Un conjunto de presiones internas y externas de factores de poder económico están confluyendo sobre el gobierno. Coordinadas o no, su impacto en caso de lograr sus metas sería que haya un crecimiento económico discreto sin ninguna mejora distributiva del ingreso en el corto plazo, y que el país sea inviable financieramente en el mediano plazo.
En el plano interno conviven las presiones del sector agropecuario, que no admite que el gobierno use herramientas tradicionales para separar los precios locales de los internacionales, ni que intente garantizar que la gente común acceda a los alimentos con tranquilidad, junto con las presiones de parte del sector industrial, que reclama flexibilización laboral para incrementar los despidos, incorporar formas más precarias de contratación y además reducción de impuestos.
En el plano externo, aparece el FMI abandonando su simpático modo de “comprensión pandémica” para volver a reclamar, con su tradicional manual del ajuste en la mano, que el gobierno haga políticas monetarias y fiscales más contractivas y sin otorgar ningún tipo de alivio en relación al préstamo irregular que le concedió al gobierno de Macri.
Se suma a esto la declaración de esta semana del Presidente uruguayo, Lacalle Pou, en el sentido de que buscará unilateralmente acuerdos de libre comercio con otros países, rompiendo las reglas establecidas del Mercosur. El proyecto de integración regional hace años está sometido a un bombardeo constantes de las elites locales asociadas pasivamente a la globalización. No les interesa un proyecto industrialista latinoamericano que desarrolle un vigoroso mercado interno. Apuestan a una Latinoamérica escuálida, proveedora de materias primas “al mundo”, o sea a los países que se desarrollan en serio.
Conducir en este contexto un proceso de desarrollo económico es casi imposible. El gobierno, que ha buscado crear expectativas moderadas, se contentaba el año pasado con lograr en 2021 un crecimiento que pusiese en marcha nuevamente el ciclo productivo y cierta mejora en los ingresos reales de las mayorías. Pero no cuenta ni con los instrumentos de poder, ni con los consensos empresariales básicos para lograrlo. La patota de intereses externos e internos que lo confronta no encuentra límites a sus pretensiones inconsistentes con una sociedad civilizada.
Por ahora, el gobierno –de no mediar una iniciativa política significativa— está a merced de lo que las elites que controlan los mercados y los medios desean que pase.
La timba naturalizada
Los movimientos en los mercados marginales del dólar hicieron que se pudiera leer en la prensa especializada, a fines de junio, que ya se estaban verificando las “típicas presiones cambiarias preelectorales”.
¿Típicas presiones cambiarias preelectorales o continuas presiones vinculadas a la timba o al apriete político? Es absolutamente prematuro que hoy, cuando las PASO se realizarán recién en septiembre y las elecciones de medio término en noviembre, alguien diga que ya están haciendo apuestas sobre ese escenario. Ocurre otra cosa: el sector financiero está reclamando un “aumento de sueldo”, o sea, que se le remuneren mejor sus préstamos al Estado. Cabe aclarar que esos préstamos por los que cobran buenas tasas sin hacer nada productivo, son en realidad los depósitos de cientos de miles de argentinos que colocan sus excedentes en el sistema bancario. Los intermediarios piden más, y mandan señales –aprietes— vía “mercados” truchos que manejan con comodidad.
Todo esto puede hacerse porque no abundan dólares en la economía argentina por razones archiconocidas: el endeudamiento desmesurado que generan los gobiernos neoliberales para alimentar la fuga de capitales y las limitaciones del aparato productivo local, por falta de inversiones suficientes.
Pero sobre eso se monta una cultura empresarial especulativa, que vive exclusivamente de comprar y vender rumores, y una educación colectiva de la población, en la que estos valores transitorios, arbitrarios y que reflejan pujas contra los intereses populares, se vuelven “referencias fundamentales” para determinar acciones económicas o lecturas de la realidad.
Es un escenario lamentable, en el cual nos instala la falta de soluciones de fondo en el terreno estructural, y también la carencia de un debate profundo sobre esta subcultura chanta y timbera, que goza del prestigio de quien no tiene contendientes discursivos en el escenario social.
Un país que vive constantemente de seguir las fluctuaciones del dólar, en vez de imaginar horizontes mejores y formular planes estratégicos para conquistarlos, es un país que no tiene destino.
El FMI y su disciplina
En un informe de evaluación del estado de la economía mundial en el contexto de pandemia publicado esta semana, el Fondo Monetario Internacional afirma: “Donde las presiones inflacionarias son altas se necesitará una postura de política monetaria más estricta, y en algunos casos, una postura general más estricta para reconstruir la confianza”: esto último está destinado a la Argentina.
Diagnóstico completamente equivocado, ya que las presiones inflacionarias poco tienen que ver con falta de disciplina monetaria y fiscal, y mucho con la estructura monopólica y oligopólica que domina los mercados de alimentos en el país. El propio FMI, en contexto de pandemia, pidió a los países que gasten lo que sea necesario, y a aquellos que tienen monedas globales, como el dólar y el euro, los avaló a emitir sin límites.
Pero la Argentina no ha incurrido en excesos indebidos. El año pasado el Estado sostuvo sensatamente una economía que se derrumbaba asfixiada por las medidas de protección frente a la pandemia. Y en la primera parte de este año, tuvo una actitud de muchísimo cuidado en materia de gasto público, casi como si se tratara de una época normal, y de una economía en pujante crecimiento. El final de la frase pertenece al museo de las palabras huecas de la derecha mundial: la confianza. Seguramente el FMI no recordará que con su querido Mauricio Macri ni el capital local ni el extranjero, salvo los aventureros financieros, tuvieron “confianza” para invertir en nuestro país.
A su vez Gerry Rice, director de Comunicaciones del Fondo, reafirmó la decisión del organismo de cobrarle sobretasas de interés a la Argentina, que es lo que el país está tratando de evitar en sus últimas negociaciones. El funcionario del FMI señaló que esas sobretasas son una “parte importante” del manejo de riesgo de los préstamos del organismo.
El Ministro Guzmán está realizando ahora una nueva ronda de conversaciones con distintos factores internacionales para procurar que esos intereses que le carga el FMI a la Argentina sean más razonables. Pero parece que tampoco esto será concedido.
¿En qué consiste el tratamiento especial del FMI sobre los problemas que acarrea la pandemia, y en especial el problema que le generó a la Argentina el irregular préstamo otorgado al macrismo? Parece que con la Argentina, comprensión cero.
Las promesas de adaptación a las nuevas circunstancias y flexibilidad del organismo se están evaporando una tras otra, y se acentúan las presiones que objetivamente hacen dudosas tanto la recuperación macroeconómica argentina en el corto plazo, como la continuidad en el pago de la deuda en el mediano plazo.
La disputa por el interés general
En el caso de la llamada Hidrovía, que involucra el conjunto de tareas necesarias para hacer navegable el río Paraná, tema que está estrechamente conectado con el uso de los puertos y los canales por los cuales sale la producción argentina y de otros países hacia los mercados mundiales, la prensa de la derecha intenta presentar a las voces nacionales que reclaman la recuperación soberana del control sobre esa vía marítima como expresiones del despreciable kirchnerismo.
Recordemos que la derecha local no incluye al kirchnerismo dentro del espectro de fuerzas democráticas o tolerables de acuerdo al marco institucional que imaginan. Toda su acción durante el macrismo fue tratar de excluir a ese espacio político de la vida democrática. Ahora, en el tema específico del Río Paraná, pretenden presentar al tema del manejo de los recursos estratégicos con criterios nacionales como otro capítulo de empecinamiento kirchnerista, siguiendo como siempre fines inconfesables.
Si toda alusión a posiciones soberanas es kirchnerismo, como sostiene la derecha, y el kirchnerismo es una mala palabra para la Argentina del establishment, con la excusa del odio anti-kirchnerista se puede tratar de excluir del debate público el tema del Paraná, y sobre todo el de la soberanía nacional.
Si la derecha comunicacional representara otros intereses, elitistas pero nacionales al fin, el debate –si bien falsamente planteado— podría tener otros cauces.
Pero resulta que todo lo que hace Juntos por el Cambio, sus medios de comunicación afines y sus jueces aliados, tiende a proteger y promover el control extranjero sobre las principales actividades productivas y extractivas del país. Un poder colonial no lo haría mejor.
Macri, el cadete triunfador
Ya se sabe demasiado del personaje.
De su historia lejana, basta buscar en las numerosas causas judiciales que atravesó impune.
Sobre su gestión de gobierno, sus amigos en AEA y el Foro de Convergencia Empresarial, le continúan agradeciendo el haber bajado los salarios en dólares a la mitad, haber encadenado nuevamente la Argentina al FMI, haber aumentado la pobreza y el desempleo para disciplinar a los trabajadores, haber posibilitado una fuga récord de fondos del país en cortísimo tiempo, haber perseguido a los kirchneristas para que sólo quedara neoliberalismo en la oferta electoral, y haber creado una fracción del público fanatizada que pesó políticamente para lograr la inhibición de la candidatura presidencial de Cristina Kirchner.
La novedad de estos días es que Macri Presidente estuvo cadeteando para el Imperio, al mejor estilo menemista. Ya en los '90 se nos explicó que para estar en “el mundo” había que hacer ciertas cosas para quedar bien con el dueño del circo, como fueron las entregas clandestinas de armas para uno de los bandos de la guerra en la ex Yugoslavia, y en la guerra entre Perú y Ecuador.
Ahora había que ayudar al golpe contra la Bolivia de Evo Morales, para acelerar la recuperación norteamericana de América Latina. Lenin Moreno y Mauricio Macri concurrieron presurosos a tan noble gesta, en coordinación con los esfuerzos de la OEA y el visto bueno de la Unión Europea. Penoso papel, que nos coloca en lugar similar al del Chile pinochetista colaborando con los ingleses para derrotar a la Argentina.
La derecha democrática y moderna de nuestro país sigue recibiendo cucardas occidentales por sus indudables méritos internacionales.
Quieren encajonar la política del gobierno
¿Qué hubiera hecho Macri si se hubiera sucedido a sí mismo en 2019, heredando el desastre que creó?
Para una derecha que responde a los dictados de la globalización neoliberal, los desafíos no son los mismos que los de un gobierno popular.
Las preguntas que se hubieran hecho en la cúpula macrista al asumir un nuevo mandato hubieran sido: ¿qué porciones del patrimonio nacional les entregaremos a los acreedores para que nos alivien los compromisos de la deuda externa? Y, ¿cómo manejaremos a la población para que acepte el empobrecimiento ya ocurrido y las nuevas reformas pro-empresariales que vamos a introducir, con la mínima conmoción social posible?
Las instituciones democráticas, a pesar de las grandes limitaciones que estamos observando para hacer respetar la voluntad popular, acotaron el daño y permitieron que la población desplazara en las urnas al experimento antisocial macrista. Lo que no significa que el alto empresariado que apostó a ese fiasco político renuncie a sus planes estratégicos de acumular ganancias por afuera y disociados del conjunto de la sociedad.
Eso significa en la práctica tratar de acotar el margen de acción del gobierno del Frente de Todos, para que no puede moverse en dirección a sus propios objetivos, ni por arriba, ni por abajo, ni por los costados.
En las actuales circunstancias, la tarea de las elites empresariales y políticas es que esta gestión no tenga capacidad de maniobra y deba limitarse a dejarlos ganar plata, asumiendo al mismo tiempo el costo de no poder ofrecerles nada relevante a las mayorías. Y en lo posible que las frustre, para que vuelvan a votar a la derecha que una vez más les ofrecerá pececitos de colores.
En los próximos meses, los poderes fácticos seguramente volverán a usar los instrumentos predilectos de extorsión: los precios y el tipo de cambio paralelo, para seguir esmerilando y vetando las iniciativas gubernamentales. Así, a los cachetazos desde afuera del gobierno, y con alguna colaboración de sus amigos de adentro del Estado, van conduciendo al país.
Ni el Papa se salva. Cuando les pidió recientemente a los empresarios reunidos en la Asociación Cristiana de Empresarios (ACDE) que inviertan para crear empleos y no fuguen capitales, le contestaron desde un editorial del diario La Nación que valoraban su mensaje espiritual, pero que sus opiniones sobre temas mundanos eran muy discutibles.
Están tan corridos los ejes de la discusión económica y social, es tal el microclima reaccionario que se ha difundido entre sectores del empresariado, que pedirles que realicen la única función específica que les atribuyen los manuales de economía más elementales, la inversión productiva, los indigna y solivianta.
Les está haciendo falta un baño de realidad.
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