Parir al borde la muerte
Historia de una embarazada con Covid-19 en el Hospital Materno Infantil "Ramón Sardá"
–Es una enfermedad que come el cuerpo. Te aniquila.
El 3 de enero Karina Lima se levantó con un fuerte dolor de cabeza, quiso caminar pero no podía permanecer en pie. Fue al Hospital Materno Infantil “Ramón Sardá”, donde se hacía controles por su embarazo, que en ese momento llegaba a los siete meses. Le dieron Paracetamol. Sólo le dijeron que podía tratarse de una cefalea.
El dolor, sin embargo, no cesó. Esa noche fue incapaz de conciliar el sueño. Al día siguiente, empezó a tener fiebre. Volvió a la guardia del Sardá y la aislaron de inmediato por ser caso sospechoso. Se hisopó pero le dio negativo; aún así la internaron porque tenía síntomas de Covid-19. Pasaron unas horas, la volvieron a hisopar. Y dio positivo.
Karina es enfermera, tiene 38 años y dos hijos: Mateo, de 11 años, y Aleksa, de tres meses. Es boliviana, hace ocho años que vive en la Argentina. Y es una de las tantas historias de embarazadas con Covid-19 que, en el último tiempo, estuvieron al borde la muerte.
Cuando la internaron en terapia intensiva sintió que entraba lentamente en una pesadilla. Lo primero fue la falta de aire. Todo el cuerpo se fue aflojando, a punto tal que perdió la sensibilidad muscular. “No podía respirar bien, y entonces hablé con mis familiares por audios y llamadas. Me desesperé. Hablé con el papá de mi hijo más grande, que vive en Bolivia, le supliqué que venga para la Argentina a hacerse cargo de él. Hablé con mi mamá, con mi papá, con mis tías. Me sentía tan mal que fue como una despedida”.
Estuvo un mes intubada. Hasta que entró en coma. Karina lo recuerda y llora. No sólo fue el deterioro físico, sino cómo se afectó emocionalmente. Casi todos los días soñó con cosas tenebrosas. “Veía duendes, veía hombres en la oscuridad. Un día soné muy profundo. Estaba en un lugar donde parecía que unas personas me tenían secuestrada. Alrededor estaban mis familiares, pero mirándolos bien no eran ellos. No tenía escapatoria”.
Como si fuera poco, Karina pasó por otra experiencia terrible: perdió momentáneamente la memoria. Su estado era tan grave que el equipo médico que la atendía decidió adelantar el parto.
Así nació Aleksa, sietemesina y prematura, con su madre en coma por Covid-19.
“No recuerdo cómo fue el parto. Me la trajeron y no la reconocí. Reaccioné cuando me vi la cesárea y entonces no lo podía creer. Parece como si hubiera estado en el cuerpo de otra persona. Encima perdí la memoria en su totalidad, no recordaba absolutamente nada. Ahora recuerdo que en ese momento sólo decía el nombre de Mateo, mi hijo más grande. Quería verlo con locura”.
Las enfermeras nunca la dejaron sola. Se contactaron con la familia y lograron que Mateo fuera a visitarla cuando ella ya empezaba a sentirse mejor. Fueron un sostén fundamental. “No tengo palabras para expresar mi agradecimiento a ellas. Me atendieron siempre con la mejor predisposición y me dieron afecto. No me cobraron un peso. Estuve internada en el mejor hospital, la salud pública es sagrada”, dice Karina Lima, que también es parte de la profesión: sólo le falta rendir una materia para matricularse como enfermera en la Universidad Nacional de Quilmes.
Aleksa Agustina Silvera Lima. La bebé está creciendo sana, sin secuelas de la enfermedad de su madre salvo unas complicaciones respiratorias al nacer que rápidamente se interrumpieron. A Karina le dieron el alta el 12 de febrero. Cuando se despertó del coma, estuvo cinco días sin poder pegar un ojo. Perdió 40 kilos.
Le costó volver a caminar por su cuenta, anduvo un tiempo con un andador y con gente que la ayudaba. Su pareja, Walter, la bañaba, le daba de comer. Ansió el abrazo de sus padres, pero no los dejaron viajar en avión desde Bolivia por las restricciones de circulación. Ya en su casa volvió a tener pesadillas, le recetaron calmantes para dormir. Vivió un calvario fuera de todo sosiego: poco a poco, además, empezó a tener alucinaciones.
–Se me presentaba imágenes de personas que quemaban niños.
Lo económico es otro problema para los contagiados que son de clase baja. En abril del 2020, antes de quedar embarazada, Karina ya se había contagiado de Covid-19. Y luego su pareja Walter, y luego su hijo Mateo.
“Nosotros somos de una familia con pocos recursos. Cuando nos contagiamos el año pasado, me asusté mucho y dejé de trabajar. Me puse a vender ropa por Internet, saqué un préstamo en el banco que hoy lo seguimos pagando. Y cuando me volví a contagiar en enero, el papá del bebé, Walter, tuvo que hacerse cargo de mi otro hijo, Mateo, y dejó dos trabajos en la construcción, él es albañil. Ahora estamos con mil deudas, algo de dinero nos ha mandado mi familia desde Bolivia, pero el proyecto de vender ropa se fue al tacho”.
En su recuperación, algunas médicas y enfermeras del Hospital Sardá siguen escribiéndole para saber de su situación. “Ellas me contaron que en este último tiempo tuvieron varios casos de embarazadas con el virus y que incluso hubo quienes no pudieron sobrevivir. Todas se sorprendieron con mi mejoría, porque estuve más cerca de morir que de seguir con vida”, dice Karina.
Las embarazadas son un grupo de riesgo ante el virus. “Con el embarazo, el útero va cogiendo más espacio y los pulmones reducen su capacidad de expansión. El esfuerzo es mayor y la capacidad pulmonar, menor. Además, el gasto cardíaco es mayor porque el corazón trabaja por dos, sobre todo en el último trimestre del embarazo, y hay menos oxígeno para todos los órganos vitales”, explicó otra profesional del Sardá, asociando el incremento del riesgo a los cambios fisiológicos que experimenta la mujer durante el embarazo.
Según pudo comprobar El Cohete a la Luna en diálogo con trabajadoras de la salud del Hospital Sardá, los casos de embarazadas con Covid-19 subieron en los últimos meses. Y las que pasaron por ese cuadro tuvieron más complicaciones.
¿Por qué subieron los casos en el último tiempo? Las falencias de la campaña sanitaria, el relajamiento de la población durante el verano, la influencia de las nuevas cepas, la falta de personal de salud en la atención de casos de embarazadas, que requieren un esfuerzo doble, son algunas de las posibles causas que conjeturan los especialistas. La preocupación por el aumento de casos, en efecto, ha generado que en todo el país se realicen nuevos estudios, que todavía están a la espera de resultados.
Una de las enfermeras del Sardá lo explicó de la siguiente manera: “Subieron en cantidad y peligrosidad, no sabemos todavía si es por las nuevas cepas o por cómo se han relajado los cuidados en el verano. Lo de Karina fue muy importante, ella recibió el afecto del equipo de salud en todo momento. Le hablábamos todo el tiempo de que iba a salir, ella no podía mover más que la cabeza por la medicación. Lo último que pierde una paciente es el oído. Descubrimos que nos escuchaba y que nuestras voces la tranquilizaban. Cuando fuimos bajando la medicación, logramos una conexión estupenda para que salga por sus propios medios. En los casos de terapia hoy estamos realmente superados, tanto en la falta de equipamiento como en personal”.
Un informe del equipo de la Dirección Provincial de Equidad de Género en Salud (DPEGS) del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, al que accedió en exclusiva este medio, registró 5.877 casos confirmados de Covid-19 en personas gestantes y puérperas desde el inicio de la pandemia: 4.645 durante la primera ola y 1.232 en la segunda.
Lo que confirma el estudio es que los casos confirmados de la segunda ola ya superaron el pico de la primera. Pero no especifica causas ni habla de cantidad de fallecidas. “Se observa un patrón de rápido deterioro del estado de salud en personas gestantes o puérperas confirmadas a partir del momento del inicio de las características moderadas-severas de la enfermedad. En los cuadros graves y severos se observa que el 74% registraban alguna comorbilidad. La obesidad fue la comorbilidad con mayor frecuencia, seguida por hipertensión y asma”, dice el informe.
Karina Lima padeció una grave neumonía. En su historia clínica figuraba que tenía diabetes gestacional y obesidad. Ahora cuenta que, por las mañanas, le cuesta arrancar porque siente un temblor en los pies, se le ponen morados porque no llega el oxígeno de forma suficiente. El kinesiólogo le dio el alta la semana pasada. Las secuelas principales, sin embargo, permanecen en la cabeza: se siente temerosa, angustiada, sin ánimo de hacer cosas. Dice que está saliendo de una profunda depresión. No tuvo más leche en su cuerpo, no pudo alimentar a su bebé.
Hace ocho años que vive en Buenos Aires. Trabajó como empleada de limpieza, en una verdulería. Había estudiado enfermería en Bolivia, entonces un día pensó en anotarse en la Universidad Nacional de Quilmes y así poder terminar la carrera. Recuerda cómo hacía las tareas a la luz de las velas, entre cajones de verduras. “Es un antes y un después lo de esta enfermedad. Recién ahora estoy pudiendo volver a la vida. Perdí la movilidad física, me afectó la economía, mi autoestima. Se me cayó el pelo. Tardé un mes en volver a caminar, no podía mover un dedo. Y ahora me aferro a mi hija, es un milagro que la pueda tener conmigo”.
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