“Lo único que yo hice es resistir”
Falleció Haydeé Leonor Von Wernich, viuda del célebre militante Julio Troxler
A sus 101 años, murió el fin de semana pasado un capítulo de la historia del pueblo argentino con nombre de mujer. Haydeé Leonor Von Wernich de Troxler, baluarte de la resistencia a varias dictaduras, dirigente del Partido Justicialista en los años de proscripción y clandestinidad, protagonista y testigo del peronismo revolucionario. La viuda de aquel legendario policía con conciencia política, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez y asesinado por la Triple A en 1974, brindó en 2013 una entrevista a la revista cordobesa El Avión Negro, que reproducimos a continuación. Con la lucidez y humildad de los grandes y un sentido del humor a prueba de tragedias.
Al salir del cementerio Parque de la Paz, en el pueblo de San Benito, a diez kilómetros de la capital de Entre Ríos, un viejo VW Gol gris se detiene.
–¿Van a Paraná? ¿Quieren que los acerque? –pregunta el conductor.
–Sí, muchas gracias.
El hombre, de alrededor de 80 años, levanta los seguros para que subamos al auto y arranca. Mientras maneja con lentitud, comenta:
–Vengo a visitar a mi mujer. Hoy hace 14 años y un día que falleció. ¿Ustedes son de Paraná?
–No, de Córdoba.
–¿Y tienen parientes acá en el cementerio?
–No. Vinimos a ver la tumba de Julio Troxler.
–Ah. No me suena.
–Él era alguien conocido, que…
–…alguien que merece ser recordado –completa el hombre.
–Eso. ¿Usted de dónde es?
–De Concordia, a unos 200 kilómetros. Pero ahora estoy en Paraná. Vine de joven porque estaba en el Ejército y me destinaron al Regimiento de Caballería de Villaguay. Pero me retiré hace mucho, porque después de la revolución de 1976 tuve un problema. Entonces, pedí el retiro pero me lo dieron recién en 1978, a causa del problema con Chile. Pero me retiré y ya no tengo nada de milico.
–¿Qué problema tuvo?
–Al tomar una guardia, me habían ordenado que no dejara pasar a nadie porque la cosa estaba muy difícil. Y llegó un teniente coronel y quiso entrar. “Perdóneme, pero no va a poder pasar”. Venía con otros soldados y me puso la pistola en la cabeza. “Bueno, tiren nomás, pero esa es la orden que yo tengo que cumplir”. Después vino la disculpa, pero la humillación ya estaba hecha. Por suerte en ese tiempo no me tocó ningún regimiento donde hubiera problemas. No sé qué hubiera hecho si me hubieran mandado a torturar a alguien, porque yo ya tenía dos niños pequeños y estaba muy metido en la Iglesia. Y no se puede estar bien con Dios y con el Diablo. Así que me fui y me dediqué a trabajar por mi cuenta y a la familia. Con mi señora éramos muy unidos…
El destino paradojal
El hombre cuya tumba habíamos ido a visitar también tuvo en la fuerza a la que pertenecía “problemas” luego de una “revolución”. Tras la autodenominada Revolución Libertadora que en 1955 derrocó al Presidente Juan Domingo Perón, Julio Tomás Troxler se retiró de la Policía bonaerense con el grado de oficial inspector y se sumó a la resistencia contra la dictadura militar de Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas.
El 9 de junio de 1956, Troxler participó de la rebelión que encabezaron los generales peronistas Juan José Valle y Raúl Tanco. Detenido junto a un grupo de militantes de la resistencia, logró escapar del fusilamiento en el que cinco civiles acusados de participar en el alzamiento fueron ejecutados ilegalmente en un basural de la localidad bonaerense de José León Suárez.
El acontecimiento, narrado por Rodolfo J. Walsh en Operación Masacre, fue emblemático de un tiempo en que los peronistas eran asesinados por antiperonistas. Durante ese tiempo, Troxler se refugió en Bolivia y regresó para continuar la lucha por el retorno del líder proscripto, desde el Consejo Coordinador y Supervisor del Partido Justicialista. Encarcelado y torturado en varias ocasiones, el ex policía se enroló en el peronismo revolucionario.
En 1972, Troxler se interpretó a sí mismo en la versión cinematográfica de Operación Masacre filmada por Jorge Cedrón en la clandestinidad. También participó en los filmes de Fernando “Pino” Solanas La Hora de los Hornos –codirigida con Octavio Gettino– y Los Hijos de Fierro. Al retornar en 1973 el peronismo al poder con Héctor Cámpora, fue designado por el gobernador Oscar Bidegain como subjefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, a la que trató de imbuir de una impronta democrática durante los 84 días que duró en el cargo, hasta que el ala derecha del partido los obligó, primero a él y luego a Bidegain, a renunciar.
En ese otro tiempo en que los peronistas eran asesinados por otros (que también decían ser) peronistas, Julio Troxler fue secuestrado el 20 de septiembre de 1974 por cuatro miembros de la Alianza Anticomunista Argentina que lo acribillaron por la espalda en el barrio porteño de Barracas. “Troxler murió por bolche y mal argentino… Ya van cinco y seguirán cayendo los zurdos, estén donde estén”, decía el comunicado de la Triple A que acompañaba una lista de nombres marcados con cruces: “(Rodolfo) Ortega Peña, (Alfredo) Curuchet, (Atilio) López, (Juan José) Varas y Troxler”. Al momento de su muerte, tenía 52 años y era subdirector del Instituto de Estudios Criminalísticos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA.
Apellidos en conflicto
El VW Gol del viudo ex suboficial del Ejército llega a Paraná y nos deja en la esquina de las avenidas Almafuerte y Pedro Zanni, a metros de la casa Villa Eva, un nombre apropiado para que allí viva Haydeé Leonor Von Wernich, la viuda de Julio Troxler. “Así que se han venido desde tan lejos para ver a esta vieja”, es la frase con que nos recibe la elegante mujer de 94 años nacida en Quilmes, protagonista y testigo de la historia del peronismo revolucionario.
“Mi abuelo era Pablo Von Wernich y el hermano de él era el padre del gorilón este que está preso. Christian, el cura, era primo hermano de mi padre, pero nunca nos tratamos –aclara Leonor– porque mi padre nos abandonó cuando yo tenía cuatro años y nos criamos en Córdoba, con el hermano de mi mamá”.
–¿Cómo es eso de cargar dos apellidos con tanta carga simbólica y tan antagónica?
–¡Los cargo muy bien! –responde antes de reírse.
En Córdoba, se recibió de maestra en el colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. “Pero nunca ejercí, porque nos volvimos a Buenos Aires, donde ya comencé a militar”, recuerda Leonor. En esos años, entabló amistad con John William Cooke y su esposa Alicia Eguren, se formó con el intelectual Juan José Hernández Arregui y comenzó una tarea de alfabetización en villas junto con Carmen “Chata” Carrillo, la hija de Ramón Carrillo, el médico sanitarista y primer ministro de Salud Pública que tuvo la Argentina durante el primer y segundo gobierno de Perón.
A Troxler lo conoció durante una tarea militante: “Nosotros íbamos a visitar a los prisioneros a las cárceles, porque a los que no tenían familias era como si los adoptáramos. Entonces, una vez que Julio llega de Bolivia y lo detienen, lo conozco en la cárcel de Olmos. Cuando sale Julio, le hacen un homenaje en Vicente López, y ahí intimamos un poquito más. Y después lo tratamos mucho, porque las familias alojábamos a los clandestinos”.
–¿Y Julio fue el que le tocó en suerte a usted?
–Ah, sí. Fijate vos la casualidad.
El largavistas de la humildad
A pesar de sus 94 años, Leonor goza de una muy buena memoria. Sin embargo, su experiencia de vida ha sido tan vasta y agitada que algunos acontecimientos de enorme trascendencia aparecen minimizados en su recuerdo. Por ejemplo: “Yo con esta edad, fijate que estuve en el Consejo Coordinador del Movimiento Nacional Justicialista. Ahí conocí a este mamarracho de los metalúrgicos, (Augusto Timoteo) Vandor. No era tan fácil con Vandor ahí. Nosotros estábamos con los textiles de (Andrés) Framini y con Delia (Degliuomini de) Parodi (colaboradora de Eva Perón y fundadora del Partido Peronista Femenino). Una vez en el Consejo nos peleamos, porque habían asesinado a los compañeros que teníamos en el sur, en Trelew. Los habían traído a velar a la sede del peronismo. Estaban ahí los cajones, como diez, y vino el jefe de la policía con un tanque. Pero no nos hizo nada a nosotros, porque casi todas éramos mujeres”.
–¿Cómo era la vida en la clandestinidad?
–Era sencilla, porque vivíamos en la misma casa en Vicente López. Solamente, para que Julito pudiera llegar a dormir a casa, se apagaba la luz. Y cuando había problemas, la luz estaba prendida.
–¿Y cómo hacían en plena clandestinidad para filmar las películas donde participó Julio?
–Qué sé yo… iban y se embarraban todos. Lo que sé es que vivíamos peleando. A esas las filmaba el gran amigo nuestro –ex, porque ahora no lo puedo ni ver– Pino Solanas. Pino venía a casa y Julito le ayudó en todas las filmaciones. Tal es así que ganaba premios y todo. Era un muchacho divino y mirá ahora lo que es. Yo no me explico cómo ha cambiado tanto para estar con la Lilita Carrió, que es una desagradable.
En el ánimo de Leonor se mezclan una cálida nostalgia con la humildad y el deseo de disfrutar el presente:
–A mí me agasajan y me hacen homenajes, cuando no he hecho nada. ¡Por favor! Nosotros hemos vivido nada más que en luchas y luchas. Y ahora los están condenando a todos (los represores), ¿viste? Demoraron muchos años. Ahora se gana todo con sonrisas. Hay que festejar eso, ¿eh? ¿Viste los jóvenes? ¡Qué maravilla! Todos están entregados a la libertad y al pueblo, porque se le da al pueblo lo que el pueblo necesita.
–La integración de Latinoamérica era una de las banderas de aquellos años…
–Bueno, Perón nos dijo siempre: “A la libertad hay que conseguirla por continente, no por países”. Y tenía razón. Ahora Latinoamérica está muy unida. Cualquier cosa que pase en Brasil, va Cristina y los otros a la ONU. Y a Cristina protestando por las Islas Malvinas, mirá cómo la apoyan. Yo adoraba a la Venezuela de Hugo Chávez, y Nicolás Maduro es bueno también. Me acuerdo cuando fue Jorge Lanata a Venezuela y lo expulsaron… fue la alegría más grande que tuve. Hoy estamos unidos y el pueblo recibe lo que necesita.
Memoria de un crimen
“A través de (Envar) Cacho El Kadri, Julio tuvo un cargo en la Facultad de Derecho, en Balística. Vivíamos en Vicente López y él tomaba un colectivo hasta la Facultad de Derecho en Palermo, a dar clases. Seguramente, lo venían siguiendo, porque había quedado en encontrarse con unos amigos en una confitería en una esquina de la facultad. Baja y personas que bajaron de tres automóviles lo atrapan y lo consiguen meter en uno de los coches. De ahí lo llevan al paredón ese de Barracas, lo bajan del auto y lo asesinan”. Así relata el que fue el momento más dramático de su vida.
“Con mi cuñada, Catalina, fuimos en el auto a buscarlo por todos los hospitales, pero no lo encontrábamos –prosigue–. Hasta que le avisan a Catalina que estaba en la comisaría no sé cuánto. Llegamos y Julito estaba tirado ahí, sin zapatos y sin reloj, me acuerdo. Ahí hablamos a todos los amigos. Yo perdí la voz y estuve sin voz qué sé yo cuánto tiempo. Después la recuperé... Ya me ven que la recuperé”.
–Después de que matan a Julio, usted debe haber estado en peligro. ¿Qué fue de su vida?
–Yo ya era muy amiga de la familia del doctor Ramón Carrillo. La hija, Chata Carrillo, era mi amiga. Y vivíamos ahí permanentemente, porque no era peligroso. En cambio en casa me allanaban todo. Nunca encontraban nada, porque a casa de Chata llevábamos lo peligroso, los libros y todo.
–¿Nunca se fue del país?
–No, yo no me refugié nunca. Después de que murió Julio, me allanaban la casa, venían y se hacían los amables. Yo les servía café o té. Y uno de ellos, muy amable, me dijo: “Señora, usted también tuvo lo suyo”. Era el que le decían El Ángel Rubio, Alfredo Astiz, mirá qué amable conmigo. A mí me han detenido muchas veces, pero nunca me hicieron nada. Una vez estaba escribiendo en pleno Palermo “Isabel = Tres A”, y vinieron los policías y me llevaron detenida. Mi cuñada y otra chica estaban en el auto, y también las llevaron. Fue la primera vez que dormí en una comisaría. A las cinco de la mañana me llevan un café con leche riquísimo. Las otras dos lo rechazaron, pero yo lo acepté contentísima.
La historia sin protocolos
Hay episodios recientes que ilustran la dimensión mítica del personaje. El 15 de diciembre de 2011, en el acto de asunción de su segundo período al frente de la gobernación de Entre Ríos, Sergio Uribarri se tiró de panza, arrastrando su banda albiceleste por el escenario, para saludar a Leonor Von Wernich, que estiraba sus brazos desde el público al borde del palco.
“¿Dónde está la esposa de Julio?”, fue lo primero que preguntó la Presidenta Cristina Fernández al llegar el 20 de noviembre de 2010 a la localidad bonaerense de San Pedro, para luego romper el cerco protocolar y abrazarse con la viuda de Troxler, que estaba entre los invitados especiales al acto por el Día de la Soberanía Nacional en conmemoración de la Vuelta de Obligado.
–¿Por qué insiste con que usted no hizo nada?
–Porque no hice nada… Dar lo poco que tenía. Digo que no, porque no pudimos conseguir nada nosotros.
–En todo caso, no triunfaron, pero eso no significa que no hayan hecho nada.
–Lo que hicimos no sirvió. Nosotros decíamos para alentar a los compañeros: “Murieron para que la Patria viva”. Pero nos costaba mucho.
–¿Y ahora cree que la Patria está viva?
–Callate, si yo no hago más que estar alegre. Y me da un dolor tan grande cuando veo que la gente del pueblo no responde como corresponde.
–Pero desde el proyecto actual se reconoce la lucha de ustedes…
–Sí, pero lucha sin éxito. Como le dije a Cristinita: “No hemos hecho nada, si no hemos podido más que dar nuestra muerte”. Pero ahora estamos alegres.
–¿Y ella qué le dijo?
–Nada… Se rió.
–A mí me parece que hicieron mucho, hicieron la punta.
–¿Sabés qué hicimos? ¡Resistir!
–Nada menos...
–Nada más.
–¿Quién fue en la historia argentina Julio Troxler?
–Un luchador por el pueblo, un luchador total.
* Artículo publicado en la revista El Avión Negro, del Centro de Formación Política “Miguel Ángel Mozé”, N° 21, noviembre de 2013.
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