A LAPIDAR, QUE QUEDA BIEN
Del “entorno” de Maradona, la tendencia al escrache y al linchamiento, y el sano consejo de Jauretche
Un segmento, apenas, de un drama. Como habrán observado, la sola mención de Morla o Luque despierta una furia sin igual. Cuando se raspa un poco, los fundamentos escasean. Surgen, como manotazo conceptual, versiones difundidas por Infobae, críticas genéricas al “entorno”, imputaciones lanzadas en programas de la farándula por un “amigo” de veinte años atrás. El que destila furia está tranquilo; sabe que se encuadra dentro de lo que queda bien.
No tengo idea de si los mencionados merecen o no esas condenas. Sólo he señalado que esos fueron los amigos escogidos por Maradona y todo lo que estamos escuchando es gente que dice que no le gustan sus amigos. Al desconocer la historia, al protagonista y los derivados, estas opiniones carecen de relevancia. Pero logran expansión.
Lo mismo para las decisiones económicas. Ni quien esto escribe ni nadie sabe por qué Maradona resolvió que Bragarnik y Morla lo representaran. Qué sumas arregló, cuánto ganó y cuánto ganaron con él. Pero esas son resoluciones del protagonista. Sólo evidencian confianza.
Sin embargo, la cuestión es más grave.
Lo que a través de estas polémicas se percibe, es que en vez de analizar los pasos seguidos por cada persona se buscan chivos expiatorios. Y se los busca a través de emociones que curiosamente aparecen relacionadas con una suerte de oleada asentada en medios y redes. Escraches, linchamientos.
Con intención, para no exculpar a priori, menciono aquí –y lo hice al aire– a Bragarnik. Podría haberlo dejado de lado ya que estaba en el exterior durante la muerte de Diego. Pero como su imagen es negativa y porta fama de gran empresario futbolero, lo incluí para no dejar pasar los nexos más espinosos de Morla, ni de Maradona. La idea es volcar información genuina, no caracterizar buenos o malos a priori, sin observar su andar.
La bronca que recibe este planteo por parte de los defensores de Villafañe es extraña y tiene un tono de lapidación. De todos los protagonistas la única que nada tenía que hacer en las cercanías de Diego era su ex mujer, divorciada por iniciativa propia y con todo derecho hace 17 años y en juicio con el jugador y técnico por más de seis millones de dólares. Esto es objetivo.
Tampoco tengo buena o mala opinión de Claudia. Ni la menor idea de su comportamiento. Sólo observo que las apreciaciones llegan brumosas, pletóricas de “la amo” y “lo odio” sin más fundamentación. Pero si hay algo cierto, manifestado en público y corroborado ante la Justicia, es que Maradona no quería tenerla cerca.
Entonces reflexiono y ahí sí me permito inferencias, pero lo aclaro: el apoyo a Claudia y el rechazo a Rocío y Verónica, ¿permiten atisbar algún rastro de prejuicios sobre qué es correcto o incorrecto hacer? Para el moralismo, ¿Claudia es “la mujer” como debe ser y las otras unas “oportunistas”, por así decir para no levantar polvareda? En mi mirada, todos se relacionaron como adultos, cuando y como lo desearon.
En la misma línea: se difunden preceptos punitivos asentados en las infidelidades de Diego. “Que se joda, ¡con lo que le hizo a la mujer!” No deja de ser curioso que quienes los postulan adopten imagen de transgresores y rebeldes tipo no me cabe una, pues en verdad reproducen el argumento que en otras circunstancias dicen combatir: “Y qué querés, el tipo le pegaba porque la mina lo engañaba”.
Como siempre condené esos comentarios, y los hechos que así se pretendían justificar, no me preocupa apuntar el mismo criterio en situaciones distintas pero equivalentes.
Si cometieron errores o aciertos y cuáles fueron los móviles de cada acercamiento están más allá del conocimiento de este narrador sinceramente preocupado. Por eso mencioné a réprobos y elegidos al aire y los subrayo acá. No es en estas líneas, mal que les pese a algunos, donde se señala honradez o deshonestidad en tal o cual. Maradona se asoció a quien le pareció, unió su vida, rompió sus relaciones, con quien se le ocurrió.
Tras su paso por la clínica, esos vínculos le fueron cortados. Así como su trabajo. El argumento fue “cuidarlo”. Pero los últimos días allá lejos, en Nordelta, no tuvo afecto, ni tratamiento médico especial. ¿Quién y por qué resolvió esas acciones?
Hace rato que estoy en pugna con el prejuzgamiento. Lo saben quienes leen estas páginas: en todos los rubros.
Me indigna el linchamiento. Profundamente. Y su sostén argumental.
Ese sostén no es otro que “¡pero no podés venir a defender a…”. A quien sea.
En su momento, a los acusados por corrupción –¿se acuerdan del militante tipo “nolopodésnegar”?–, luego a cualquier mencionado como acosador, a todo imputado de chorro, a alguno sindicado como machista; y a no olvidarlo: antes, a los señalados por putos. El asunto no radica en los nexos entre apuntados –casi siempre inexistentes– sino en el comportamiento de una zona de la sociedad que a la voz de aura levanta las piedras y entra a lanzar. Ni sabe por qué. Es tan cobarde que, una vez iniciada la tropelía, empieza a acusar a quienes no apedrean con suficiente energía.
–Y estos que dejaron de insultarlo –piensan–, ¿no serán cómplices del lapidado? Por ahí este se para acá pero también es corrupto, acosador, chorro, machista, puto… o lo que sea.
Bueno, ahora le toca a Morla. Todo aquel que no sabe qué decir sobre Maradona porque el 10 le resulta incómodo si vamos a fondo, enfatiza que el abogado lo estafó, lo saqueó, lo hizo firmar. Destaca, con aire sabedor, que la clave estuvo en su “entorno”. Como si uno de los tipos más inteligentes del país fuera tonto y fácil de embaucar.
Esto es sólo un tramo de una historia más extensa, narrada parcialmente en el artículo Modelo para armar. En ese tramo, me permito indicar atenti con los conceptos aprendidos sobre lo bueno y lo malo, pues nos conducen a trazar líneas fijas que luego no pueden acomodarse a la realidad.
Quienes tienen algo de memoria pueden evocar la “Teoría del Cerco”. Es la antecesora de la “Teoría del Entorno”. Consiste en decir, a voz en cuello, que un protagonista importante está rodeado de personas que le impiden actuar “bien”; es decir, del modo en el cual los críticos consideran que debería actuar. Es útil, claro, porque les permite condenar los pasos de la figura en cuestión, fingiendo rescatarla. Ni por un momento se permiten suponer que el personaje hace lo que hace porque quiere, y que quienes lo acompañan están allí porque a él le parece bien. Lo menoscaban, pretendiendo exaltarlo. ¿Recuerdan casos así?
Es valioso, al abordar los temas, mirar hacia dentro y limpiar el prisma a través del cual se observa el mundo y las personas. Si resulta posible eliminar ese prisma, mejor aún. Para todo.
Si fuéramos automáticamente magníficos o delictivos en nuestros comportamientos individuales, los asuntos se resolverían con gran facilidad. Pero nadie dijo que la vida podía ser fácil. Menos, claro, la de Diego Armando Maradona.
La tendencia al escrache y el linchamiento –todos contra uno– en la sociedad argentina se viene tornando peligrosa y tiende a la ruptura del pensamiento maduro para instalarse en la apología o el rechazo adolescente de quien sienta bien o mal por cuestiones epidérmicas. Para qué averiguar qué pasó si la cosa está resuelta. Es así y aquel que lo ponga en duda, también será puesto en caja.
Dentro de ese esquema llama la atención que los lapidadores más entusiastas suelen ser quienes se postulan como anti-discriminatorios. Mientras levantan banderas de inclusión, señalan a los disidentes y claman por censura. Pasa que la unilateralidad empobrece el pensamiento. Pero una cosa es que semejante labor autoritaria se despliegue sobre un medio en particular y otra, que abarque a gran parte del conjunto social.
No es grato el clima cultural que se ha ido forjando en la Argentina.
Hasta en días de sol, la neblina dificulta ver con nitidez. Es un turbión mental de amplia evolución.
No hay antídotos. Pero una buena opción es seguir a Arturo Jauretche y mientras se observan los medios, entre mate y mate, preguntarse: ¿por qué publican esto? y ¿qué hay detrás de esta noticia? Sea cual fuere la conclusión, se sentirá la sana percepción de no estar siendo llevado de las narices. Total, el tiempo que se gasta en decir tonterías sin sentido es semejante al empleado en reflexionar.
En el caso Maradona, como en otros, corresponde una investigación seria y despojada de prejuicios a la hora de certificar cómo se comportó cada uno en cada situación. El ruido –aunque las ondas sonoras sean invisibles– es parte de la neblina.
* El autor es director de La Señal Medios. Publicado en la revista Mugica
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