Agarrarlos de chiquitos
La estigmatización, el policiamiento y el encarcelamiento masivo expanden el delito predatorio
Si la criminología realista de derecha, escrita a cuatro manos entre los neoconservadores y neoliberales durante las tres últimas décadas del siglo pasado en los Estados Unidos, pudo propagarse rápidamente en la Argentina, fue porque tocó fibras que surcaban el imaginario profundo, prejuicios sociales de larga data que nos permiten todavía proyectar nuestros miedos, angustias y fobias. El odio, dijo Peter Sloterdijk, es una manera de guardar y proyectar la ira hasta la venganza, de llevarla más allá del presente escandaloso, incluso de trasmitirla de generación en generación. Un odio que seguirá macerando en voz baja al interior del resentimiento que avivan los rumores propios o ajenos. Hablamos de teorías que se proponían “volver a lo básico” de la mano de lugares instalados en el léxico cotidiano de la vida en el barrio.
Hay un artículo escrito en los '80 por George Kelling, profesor de la Universidad de California, que se llama, “Quién roba un huevo roba una vaca”. El título es muy elocuente y me hizo acordar a una frase que solía repetir mi director del colegio secundario cuando nos reunía en el patio para sermonearnos un rato: “Hoy tiran una tiza y mañana ponen una bomba”. En ambos casos, lo que estaba sugiriéndose con estas frases hechas es que el que puede lo menos puede lo más. Kelling sostiene que si se luchaba paso a paso contra los pequeños desordenes de la vida cotidiana se lograría hacer retroceder los grandes crímenes en el futuro, por cierto, no tan lejano. En eso consiste el trabajo de la prevención policial: demorarse en aquellos pequeños eventos que si bien no constituyen un gran problema estarán creando las condiciones para que eso finalmente suceda.
Años después, Kelling junto a James Wilson, ex asesor del Presidente Ronald Reagan y profesor de la Universidad de Harvard, escribieron un artículo que dio la vuelta el mundo hasta transformarse en la vulgata de la Tolerancia Cero: “Ventanas rotas”. Allí los autores sostienen que una ventana que se rompe y no se la repara rápidamente, invita a que sigan rompiendo las otras. No pasará mucho tiempo para que los grafiteros estampen sus firmas sobre las paredes, los vecinos comiencen a arrojar basura, crezca el pasto, se rompan algunas luminarias y conviertan entre todos a ese ambiente, caracterizado ahora por la degradación física, en el escenario favorito para que los delincuentes practiquen sus atracos sexuales o a la propiedad privada. Por eso los autores proponían modificar el rol de las policías modificando su objeto: una policía que ya no estaba para perseguir el delito sino para prevenirlo. Y prevenir significa demorarse en aquellas conductas colectivas que sin bien no constituyen un delito (tirar una piedra, romper un escaparate, hacer una pintada) estarían creando las condiciones para que el delito (robo, violación) tenga lugar. Detrás del delito están las infracciones o contravenciones. Pequeñas faltas asociadas a determinados grupos de pares que tienen determinados estilos de vida y pautas de consumo que generan miedo entre los vecinos, e introducen una serie de riesgos que hay que conjurar a través de la prevención eficaz.
De allí la frase “hay que agarrarlos de chiquitos”. Conviene no subestimar estas pequeñas travesuras, no hay que cargarlas a la cuenta de la ingenuidad típica de la adolescencia. Si se quiere bloquear una carrera criminal conviene intervenir oportunamente y ser implacables con ellos. No hay que ser tolerantes y tampoco indulgentes. La piedad puede costarnos caro después. Mejor ser severos ahora que lamentarse después. Como se ve, el problema no son siquiera los ladrones de gallinas, sino los ladrones de huevo. Es decir, hoy roban un alfajor en el kiosco de la esquina y no pararán hasta afanarse un banco o un camión de caudales. Para decirlo bestialmente, como se dicen las cosas en la TV argentina: “O las matás de chiquitas o las discriminás después”, una frase pronunciada por la vedette y bailarina Rocío Marengo.
La derecha criminológica se propuso volver a lo básico, es decir, cargar el delito a la cuenta del individuo o su familia, esto es a las carencias afectivas, al déficit de inteligencia o autoridad. Todo es un problema de educación. Más allá de que son respuestas contradictorias, porque no será lo mismo postular al criminal como una persona objeto de fuerzas morales que no controla (criminología del otro), que hacerlo como un sujeto racional, alguien que antes de tomar sus elecciones individuales evalúa costos y beneficios (criminología del sí mismo), tanto neoconservadores como neoliberales coinciden en la mayoría de las respuestas que se proponían: desandar las políticas sociales, desactivar al Estado social. Los beneficios sociales generan dependencia y una cultura de la ayuda que va minando la responsabilidad individual y familiar. Se fomenta la vagancia de todos, relajando la vigilancia de los padres, la supervisión comunitaria y el autocontrol de los jóvenes. No puede seguir premiándose el ocio forzado que, encima, suele tramitarse con malas yuntas, drogas y alcohol.
Con todo, se propone una desconexión entre el delito y la estructura social. La prevención intolerante no es un saber-poder sino un poder a secas. A las policías de prevención y operadores judiciales no les interesa saber nada sobre las personas y sus dificultades. No están interesados en las causas del delito ni en su biografía y telón de fondo. La clase, la raza, el género, la edad, no son tenidos en cuenta. Solo serán considerados como datos predictivos antes que como elementos a tener en cuenta para explicar las acciones significativas experimentadas de múltiples formas. El policiamiento preventivo destruye al individuo histórico para reemplazarlo por el individuo con frondoso prontuario y concentrarse sobre los escenarios. Lo importante es contabilizar las entradas en la comisaría y constatar la dirección del malviviente para luego bajarle la prisión preventiva. La prevención es una gran aplanadora de la realidad, una manera de deshistorizar los contextos, pero también de confundir la moral con el derecho.
Pero hay algo más, porque para que la Tolerancia Cero pueda funcionar se necesitan dos cosas: además de darle más facultades discrecionales a los policías (“no pueden tener las manos atadas” a la hora de prevenir el delito, porque recuerde el lector que la policía va a detener y cachear a personas que no hicieron nada pero que por las dudas se las demora para chequear sus papeles), hay que participar a los ciudadanos en las tareas de control, reconvertirlos en policías amateur. Son estos los que tienen que mapearle a la policía la deriva de los colectivos de pares que tanto miedo inspiran. Pero además, si “la ocasión hace al ladrón”, hay que responsabilizar a las potenciales víctimas en las labores de prevención. Los vecinos deberán permanecer alertas pero también invertir energía y dinero en la remodelación de su hogar: reforzar las cerraduras, levantar el muro, enrejarse, poner camaritas de vigilancia, contratar alarmas monitoreadas o botones comunitarios antipánico, aprender tácticas de autodefensa, comprar un arma o, en su defecto, un perro con cara de malo.
Todos estos clichés que acá se mencionaron son los contornos de una criminología casera. Más allá de que sean opiniones contradictorias que atrasan más de un siglo, siguen siendo el punto de apoyo para que muchos animadores mediáticos despachen sus indignaciones, y algunos funcionarios y opositores relancen ideas disparatadas que, está visto, son las que continúan llenando de gente las prisiones, sin darse cuenta que todas estas prácticas que se habilitan con la intolerancia preventiva (la estigmatización, el policiamiento y el encarcelamiento masivo) son factores que también expanden el delito predatorio. Estamos en el terreno de las profecías autocumplidas y cuando cunde el pánico en contextos de inestabilidad económica y social, muchos empiezan a escupir para arriba.
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno a través de la prevención.
*Las ilustraciones que acompañan la nota pertenecen a la artista Valentina Giménez.
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