El negacionismo desmonta la memoria y culpabiliza a las víctimas
Las declaraciones de Esmeralda Mitre referidas a sus elucubraciones sobre números de desaparecid@s y su aritmética sobre l@s masacrad@s en los campos de exterminio nazis refrendan el recurrente interés de sectores minoritarios de nuestro país por evitar y/o inhumar la memoria. Lo que está en disputa en el discurso liviano de Mitre no es el quantum de los crímenes contra la humanidad sino su relevancia y su pregnancia al interior de una sociedad que se empecina –mayoritariamente— en perpetuar la evocación de sus víctimas cada 24 de marzo.
Descendiente del responsable de interrumpir uno de los pocos proyectos emancipatorios de América Latina en el siglo XIX —quien, además, exterminó al 90 % de los varones de Paraguay—, Esmeralda Mitre se percibe apta para establecer juicios sobre desaparecid@s. En el reportaje a Infobae divulgó concienzudos datos empíricos sobre las sumas de quienes fueron torturados, vejados, lanzados al mar y violados. Se refirió a la tragedia más dolorosa de nuestro país con idéntica fraseología a la que su ex-marido, Darío Lopérfido, empleó años atrás respecto de la problemática de los crímenes de Estado durante la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Las banalizaciones declamadas por el entonces Ministro de Cultura porteño generaron desaprobación en teatros y salas de espectáculos de la ciudad, hecho que motivó su renuncia/despido de su función gubernamental y su breve exilio diplomático en Berlín.
Es inevitable asumir que existe un registro instalado, en sectores minoritarios de nuestra sociedad, que reiteradamente se embarcan en el intento de sepultar la memoria compartida de una tragedia pública. En la entrevista que intencionalmente se constituyó en uno de los centros de la agenda mediática de estos días, se puso en cuestión algo más que números referidos a desaparecid@s y a la Shoá. En coincidencia con la versión sustentada por todos los grupos neonazis del orbe –en Argentina, muy pocos de ellos aceptarían definirse como tales—, Esmeralda Mitre se suma al coro de quienes empequeñecen la historia de los masacrados y en un mismo movimiento desvanecen la gravedad de los crímenes ejecutados por los genocidas. Pier Paolo Poggio caracteriza esta ofensiva a favor del olvido, sembrada a cuentagotas, afirmando que este relato “es funcional y orgánico a la cultura política neoconservadora, hoy en día en posición preeminente en todo los países occidentales, su objetivo específico consiste en la normalización del nazismo y el fascismo (…) demanda de la 'zona gris' de la sociedad de olvidar una época de horrores que ya no tiene interés ni relación con la actualidad”. Se busca la “desconexión” con respecto a la actualidad para que los desaparecid@s y los exterminados en la cámara de gas dejen de ser capaces de alumbrar y brindar energía social a nuevas generaciones. Se trata, en última instancia, de matar nuevamente. De ejecutar su muerte. De evitar que su respiración “contagie” a quienes caminan con sus fotos en las marchas y empodere a jóvenes, contaminados con la energía vital de sus luchas pasadas.
Deborah Lipstadt, investigadora que acusó al negacionista David Irving, explica los objetivos y las intenciones de quien buscan sepultar la historia.
La fraseología negadora y minimizadora no es casual. Instala una forma liviana forma de amnesia, capaz de hacer aceptable, con repiqueteos periódicos, la expansión de dos significados entrelazados: por un lado, aquel que busca desmontar la presencia de la memoria, como atributo conquistado por la democracia argentina y, por el otro, el descrédito y la culpabilización de las propias víctimas, asociándolas a espurios intereses económicos. Las frases “no son tantos los desaparecidos” y “pagábamos por desaparecidos que no eran…no estaban”, remiten a operaciones generadas por el discurso de los militares genocidas que buscaban construir un campo de ambigüedad, de duda, de “noche y niebla” en relación con vidas segadas, cuya entidad pretendía ser desechada de la faz de la tierra sin registro, ni nombre, ni historia, ni recuerdo. Ese es el parámetro de quienes reducen traumas sociales a debates aritméticos: los mismos que invisibilizan los números en los brazos de quienes vivieron en campos de exterminio son los que terminan recurriendo a controversias cuantitativas y/o invisibilizadoras: sus víctimas “no son”, “no están”, “deben estar en Europa”, las mismas utilizadas por el genocida Videla.
La señora Mitre pidió disculpas a la colectividad judía pero no hizo lo propio en relación con los l@s desaparecid@s. Y su disculpa reivindicó el espíritu de la afirmación original: para relativizar su ultraje afirmó que “los judíos son superiores”, la misma y curiosa interpretación desde la cual los nazis legitimaron su crímenes hacia quienes consideraban inferiores. Mitre no puede mirar la vida desde la horizontalidad de seres humanos igualados por su condición de tales: la observa confusamente desde superioridades e inferioridades. Y también desde presencias “visibles”, táctiles (su entorno plastificado de vaguedades prestigiosas) contrastado con ausencias (nuestr@s desaparecid@s) a quienes desvanece con discursos de imprecisión negacionista.
Mitre pidió esas grotescas disculpas a la colectividad judía pero no se le ocurrió tomar una similar actitud con las Madres, las Abuelas, l@s hij@s, ni con los organismos de derechos humanos, que mantuvieron las lamparitas encendidas cuando la oscuridad neoliberal intentaba apagarlas. Esmeralda –nombre de piedra—corrió presurosa a disculparse ante el establishment de la colectividad judía y la DAIA, parte integrante de la Alianza Cambiemos, quienes decidieron invitarla a un ágape en sus oficinas de la calle Pasteur 633 con el objeto de intercambiar precisiones sobre cuantificaciones abstractas, carentes de rostros y sin compromisos con su memorización lanzada al futuro.
En el escueto y diplomático comunicado referido a Mitre, la DAIA tampoco hizo referencia a la necesidad de aclarar los dichos sobre l@s 30.000 compañer@s. Probablemente no sea ésta una incumbencia de su misión institucional. Sin embargo, quienes memorizan los pasos en falso de quienes se autoerigen como moderados republicanos, contabilizan hechos que amparan y le dan sentido a Mitre y a todos los banalizadores y negacionistas que abarrotan las cámaras y los micrófonos de la sordidez: en el 2013 el numen del marketing CEOcrático permitió que se expresara su inconsciente y afirmó que “Hitler era un tipo espectacular”. En julio de 2016 fueron recibidos en la Casa Rosada representantes de partido nazi Bandera Vecinal. Ese mismo año, en agosto, el mismísimo secretario de derechos humanos Claudio Avruj afirmó —refiriéndose a la Shoá— que “nunca se determinó fehacientemente si (las víctimas judías) son 6 millones o 5 millones”.
El 10 de diciembre de 2016 el fiscal federal Gerardo Pollicita –devoto auxiliar del acoso judicial a ex funcionarios del gobierno anterior—, se refirió a las víctimas del atentado a la AMIA como producidas contra “israelíes”. El 26 de marzo de 2017 el ministro de Educación Esteban Bullrich, en su visita a la casa de Ana Frank, banalizó la Shoá y definió a los nazis, bucólicamente, como una “dirigencia que no supo unir”. José Saramago profetizó años atrás que “los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”.
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