El volumen de la oratoria de Macri es directamente proporcional al fracaso de su gestión. Cuanto peor le va, más nos grita. Agradezcamos, entonces, que su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso haya sido la semana pasada y no esta, durante la cual la cotización del dólar batió nuevos récords.
Si el gobierno no logra controlar el dólar, la única variable económica que lo desvela desde hace meses, sería ingenuo esperar mejoras en los demás factores fundamentales para la calidad de vida de los argentinos que no le despiertan ningún interés. En apretada síntesis:
La inflación de enero informada por el INDEC fue 2,9% y la de febrero, que se difundirá la semana próxima, rondará el 4%. Por primera vez en 28 años, la inflación acumulada a lo largo de doce meses superará el 50%. En cualquier país que no sea la Argentina eso se llama hiperinflación.
No conocemos aún a cuánto trepó al cierre del año pasado el nivel de desempleo, que al final del tercer trimestre de 2018 afectaba al 9% de la población activa. El índice actualizado será publicado por el INDEC a mediados de mes pero, mientras tanto, ya nos enteramos por un informe del Ministerio de Trabajo que en 2018 se perdieron 191.300 empleos formales. Y las suspensiones de miles de trabajadores anunciadas hace pocos días por seis empresas automotrices –Renault, Honda, General Motors, Fiat, Iveco y PSA— ilustran el riesgo de que el deterioro laboral se profundice. Mientras duren esas medidas, los trabajadores suspendidos padecerán recortes de entre el 25% y el 30% de sus sueldos.
Más allá de los casos puntuales, el año pasado el poder adquisitivo del salario de los argentinos cayó un 11,6%, en el caso de los trabajadores registrados, y un 13,8% en el de los informales. La magnitud de ese desfasaje de arrastre y el efecto del fuerte repunte inflacionario en el comienzo del año alejan la posibilidad de que las negociaciones paritarias en ciernes consigan remediar el daño. Como advierte el último informe de coyuntura de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), que dirige la ex presidenta del Banco Central Mercedes Marcó del Pont, la política económica del gobierno ha pergeñado un escenario en el que aún “una buena decisión como la de mejorar el salario mínimo anticipando el cronograma de ajustes queda diluida” porque “los 12.500 pesos a los que ascendería la remuneración mínima a partir de marzo suponen un nivel alrededor del 13% más bajo que el registrado un año atrás”
Hasta los siempre entusiastas analistas locales y extranjeros, cuyas proyecciones tiene en cuenta mensualmente el Banco Central para su Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), empiezan a tomar cierta distancia escénica del gobierno. En el último REM difundido el miércoles pasado elevaron en 2,9 puntos su evaluación de cuál será el aumento del índice de precios al consumidor este año, que ahora proyectan en 31,9%. Ese pronóstico resultaría más convincente si el lector no se topara a vuelta de página con estimaciones en las que los mismos analistas aventuran que en el promedio de todos los días hábiles de marzo se podrá comprar un dólar con 39,5 pesos (ya cuesta más de 42) y el Banco Central pagará 49% de interés por sus letras LELIQ (el viernes llegó a pagar 60%).
El salto vertiginoso del precio del dólar, que subió siete por ciento en 48 horas hasta rozar los $44, provocó dos respuestas del gobierno. El jueves una réplica retórica en boca del ministro de Trabajo y Producción Dante Sica, quien aseguró que el gobierno “no encuentra todavía causas de preocupación respecto al tipo de cambio”. Y el viernes otra más práctica, y preocupada, de la conducción del Banco Central, que consistió en sumar una segunda licitación diaria de LELIQ a media mañana a la licitación tradicional que se sigue realizando media hora antes del cierre de las operaciones. El propósito declarado de la medida es “mejorar la señal de política monetaria y calibrar con más precisión la liquidez del sistema”. Traducido al castellano: si no empezamos a seducir a los pesos antes del mediodía, para la tarde ya se nos fueron todos al dólar. La contrapartida generosa es concederle a los bancos la ventaja de ofertar una tasa alta a la mañana con la tranquilidad de que a la tarde podrán colocar el excedente si la tasa de corte matutina los deja afuera de la primera licitación.
La amplitud de la banda de no intervención cambiaria impuesta por el FMI, que le prohíbe al Banco Central vender dólares de las reservas mientras el tipo de cambio mayorista no perfore el límite superior (hoy en $50,23), sólo le permite al gobierno elegir entre dos opciones desagradables: permitir que el dólar escale velozmente hasta los $50 e impulse aún más la inflación o seguir subiendo las tasas de interés todo lo que haga falta para controlar al dólar y agravar la recesión. Por ahora parece haber optado por la segunda.
Como la cosa siga así, y nada sugiere que vaya a cambiar, Macri se queda afónico y nos deja sordos. De nosotros depende poder dejar de escucharlo a partir del 10 de diciembre.
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