A FAVOR Y CONTRA (ALGUNOS) TEXTUALES TEXTOS

Hay varias vidas más allá del periodismo: la literatura es una de ellas

 

Entre los chupones más célebres de la historia se destaca el perpetrado entre Françoise Bornet y Jacques Carteaud frente al ayuntamiento de Paris en el invierno de 1950. No por haber entibiado uno de los momentos más gélidos de la Guerra Fría, sino por haber sido inmortalizada por la lente de Robert Doisenau (Francia 1912-1994). “Aún en su significación histórica (es decir, lo que aprés coup significará en la historia del arte), el diálogo del fotógrafo y la pareja es tan irrecuperable cuanto banal. Lo único que importa es que ellos (Françoise Bornet y Jacques Carteaud) acceden a un requerimiento del fotógrafo que es imperioso deseo: reproducir una realidad para hacerla real”.

 

 

Tiempos de más o menos soterrado enfrentamiento entre los países capitalistas y la órbita socialista, El Beso, la foto, de pura casualidad deschavó la presencia en la capital francesa del coronel de la KGB Fiodor Mijailovich Nefvakov, que pasaba por ahí. Hasta ese momento el espía se había mantenido encubierto bajo el nombre de Pierre Vincent, pero fue reconocido por un experto de la CIA a través de la fotografía que fue tapa de la revista Life. Un par de días después Nefvakov-Vincent se internó en una oscura callejuela de Montmartre y no se lo volvió a ver. Lo asombroso es que, diecinueve años más tarde, del otro lado del Canal de la Mancha, otra foto también famosérrima se enlazará con la anterior en circunstancias tan distintas como similares.

Sucedió a partir de que Iain Macmillan disparó su Hasselblad sobre cuatro tipos que cruzaban la calle por las rayas blancas en la esquina de los estudios de grabación de Abbey Road, que le dio imagen y título al penúltimo disco de The Beatles. Si se observa con atención la foto, sobre el margen derecho, bajo un árbol y junto a un Bentley negro, mira la escena un hombre algo mayor, apenas divisible. Tanto en Moscú como en Langley no demoraron en verificar que se trataba del mismísimo Nefvakov-Vincent que con pasaporte a nombre de Paul Cole a la sazón paseaba por Londres. Dos veces descubierto por obra del azar en otras tantas fotografías inmortales, para enterarse qué sucedió con el agente secreto entre París y Londres y aún después, es preciso recurrir al volumen de cuentos recién editado por Daniel Cecchini (La Plata, 1956).

 

 

Sin lugar a dudas la historia más desopilante de Contratextos, puede que “Dos fotos para el coronel Nefvakov” no resulte la más representativa entre los veinticinco relatos breves que en su momento revistieron en la contratapa del periódico Miradas al Sur, en sus postrimerías propiedad de un agrupamiento político de los que fomentan el gorilismo pavoneándose de su compromiso con las causas populares mas sin pudor por dejar a sus trabajadores en la calle. En la actualidad, Cecchini es editor del portal informativo Socompa.

Marcados desde el origen por el hecho de inmiscuirse en esos “intersticios entre la crónica y la ficción” que el periodismo a la vez habilita y limita, los textos bogan en una diversidad de climas y temáticas que, en tanto otorgan agilidad al conjunto, ahondan en sucesivas capas de experimentación y desarrollo de la —por ende cuidada— escritura. Juego de contrastes, el libro arranca con cuatro cuentos que instalan al lector en antecedentes: la vida cotidiana en los suburbios, no sólo platenses; clubes de barrio, personajes, anécdotas entrañables que bosquejan a trazo sutil perfiles de la condición humana. El cine, Maradona cebollita, algún torturador camuflado, conforman ese ser ubicado entre Frankenstein y los homúnculos de Hobbes con cuyos fragmentos se construye todo mortal.

Más literarias que periodísticas, las historias de Cecchini abarcan situaciones tan variadas como la reconstrucción de fragmentos de la vida militante durante los tempranos ’70. Mediante escenas contundentes, describe mucho más que vivencias personales: relata cómo en la capital de la provincia de Buenos Aires y derredores, el genocidio salvaje comenzó —igual que en Tucumán— bastante antes de marzo de 1976, bajo el hacha de los grupos parapoliciales y la CNU, que el autor ha investigado y testimoniado en juicios.

Como puente entre un bloque temático y otro, un relato vuelve a visitar el tan evocado como necesario momento en que Federico García Lorca marcha al paredón de fusilamiento, mira a sus camaradas en suerte y a los inminentes asesinos y se estremece: “Si ese es el rostro de la muerte (…) entonces la muerte es nada”. La bisagra lorquiana sirve de llave para abrir renovadas ficciones, acaso disimuladas de crónicas. Pasan de tal modo la metafísica revisión del libro Astrología Esotérica de José López Rega, la noche del triunfo de Raúl Alfonsín a la presidencia, la historia del portugués que fundó dos veces Buenos Aires, el enviado de Marx a la Argentina y su cogotudo fin, el mariscal paraguayo dentro de El Eternauta, un encuentro con Pessoa y sus heterónimos, terror suicida en el subte de Londres, Lacan explicándose ante Althusser una madrugada en la que no es preciso saber quién es uno y otro: “El filósofo sabe que Lucien Sabag es paciente del doctor (tout Paris sabe quiénes son los pacientes del doctor: a los pacientes les interesa que todo el mundo que importa lo sepa; al doctor también)”.

Los Contratextos de Cecchini no son contra nada ni contra nadie. Son a favor de la literatura y homenaje a una trayectoria en el periodismo de trinchera recorrido hasta la extenuación. O sí, en forma encubierta como el agente secreto soviético que se da a conocer sin saberlo, combate con fervor militante la mediocridad de la letra, la impunidad de los asesinos, el olvido de la Historia, la solemnidad de los jetones, los diques a la fantasía.

 

 

FICHA TÉCNICA

 

 

 

 

Contratextos

Daniel Cecchini

La Plata, 2018

100 págs.

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