La primera respuesta a este interrogante es afirmativa. Es así de recordarse los más recientes comicios legislativos israelíes, celebrados en marzo de este año y en ese mes del 2020, así como sus secuelas: una suerte de empate irresoluto entre el Likud, partido nacionalista de derecha que lidera Benjamin (Bibi) Netanyahu, y dos formaciones nacionalistas menos extremas. Se trata de Azul y Blanco, conducido por Benny Gantz en el 2020, y de Hay Futuro, cuyo jefe, Yair Lapid, heredó a Gantz este año. No es ocioso entonces que Lapid preguntara en Facebook: ¿por qué será que las explosiones acontecen en los momentos más convenientes para el premier?
Para responder conviene tomar nota de un hecho clave: una vez conocidos los resultados de tales ejercicios, el tono triunfalista de Bibi no se correspondía con la insuficiencia de los escaños logrados por el Likud, aquellos de la primera pluralidad, que eran insuficientes para su objetivo principal. Frustraban al premier más duradero de la historia israelí en su intentada construcción de una coalición de la mayor homogeneidad ideológica posible. Indubitablemente, lo buscado por Bibi era, a su criterio, lo deseable para la consolidación del agrandamiento de Israel y la prosecución a futuro de más ampliaciones, en Cisjordania por ejemplo.
Naturalmente, la idea de Bibi reteniendo la jefatura de gobierno también estaba inspirada por consideraciones nada ideológicas: su imperiosa necesidad, en primera instancia, de resguardo máximo para que él y su equipo, en la corte jerosolimitana donde está siendo enjuiciado por alegados hechos de corrupción y venalidad, puedan argumentar que la acumulación de evidencia acriminadora en su contra no es más que la resultante de un complot de la izquierda israelí, urdido en particular por las ramas periodística, judicial y policial de una sinistra fantasiosamente presentada como dotada de poderes conspirativos.
Victimizándose Bibi a sí mismo, dicha realidad no estaba exenta de interesantes ramificaciones. Por ejemplo, el Presidente israelí, Reuven Rivlin, un likúdnico asociado con aquellos de sus correligionarios políticos que bregan para que Israel se quede con toda la Cisjordania, no sólo los así llamados bloques de asentamientos hebreos allí, sería un peligroso izquierdista dada su actitud difícilmente acrítica respecto de un Bibi prontuariado: en abril pasado, Rivlin declaró que “en el plano ético” no había sido “una decisión fácil” para él convocar a quien está siendo juzgado por graves delitos para encomendarle la formación de gobierno. Menos aun cuando, no mencionado por Rivlin, el convocado había sido de quienes fogonearon el apartamiento de la jefatura de gobierno de otro likúdnico, un premier Ehud Olmert (2006-2009), eventualmente encarcelado por corrupción, causa que apremia a Bibi ahora.
En aras de la antes aludida maximización del resguardo a Bibi es que miembros de su entorno estuvieron estudiando otras opciones que pudiesen resultar más inmunizadoras. Tal el caso, por ejemplo, de volver a una práctica de exigua vida pasada, la elección directa del jefe de gobierno, desacoplada de la de los demás legisladores. Ello ya fue infructuosamente ensayado en tres comicios (1996-2001), que lejos de estabilizar la situación política durante ese quinquenio implicaron convivir con varias crisis políticas. No obstante, hay quienes suponen que la elección directa del premier permitiría una mejor capitalización de la popularidad aún disfrutada por Bibi. Bastante más osada era la noción de aprovechar la finalización de la incumbencia de Rivlin como jefe de Estado para abrirle la puerta a Bibi como candidato presidencial. En su versión maximalista, esto conllevaría una transformación nada insignificante –la mudanza del baricentro político en la jefatura de gobierno hacia la jefatura de Estado–, para la que sería menester contar con la aprobación previa de la legislatura israelí, ámbito en el que resulta imprudente pronosticar hoy día que un resultado favorable estaría asegurado de antemano. En la presente coyuntura, ello parece tan improbable como la reedición de una tapa de revista internacional como la del semanario neoyorquino que años atrás se hacía eco de la visión popular de Bibi como “monarca de Israel”.
Nada de esto presupone ignorar que la conversión del presente cargo protocolar de Rivlin en el sistema parlamentario israelí –también existente en Alemania, Italia y otros países– en uno de gran importancia política para un sistema presidencialista, tal como el imperante en Turquía desde 2014, es teórica y prácticamente factible. Allí, un otrora intendente de Estambul y luego altamente exitoso primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan (2003-2014), ha sido desde entonces el jefe de Estado. Lo irónico de una erdoganización de Israel es que el gobernante turco es muy mal visto por israelíes de variadas filiaciones políticas en razón del vitriolo volcado en sus duras críticas a la política israelí bajo Bibi frente a la cuestión palestina. No obstante, tal aversión de Erdogan –en convivencia con acotadas relaciones diplomáticas y pujantes vínculos comerciales con Israel– no es una exclusividad hebrea, algo suficientemente ilustrado tiempo atrás en la feroz reacción de Erdogan ante el asesinato en el consulado de Arabia Saudita en Turquía de un saudí disidente, incidente que, según la inteligencia estadounidense, fue ordenado por el príncipe heredero de esa monarquía.
Volviendo a Bibi, tan pronto como quedó comprobada su imposibilidad de construir una coalición de gobierno, el jefe de la segunda pluralidad legislativa, Lapid, fue invitado para el mismo fin. Si bien las bancas obtenidas por Hay Futuro eran cuantitativamente superiores a las de A Derecha, Lapid se mostró dispuesto a una rotación con el líder de este partido, Naftali Bennett, y a que este fuese el primero en asumir la jefatura durante el bienio inicial de un gobierno de este bloque de cambio. Ex titular de Defensa en un reciente gobierno comandado por Bibi y aspirante a sucederlo, lo que de lograrse lo convertiría en el premier más joven de Israel, Bennett aúna en su partido actual a religiosos y otros ultraderechistas.
Hace un par de semanas, empero, hizo un anuncio dramático. En momentos en que lo presagiado era que la superación de pequeños detalles permitiría anunciar un gobierno conducido por él, con Lapid como premier durante el segundo bienio de los cuatro años de duración de su mandato, Bennett declaró que la megaintifada palestina, en expansión hacia Israel desde Jerusalén oriental y Gaza, lo obligaba a virar de la intentada construcción de un gobierno visto por muchos como altamente improbable a la concertación con Bibi, lo cual angosta la brecha, sin cerrarla, para que pueda seguir como primer ministro. Posiblemente poco duradera, se trataba de un vuelco inimaginable a priori. Entre otras razones, el viraje tenía que ver con el presente electorado hebreo que no está listo para un gobierno dependiente de algunos votantes no judíos. Efectivamente, en la coalición presagiada, A Derecha habría debido convivir con un partido afín, otros tres de centroderecha, junto a dos a la izquierda del centro en el arco político israelí, y con una formación islamista de entre los que se disputan la representación política de la ciudadanía palestina de Israel.
El objetivo común de esta descollante heterogeneidad de deseosos de alcanzar la mitad más uno de las 120 bancas de la legislatura –el mínimo indispensable para gobernar– era privar a Bibi de la jefatura de gobierno y evitar su retorno, supliendo ciertas falencias legales y políticas con instrumentos hasta hoy inexistentes. Sin ser caso único, tal era la proyectada legislación limitante a dos períodos consecutivos, por ejemplo, la posibilidad de que futuros gobiernos sean conducidos por el mismo premier.
Para un otrora ministro de Justicia y ex líder de un partido sionista de izquierda, Yossi Beilin de Meretz, un gobierno sin Bibi y asociados también podría abocarse a la modificación de una ley controversial del 2018 que, estableciendo que Israel es el Estado destinado a la autodeterminación nacional de sus habitantes hebreos exclusivamente, es excluyente para los árabes nacidos allí. Además, siendo inexistentes los casamientos distintos del religioso, cualquiera sea la confesión de quienes contraen enlace, Beilin propuso que tal gobierno habilite las uniones civiles. También abogó por una constitución, de confección largamente diferida desde octubre de 1948, fecha en la que debió haber estado lista. De paso, ambas carencias están ligadas al ascendiente conservado por la ortodoxia judía en todo gobierno desde que Israel fue reconocido como Estado independiente por el concierto internacional, la Argentina incluida, en 1949.
En lo que a Gantz se refiere, la campaña electoral de 2020 fue testigo de su compromiso de no ingresar a un gobierno con Bibi como jefe. Eventualmente, empero, lo que Bennett hizo recientemente ya había sido ensayado antes, infructuosamente, por Gantz, a su manera: buscaba asociarse con Bibi en una rotación en la cima gubernamental, en su caso invocando la urgencia de la lid contra la pandemia, tal como Bennett invoca la lucha contra Hamas –una lid antipalestina a secas, dada la importancia del factor israelí en la suspensión indefinida de las elecciones llamadas por la Autoridad Palestina– como su razón para ingresar a tal componenda.
Por añadidura, la injerencia israelí en los asuntos palestinos no está exenta de huellas estadounidenses. Visibles en el reciente anuncio, por ejemplo, de una venta a Israel de bombas inteligentes estadounidenses por 735 millones de dólares, este es el correlato militar de la diplomacia proisraelí de Washington en el Consejo de Seguridad.
En suma, ni el Covid-19 ni Hamas están afiliados al Likud, pero Bibi encontró la forma de sacarle provecho a las preocupaciones generadas por la pandemia y a las provocaciones en bandeja de plata servidas por Amir Ohana, un ministro de Seguridad Interior particularmente leal a Bibi. Por ejemplo, Ohana vedó los habituales encuentros palestinos en la Puerta de Damasco durante el mes de Ramadan, sin evitar una manifestación en las mismas inmediaciones jerosolimitanas de un grupo altamente antiárabe, Lehava, cuyos epítetos difícilmente inimaginables degeneraron, como la veda, en violencia eludible de haberse evitado dichas restricciones y provocaciones. En palabras del embajador Eran Etzion, ex número dos del Consejo Nacional de Seguridad israelí, las políticas de Bibi, sin ser factor único, han generado la agitación palestina en Jerusalén y territorios palestinos ocupados desde antes de la explosión más reciente.
Con ese trasfondo, conviene prestarle atención a una escasamente reportada toma de posición del presidente de la Universidad de Tel Aviv. En reacción a los temores actuales de los judíos en Israel de “salir de su casa” por los peligros que pudiesen acechar, Ariel Porat dijo que ello era francamente intolerable, pero que el ataque a los árabes “es un ataque a quienes son una minoría entre nosotros y, entonces, siete veces peor”. Esto en referencia a los ciudadanos palestinos de Israel en general, y en particular a un incidente comentado por Porat: el súbito apaleamiento inmotivado de un taxista palestino en un suburbio de Tel Aviv, donde ocasionales transeúntes congregados –espectadores silentes– nada hicieron para parar tal violencia racista. De ser confiable un reporte en Israel Hayom, diario gratuito abiertamente pro-Bibi, con ediciones en hebreo e inglés emitidas en Israel, al no ser tantos los israelíes que piensan como Porat, las protestas específicas contra su video hicieron que la universidad eliminara en el día la alusión a “siete veces” peor para evitar “malinterpretaciones” relativas a la mayor severidad, por ejemplo, de la policía israelí en relación a los palestinos que cuando se trata de judíos, cosa también dicha por el ya citado Etzion. Tales protestas también pueden ser útiles a la hora de leer los resultados de una encuesta dada a conocer hace un par de días: el 72% de los israelíes consultados se mostraron contrarios al cese de fuego israelo-palestino, iniciado el jueves a las 20 (hora argentina), es decir a favor de la continuación de las acciones militares hebreas en territorios palestinos ocupados.
Con esa tregua mediada por varios países, Estados Unidos y Egipto los más nombrados, Lapid proseguirá la búsqueda de socios para la coalición intentada por el bloque de cambio. De no tenerla armada para comienzos de junio, la tarea pasará a la legislatura directamente y, en su defecto, a un nuevo llamado a elecciones.
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