. El último día del verano boreal, el domingo 20, se celebran elecciones en Brandemburgo, el Estado oriental que rodea a Berlín. La ultraderecha también aparece allí como favorita. Alemania en Otoño fue el título de una película colectiva de los directores del llamado Nuevo Cine Alemán que intentó retratar la violenta situación política de los años 1970 mezclando ficción y documentalismo. Si se hiciera una película sobre el otoño que se avecina en el país, sería sin duda completamente distinta, pero no menos experimental.

 

 

 

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