DE LA ASTILLA AL PALO
Pensamiento jurídico, Derechos Humanos, poesía, historia reciente, todo batido por Julián Axat
Desde hace suficiente tiempo, la reflexión sistemática sobre los problemas sociales ha constatado que el primer paso para que cualquier investigación o perspectiva se desarrolle con rigor y seriedad requiere la recolección de un inventario. De ahí emerge la construcción de series clasificatorias y, a partir de ellas, la confección de un archivo. Requisito metodológico elemental en la búsqueda de sentidos, la elección de materiales, registros y evidencias conforman una toma de posición frente al pasado y al presente y, de acuerdo a los resultados luego obtenidos, al futuro.
Tal el recorrido formulado por Julián Axat (La Plata, 1976), al optar por cuatro encuadres que al mismo tiempo enmarcan, determinan y sostienen su experiencia productiva, sensible, política y singular. En tanto abogado defensor de pobres y ausentes ante los tribunales bonaerenses durante seis años, se nutre de realidad y discursos de clase, representativos de un palpitar lejano —y ocultado— a la percepción masiva. Como funcionario judicial en programas de acceso a la justicia, participa de discusiones sobre democratización de derechos, basadas en situaciones concretas. Hijo de Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés della Croce, secuestrados y asesinados en abril de 1977, querellante en el juicio correspondiente, formula una constante reflexión sobre la memoria histórica, el mal, el horror, la función generacional, las características del testimonio, el compromiso. Finalmente, sin clausurar, más bien como apertura y relanzamiento, su condición de poeta postula una amalgama de todo lo anterior en forma de misceláneas que comprenden instancias propias, de cofrades que comparten semejantes experiencias, hasta de versos escritos del otro lado del mostrador, por jueces cómplices o policías.
En las trescientos cincuenta páginas de El hijo y el archivo, Axat oscila entre el lenguaje poético y el jurídico, cuidándose de evitarle al lector floraciones petulantes tanto como arcanos para iniciados, respectivamente. Gentileza atribuible a una adrede posición militante sumada al elegido —vasto— público de medios masivos, blogs, páginas web (incluido este Cohete a la Luna) y revistas en que sus textos originales fueron oportunamente publicados. Democratización del discurso atravesada por la condición de poeta del autor, que va más allá de los mismos versos. “Un hecho poético es un chispazo en la historia producto de un tipo de fuerza que la historia humana otorga, dona. No es un regalo de los dioses”. En semejante tesitura el autor encuadra asimismo la práctica social que activa no sólo la política: “Podríamos pensar que el origen del peronismo tiene algo de esa fuerza, también la tiene la resistencia peronista luego del '55, la tuvieron algunos (no todos) los movimientos revolucionarios. La tuvieron las Madres, a su manera”. Poética que distingue del puro verso chantapufi al trascender como ocasión (poiesis, dice) histórica, “cuerpo fuera del papel. Con capacidad de ruptura e identidad épica”, forma “distinta de intervenir en el espacio público” que se torna capaz de subvertir los modos dictatoriales de aislamiento.
Didáctico ejemplo —en las anteriores líneas— de la articulación lógica de tan variadas tópicas, en que la visión lírica ilustra la perspectiva antropológica, el correlato jurídico, la faceta histórica, superando las limitaciones de la anécdota. Coadyuva en esta dirección la organización del libro en cuatro secciones: Apuntes sobre memoria, identidad y justicia; Apuntes sobre el poder judicial autoritario; Jóvenes, violencia y Estado; y Justicia, poesía, historia. Organizador general con clivaje en la administración de justicia, formula una tesis en la que caracteriza a esta última como poseedora de “privilegios históricos, basados en la construcción de un poder vitalicio con inserción en los sectores más conservadores de la sociedad (casta) con capacidad de autoprotección y defensa reactiva”. Axat despliega a partir de allí una decena de hipótesis en torno a la incidencia política de ese Poder y la eventualidad de cambios en pos de una democratización.
Intersecciones en las que El hijo y el archivo se sostiene a fin de quebrar los estancos con los cuales suelen compartimentarse las variables que convergen usualmente en el análisis del genocidio y el horror: “Un juez, un médico de la morgue, un defensor oficial, etcétera; personas que formaron parte de la misma sociedad civil igual que muchas de las víctimas. Victimarios y víctimas conviviendo en el mismo entramado social. Hay veces que en la misma pertenencia, clase, trabajo, vecindad, la banalidad del mal es un lugar, una complacencia, un hacer inmediato-mediato que producía efectos concretos en la cadena criminal desplegada; y como aporte, debe ser sometida a juzgamiento”.
Sin responsabilidad del autor, por otra parte, un editing más esmerado podría brindar mejor contexto al indicar al comienzo —en vez de al final— de cada artículo, fecha y medio de publicación, de modo que el lector tenga oportunidad de ubicarse en tiempo y espacio. Del mismo modo, el cuidado de las inclemencias del tipeo y demás pifios ortográficos evitaría rasguños a la retina.
Con escasas salvedades, Julián Axat propone un texto de inusual belleza en la escritura, aún en los pasajes más atroces, necesarios, en los que la poética funciona como un engranaje totalizador. Función de un artefacto lógico, ni inductivo ni deductivo, mas bien en un paradigma semiológico inferencial, al modo como Humberto Eco inicia El nombre de la Rosa (1980). En aquel primer capítulo, el protagonista devela a su ayudante un breve misterio mediante la concatenación de observaciones dispersas, en apariencia inconexas, con diversos niveles de complejidad, encerrados en aspectos a primera vista obvios. De modo semejante y salvando las distancias, el autor produce una obra cuya solidez y congruencia se va armando a medida que la lectura prevalece.
FICHA TÉCNICA
El hijo y el archivo
Julián Axat
Buenos Aires, 2021
350 páginas
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