Al uso nostro
La Reina del Plata insiste en la ingeniería de caños para inundarse más y mejor
Buenos Aires junto a Nueva York está entre las 20 ciudades del mundo que corren el riesgo de ser las primeras en inundarse debido al sostenido ascenso del nivel del mar por derretimiento de las regiones polares. Una significativa diferencia al respecto entre ambas ciudades ocurrió hace poco más de una década cuando la súper-tormenta Sandy azotó el litoral de Estados Unidos provocando un desastre en la ciudad de Nueva York, donde inundó el 17% de la ciudad y provocó daños por valor de 19.000 millones de dólares.
Cuatrocientos años atrás Manhattan era territorio aborigen repleto de bosques y humedales que cada tanto quedaba algo inundado aunque enseguida volvía al estado anterior. En la actualidad ese paisaje ha desaparecido y en su lugar hay calles asfaltadas, construcciones con viviendas y oficinas, mientras que desde mediados del siglo XX el nivel del agua que circunda la isla ha ascendido 20 centímetros.
Luego de aquella súper-tormenta, las autoridades municipales decidieron planificar un sistema de defensas diseñado para soportar tormentas, salvo aquellas tan grandes –como la del Sandy– que se dan una vez cada 100 años.
Después de una década diseñando el plan maestro para prevenir inundaciones, la ciudad de Nueva York –bajo la inspiración de la estrategia holandesa de “vivir con el agua”– empezó a elevar sus defensas costeras en combinación con otros artificios basados en la naturaleza como elementos básicos del plan para la conformación de un inmenso proyecto de resiliencia urbana. Cuando el proyecto finalice, consistirá en 8 kilómetros de nuevos espacios de parque específicamente diseñados para proteger a 60.000 habitantes y a miles de millones de dólares en inmuebles de la elevación del nivel del mar, así como de tormentas violentas y copiosas.
La súper-tormenta Sandy motivó a las autoridades a inspirarse en lo realizado en los Países Bajos bajo el concepto de “vivir con el agua”, que enfatiza la construcción de infraestructura adecuada tanto para rechazar como para absorber el agua, al tiempo que genera espacio de uso público y recreacional. A su vez, la impronta estética es que la infraestructura ingenieril dura quede inserta en el paisaje de manera que no sobresalga y resulte visible. Un caso interesante implementado es la construcción de barreras rompeolas que alojan adosadas a las mismas estructuras de redes que sirven de hábitat a ostras (originarias de la región) y otras especies marinas de vida.
Por su parte, en la Argentina, el artículo 41 de la Constitución Nacional reformada en 1994 establece que “las autoridades proveerán a la protección del derecho a un ambiente sano”. Esta protección no debe confundirse con poner maceteros verdes en veredas cementadas sino que debe entenderse básicamente como cuidar el entorno en el que vivimos los seres humanos, preservarlo en forma saludable y procurar mejorarlo.
Sin embargo, la brutal y creciente explotación de los recursos naturales que provoca el estilo de desarrollo económico argentino contemporáneo no sólo da origen a una larga lista de problemáticas ambientales, sino que afecta a la sociedad de manera desigual, contaminando principalmente a poblaciones ya de por sí desfavorecidas y marginadas.
En Buenos Aires, la ciudad más rica del país, la burguesía local –a imagen y semejanza de la inglesa que ideó la limpieza del Támesis, generando un gigante boom inmobiliario en Londres– se avivó de que el Río de la Plata existe y está apenas a un costadito de la propia ciudad, proponiendo entonces la refuncionalización del área portuaria para hacer su propio boom inmobiliario (Puerto Madero) con la venia del poder político. Al respecto, tal como se ha ocupado de registrar y combatir judicialmente el Observatorio del Derecho a la Ciudad, la avanzada especulativa-inmobiliaria sobre la costa porteña se basó en artificios ilegales, como ser, concesiones a precios irrisorios, privatizaciones y zonas del río a rellenar (destinando a ello fondos públicos, mientras que la urbe aumenta la población en las calles por no alcanzar a pagar el alquiler de la vivienda) para luego privatizar, haciendo todo lo opuesto para prevenir inundaciones ya que la zona de la ribera capitalina es un bajío “ganado” al estuario y por ende de extrema vulnerabilidad hídrica, agravada por el tipo de construcciones de gran altura y suelo impermeabilizado (cementado) que impiden (a la hora de las grandes crecidas del río) el necesario drenaje, generando turbulencias en el agua que empeoran los efectos.
Por si ello no fuera suficiente, para las autoridades ciudadanas la prevención básica de inundaciones consiste en la realización de obras duras, con cañerías de diámetro siempre creciente y potentes bombas impulsoras para sacar el agua excedente. Nada de hacer algo a favor de la naturaleza sino antes bien la confianza ciega en la ingeniería de caños. Esto quedó claramente expuesto luego de la inundación de amplias zonas de la ciudad durante la Semana Santa de 2014, cuando vecinos de numerosos barrios de la ciudad de Buenos Aires fueron shockeados por el fenómeno meteorológico que costó vidas humanas, daños y pérdidas en los hogares y dejó muchos traumas psíquicos entre los afectados. Ello inquietó a un sector de la ciudadanía que se organizó en un concejo intercomunal para prevenirse ante semejantes fenómenos debido a las negligencias y al negacionismo del gobierno de turno. A tales efectos se contó con la inestimable colaboración de una cátedra de la UBA, gracias a lo cual los miembros del concejo llegaron a hacerse de conocimientos técnicos y se logró llegar a una reunión con el Banco Mundial (agente prestamista) que reconoció la importancia de la participación ciudadana en el proyecto, a pesar de lo cual posteriormente se finalizó el diseño del mismo teniendo como interlocutor único al gobierno de la ciudad, receloso de que los ciudadanos expresen su voz y conceptos propios.
Si bien es cierto que Nueva York es un centro neurálgico del poder económico/financiero global y por ende las autoridades locales decidieron protegerlo adecuadamente para prevenir ulteriores consecuencias de inundaciones, no es menos cierto que en Buenos Aires está el centro del poder económico del país; y a diferencia de aquella metrópolis, en la Reina del Plata han hecho y continúan haciendo todo para que Buenos Aires se inunde más y mejor. No hay diámetro de caño (por grande que sea) que logre desaguar en el Río de la Plata cuando hay una sudestada de envergadura que eleva sobremanera el nivel del estuario. Sólo la poco probable acción decidida de la ciudadanía podría salvarla de semejante futuro.
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