Al matadero y más allá
Milei y la generación del '37
El desprecio que el Presidente tiene por el Estado es proporcional a su ignorancia por la historia. La convocatoria a firmar el Pacto de Mayo, el próximo martes 9 de julio por la noche, en Tucumán, forma parte de su liquidez naturalizada. En la convocatoria a los gobernadores para ese encuentro, Milei utilizó una cita de Esteban Echeverría. Aquel escritor y poeta que integró lo que se llamó la generación del ‘37, que buscaba diferenciarse del antagonismo entre unitarios y federales, introduciendo ideas que circulaban por Europa y manteniendo una posición nacional. Una generación que apostó a abrirse a la influencia francesa en lo cultural e inglesa en lo económico; esa juventud adoptó ideas progresistas de lenguaje nacional, pero de contenido extranjerizante que la hicieron sucumbir.
Nacidos alrededor de 1810, lo que se conoce como “generación del 37” fue un grupo de jóvenes que se encontraron en torno a cuestiones literarias. Uno de ellos, Marcos Sastre, era dueño de una pequeña librería donde concurrían Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López y Miguel Cané. Hacia 1837, nació de esas reuniones el “Salón Literario”. Sus ideas fueron difundidas en el periódico La Moda, que dirigía Alberdi. Poco tiempo después, en 1838, el grupo pasa de la literatura a la política y se organiza —describe Norberto Galasso en el tomo I de Historia de la Argentina— como “Asociación de la Joven Argentina”. En 1846, tomó el nombre de Asociación de Mayo.
Milei quizá interpreta que su gobierno tiene la frescura que tuvo aquella generación que se incorporó a la política en los primeros años del regreso al poder de Juan Manuel de Rosas. A ese grupo de jóvenes no se los puede asimilar con viejos unitarios, como algunos simplificadores de la historia pretenden. Pero su posicionamiento los llevó a tomar partido cuando desde La Moda se silenció lo ocurrido el 28 de marzo de 1938, fecha en que se produjo el bloqueo francés al Río de la Plata y la escuadra francesa cerró efectivamente el comercio de la ciudad de Buenos Aires y los puertos fluviales de la Confederación Argentina. Fue suficiente demostración de apatía patriótica a juicio de Rosas, quien dispuso la clausura del diario por “afrancesado”.
Ello —precisa el historiador Antonio Jorge Pérez Amuchástegui en Crónica histórica argentina— llevó a que los concurrentes del Salón Literario pasaran a ser considerados opositores y tachados gratuitamente de “unitarios” y perseguidos por el rosismo, conforme al principio absolutista que regía: quien no estaba con Rosas estaba contra él, aunque esa juventud proclamara a los cuatro vientos no ser unitarios, sino ser doctrinarios de un partido nuevo. Pero el verdadero drama de la generación del ‘37 no era ese, describe Galasso. Esa juventud escribió en un lenguaje incuestionablemente nacional. Eso se encuentra en la prosa de El matadero, pero su contenido difícilmente se pueda encuadrar como nacional. Para Esteban Echeverría la barbarie son los peones del matadero, ensangrentados y brutos, como expresión del rosismo, mientras el progreso lo expresa el joven unitario de finos modales y de cultura europeizada.
Galasso narra que “algunos revisionistas de derecha se han burlado —y con razón— de unos versos de Echeverría que evidencian su desconocimiento del país: ‘Era la tarde y la hora/ en que el sol la cresta dora, de los Andes, /el desierto, inconmensurable, abierto’, donde pareciera que desde la pampa es posible ver las montañas de los Andes, disparate propio de quien no conoce su país” (2011:310).
Pérez Amuchástegui realiza un análisis crítico de cómo entendía esa generación la democracia, que la consideraba no para el pueblo en general, sino que debía estar bajo la tutela de los que saben. Como sostenía el mismo Echeverría, “la razón colectiva sólo es soberana, no la voluntad colectiva. La voluntad es ciega, caprichosa, irracional: la voluntad quiere; la razón examina, pesa, decide. De aquí resulta que la soberanía del pueblo sólo puede residir en la razón del pueblo, y que solo es llamada a ejercerla la parte sensata y racional de la comunidad social. La parte ignorante queda bajo la tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racional”. ¿Será que Milei, cada vez que ve al pueblo manifestarse, encuentra como Echeverría “una voluntad ciega, caprichosa, irracional”, por eso manda a su ministra Patricia Bullrich a reprimir toda protesta social, paleando y gaseando la vista de manifestantes para que se haga realidad su frase: “no la ven”?
Amuchástegui sostiene que esos jóvenes, supuestamente renovadores, de aquella generación del ‘37, terminaron haciendo a esos unitarios el juego que ellos no podían hacer y se unitarizaron. “El homenaje de Echeverría a los unitarios quedó patentizado en sus simpatías hacia ese unitario alambicado y fifí que se asquea ante la barbarie de los gauchos tintos en sangre que cumplían su trabajo rutinario en El matadero” (Crónicas históricas argentinas, tomo III: LXVII y LXVIII).
Para Galasso “puede considerarse que las críticas de Amuchástegui —que nunca fue un historiador rosista, sino un historiador de gran honestidad y seriedad científica— definen de manera más cercana a la realidad de aquella época el rol de aquella generación. Sin embargo, podría acotársele que algunos de esos jóvenes supieron replantearse sus concepciones políticas ideológicas. Tanto Alberdi como Gutiérrez apoyarán la Confederación urquicista y resultarán claros adversarios del mitrismo oligárquico” (2011: 311-312).
Milei cita a Esteban Echeverría porque lo único que sabe de la historia de aquella generación del ‘37 es que fue conocida luego como Asociación de Mayo, y quizá por esa ligazón motivó su cita. O a lo mejor cree ser él algo fresco y nuevo, como aquella generación que vino a plantarse como algo distinto del antagonismo existente entre unitarios y federales. Hay en el libertario un parentesco con aquella generación. Su ley Bases es una propuesta nacional de contenidos anti-nacionales, para que este país de bárbaros sea rescatado por “inversiones” extranjeras que le darán el empuje necesario. Y así lo cree y vimos cuando se le iluminaron los ojos al topo bárbaro estrechándole la mano en su gira por Estados Unidos al empresario Elon Musk. Imposible no asociarlo con aquellos jóvenes iluminados por la cultura francesa, pero espantados por el gauchaje de nuestras pampas.
El Presidente, como no consigue despertar una masividad en el país con sus políticas, se ve desesperado al menos en simularlas, sin reparar en lo loco que resulta convocar a un Pacto de Mayo en la noche del 9 de julio. Se ve ansioso por mostrarse como activo nacionalista, al menos en las formas, aunque en el contenido de su propuesta esté lo extranjerizante. Necesita verse con poder de convocatoria, pero su frustración por alcanzar una posición nacional es notoria y similar a la de aquella generación del ‘37.
Las razones de ese fracaso son parecidas. Aquellos jóvenes que se presentaban como lo nuevo, lo diferente en política, terminaron vinculados a los viejos unitarios por esa cosmovisión de “civilización o barbarie”, como lo es la descripción de los peones de El matadero de Esteban Echeverría. Las bases nacionales para destruir al Estado guardan la similitud con las formas nacionales y contenidos anti-nacionales que prevalecían en muchos de los escritores de esa generación que, al igual que Milei, denigraban a su propio pueblo.
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