Abajo la Reina de Corazones

Es tiempo de reparar no solo la Justicia, sino además al Poder Judicial

 

Cuando era chica el mundo no dejaba de sorprenderme. Todo tenía una explicación perfectamente racional, que podía incluir algo de magia y por eso dejar de ser racional. En la iglesia de Santo Domingo, donde iba a misa con mi abuela Ruth, el centro circular de la corona del Cristo crucificado era sin lugar a dudas el reloj del viajero del tiempo. Después de todo, solo Dios podía guardar la prodigiosa maquina del tiempo en su propia casa, ¿no? Y lo mágico que era que mi papá batiera yemas con aceite y limón haciendo algo que se llama emulsión, y también era muy importante portarnos bien y no molestar porque además del proceso de emulsionar, parecía ser muy importante no alterar el humor de quien preparaba la mayonesa. ¡Y también era muy pero muy importante que si era mujer la que hacía la mayonesa no estuviese con el período, aunque nadie terminaba de explicarme qué carajo era el período! Y hace falta que les cuente sobre el proceso mágico de hervir con azúcar, que hacía que las uvas que en heladera se ponían feas, se mantuvieran deliciosas en los frascos que mi abuela Irma guardaba en la alacena.

Sé que debo haber sido una niña insoportable, preguntándolo todo y entendiendo que en la cocina existía un laboratorio que funcionaba mucho mejor que el que había en el colegio. Mis padres me explicaban siempre la base científica de lo que hacían, pero yo no podía evitar pensar la parte medio mágica del asunto. Varios años después me sentí comprendida cuando estudiaba Introducción a la Filosofía y descubrí que Aristóteles también se preguntaba sobre el primer motor inmóvil. Años de intentar entender cómo se movía el reloj al que mi papa le daba cuerda y por más engranajes y piecitas que tuviese, se seguía moviendo aun después de darle cuerda. Cuerda le dábamos a la cajita musical y duraba solo un rato la musiquita.  Y por qué después de un temblor, le hizo una grieta en la pared donde colgaba el hermoso reloj y dejó de funcionar, por mucha cuerda que le dieran. “Cambio la inclinación de la pared”, dijo sentencioso mi papá y dejó de darle cuerda, resignado. Porque siempre hay un primer motor inmóvil que es más mágico e inexplicable que la cuerda.

¿Y los husos horarios? Sí, sí, entiendo que la Tierra gira en torno al sol, pero lo aprendí intentando entender cómo viajaban los camellos de los Reyes Magos para llegar de noche a mi casa en San Juan, demasiado tarde para mí —que ya me había dormido—, pero no para desperdiciar el pasto y el agua que les dejábamos.

Tal vez por eso cuando llegó a mi poder Alicia en el País de las Maravillas me enamoré del libro para siempre. Todo era perfectamente lógico, sin que perdiese el espacio para lo mágico. Alicia pensaba como pensaba yo. Se hacía preguntas con pedazos aprendidos en sus lecciones y llegaba a conclusiones erradas pero perfectamente lógicas, como mis conclusiones habituales.

Mi papá trataba de explicarme el concepto de absurdo que existía en el libro, pero a mí nada me parecía absurdo. Todo era perfectamente normal y lógico. Incluyendo el conejo apurado, la reina de corazones, el gato que reía y la fiesta del sombrerero. Lo que más me sorprendió fue la mención del dodo, porque ese pájaro ya no existía pero claro, seguro que existía cuando el libro se escribió. Entre la casa y el colegio había un maravilloso museo de ciencias naturales que tenía en la puerta la reproducción de un dinosaurio y entendía que había animales que habían existido antes y ya no existían más. Y había leído en el Tesoro de la Juventud que los pájaros dodo vivían solo en una isla y que no podían volar y que eran gordos y ricos como el pollo y los marineros se los habían comido a todos. Y yo, que en esos días odiaba comer pescado, entendí perfectamente a los pobres marineros comiendo pescado durante meses y llegando a un lugar donde había pollos fáciles de cazar. Era como en casa cuando hacían flan, simplemente nos comíamos todo. Nosotros éramos niños marineros en otro mar de estrecheces e hiperinflación, después de todo.

En Alicia hay un juicio delirante en el cual ella reflexiona: “Alicia no había estado nunca antes en un tribunal pero había leído acerca de ellos en los libros, y se sintió complacida cuando se dio cuenta de que sabía el nombre de casi todas las cosas".

«Ese es el juez —se dijo—, porque tiene esa enorme peluca».

El juez, entre paréntesis, no era otro que el Rey, y como se había puesto la corona arriba de la peluca (observen la página XII si desean saber cómo se las ingeniaba) no parecía sentirse nada cómodo y tampoco estaba muy elegante que digamos.

«Y ese es el estrado del jurado —pensó Alicia—; y esas doce criaturas (tenía que decir “criaturas” ¿saben?, porque algunos eran mamíferos y otros eran pájaros) supongo que serán los juramentados».

Se repitió dos o tres veces esta última palabra, ya que consideraba —con todo derecho— que muy pocas niñas de su edad conocían su significado. Sin embargo, habría alcanzado con llamarlos «miembros del jurado».

 

 

 

 

 

 

La hermosa historia de mi niñez se volvió horrible realidad en los últimos años, donde vi procesos penales hacerse con tanto absurdo y tanta arbitrariedad como si los jueces y fiscales de este país se hubiesen convertido todos en Reinas de Corazones. Crueles, caprichosos, y sobre todo injustos y arbitrarios.

Me acordé de Alicia hace pocos días, cuando leí la noticia acerca del pedido que había realizado el senador Oscar Parrilli de iniciar el enjuiciamiento a un fiscal, Carlos Stornelli, y a un defensor oficial, Gustavo Kollman. Ambos por la causa Cuadernos.

Llame a Parrilli para pedirle que me enviara los escritos. Y los leí con atención.

Sobre Stornelli hay poco para decir, a estas alturas. Si el Poder Judicial argentino funcionase medianamente bien, Stornelli no podría seguir siendo fiscal en ejercicio. No menos cierto es que el hecho de estar procesado, como lo esta en la causa D'Alessio, no lo convierte en culpable. Presunción de inocencia, que le dicen. Y aun cuando Stornelli y sus sortijas y sus peritos truchos y sus medialunas compartidas con D'Alessio en Pinamar permiten su procesamiento, la Constitución Nacional, los tratados internacionales de Derechos Humanos y la mínima decencia de respetar los principios del Derecho Penal impiden considerarlo culpable hasta que un juicio respetuoso del debido proceso lo declare como tal y la sentencia de dicho juicio quede firme.

Y voy a ir más lejos. Aun el hecho de que Stornelli se haya olvidado de estos principios tan elementales del Derecho Penal, eso no habilita a nadie a tratarlo como culpable. Y si queremos de verdad sanar al Poder Judicial de tanto espanto, lo primero que tenemos que hacer es no ser como Stornelli o como era Bonadío. Porque eso que hacían ellos no es Justicia sino algo horrible que nada tiene que ver con ella. Porque el Poder Judicial no puede ser la Reina de Corazones.

Voy a ser honesta. No habiendo sentencia firme que declare culpable a Carlos Stornelli, y con absoluta independencia de lo que yo opino en mi fuero íntimo, creo que la causal correcta para solicitar su remoción hoy por hoy es claramente el mal desempeño en sus funciones. Si cometió delito en ejercicio de las mismas debe determinarlo el tribunal de enjuiciamiento, no yo.

Solo voy a reiterar lo que dije cuando recusé a Stornelli. Que Stornelli no debía seguir siendo fiscal por la falta de objetividad que se ha verificado en su conducta. Y más aun, en relación a la causa Cuadernos y sus conexas, expliqué que Stornelli tenía, desde el momento en que se encontraba imputado en la causa D'Alessio, un especial interés en el resultado de la causa Cuadernos y sus conexas, porque los hechos investigados en D'Alessio se vinculan directamente con la actividad de Stornelli como fiscal en Cuadernos, GNL y otras causas conexas. Y señalé entonces y reitero ahora, no le puedo reprochar a Stornelli ese interés, toda vez que se trata del ejercicio del derecho a defensa de Stornelli, completamente legítimo. Como todos, Stornelli tiene derecho a ejercer su derecho a defensa. Lo que no puede es seguir siendo fiscal en causas en las que tiene un interés.

Sería mucho más simple si se hubiese apartado, que es lo que correspondía que hiciese. O si lo hubiesen suspendido hasta tanto se tuviese certeza sobre su vinculación. Pero la soberbia de las reinas de corazones macristas no les permitió hacerlo.

Digo esto y pienso en lo absurdo que es el sistema de control de los funcionarios Judiciales. Al juez de Cámara Eduardo Freiler no solo lo suspendieron, sino que lo removieron de su cargo imputándole un delito que, a la postre, resultó que no existía.

Ustedes sabrán, yo hago básicamente defensas legales, pero eso no me impide reflexionar sobre el conflicto que existe entre el deber de resguardar los intereses de los que afrontan un proceso penal y merecen que se respeten sus garantías, respecto a un tribunal y un fiscal objetivos, y el avasallamiento de las mismas garantías de debido proceso y presunción de inocencia para los funcionarios judiciales cuando deben ellos afrontar un proceso disciplinario.

Definitivamente el proceso no se presenta como razonable ni respetuoso del debido proceso. Para nadie.

Es uno de los puntos que se debería tener en cuenta cuando hablemos de la Reforma Judicial. Como abogada quiero poder reclamar el apartamiento de un funcionario o bien que se adopten medidas disciplinarias respecto a sus conductas sin necesidad de acusarlo de un delito. Pero si me pongo del lado de los funcionarios judiciales, apoyaría que, para imputárseles delitos, las conductas culpables sean probadas por sentencia firme.  Y en todo caso y mientras discurre esa discusión, deberían implementarse medidas preventivas, tales como las suspensiones o similares.

Sin las medidas preventivas, Galeano —juez de la causa AMIA, hoy condenado sin sentencia firme por el encubrimiento de AMIA— podría seguir siendo juez.

Si no encontramos cómo ejercer las medidas disciplinarias en el Poder Judicial de modo respetuoso de las garantías constituciones, lo único que conseguiremos, finalmente, es que la corporación judicial se abroquele en defensa de sus miembros.

Y lo que yo quiero como abogada es que los controles disciplinarios funcionen también dentro del Poder Judicial. Que cualquier abogado pueda quejarse de lo que hace un juez o un fiscal sin necesidad de imputarle un delito, porque no todo mal desempeño es necesariamente delito. Y que no se avance en medidas contra los funcionarios judiciales en vulneración de sus derechos y garantías.

Escribo esto y no dejan de venirme a la cabeza párrafos de un leading case que he escrito infructuosamente muchos años, pero que creo conveniente recordar. Es el caso Llerena, que dice: “La garantía de imparcialidad del juez es uno de los pilares en que se apoya nuestro sistema de enjuiciamiento, ya que es una manifestación directa del principio acusatorio y de las garantías de defensa en juicio y debido proceso, en su vinculación con las pautas de organización judicial del Estado”.

Estas premisas son perfectamente aplicables a todos los casos. Para el defendido que reclama un juzgamiento imparcial y para el funcionario judicial que reclama lo mismo. Ambos tienen derecho a las garantías de defensa en juicio y al debido proceso.

El caso Llerena trata de recusación de jueces, por vulneración de deber de objetividad e imparcialidad. El nuevo Código Procesal Penal establece la misma obligación de objetividad para los fiscales, que hasta la fecha permanecían en un terreno nebuloso y siempre sometido a la discrecionalidad más extrema.

Como enseña el enorme Julio Maier Julio Maier, “el deber del acusador público no reside en verificar [el] hecho punible sino, antes bien, en investigar la verdad objetiva acerca de la hipótesis delictual objeto del procedimiento, tanto en perjuicio como en favor del imputado, deber similar al que pesa sobre el tribunal’ (Derecho Procesal Penal. I. Fundamentos, ed. Del Puerto, Buenos Aires, 2003, pág. 508). Y añade más adelante: “Al menos en los sistemas que provienen del continente europeo, de cuya cultura, organización y caracterización del oficio nosotros somos dependientes, a la fiscalía le incumbe tanto el deber de objetividad (imparcialidad en la persecución penal) como el de lealtad con el imputado y su defensa”. Y también: “Conforme a estos deberes, propios del oficio concebido de una manera determinada, se comprende la posibilidad de que las personas que ejercen el oficio de fiscales sean excluidas de cumplir esa función por razones similares a las de los jueces y por las mismas vías (temor de parcialidad que provoca la recusación o la excusación)” (Tomo II, ‘Parte General Sujetos Procesales’, pág. 44).

No estoy defendiendo a Stornelli, ni pretendo hacerlo. He sostenido pública y judicialmente que Stornelli debió haber sido apartado de su cargo de fiscal hace rato. Sólo estoy tomando un caso emblemático para señalar que los principios y garantías que reclamamos para unos también son aplicables para otros. Porque, señores y señoras, las garantías constitucionales son para todos. Más allá de quienes sean algunos de esos todos. Porque en materia de garantías no puede haber “algunos”.

Lo hago porque creo sinceramente que, si no corregimos todo cuanto está mal en el Poder Judicial y en los sistemas de control de ese Poder Judicial, nada va a cambiar. Y si nada cambia, tanto sufrimiento no habrá implicado aprendizaje de ninguna especie.

Quiero poder pedir el apartamiento de un funcionario judicial sin necesidad de imputarle un delito y quiero que se respeten las garantías de los funcionarios judiciales sometidos a procesos disciplinarios.

Hace mas de tres años le prometí a un amigo que se moría víctima de una persecución judicial inhumana, que luego de su muerte no iba a dejar de pelear para que lo que le había pasado primero a él y antes a su papá más de 40 años atrás, no le pasara a nadie más, nunca más.

Cumplir esa promesa implica declinar el lugar de juez —que no soy— y también declinar mis particulares opiniones sobre los casos. Para mirar como puedo los conflictos del derecho. Y pensar cómo resolverlos sin vulnerar derechos y garantías.

No me cabe duda de que Carlos Stornelli incurrió en mal desempeño de sus funciones como fiscal. Pero no seré yo quien determine si ese mal desempeño es o no delito. Si algo es delito debe determinarse en un tribunal independiente, respetando el debido proceso. Y debe constar en una sentencia firme.

No quiero que le pase a Stornelli ni a nadie lo que le pasó a Eduardo Freiler. A quien removieron de su cargo por un delito del que no era culpable.

Y voy a señalar algo también: si se va a empezar a revisar en serio el mal desempeño de las funciones judiciales, eso implicará no solo revisar lo que hizo el funcionario, sino la larga lista de funcionarios posteriores que convalidaron ese mal desempeño, y sus responsabilidades. Tal vez así la corporación judicial deje de funcionar como una oscura hermandad de protección y empiece a funcionar como un lugar iluminado por la justicia. Donde todos son responsables de lo que pasa ahí adentro.

Y quiero señalar algo que es de estricta justicia: en loscuatro años de gobierno macrista, hubo pocos jueces que se animaron a escribir sobre las responsabilidades y errores que cometía el Poder Judicial. Una de esos pocos era la Ana Figueroa, miembro de la Cámara de Casación Federal, que lo hizo casi en soledad. No es que esté de acuerdo con todas sus sentencias, porque no lo estoy, pero le reconozco el coraje de dejar por escrito, y en minoría, cada cosa que pasaba.

Lo que aprendí en estos años es que los Bonadío no existen solos. Existen porque el sistema permite que existan. Y yo no quiero cambiar a un juez o a un fiscal. Lo que quiero es que cambie el sistema de arbitrariedades que llamamos Poder Judicial y que —déjenme decirles— ha causado mucho daño y mucho dolor. Ese es el desafío. No son las personas lo que hay que cambiar. Es el sistema que permitió todo esto.

Digo esto porque en los pasillos de Comodoro Py, hay rincones donde la reina de Corazones donde aún goza de buena salud.  La herencia lamentable de los Claudio Bonadio.

Déjenme contarles, hace unos párrafos les hablé de un amigo. Mi amigo era Héctor Timerman. La infame persecución que sufrió la sufrió en la causa en la que se lo acusaba de traición a la patria y encubrir el atentado de la AMIA. El juez que investigaba esa causa era Bonadio.

En esa causa hay dos testigos claves. El ex Secretario General de Interpol Ronald Noble y el entonces asesor legal de Interpol, Joel Sollier. Solier emitió un dictamen señalando que la firma del memorándum con Iran NO afectaba en modo alguno la plena vigencia de las Alertas rojas de AMIA. Noble desde el inicio mismo de la investigación ha declarado cuanto medio publico le ha puesto un micrófono que la denuncia de Nisman es falsa. Y le pidió al Poder Judicial argentino que lo llamase a declarar.

Pero la Reina de Corazones decidió no hacerlo. Dio por cerrada la investigación y elevó la causa a juicio, sin el testimonio de los Interpol. Verán ustedes el nivel de investigación deplorable que fue esa investigación. Incluso la Reina de Corazones admitió testigos. Bonadio no.

Pero Bonadio no se quedó ahí. Luego de clausurada ese tramo de la investigación, Tomas Farini Duggan hizo a una presentación en nombre de uno de los querellantes, familiar de uno de las victimas del Atentado pidiendo que se investigue la participación criminal de Noble. Convertir al testigo en imputado es uan vieja táctica en al que Bonadio se especializaba. Así que así lo hizo.

Hace pocos días Carlos Zanini, hoy procurador del Tesoro, se presentó pidiendo la nulidad de todo lo actuado. De esa investigación de pacotilla que fue Memorándum y de la elevación a juicio.

Zanini le recordó algo al Poder Judicial. Según nuestra Constitución Nacional, a los diplomáticos no los investiga la justicia federal. Los miembros de Interpol gozan de inmunidad diplomática Los debe investigar la Corte Suprema. Y si querían hacer de Noble un imputado, debieron haber girado la causa a la Corte. No retenerla.

Este mero recordatorio de lo que ordena el artículo 117 de la Constitución sucedió luego que la Cámara de Apelaciones, que se supone debe controlar a los juzgados de instrucción, rechazase un recurso y ordenase al reemplazante de Bonadio continuar investigando a Noble.

Ya no gobierna Macri ni su mesa judicial. El juez ya no es Bonadio. Pero el sistema sigue insistiendo en no leer ni aplicar la Constitución Nacional. Y ese sistema de jueces que creen que pueden escribir cualquier cosa, incluso en contra de la letra constitucional, lo que hay que cambiar. No se trata de los jueces o de los fiscales, reitero. Se trata del sistema.

A veces pienso que muchos nos sentimos como Alicia cuando fatigamos pasillos en tribunales. Un poco como en este dialogo:

“—¿Qué clase de gente vive por acá?

—En esa dirección —dijo el Gato señalando vagamente con la pata— vive un Sombrerero y en aquella —señalando con la otra pata— vive una Liebre de Marzo. Puedes visitar a cualquiera: los dos están locos.

—Pero yo no quiero ir donde hay locos —dijo Alicia.

—Oh, eso es inevitable —dijo el Gato—; aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.

—¿Y usted cómo sabe que yo estoy loca? —preguntó Alicia.

—Tienes que estarlo —dijo el Gato—; si no, no habrías venido aquí”.

A lo mejor los que soñamos con cambiar el sistema estamos locos, pero somos locos que aprendimos mucho en estos cuatro años. Es tiempo de reparar no solo la Justicia, sino además al Poder Judicial. Es tiempo de recuperar la cordura.

 

 

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