ADIÓS, OSITO DE TAIWÁN

Fallida percepción de las tendencias imperialistas del equilibrio de poder mundial

 

El domingo pasado, el director de El Cohete reprodujo el dialogo telefónico ocurrido el miércoles 14 de agosto entre el actual Presidente y candidato con muy poca probabilidad de ser reelegido Maurizio Macrì y su casi seguro sucesor el candidato presidencial triunfante en las PASO, Alberto Fernández. Considerando ese dato de la realidad, el mandatario llamó a su potencial sucesor para que le dé una mano para frenar la escalada del dólar. En una parte de ese intercambio, Fernández respecto de los corcoveos del dólar le señaló a Macrì que “el lunes dijiste que esto pasaba porque los mercados estaban asustados por nosotros y culpaste a quienes nos votaron. Ustedes son los responsables de lo que sucedió. De tanto insistir en que somos Venezuela, parece que los mercados les creyeron”. Ante un ensayo de Macrí de negar ese señalamiento, Fernández le retrucó que llevaban “seis meses haciendo campaña” con el sambenito de que el Frente de Todxs se traía bajo el poncho el desangelado destino venezolano.

A los seis meses puntualizados por el candidato Fernández, se debe sumar que el sector gorila agrupado antes del 2015 en Cambiemos y ahora regurgitado en Juntos por el Cambio viene insistiendo desde el vamos en asimilar al chavismo cualquier experiencia política que tenga aunque sea un leve aroma kirchnerista. En la actual campaña, su uso recrudeció por la mala hora caribeña, pese a que la opinión pública a la que están tan atentos en función de la rentabilidad de la guerra psicológica emprendida contra el pueblo argentino, lo registra muy poco o no lo registra.

Y entonces, ¿para qué vociferaban una y otra vez Venezuela? En esta desagradable por errónea insistencia cambiemita se observa la marca en el orillo de cómo el gatomacrismo se para, recepta y responde a las tendencias imperialistas del sistema de equilibrio de poder mundial. Lo que es bueno para los Estados Unidos automáticamente lo es para la Argentina; no hay mucho más que eso en la cabeza del ingeniero. Una adecuada prueba de ello es el examen que hace Santiago O’Donnell en Argenleaks de los cables de la Embajada que tienen como protagonista a Macri. Refiere O’Donnell que antes de las presidenciales de 2007, “Mauricio Macri presentó su oferta electoral a la embajada de los Estados Unidos. Y no se anduvo con vueltas: ‘Somos el primer partido pro mercado y pro negocios en cerca de ochenta años de historia argentina que está listo para asumir el poder’, se despachó ante el jefe de misión y el cónsul político de la embajada, según un cable obtenido por Wikileaks”. Además de comprobarse que lo de invocar para justificar la mala hora de estos días las dificultades para revertir la decadencia de los últimos setenta años tiene sus ilustres antecedentes, se puede colegir que la afirmación vertida en el cable filtrado resume la base de los derechos que cree tener el gatomacrismo para que los norteamericanos lo consideren la única opción que conviene apoyar y sostener sin atenuantes.

Semejante simplificación, semejante falta de matices, semejante ideología (falsa conciencia) ha tarado –y no para bien— el rumbo estratégico de la política exterior argentina en el ejercicio de gobierno. Por la naturaleza de la práctica de la política exterior, el nuevo gobierno estará en condiciones de evaluar la situación y controlar los daños al interés nacional, recién cuando se haga cargo del timón del Estado. Mientras tanto, palpar algunas tendencias del imperialismo sirve de parámetro para medir la falta de apego a la realidad del gatomacrismo y también para poner al día el criterio con el cual analizar lo que viene en esta materia.

 

 

Serás lo que debas ser

En los tiempos que corren, una de las ironías más irónicas entre las muy irónicas es que el geógrafo marxista británico David Harvey, en su ensayo de 2003 “El nuevo imperialismo”, más o menos anticipa y justifica los pasos que viene dando Donald Trump desde que asumió la presidencia hace tres años. A raíz de lo que Harvey denomina la acumulación por desposesión (desposesión del ingreso de los trabajadores del Centro), el capital global buscando rentabilidad debido a que abatió la demanda que sostenía su mercado, ha recaído en una etapa abandonada a fines del siglo XIX. Así puso en marcha lo único que tenía a mano según su lógica, esto es: un “programa disruptivo, violento y gigantesco de lo que es esencialmente una forma primitiva de acumulación en China que provocará el crecimiento económico y el desarrollo de infraestructura pública capaces de absorber gran parte de excedente de capital mundial”, anticipaba Harvey. Y en ese andarivel el geógrafo inglés advierte que “si tiene éxito, la colocación del capital excedente en China será calamitosa para la economía de los Estados Unidos, que actualmente se alimenta de entradas de capital para apoyar su propio consumo improductivo, tanto en el sector militar como en el privado”.

Razón por la cual Harvey calcula que “el resultado sería el equivalente a un 'ajuste estructural' en la economía de los Estados Unidos que tendría un impacto en el grado de austeridad no visto desde la Gran Depresión de la década de 1930. En tal situación, los Estados Unidos estarían muy tentados a usar su poder para detener a China, lo que provocaría un conflicto geopolítico como mínimo en Asia Central”. Harvey le chinga en darle una importancia al petróleo que no tiene, pero por lo demás viene ocurriendo tal como lo previó.

Al tiempo que Harvey proyectaba estas inferencias, la izquierda de los países centrales se atrevía a "desafiar" el orden establecido organizando de la forma más amigable posible la cola en la olla popular (con ingredientes chinos para abaratar). Apareció un derechista desprejuiciado como Trump para reordenar el panorama de las fuerzas imperialistas y dejar a las derechas de los países periféricos como el gatomacrismo, en la misma situación que Tarzán andando por la selva: en bolas y a los gritos. Objetivamente son incapaces de prever nada, eso solo los convierte en dirigentes políticos muy poco calificados.

En lo que parece estar también en lo cierto Harvey es en inferir que tras los primeros tramos conflictivos los países centrales alcancen un “nuevo New Deal de alcance global. Esto significa liberar la lógica de la circulación y la acumulación del capital de sus cadenas neoliberales, reformular el poder del Estado con lineamientos más intervencionistas y redistributivos, frenar el poder dominante de las finanzas y descentralizar o controlar democráticamente el poder dominante de los oligopolios y monopolios (en particularmente la nefasta influencia del complejo militar-industrial) para dictar todo lo que se ve, lee y escucha en los medios de comunicación sobre el comercio internacional. El efecto será el regreso a un imperialismo más benevolente tipo New Deal”. No por mucho Trump se amanece más tarde.

También en un ensayo de 2003, Eric Hobsbawn con más densidad señalaba que “Estados Unidos importa en grandes cantidades productos industriales del resto del mundo, lo que provoca una reacción proteccionista tanto de los empresarios como de los votantes. Se tensa una contradicción entre la ideología de un mundo dominado por el libre comercio controlado por los Estados Unidos y los intereses políticos de importantes sectores estadounidenses que se sienten perjudicados por él”.

 

 

Hora de definiciones

En este largo adiós al osito de peluche de Taiwan el punto es cómo se para la Argentina. En el orden que muere el país perdió en gran forma. Retrocedió fuerte. La recuperación 2003-2015 recién ahora parece empezar a ser acompañada por una conciencia política de mayor masividad a la que tenía; en todo caso la necesaria para que se limpie de obstáculos tipo gatomacrismo que dificultan o impiden alcanzar el verdadero interés nacional. La coalición entrante tendrá que enfrentar un mundo incierto, tan incierto que ni siquiera tiene una definición comúnmente aceptada de imperialismo. Todo el mundo lo ve y lo siente pero sin saber bien cómo categorizarlo.

Tan es así que en un ensayo de 1990 en el que el economista inglés Anthony Brewer revisa las teorías marxistas del imperialismo, se ve en la obligación de señalar que no presentará ninguna definición del huidizo concepto de imperialismo. En su lugar se limita a usar la categoría como lo hicieron los “diferentes escritores. [Incluso] Algunos de los autores discutidos en el libro no usaron en absoluto la palabra imperialismo. [De manera que] el surgimiento del capitalismo, su difusión en todo el mundo, el desarrollo desigual de diferentes áreas, el dominio de algunos países sobre otros, se trata de todos elementos que actúan en conjunto, independientemente de los que elijamos para etiquetar imperialismo”. El propio Harvey acusa enfrentar ese escollo y comenta al respecto que “imperialismo es una palabra que se dice fácil. Pero sus diferentes significados dificultan su uso si no es clarificado como un término analítico más que como uno polémico”.

Volviendo al ensayo de Hobsbawn, que aunque fechado en 2003 no perdió actualidad, describe que “dos actuales debates sobre el imperio son buenos ejemplos [de que] a menos que cambien los propios hechos, los cambios en las palabras utilizadas para describirlos no bastarán para modificarlos”, en referencia “a las consecuencias de la actual pretensión del gobierno estadounidense de alcanzar una supremacía global” que se ve con baja perspectiva. Para llevar agua a su molino expresa que “el más inteligente de la escuela neoimperial, el excelente historiador Niall Ferguson, no duda de ese probable fracaso aunque, a diferencia de la gente como yo, lo lamenta”. El historiador inglés dice también que “los actuales debates son particularmente nebulosos, porque lo más próximo a la supremacía mundial a la que aspira el actual gobierno estadounidense es un conjunto de palabras... en franca contradicción con la autodefinición política tradicional de Estados Unidos, y que además se hicieron muy impopulares durante el siglo XX”. Hobsbawn manifiesta que “resulta imposible saber cuánto durará la actual supremacía de Estados Unidos. Lo único de lo que podemos estar seguros es de que será un fenómeno temporal, como lo han sido todos los imperios. […] Hay razones internas para que el imperio estadounidense no pueda durar, y la más inmediata es que la mayoría de los estadounidenses no están interesados en el imperialismo ni en la dominación mundial en el sentido de gobernar el mundo”.

En el mundo lineal del gatomacrismo, sin sutilezas ni contradicciones, si Venezuela por la razón que fuere se puso de punta con los Estados Unidos, hay que ir contra Venezuela y eso incluye la denuncia de los aliados locales, poco importa si lo son o no. Tamaño insulto a la inteligencia, además de producir un profundo desasosiego, debe advertir sobre el tipo de peligro interno que conlleva el comportamiento gatomacrista. La economista francesa Suzanne de Brunhoff le reprocha a su colega Arghiri Emmanuel oponer “a la estrategia del gran capital internacional los riesgos de esclavitud e incluso de exterminio físico engendrado por el verdadero colonialismo, el de los pequeños colonos blancos”.

Emmanuel le responde que se “es exterminado tanto por el napalm imperialista en tiempo de guerra como por el fusil de caza del pequeño colono blanco en tiempo de paz. Esta no es razón para creer que en cualquier momento la elección es indiferente entre la afluencia de capital extranjero y la llegada de una horda de colonos sedientos de sangre”. Es de tal magnitud el descuelgue de la realidad histórica del gatomacrismo que ni siquiera entiende la dinámica y naturaleza del imperialismo que desea fervientemente servir. Las inversiones externas son un elemento de avance de la sociedad. Los muy rústicos gatomacristas pretendían que les sirvan como elemento de orden al igual que el fusil de caza del pequeño colono blanco. La historia no espera ni da cabida a los que no entienden sus contradicciones.

 

 

 

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