El Pequeño Marcucci Ilustrado
Se fue el viejo Carlos Marcucci, bon vivant todo terreno y querible juntador de gente
El domingo pasado falleció Carlos Marcucci. Tenía 89 años. Este consecuente bon vivant, seductor tiempo completo y amiguero devoto, tuvo un largo y divertido paso por la vida, apenas opacado por unos últimos tiempos en los que su salud le hizo desplantes serios. Escritor y periodista; poeta y músico (intérprete del piano, de la guitarra y del banjo, cofundador de la Guardia Vieja Jazz Band); dramaturgo y publicista político; humorista en libros, gráfica y radio.
En el año 2019, ya atrapado sin salida por una enfermedad que no lo dejó en paz hasta el final, tuvo su penúltima ocurrencia. Hizo público que sacaba a la venta su archivo de miles de chistes “usados, pero no maltrechos”. El motivo: “necesidad de soltar y el deseo que otros los aprovechen”. Los había imaginado como proveedor de momentos radiales graciosos para Cacho Fontana, Mario Sapag y Nito Artaza, y durante 21 años para una sección de la revista Caras. A esas creaciones las definía así: “Tienen una doble condición: son capaces de provocar un estallido de risa y, a la vez, son rápidamente suplantables por el chiste que viene enseguida”. Los guardaba en carpetas, ordenados temáticamente. Chistes de padres e hijos: “El padre fabricaba arpillera. El hijo salió comisionista de bolsa”. De matrimonios: “Querida, ¿puedo agarrarte de las manos? / ¿Por qué? ¿Tenés miedo?”. De mozos y clientes: “Mozo, quiero un pollo muy, muy tierno / Perdón, señor, ¿usted lo quiere para cenar o para invitarlo a salir?”.
Esta tarea la cumplió con enorme solvencia durante décadas, pero su mayor hazaña humorística fue el modo en que supo reírse de él mismo. La dedicatoria de su libro Marcucci existe está dirigida “a todas las mujeres que amé y que me amaron y que transformaron en realidad la ficción”. Para esa época mandó a estampar remeras con leyendas como “No soy sólo una cara bonita” o “No quiero ser más un objeto sexual”. Sostiene el docente Fernando González, uno de los alumnos dilectos de sus talleres literarios, que cuando lo elogiaban o lo halagaban titulándolo maestro decía: “No se equivoquen. Yo estoy más para el paño lenci que para el bronce”. Su íntimo amigo Carlos Trillo y Ernesto García Seijas lo convirtieron en personaje de historieta como coprotagonista de la tira El Negro Blanco, publicada en Clarín a partir de 1987. El muy recordado Trillo lo pintó de esta manera: “Marcucci es el seductor más grande de la Argentina. Algo tiene, algún fluido. Porque no es joven, no es lindo, no tiene plata y siempre lo persiguen unas jóvenes preciosas. Lo que mejor habla de él es que es un tipo afectuoso, que te escucha”. En Twitter, el periodista Jorge Halperín lo recordó en otro de sus aspectos: “Era un muy querible juntador de gente. Tantísimo tiempo atrás él armaba esas mesas en Mimo’s, un café que estaba frente a la Galería del Este a la que se sentaban Trillo, Dolina, Chacho Álvarez y mucha otra gente que me hacía esperar esos encuentros”. Es cierto: fui habitué de esos estimulantes encuentros mucho antes que el concepto grieta nos ubicara en mesas diferentes.
En diversos momentos de los memorables años ‘70 Marcucci dirigió la revista humorística Mengano y junto a Martín Mazzei tuvo un cargo académico en la famosa Escuela Panamericana de Arte.
Biblioteca Marcucci
Publicó varios libros, algunos inhallables, como una temprana historia del grupo Almendra. Como era de práctica en la época se inició con la poesía (Poemas para alterar la especie); siguió con divertimentos como La vida sexual de Robinson Crusoe (en coautoría con Dalmiro Sáenz) y Cuentos Pornográficos. Fracazo (así, con zeta) es su libro más “hipposo”. Desde el prólogo, Humberto Constantini encontró las palabras justas para identificarlo: “hermoso, despelotado, vital, confuso, asombrado, apasionante, peleado con la sintaxis, poético, valiente, maduro, infantil, entrador, cálido”. En 1983 (con Julio Levín y su compañera Susana, con Sergio Sinay, Martín Mazzei, Carlos y quien esto firma) nos aventuramos con Ediciones de la Pluma, de muy corta existencia. Allí Marcucci publicó los cuentos de Enemigos de todo lo bueno. De ese modo llamó a los crueles dictadores que ya se iban. Mi favorito entre sus libros es Marcucci existe, en donde reunió textos periodísticos publicados en distintos medios escritos. Esta semana volví a leerlos y muchos de ellos tienen una sorprendente y amarga actualidad. Menciono dos ejemplos.
En 1986 la Argentina atravesaba uno de sus planes económicos, el Austral. En ese marco, CM publicó en Clarín un par de columnas que eran un dechado de observación. Se titulaban “La Argentina se achica de noche” y “La Argentina que se agranda de noche”. A continuación, fragmentos esenciales de cada una.
“El Plan Austral arrancó prometiendo despedir a la inflación e instalar la estabilidad… Mi tranquilidad duró muy poco: a los tres meses de vigencia, la despensa de la esquina de mi casa aumentó el precio de los duraznos en almíbar… Comencé a notar un fenómeno físico increíble: en los lugares en los que se respetaban los precios fijados los productos comenzaban a empequeñecerse. El bife de chorizo que en mayo rebasaba el plato, en julio apenas alcanzaba ambos extremos del mismo; en octubre era más chico que el plato y en enero del año siguiente también era más delgado… Del mismo modo, la pizza grande se acercó al tamaño de la mediana. El plato de capelettis bajó de 22 unidades a 15; las dos rodajas de pepino de la hamburguesa se redujeron a una. Y así… Durante mucho tiempo se empleó el slogan ‘Achicar el Estado es agrandar el país’. ¿No habrá que buscar uno que proponga: ‘Achicar los productos es agrandar nuestras contradicciones’?”.
“Han pasado algunos meses y mi mente obsesiva descubrió otro fenómeno: una Argentina que se agranda de noche… El café que el día anterior me había costado 4 australes en ese nuevo día me costó 8; el bife de lomo que había pagado 20 australes ahora subió a 30… Supuse entonces que había enloquecido. Consulté a mi psicoanalista y me explicó que estaba más cuerdo que nunca. Y de paso me avisó que a partir de este momento sus honorarios subían de 20 a 40 australes por sesión… En la Argentina convivían dos países: la Argentina que se agranda de noche (el país de los precios, de los honorarios, de las tarifas y de la deuda externa) y la Argentina que se achica de noche (el país de las porciones de pizza, del tamaño de las hamburguesas, del espesor de las bolsas de polietileno y del largo de las salchichas)”.
El comunicador
Claro, todo pensado y escrito desde el humor. Había sólo un tema que lo ponía serio, además de los fallos de la salud. Peronista desde que pudo elegir, apasionado de la política, como publicista (una de sus profesiones) creó slogans para importantes candidatos del justicialismo. Las últimas veces que hablamos por teléfono, algunas bastante antes de las PASO, criticaba al gobierno especialmente por sus propuestas de comunicación y, medio furioso, le pedía “más peronismo”.
Marcucci trabajó de todo y hasta con cinco labores a la vez tuvo una vida de hombre libre y no atado a horarios. Por nada del mundo se perdía sus caminatas por Florida, que usualmente terminaban en la barra del Florida Garden tomando un café con amigos. En los textos de Marcucci existe alude a encuentros con conocidos como Dolina y Moria Casán, José Pablo Feinmann y Chunchuna Villafañe, José Castiñeira de Dios y Alberto Cormillot, Sergio Renán y Ricardo Halac, entre muchos que fueron sus casuales interlocutores paseando por la peatonal. Las historias y anécdotas protagonizadas por este personaje de los recientes 50 años darían para un flamante Pequeño Marcucci Ilustrado, el título del diccionario satírico que publicó en 1968. Lo sobreviven cuatro hijos, seis nietos. Personas muy cercanas como Ema Wolf, Martín Mazzei, Guillermo Saccomanno, Rosana, su hija Carolina, planean una reunión próxima para recordarlo y para reírse por él y de él. Al querido viejo Marcucci le gustaría. No pienso perderme ese convivio.
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