Aguafuertes de una dominación
Del desmantelamiento a la balcanización
La disputa por la hegemonía mundial, la situación del sistema económico argentino, el comportamiento de JxC y el inquietante mensaje de la prensa opositora –mientras un portal afirma que la CIA “pronostica convulsión política en América Latina”–, remiten a lo que se ha denominado “la cuestión nacional”. En este escenario, el comentarista Marcelo Longobardi, con terminal en la Embajada de Estados Unidos, se manifiesta preocupado por niveles de pobreza “estrafalarios” y considera que “la democracia no es para cualquier país (…) Vamos a tener que formatear a la Argentina de un modo más autoritario”. Sus aclaraciones posteriores oscurecieron más el panorama.
Las relaciones determinadas por la díada dominación-dependencia fueron denunciadas y combatidas en nuestra región por patriotas como Túpac Amaru, José Gervasio Artigas, Simón Bolívar, José Martí y Raúl Scalabrini Ortiz. Responden a una serie de factores y han generado distintas teorías, especialmente, en el transcurso de los últimos 120 años. En una nota reciente abordé dos de los mecanismos que caracterizan actualmente a esas relaciones y afectan a la Argentina.
Se puede comprobar que las técnicas de los dominadores han cambiado con el tiempo y con los dominados. También que PROpuestas de la última hornada son funcionales a una agudización de la dependencia argentina, como la de la secesión de Mendoza. O decisiones como la del jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de resistir una medida del gobierno nacional orientada a atenuar los efectos de la pandémica segunda ola, particularmente virulentos en el feudo porteño. Otro ejemplo es la carta que el ex ministro de (in)Justicia de Mauricio Macri –actor principal del lawfare– envió en representación de JxC al secretario general de la Organización de Estado Americanos (OEA), Luis Almagro, en la que eleva una queja “por hechos que avasallan la independencia judicial (…) violando la Constitución y los derechos humanos”. Se evidencia que el objetivo es debilitar al Estado nacional.
La idea de la separación de Mendoza, que inicialmente pudo parecer un delirio de irresponsables, toma otro cariz en la medida que es repetida con insistencia por el diputado de La Nación, presidente de la Unión Cínica Radical y jefe político de la alianza que gobierna la provincia –donde José de San Martín organizó su gesta libertadora–, impulsando así una balcanización que sería calurosamente bienvenida por el Imperio. En la misma línea se inscribe el insidioso pedido del moderado que no fue –ahora abanderado del negacionismo suicida– a la Corte Suprema de Justicia de la Nación para que declare la inconstitucionalidad del decreto de necesidad y urgencia (DNU) que suspende por 15 días las clases presenciales en la ciudad de Buenos Aires. No busca mejorar la educación sino quebrar el sistema de salud y debilitar la autoridad presidencial, que en nuestro país equivale a lesionar al Estado.
Así, la deriva de los militantes por la postración nacional se ha acelerado en ese rumbo temerario: no valoran adecuadamente sus inigualables realizaciones en materia de endeudamiento y control del Poder Judicial, o de desmantelamiento del Estado a través de medidas como la eliminación de los ministerios de Salud y Ciencia, reducción del presupuesto en educación, desregulación de sectores clave de la economía y vaciamiento de los organismos de control.
Sostengo aquí la hipótesis de que, más allá de las especulaciones electorales, la derecha criolla se ha deslizado desde la ruptura del Estado de Derecho –primero con los golpes de Estado, luego con el lawfare– a la ruptura lisa y llana del Estado. Y lo hace en correspondencia con el pasaje del Imperio de la estrategia del “divide y reinarás” a su fase superior de “desintegra y reinarás”, para lo cual es condición necesaria la desaparición de esos Estados.
Historicidades necesarias
Es fundamental considerar las articuladas variaciones espacio-temporales de los sistemas económicos, las formas políticas y las ideologías de legitimación del vasto proceso de dominación que nace con el capitalismo, es decir, sus respectivas historicidades. La lectura eurocéntrico-esencialista de la historia del mundo, en sus distintas formas de presentación, ha cumplido y cumple una importante función política y social: negar vínculos causales e interacciones. Por lo tanto, desempeña un papel decisivo en la estrategia de colonización: legitima la presencia de colonizadores y certifica la inferioridad de los colonizados.
Desde que Cristóbal Colón pisó suelo americano, la historia mundial se convirtió en una historia única, relacionada y global: la pobreza de les unes no se puede explicar sin considerar las relaciones de causalidad con la riqueza de les otres; el desarrollo económico de les unes es indisociable del atraso de les otres; el progreso en derechos sociales allá sólo es posible si se reducen o niegan los derechos acá.
El ocultamiento de estos vínculos requiere de operaciones ideológicas que formalicen esquemas explicativos jerarquizadores: son los que constituyen el racismo, tanto en sus aspectos constantes como en los mutantes que, como los del Covid-19, lo hacen cada vez más peligroso. Hay invariantes porque todos los rostros del racismo, desde el biologismo hasta el sexismo, pasando por la gauchofobia, tienen un denominador común: la jerarquización de los hombres. Hay mutaciones porque cada rostro del racismo corresponde a un estado de los sistemas económicos y políticos de depredación. En algunas regiones –Irak, Libia, Sudán, Somalia, etc.– al capitalismo monopolista globalizado corresponde la balcanización/caos como forma política de dominación y el racismo cultural (versión islamofobia) como legitimación ideológica.
Nosotros estamos hoy relativamente lejos de esa calamidad –estuvimos cerca en 2001–, pero padecemos la legitimación ideológica que corresponde a la forma política de dominio que nos toca, el status de neocolonia. Esta es la conquista más importante y perdurable de Macri: “Aquí los problemas empezaron hace 75 años”, “no somos capaces de gobernarnos”, “tenemos un país con abundancia de recursos pero no sabemos administrar”, “no nos olvidemos de que este es un país de mierda”. En América Latina hay países que están cerca de un caos provocado, para los que ya se ha elaborado el discurso legitimador apropiado: son “inviables”.
Dominio económico
La penetración económica es uno de los mecanismos más efectivos de dominio asociada a la forma política de neocolonia: la esencia del neocolonialismo consiste en que el Estado sometido a él es teóricamente independiente, tiene todos los atributos simbólicos de la soberanía pero, en realidad, su economía y su política están manipuladas desde el exterior.
Pero ¿de qué hablamos cuando decimos penetración económica? El predominio del capital extranjero es algo que forma parte de nuestro paisaje a partir de la segunda década del siglo XIX, aunque adquiere nuevos bríos desde hace unos 60 años. Hoy el 50% del núcleo del poder económico argentino está en manos del capital extranjero, situación que genera problemas concretos. Por un lado, esos capitales determinan la inserción de nuestro país en el mercado mundial como proveedor de productos primarios, es decir, como país dependiente. Por otro lado, son receptores de distintos estímulos –y prebendas– estatales, por lo cual ocupan un lugar central en el déficit fiscal que tanto preocupa, pero también aparecen del otro lado del mostrador financiándolo, lo que constituye un mecanismo de captura del Estado. Eso no es todo: desfinancian la economía en el frente externo a través de varios renglones de la balanza de pagos y, en lo que parece un juego dialéctico, financian parte del desequilibrio del sector externo, otro dispositivo de captura del Estado.
Este cuadro no surge por generación espontánea. Está asociado a marcos normativos que favorecen la expansión del capital transnacional, como el conjunto de disposiciones que disparó la ley de inversiones extranjeras de la última dictadura, todavía vigente, y los famosos tratados bilaterales de inversión que firmó la Argentina durante el apogeo neoliberal de los ’90 del siglo pasado, que también se mantienen hasta hoy. Normas que, a su vez, se explican por la ausencia de una burguesía nacional. Siempre ha habido empresarios argentinos pero, excepto en algún período breve, nunca hubo una fracción del capital local que tuviera un proyecto de país y disputara espacios con el capital extranjero que expresa al imperialismo. Todo lo contrario: importantes sectores empresariales argentinos han jugado históricamente el rol de socios menores (subordinados) del capital transnacional.
En estas condiciones, el poder económico es un fuerte limitante de un proyecto de desarrollo nacional autónomo.
Militarización creciente
Estados Unidos ha intentado siempre sostener su hegemonía sobre el pilar básico del poderío militar, sistemáticamente perfeccionado desde 1945. Al terminar la Guerra Fría y no obstante el colapso de la “amenaza” soviética, Washington eligió no desmantelarlo sino al revés, extenderlo a aquellas regiones que hasta entonces habían estado fuera de su control. Según el Instituto para la Paz Internacional de Estocolmo, en 2014 el presupuesto militar norteamericano fue de 640.000 millones de dólares, mientras el de las ocho potencias que le siguen –China, Rusia, Arabia Saudita, Francia, Reino Unido, Alemania, Japón e India, en este orden– gastaron, todas juntas, 607.000 millones de dólares.
El Informe Cuatrienal de Defensa de 2014 dice: “La efectividad de otras herramientas para la influencia global de Estados Unidos, como la diplomacia y la asistencia económica, está absolutamente entrelazada y depende totalmente de la percepción que el mundo tenga de la fuerza, la presencia y el poder de nuestras Fuerzas Armadas”. Sobre esta base, la emergencia de China, la recuperación de Rusia y los procesos de liberación que condujeron en Suramérica Hugo Chávez, Lula Da Silva, Evo Morales y Néstor Kirchner fueron, entre otras circunstancias, interpretados como amenazas y provocaron un incremento de la presencia y control militar estadounidense en todo el globo.
Asimismo, la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se han convertido en los principales instrumentos del sistema imperialista como sustitutos de las Naciones Unidas. Otras instituciones, como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), juegan también un rol en este esquema, todas subordinadas al gran capital con asiento principal en Estados Unidos. La OTAN habla en nombre de la “comunidad internacional” y dejó de ser una alianza defensiva para convertirse en un aparato de ataque.
En marzo de 2020 ofrecí información sobre el ejercicio anual del Ejército de Estados Unidos en Europa, Defender Europe 20, que pone en evidencia el grado de subordinación de la Unión Europea a la OTAN. Para confirmar que las decisiones estratégicas del Imperio tienen poco o nada que ver con el ocupante de la Casa Blanca, acaba de ponerse en marcha el Defender Europe 21, que amplía los alcances del anterior, mientras toda Europa está paralizada por los confinamientos decretados ante la pandemia. Según explicaron los 30 ministros de Exteriores de los países miembros de la OTAN (en Bruselas, el 23 y 24 de marzo) esta ocupación norteamericana de gran parte del continente europeo se justifica porque “Rusia, con su comportamiento agresivo, socava y desestabiliza a sus vecinos y trata de interferir en la región de los Balcanes”. Por su parte, el demócrata Joe Biden cumple con su promesa electoral de “protección” a los países aliados: “Mientras que el Presidente Trump abandonó a los aliados y socios y renunció al liderazgo estadounidense, yo, como Presidente, emprenderé de inmediato avances para renovar las alianzas de Estados Unidos, con el fin de que América, una vez más, guíe al mundo”.
En este tablero, América Latina es una zona de importancia decisiva. No sólo por ser reservorio de recursos naturales renovables y no renovables (como agua, petróleo y minerales con valor estratégico), sino porque es un área vital de seguridad militar de Estados Unidos –la frontera sur es su frente más vulnerable–, y también una plataforma clave para la proyección del poder norteamericano.
Documentos oficiales del Pentágono distinguen dos tipos de bases: las de operaciones tradicionales, con personal permanente y poderosa infraestructura, como la de Ramstein en el Land de Renania, Alemania; y los llamados sitios de operaciones avanzadas, con un número muy limitado de tropas. Estas últimas se conocen en la jerga militar como lily pads o FOL (Forward Operating Location) y están repartidas en todo el mundo, en lugares considerados estratégicos para la seguridad/hegemonía de Estados Unidos. Las tradicionales surgen de acuerdos formales con los gobiernos y su función primordial es el control de zonas críticas del planeta: vigilar y garantizar la libre circulación de mercaderías u obstaculizar la circulación del enemigo y el reabastecimiento. En tanto que las FOL suelen surgir de pactos poco transparentes –a espaldas de los Congresos e incluso de los Poderes Ejecutivos– como acuerdos con las fuerzas armadas y el Departamento de Defensa yanqui: según el analista Michael T. Klare “tratan de no dar la impresión de que Estados Unidos está buscando una ocupación permanente, del tipo colonialista, en el país en el que quiere ubicar una de esas instalaciones”. En realidad son bases de nuevo diseño que funcionan como plataformas portátiles, a las que el Pentágono tiene libre acceso pero las autoridades del país donde se encuentran tienen prohibido entrar. Un ejemplo fue la base de Manta en Ecuador, hasta que el Presidente Rafael Correa la cerró en 2009.
Para completar este acotado panorama cabe mencionar las “Brigadas de Asistencia a las Fuerzas de Seguridad”, emplazadas en Medio Oriente, Asia, África, América latina y Europa. Envueltas con el discurso de la “asistencia” sirven para realizar verdaderas operaciones militares bajo las órdenes de Estados Unidos.
En América del Sur y Central, las FOL juegan un papel fundamental desde comienzos del siglo XXI tras el desalojo del Comando Sur de Panamá en 1999 por el acuerdo Torrijos-Carter. Diseminadas, forman parte de una red global interconectada. Están, por ejemplo, en Aruba y Curazao, a 50 kilómetros de la costa venezolana. También en El Salvador, Guatemala, Honduras, Perú y Paraguay. A partir de las revelaciones del ex agente Edward Snowden, se comprobó que los datos proporcionados por las FOL incluían escuchas telefónicas, correos electrónicos e información sobre reuniones de funcionarios de distintos gobiernos. No es necesario dar detalles sobre Colombia, pero sí mencionar que Estados Unidos tiene una base en el Norte de Brasil con capacidad para disparar cohetes a gran distancia. Fue negociada entre Donald Trump y Jair Bolsonaro con el acuerdo del jefe del Comando Sur, almirante Craig Faller, quien recibió al Presidente brasileño con honores militares y nos visitó hace pocos días. Brasil obtuvo a cambio equipos militares y el ingreso como país “amigo” de Estados Unidos a la OTAN. Además, Estados Unidos presiona para “ayudar” a instalar una base militar “uruguaya” en Fray Bentos, para “proteger” a la planta de celulosa que generó el conflicto con la Argentina por la posible contaminación de las aguas del río Uruguay.
Se deduce que es tan difícil exagerar la importancia de recuperar el control soberano del río Paraná, del comercio exterior que lo tiene por escenario y de la salida argentina al Atlántico Sur, como el peligro que implica la potente base militar de la OTAN en Malvinas. Nuestras islas tienen una gran importancia estratégica por sus recursos naturales y por su proyección sobre la Antártida, América del Sur, África del Sur y los océanos Pacífico Sur, Atlántico Sur e Índico. El tema formó parte de las conversaciones entre funcionarios del Ministerio de Defensa y el Almirante Faller, aunque no haya figurado entre las razones con las que la Embajada explicó la visita.
El pasado 9 de abril, el portal Infobae tituló con una sentencia de Faller: “China posee una flota pesquera patrocinada por el Estado e involucrada en actividades ilegales”. Agregó que “en tiempos de pandemia, las amenazas transnacionales deben ser abordadas en forma conjunta”. O sea que este alto jefe militar del país que encabeza los contagios y las muertes viene a ofrecernos ayuda para proteger a nuestros recursos del peligro chino, que se agrava por la pandemia: es la sempiterna generosidad yanqui, que nos ha costado tan cara.
La realidad está en otra parte: Estados Unidos no tolera la competencia hegemónica en el hemisferio occidental y ha puesto ojos expertos en nuestro territorio ante trascendidos de que se instalaría una base china en Tierra del Fuego. El Presidente hizo declaraciones en ocasión de otra sugerente visita, la del director para Suramérica en el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, Juan González. Alberto Fernández dijo que “no habrá bases extranjeras” en la Argentina. Definición contundente, propia del ADN del gobierno popular.
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