La defensa nacional pensada desde Washington
La teoría neoliberal-institucional de las relaciones internacionales, cuyos autores más destacados son Robert O. Keohane y Joseph S. Nye, enseña que en un mundo interdependiente las agendas político-militar y económica no son fungibles. En su clásico libro Poder e interdependencia de 1977, los autores señalaban –en plena Guerra Fría– que el poder militar no resuelve los problemas económicos y que el poderío económico-financiero no es garantía para disipar la incertidumbre estratégico-militar.
En línea con aquel argumento, podría afirmarse que los compromisos con una potencia en un determinado terreno de las políticas públicas no traen necesariamente como correlato beneficios en otra área de la agenda de gobierno. Sin embargo, el gobierno de Mauricio Macri parece no contemplar esta premisa básica de las relaciones internacionales. A lo largo de sus dos años de gestión, ha demostrado que uno de los ejes rectores de su política exterior ha sido el alineamiento irrestricto con los Estados Unidos en materia de seguridad y defensa a la espera de inversiones en el terreno económico.
Quien mejor ha expresado esta ilusión de la política externa argentina es el actual embajador en los Estados Unidos, Fernando Oris de Roa: “EE.UU tiene hacia nosotros un interés político, y nosotros tenemos hacia ellos un interés económico. A EE.UU. le interesa el tema de la seguridad, el apoyo internacional, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico (…) El desafío está en poder trabajar con ellos dándoles satisfacciones a los intereses que ellos tienen con respecto a nosotros, y al mismo tiempo, de una forma diplomática, que eso se traduzca en una actitud más bien positiva con respecto a nuestra agenda económica”. (https://www.clarin.com/politica/nuevo-embajador-washington-interes-ee-uu-argentina-politico-economico_0_HJ1Nes8NG.html).
En el plano de la defensa nacional, el despliegue de esta doctrina tendrá efectos significativos. El primer paso se materializará cuando el gobierno sancione su primera Directiva de Política de Defensa Nacional (DPDN), un documento de altísimo contenido estratégico. Debe recordarse que la administración Macri dispone –según lo prevé la normativa– de un conjunto de herramientas para definir su política defensivo-militar. Entre esas atribuciones se cuenta la de formular, a través de una DPDN, su apreciación estratégica de los escenarios global y regional. En ese decreto presidencial, además, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas debe instruir a su instrumento militar dependiente las líneas directrices para cumplir con las misiones fijadas por la ley. Ese documento resulta clave porque allí se identifican las principales amenazas a ser disuadidas o conjuradas por medio de las capacidades militares del Estado.
El gobierno de Cambiemos ha incumplido, en la primera mitad de su mandato, con la emisión de tal directiva. Sin embargo, ha trascendido que la misma añadirá un cambio doctrinario fundamental. Se trata de la incorporación del concepto de “guerra híbrida”. Así lo ha revelado el analista Rosendo Fraga: “El replanteo de la política de defensa de la administración Macri introduce el concepto de ‘guerra híbrida’, como el nuevo tipo de conflicto con el cual deben enfrentarse las Fuerzas Armadas en el mundo” (http://www.nuevamayoria.com/index.php?option=com_content&task=view&id=5520&Itemid=30).
El cambio doctrinario esencial que plasmará el gobierno en su nueva DPDN es una señal de alineamiento incondicional con los Estados Unidos en materia estratégico-militar, cuyo objetivo es congraciarse con Washington a la espera de inversiones. Este tipo de conducta pareciera encuadrarse en lo que Roberto Russell y Juan Tokatlian definieron como el “paradigma de la aquiescencia pragmática”, vigente en la década de 1990 y principios de la de 2000 durante los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.
Según Russell y Tokatlian, las premisas de este paradigma son: 1) El plegamiento a los intereses políticos y estratégicos de los Estados Unidos, tanto globales como regionales; 2) La definición del interés nacional en términos económicos; 3) La participación activa en la creación de regímenes internacionales en sintonía con la posición de los países occidentales desarrollados, particularmente en el área de seguridad; 4) El apoyo a la integración económica en el marco del regionalismo abierto; 5) La ejecución de una estrategia de desarrollo económico en torno a los lineamientos emanados desde Washington para los países periféricos; 6) La confianza en que las fuerzas del mercado más que el Estado asegurarán una exitosa inserción internacional para la Argentina; y 7) La aceptación de las reglas básicas del orden económico y financiero internacional.[1]
No resulta para nada sorprendente este cambio estratégico-militar y doctrinario si se toma en consideración que supone un seguimiento a pie juntillas de las novedades que ha traído la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (ESN), suscripta por el presidente Donald Trump en diciembre de 2017 (https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2017/12/NSS-Final-12-18-2017-0905.pdf).
Uno de los elementos centrales de esta nueva estrategia es que, luego de una década de enfocarse obsesivamente en la denominada “guerra contra el terrorismo”, Washington reorienta su mirada hacia la “competición entre los grandes poderes”. Esto significa que el nuevo documento estratégico estadounidense, a la vez que mantiene su cruzada global contra el terrorismo transnacional, ubica a Rusia y a China como prioridades y deja en un lugar subordinado a las redes terroristas como hipótesis de empleo de su instrumento militar.
Si se hila un poco más fino, puede detectarse que la primera ESN de la era Trump relega el concepto de “guerra asimétrica” –que predominó tras el fin de la Guerra Fría y tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001– e incorpora, como tipo de conflicto militar preponderante, lo que la literatura especializada define como “guerra híbrida”. En el primer caso, las fuerzas regulares de una superpotencia deben enfrentar a fuerzas menores, ya sea de carácter regular o irregular. Es el tipo de conflicto que las Fuerzas Armadas norteamericanas afrontaron en la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI. Sin embargo, a partir de la segunda década de este siglo ha despuntado, según advierte el documento producido por Washington, un nuevo tipo de conflagración.
Resultado de un contexto global en donde ya no hay una “superpotencia” excluyente, sino una potencia superior (los Estados Unidos) que compite en el escenario estratégico con potencias ascendentes (Rusia y China), el nuevo tipo de conflicto es el producto de una combinación de factores. La miscelánea que da lugar a la “guerra híbrida” comprende el accionar de fuerzas irregulares o milicias, el despliegue de fuerzas regulares encubiertas y los ataques cibernéticos.
La opinión de Rosendo Fraga resulta especialmente importante por su incidencia en los círculos castrenses vinculados al macrismo: “El arquetipo de este tipo de conflicto es la secesión del este de Ucrania (…) en la secesión ucraniana actuaron milicias separatistas junto con tropas regulares rusas encubiertas –sin insignias ni identificación como tales– y operaciones cibernéticas, en las cuales Rusia ha mostrado mucha eficacia (…) Este concepto aparece en planes militares de los EEUU, en la revisión que están realizando en sus políticas de defensa tanto el Reino Unido como Francia y en la reforma militar que lleva adelante España (…) que las Fuerzas Armadas argentinas asuman la preparación para la ‘guerra hibrida’, en el marco del replanteo de la política de defensa, parece acertado y adecuado a los tiempos”.
La incorporación de la “guerra híbrida” como novedad estratégica de la política de defensa argentina se inscribe, más que en un sopesado análisis de los objetivos nacionales en la materia, en el seguimiento acrítico de las prioridades estadounidenses. Antes de que los Estados Unidos emitieran su nueva ESN, Macri se ocupó de insistir –en cuanta cumbre o reunión bilateral estuvo a su alcance– acerca de su voluntad de plegamiento a la “lucha contra el terrorismo” impulsada por Washington. A esa obsesión por el antiterrorismo ahora se suma un nuevo objetivo.
En momentos en que la Casa Blanca actualiza su postura y complejiza su apreciación estratégica adicionando la “guerra híbrida” a la “guerra contra el terrorismo”, el gobierno argentino se adecua mansamente a los aggiornados lineamientos de Washington. Semejante postura no resulta sorprendente y revela la ausencia de un verdadero pensamiento nacional en materia de defensa y seguridad internacional. Los trascendidos acerca del contenido de la nueva directiva también ponen en entredicho los postulados doctrinarios vigentes en materia de defensa y seguridad (Ley de Defensa Nacional, Ley de Seguridad Interior y Ley de Inteligencia Nacional).
En este marco, sería interesante que los funcionarios del gobierno nacional pudieran dar cuenta del escenario en que vislumbran una eventual amenaza de orden híbrido con milicias o fuerzas irregulares, despliegue de fuerzas regulares encubiertas y ataques cibernéticos. Los argumentos parecerían estar forzándose con vistas a comprometer, bajo la égida de los Estados Unidos, a nuestras Fuerzas Armadas en eventuales conflictos internacionales que poco tienen que ver con nuestro interés nacional.
*Profesor e investigador (UNQ/UBA). Ex Director General de Planeamiento y Estrategia del Ministerio de Defensa
[1] Russell, R. y Tokatlian, J. G. (2003). El lugar de Brasil en la política exterior argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 46-47
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