La contundente expresión de rechazo a una Reforma Laboral que atrasa 100 años el reloj histórico de los Derechos Sociales no puede sorprender a quienes conozcan la historia argentina y la idiosincrasia de nuestro pueblo frente a agresiones a derechos fundamentales. Sintetizó con potencia lo que desde distintos sectores —gremiales, sociales, políticos, organismos de derechos humanos, organizaciones de abogados laboralistas y previsionalistas e incluso de magistrados y funcionarios judiciales— se venía formulando.
Como contracara, sí causa perplejidad el nivel de hipocresía, falseamiento de hechos, violación de las reglas más elementales de funcionamiento de un Estado Democrático, la colonización del Poder Judicial pretendida para restarle toda autonomía, la cooptación coactiva o espuriamente financiada de los legisladores y el grado de violencia represiva sin límites y de una desproporción mayúscula, que denota la actuación —y orienta la toma de decisiones— de los principales funcionarios del Poder Ejecutivo.
El candidato Macri prometió: no vamos a devaluar, no habrá ajustes, los trabajadores no pagarán ganancias, nuestro objetivo económico será alcanzar la pobreza cero, cuidaremos a nuestras pymes, generaremos dos millones de nuevos empleos, nada perderán de lo que ya tienen, eliminar la inflación será lo más fácil cuando sea Presidente; y superando todo lo imaginable, el descaro de plantear como clave de bóveda del cambio prometido: “Se acabó eso de prometer y no cumplir”.
La descomposición de la República, el avance de un nuevo centralismo unitario en desmedro de nuestra organización como país federal, las políticas de un gobierno que sólo atiende los reclamos del capital concentrado y se muestra sumiso a los dictados del Fondo Monetario Internacional en contra de los intereses nacionales, reclaman el diseño de una organicidad y una forma de lucha que sortee las vallas —virtuales y reales— que impiden dar curso racional y democrático a los reclamos populares, haciendo sostenible el sistema democrático con verdadero diálogo y debate de ideas, evitando los desbordes que fomentan las provocaciones gubernamentales permanentes y que, como bien sabemos, terminan en tragedia.
Las últimas movilizaciones
Han sido muchas las movilizaciones protagonizadas por distintos sectores de la sociedad en todo el país desde 2016, que se incrementaron en cuanto al número, la frecuencia y la masividad en 2017, tanto como habituales las respuestas represivas de una violencia inusitada e innecesaria. Me detendré a los fines de esta nota sólo en las últimas tres del presente año, las del 29 de noviembre y las de diciembre (los días 13 y 14), ligadas a las reformas que propone el Poder Ejecutivo.
Una caracterización común a todas ellas ha sido la masividad y la efectiva unidad en la acción de las organizaciones gremiales, un sector cada vez más protagónico de la CGT (la Corriente Federal de Trabajadores) y las dos CTA, junto a las organizaciones de la economía social, e incluso acompañadas por representaciones de la pequeña y mediana empresa, a las que adhirieron otras muchas organizaciones de la sociedad civil, así como crecientes grupos de personas identificadas con las respectivas convocatorias.
La del 29 de noviembre a pesar de su contundencia y clara expresión de rechazo a los proyectos de reforma, no pudo evitar que en la Cámara de Senadores se obtuviera la media sanción pactada con los Gobiernos provinciales de la reforma previsional. Sin embargo, forzó a un pronunciamiento formal en contra de esa ley de la CGT que quedó orgánicamente comprometida a establecer un plan de lucha —no concretado— para impedir su aprobación en la Cámara de Diputados, tal como reclamaron los sindicatos de la Corriente Federal de Trabajadores y distintas Regionales de la CGT.
A diferencia de la oportunidad anterior cuando el gobierno tenía cerrada la aprobación de ese proyecto, y a pesar del ingreso de los nuevos legisladores electos que le otorgaba a la Alianza gobernante un mayor peso propio, la situación en Diputados no le daba absoluta certeza de alcanzar la sanción de la ley en vistas de la presión popular a la que no eran indiferentes quienes tendrían la responsabilidad de votarla. Quizás por ello los dispositivos de seguridad se acentuaron, para neutralizar las manifestaciones opositoras en las calles y su acceso a la Plaza de los Dos Congresos, como se incrementó la violencia represiva tratando de generar un miedo paralizante que inhibiera la participación.
La primera muestra se vio en la marcha —e intento de acampe— del 13 de diciembre convocados por las organizaciones sociales y acompañado por amplios sectores (gremiales, políticos y de derechos humanos), que reunió a más de 300.000 personas; reprimida brutalmente, sin miramientos por la presencia de muchas mujeres con niños. Sus consecuencias —en cuanto a heridos y detenidos— no fueron más graves por la mediación de dirigentes y legisladores que lograron cambiar la propuesta de permanecer en la plaza por la de volver al día siguiente junto con las demás organizaciones sindicales convocantes.
La del 14 de diciembre con similar concurrencia que la del día anterior, encontró una plaza sitiada por las fuerzas de seguridad, ostensiblemente instruidas para reprimir sin esperar excusa alguna. A pesar de ello las nutridas columnas de trabajadores con las banderas que identificaban su pertenencia sindical no cejaron en su avance hacia el Congreso. Se advirtió entonces que, a la par que algunas personas no encolumnadas debían retirarse por efecto de los gases, otras tantas ingresaban marchando junto a las organizaciones gremiales o simplemente permanecían en las calles. La voluntad común era la de no retirarse hasta saber en qué medida los representantes del pueblo se comportaban cabalmente como tales y tomaban en consideración el clamor popular contra la reforma. La jornada se inscribió como una más de las históricas puebladas que han configurado hitos de las luchas sociales en Argentina. Siempre fundamental para dar nacimiento a una nueva etapa en la defensa y conquista de derechos y cuyo protagonista principal —e imprescindible— es el Movimiento Obrero Organizado.
Finalmente en esta ocasión la victoria coronó la movilización, al no poder el gobierno —a cualquier precio y apelando a las peores prácticas— forzar el quórum necesario para sesionar, que a poco de llegar a conocimiento de los manifestantes se tradujo en festejos y repudios cantados a coro haciendo gala del siempre renovado ingenio popular.
La celebración no pecaba de ingenua, porque ese fracaso parlamentario era contingente y bien se sabía que de haberse desarrollado la sesión era muy factible que hubieran logrado la cantidad de votos necesarios para sancionar la ley. Pero eso no le restaba entidad al triunfo obtenido, a la vez que reafirmaba que la democracia popular se sostiene y garantiza con el pueblo en la calle, como que la unidad es indispensable tanto como la organización
Circunstancias que, aún con las últimas noticias de acuerdos espurios a espaldas del pueblo y mediante una convocatoria a sesiones el lunes 18 de diciembre de dudosa legalidad y constitucionalidad, no le restan valor a la incipiente construcción de un nuevo sujeto social de suficiente entidad para disputar la hegemonía en las luchas por la justicia social.
El papel del Movimiento Obrero
Sin prescindir de las importantes luchas que hasta entonces se habían registrado, el 17 de octubre de 1945 constituyó sin duda el comienzo de un nuevo ciclo en el cual las organizaciones obreras ocuparon el centro de la escena política en Argentina y consolidaron un modelo sindical que se impuso como protagonista inexorable. Que creció en la alianza con el Estado —necesaria para alcanzar transformaciones profundas— hasta la caída del gobierno de Perón en 1955, pero se agigantó en la adversidad cuando debió enfrentar como oposición a gobiernos, dictatoriales o no, cuyas políticas significaban un menoscabo a los derechos alcanzados e impedían avanzar en la obtención de nuevas y legítimas conquistas.
Testimonios de ello son los Programas y Declaraciones de La Falda (1957), de Huerta Grande (1962), de la CGT de los Argentinos (1° de mayo de 1968). Pero sin agotarse en los antes referidos, no puede soslayarse que tanto como homogeneidades se han verificado fracturas y fisuras al interior del movimiento obrero e incluso la defección de dirigentes sindicales cuya relevancia ha sido mayor cuando se registraron en la conducción de la principal Central Sindical, la CGT.
En la actualidad se advierte una crisis de representatividad gremial que pone en cuestión tanto la vigencia de razones valederas para mantener la coexistencia de varias centrales obreras, como la necesaria reformulación de los sistemas de representación y modos de elección de sus conducciones orgánicas para que denoten mayor apego a la voluntad de los trabajadores.
Es particularmente emblemática la situación presente en la Confederación General del Trabajo, que nuclea la mayor parte del universo sindical, en donde no se ha logrado una conducción unificada ni el real funcionamiento de sus cuerpos orgánicos, menos aún la participación efectiva de su Regionales en buena medida pendientes de procesos de normalización.
Claros ejemplos recientes han sido la postura asumida por el Triunvirato que hoy la conduce frente a la proyectos de reforma laboral y previsional, cuya envergadura —por los profundos cambios de paradigmas que significaban-—exigía un debate amplio y profundo que ha brillado por su ausencia, del cual surgiera un mandato legítimo para fijar posición frente al gobierno.
En lo que atañe a la reforma previsional, guardaron un silencio injustificable que debieron romper al verse superados por los acontecimientos y por la decidida acción de un amplio sector propio representado por la Corriente Federal de Trabajadores; que no sólo les reclamaba perentoriamente un pronunciamiento de rechazo expreso, sino que autónomamente mostraba un compromiso efectivo ganando la calle junto con la CTA de los Trabajadores y la CTA Autónoma, a través de una convocatoria amplia y multisectorial para enfrentar el ataque frontal y devastador del gobierno de Macri.
Pero del dicho al hecho pareciera haber una distancia sideral, no sólo por condicionar un paro general a la sanción de la ley, cuya inutilidad se hace evidente hasta para el más desprevenido; también por la decisión de convocar a una marcha al Congreso el 14 de diciembre y no movilizar, salvo escasas excepciones, a sus gremios. Más aún, a la reunión del Consejo Directivo en la cual se adoptó esa decisión —y luego otra de rechazo al intento de sustituir por un DNU la ley no consumada aún en Diputados, un verdadero disparate—, faltaron dirigentes tales como Cavalieri, West Ocampo, Lingieri, Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez, Roberto Fernández y otros referentes, cuyos gremios por supuesto tampoco participaron de la movilización.
Las reformas
Como una mística trinidad pagana, las reformas son tres pero en realidad es una sola. Constituye un paquete que, como regalo impuesto, el presidente Macri quiere ofrendar mediante el sacrificio del pueblo argentino a su mentor el FMI, y al gran capital nacional (¿?) y trasnacional, directo beneficiario de los efectos perseguidos con esas leyes.
Las reformas fiscal, previsional y laboral son parte inescindible de un ajuste mayúsculo, que importa consolidar y acrecentar las transferencias de recursos a una minoría ya favorecida desde los primeros actos de gobierno en diciembre del 2015, paliar el creciente déficit fiscal, sostener el fabuloso endeudamiento del Estado facilitador de la fuga de capitales y precarizar las condiciones de vida y de trabajo de la mayor parte de la población, con especial repercusión en los sectores más vulnerables.
A la vez, esa reformas que preanuncian otras iniciativas de igual sesgo que profundizarán el empobrecimiento general de actuales y futuras generaciones, son —aunque trascendentes por sí mismas— cabezas de playa para ir ganando terreno en el empoderamiento del gobierno nacional. De ese modo los gobiernos provinciales se tornarán cada vez más dependientes y sometidos a los designios del Estado Nacional, cooptado por las corporaciones que son el verdadero equipo del Presidente. Se avanza también hacia una nueva privatización de los sistemas de seguridad social, no sólo del previsional sino también de los subsistemas de salud; se neutraliza toda acción gremial que pueda poner freno a la avidez sin límites del capitalismo financiero y se desarticula un sindicalismo que, más allá de sus vicios, es heredero y portador de una fortaleza infrecuente en el mundo en orden a la potencia de representación, de negociación y de conflicto; y obviamente, se erradica el principio protectorio como rector de las relaciones de empleo, llevándolas a su máxima precarización tanto por esa vía como mediante su deslaboralización, diseñando figuras contractuales no alcanzadas por el derecho del trabajo ni amparadas por los convenios colectivos.
¿Soplan vientos o huracanes?
La marcha del jueves 14 representa en los hechos la consumación exitosa de un incipiente Plan de Lucha, que se confirma en la convocatoria desde diferentes sectores —no sólo gremiales— a una nueva movilización con igual objetivo, en la que difícilmente podrá eludir la CGT su compromiso como tal e instando esta vez a una efectiva participación de los sindicatos que la integran.
El pueblo argentino y los trabajadores en particular han demostrado en innumerables ocasiones la conciencia de ser portadores de fortaleza suficiente para no soportar mansamente que se los despoje de sus derechos, la organicidad y la conducción son necesarias pero no están circunscriptas a las formalidades institucionales, se construyen cuando no existen o se erigen sobre las existentes cuando no se demuestran suficientes ni a la altura de las circunstancias.
El Movimiento Obrero, predominantemente peronista, sabe reconocer y distinguir a los genuinos dirigentes, así como conoce de lealtades y deslealtades. Se forjó en la resistencia, ganando la calle y es allí donde diferencia —parafraseando a Perón— el barro, la paja y la bosta para la construcción de la organicidad indispensable que potencie al máximo su capacidad de lucha.
Las brisas que empujaban los gases que el gobierno arrojó sobre las columnas obreras, tanto como la feroz represión desatada, pueden volver convertidas en tempestades. El tiempo dirá si el Movimiento Nacional y Popular persiste desvertebrado o reencuentra su eje unificador en la organización de los trabajadores. El gobierno ha sobrepasado límites que no registran precedentes, ni siquiera en períodos oscuros con similares políticas neoliberales. Ha confiado en demasía en el aletargamiento mediático de la sociedad, creyendo además que eso sería para siempre. Los hechos recientes dan cuenta de la conciencia y decisión de dar batalla de amplios sectores populares, si eso se expande y consolida cada vez serán más los que se sumen, los que dejen de estar adormecidos.
Entonces, tal vez, asistamos al despertar de un gigante que ya en muchas otras ocasiones se ha demostrado invencible.
Foto: Nicolás Rapetti.
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