SIN CONJETURAS
La derecha argentina debe desprenderse de los mercaderes de la muerte que agitan el odio y la irracionalidad
Conjeturas
“Meramente conjeturales”, fue el calificativo que aplicó el incalificable presidente de la Corte Suprema en su voto del 4 de mayo contra las medidas de cuidado que establecía el Decreto de Necesidad y Urgencia presidencial del 15 de abril ante la gravedad sanitaria que los expertos que asesoran al gobierno nacional proyectaban para las semanas siguientes, y a las que el jefe de gobierno de la Ciudad se opuso.
Un mes después del DNU, violada por el oportunismo político y los votos cortesanos la esencia misma de la salud pública que es el pensar y actuar políticamente en modo preventivo dando ejemplo a la población, el drama proyectado ya es una realidad agravada que obliga a hacer, después de 13.615 muertos, lo que había que haber hecho antes.
Las políticas contra las pandemias tratan de reducir el tiempo de duplicación del número de infectados, que si se mantiene constante y de tiempo corto lleva rápidamente a una curva exponencial de centenares de miles de casos. Hay dos métodos para estimar el tiempo de duplicación. Uno es “simétrico” o retrospectivo, considerando el tiempo transcurrido desde el primer caso hasta el número de casos actuales. Otro, el “proyectivo” o prospectivo, estima en base a un cálculo estadístico proyectual cuál será el tiempo de duplicación futuro considerando la velocidad de crecimiento actual, lo cual permite políticas más efectivas. Pareciera que Horacio Rodríguez Larreta aplicó el método retrospectivo y la Corte que nada sabe de salud pública tomó la decisión política de convalidarlo. Y parece también que la realidad del último mes mostró el acierto proyectivo del Presidente Alberto Fernández y sus asesores en su diagnóstico e indicaciones de tratamiento.
En línea con el abordaje de Larreta y la Corte, y despojada de algunos rasgos propios de humanidad como la racionalidad moral y la compasión, en una entrevista del domingo pasado en el canal TN Elisa Carrió afirmó: “Yo prefiero un niño con Covid pero que socialice”. Un conocido proverbio antiguo advertía: “Aquel a quien los dioses quieren perder, primero lo vuelven loco”. Pero estos son tiempos en los que es muy frecuente ver en el terreno de la oposición política que del cumplimiento de un actuar con extraviada desmesura no se deriva castigo alguno de los dioses ni de quienes no lo son.
Quizá no se trate más que de una barrera de oposición diferencial a las preferencias del Presidente, que a comienzos de la pandemia dijo: “Prefiero tener un 10% más de pobres que 100.000 muertos en la Argentina”. Y quizá se trate de promover el fracaso de ese intento. Pero sea como sea: ¿qué pena corresponde a aquellos políticos, jueces y medios de comunicación que han promovido y alentado la irresponsabilidad individual y colectiva ante la enfermedad y la muerte con el cinismo de una manipulación impiadosa de las ideas de libertad y de derechos?
El 3 de mayo la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que “lo que está ocurriendo en la India y en Brasil podría ocurrir en otros lugares a menos que todos tomemos estas precauciones de salud pública que la OMS ha estado pidiendo desde el comienzo de la pandemia”. La cercanía de Brasil con la Argentina nos aplicaba ese alerta en modo inmediato pero al día siguiente, en su sabihondo desprecio por la iuris-prudencia, la Corte se expidió contra el principio precautorio en salud pública.
Estamos en un contexto de perversión generalizada en el que se puede subordinar la vida o hacerla equivalente a la educación, el libre mercado, la libre circulación o la libertad de reunión. Hecho esto, como lo hizo Rodríguez Larreta y lo convalidó la Corte Suprema de Justicia de la Nación en medio de una proyección angustiante en el crecimiento de infectados y de muertos, Elisa Carrió no hizo más que dar voz al mandato moral sancionado en los estudios de la legislatura de ese tercer poder que son los medios concentrados de comunicación. Así, la población se ve convocada por esta república paralela al desenfreno seudolibertario de un “Viva la muerte”.
Sala de situación
El 16 de abril teníamos 29.472 nuevos casos de Covid sumando un acumulado de 2.658.628 de casos confirmados, lo que suponía a una persona infectada entre 16,92 habitantes, registrando entonces un total de 59.084 muertos. El 20 de mayo esos datos eran de 35.884 nuevos casos, 3.447.044 infectados en el acumulado –un infectado cada 13,05 habitantes– y en esas semanas habían muerto 13.615 personas más.
El 16 de abril contábamos 1.312,98 muertos cada millón de habitantes y el 20 de mayo esa cifra había aumentado a 1.615,53 muertos por millón. De esa mortalidad general, aunque Larreta decía en su burbuja escolar que tomaba sus políticas basado en datos y evidencias, la Ciudad bajo su gobierno registraba como dato a la mortalidad más alta de todas las jurisdicciones. Pero ni él ni el ministro de Salud ni ningún funcionario presentaban las evidencias requeridas para explicar causalmente esa mortalidad ni su efecto de expansión en el AMBA y el país como sí lo hicieron en Nueva York. Datos y evidencias que tampoco fueron exigidas por la Corte para emitir su fallo.
Esa omisión pudo verse como otras veces, aún dentro de un tono de mayor moderación, en la presentación de Larreta el jueves por la noche al no mencionar las palabras muerte, mortalidad, muertos, fallecimientos o cualquiera otra de esa familia semántica, y hablar en cambio de “la situación” de la pandemia. Un término polivalente, ya que la situación de la pandemia si bien abarca a los muertos –sin nombrarlos– también abarca a los vivos, como Stéphane Bancel, el presidente de Moderna, fabricante de una de las dos vacunas que Estados Unidos ha promovido, que pasó a poseer 4.300 millones de dólares por la situación de la pandemia, y a Ugur Sabin, presidente y cofundador de BioNTech, la compañía productora con Pfizer de la otra vacuna USA, que con su esposa fue promovido por medios como el New York Times como un ejemplo de científico emprendedor, y que a diferencia del Sabin que desarrolló la vacuna oral contra la poliomielitis y renunció a toda rédito económico por ello, tiene hoy 4.000 millones de dólares gracias a “la situación” de la pandemia. Esa es la razón que explica el carnal lobby por Pfizer de Patricia Bullrich como portavoz del ideario del macrismo y su ya conocida estrategia de hacer negocios propios con los grandes negocios del capital concentrado. Es la situación y no la mortalidad lo que les importa.
Preferencias
Carrió dijo preferir a un niño con Covid con la desbocada impunidad con la que habla habitualmente, mientras en el mundo científico, social y político se han abierto graves interrogantes por la gran mortalidad de niños con Covid en Brasil y por los trastornos asociados al virus que se observan en niños, niñas y adolescentes en diversos países.
El Ministerio de Salud brasileño informó que desde febrero de 2020 hasta marzo de 2021 habían muerto por Covid 832 niños menores de 5 años. Es sabido que hay un gran subregistro de datos sanitarios en ese país, como en otros, por lo que una especialista como Fatima Mourinho, epidemióloga de San Pablo, llevó esa cifra a más de 2.200. No se sabe por qué se registra una mortalidad diez veces más alta que en otros países pero entre las hipótesis se consideran la sobrecarga en el sistema de salud y el acceso desigual a la atención.
En la Argentina, según el Ministerio de Salud de la Nación, al 10 de marzo de este año se registraban 193.296 casos positivos de menores de 20 años lo que representaba a un 8,86% de los 2.169.694 casos notificados. El 3 de mayo, el 9,7% de los casos confirmados de Covid en la Argentina eran menores de 20 años y 185 de ellos habían muerto. Se registraban 8.612 menores de un año contagiados con coronavirus desde el comienzo de la pandemia, 44 de los cuales murieron por Covid.
Por otro lado, ya en mayo del año pasado la Sociedad Brasileña de Pediatría alertaba sobre un trastorno agudo grave caracterizado como síndrome inflamatorio multisistémico en niños de 6 meses a 16 años, que se había presentado en 71 casos con tres muertes y parecía estar asociado a la infección por Covid. En julio el Ministerio de Salud de Brasil pasó a monitorearlo.
El Reino Unido había sido el primer país en alertar sobre este nuevo fenómeno y en agosto de 2020 ya se registraban más de 300 casos en España, Italia, Francia, Estados Unidos y Canadá. Los Centros de Control de Enfermedades (USA) sugirieron utilizar el término “Síndrome inflamatorio multisistémico asociado a Covid-19” (MIS-C) diciendo que para la definición de caso era necesaria la confirmación de la infección Covid, o la seroconversión o la exposición por contacto estrecho en las cuatro semanas previas al inicio de los síntomas.
Un artículo de enero de este año en The Pediatric Infectious Disease Journal encontró que de 409 chicos menores de 18 años con diagnóstico positivo de coronavirus y una edad media de 3 años, estudiados en 14 establecimientos de salud de México, Colombia, Perú, Costa Rica y Brasil, 95 tuvieron diagnóstico de MIS-C, 191 fueron internados, 52 tuvieron que ser ingresados a terapia intensiva y 29 necesitaron asistencia respiratoria mecánica. En modo comparativo, la pandemia se presenta a escala pediátrica con formas más severas en América Latina que en otros países.
Como puede verse, algunos de los niños que enferman de Covid –preferencia de Elisa Carrió– mueren por Covid y otros enferman gravemente. De modo que o bien la preferencia de Carrió es la de alguien inimputable o se trata de algo siniestro. Hay que ser una persona profundamente desalmada para preferir que un niño enferme de Covid a no ser socializado (según ella) por no tener asistencia presencial a una escuela. Y no hace falta siquiera contar con las evidencias antes mencionadas para tener un juicio moralmente racional. Cualquier persona sabe distinguir lo primario y lo secundario ante el dilema vida/muerte.
Convivencia
Convivir es celebrar la vida juntos. El banquete como celebración era entre los griegos una reunión para beber (symposio) seguida de un diálogo acerca de un tema en particular en el que se privilegiaba la palabra, pero entre los romanos pasó a llamarse una reunión para vivir (convivium). Y así banquete significó también al convite de otro a esa celebración.
Queda claro que para la convivencia es necesario que haya al menos dos personas que se reúnen con la convicción de que la vida es el bien mayor que cada uno de nosotros tiene. Pero hay que cuidar cada palabra porque si en lugar del término latino de origen –convivium– usáramos uno casi idéntico pero con una letra distinta –convicium–, el significado pasaría a ser injuria, afrenta o ultraje, es decir un vicio frente a los otros, y los actores en lugar de ser convivientes (convivator) pasarían a ser conviciosos (convitiator). Esta mutación es la que se observa en varios ejemplares de la oposición política, mediática y judicial.
Sin convivencia no hay supervivencia, y las conductas irresponsables, mercantilistas, crueles e inhumanas ante la pandemia, o la política israelí con la Franja de Gaza, o las migraciones forzadas en Centroamérica o el norte de África, no son más que esa revelación. Quienes así no lo entienden practican conductas y políticas de la muerte. La derecha argentina debe desprenderse de esos mercaderes de la muerte que agitan el odio y la irracionalidad. Nuestra población merece dejar de padecer tanto desprecio por la vida y por la democracia como forma de convivencia.
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