Los mitos sobre la tasa de interés no explican la crisis
Buena parte de la sociedad civil absorta, enredada en la pegajosa telaraña de contradicciones tejida por el gobierno, optó en octubre por que este salga airoso en las elecciones de medio término. En esa atmósfera intoxicada, difícilmente el gobierno se hubiera convencido de que no se estaba andando al ritmo adecuado. Lo llamó a la realidad Wall Street. Entre noviembre y enero, el gobierno tomó nota de ese mensaje desde la Gran Manzana. La clave de bóveda de su política —el endeudamiento externo— no sería más financiada y refinanciada a buen precio.
A partir de mediados de diciembre, la tasa de interés que era el instrumento para controlar la inflación, subiendo o bajando más su magnitud que la eventual subida o bajada de los precios, cesó como tal. Desde entonces, la política económica gubernamental se ha enfocado en bajar la tasa de interés. Esperan que el abaratamiento del capital obre sobre la inversión y la devaluación sobre las exportaciones. Patrocinaron la devaluación al aflojar el freno que la tasa de interés pone sobre de la relación peso/dólar. Para estabilizar al dólar en un precio más alto, incurrieron en el riesgo (que presumen calculado) de perder reservas. El objetivo gubernamental es el de encontrar la vuelta al crecimiento sostenido para convencer a Wall Street. De paso, y como la telaraña ya no resulta tan efectiva, no perder, como viene perdiendo, espacio político interno. Todo esto, aunque que haya que soportar algo más de inflación.
Misión imposible
El eje de la política económica del gobierno está centrado en una misión imposible. La tasa de interés no determina la propensión a invertir. Como será su falta de impacto en la inversión, que desde la crisis global de 2008 y hasta hace unas semanas, la tasa de interés relevante para el núcleo de la economía mundial estuvo recorriendo la frontera del cero. El crecimiento ni lo registró. La formación de capital productivo cayó fuerte. Las coetáneas políticas de austeridad impusieron esa nada. Lo que suele llamar a confusión es que los empresarios, en situaciones como la actual argentina, viven reclamando la baja de las tasas. Cuando en encuesta tras encuesta se les pregunta si la tasa de interés tiene alguna incidencia en la decisión de invertir, la respuesta invariable es no. Resulta coherente. En el primer caso, tratan de preservar lo que tienen frente a una política que comprime la demanda. En el segundo, tratan de hacer crecer la empresa porque las ganancias y las perspectivas de ganancias prometen. Esto es: el horizonte de las ventas está despejado y en alza.
Esto ya está diciendo que lo que importa para la inversión es la ganancia y no la tasa de interés. Esta última refiere a los fondos prestables, que son una fracción menor y acotada a los avales de que se dispone con relación al capital productivo que necesita un proyecto de inversión. Históricamente, la tasa de beneficio duplica prácticamente a la tasa de interés. Si el rendimiento de los bienes de capital (tasa de ganancia) es superior a la de los fondos prestables (tasa de interés) y los empresarios progresivamente no convierten los préstamos en bienes de capital es porque tales fondos no están disponibles al mejor postor, no pueden pedirlos al infinito. Están racionados por las prácticas bancarias y las regulaciones siempre vigentes que las recogen y ordenan en función de las garantías de devolución. En lo único que influencia la tasa de interés es en el ritmo de una inversión ya decidida.
Tampoco esto significa que con mayor tasa de ganancia habrá más inversión, como da a entender el gobierno. Hay una tasa de ganancia normal, que corresponde a la maximización del producto bruto. Esto es lo que maximiza la ganancia, dado que esta es un saldo que queda después de determinada la masa de salarios como precio político. Si los salarios caen, las ventas caen y las ganancias los siguen para abajo. Cuando hay recesión las empresas que sobreviven tienen una tasa de ganancia anormalmente alta, por eso sobrevivieron, pero no invierten por la constricción de los mercados.
En nombre de la Rosa
Una aproximación conceptual posibilita revisar la dinámica verosímil de la inversión y avizorar su probable derrotero. Al respecto, la economía puede ser examinada distinguiendo dos sectores. De un lado, el sector de la producción de medios de producción (genéricamente: las máquinas), al que por convención se lo llama sector I. Del otro, el de la producción de bienes de consumo. Por la misma convención, llamado sector II. Como la inversión es un fondo destinado a reproducir al sistema a una escala mayor, al proceso lo podemos rebautizar, siguiendo las convenciones anteriores, como de reproducción ampliada. Única que interesa en el capitalismo, porque se pone plata para ganar más plata de la que se puso.
La reproducción ampliada viene en dos tipos: extensiva e intensiva. La reproducción ampliada extensiva significa que el sector I crece igual y al mismo tiempo que el sector II. La reproducción ampliada intensiva implica que el sector I se agranda y el sector II permanece sin variar. Para que se dé la reproducción ampliada extensiva tienen que aumentar combinados el nivel de empleo, los salarios y la inmigración. Esto porque la tasa de ganancia es mucho más grande que la tasa a la crece la población. Los tres elementos suben el consumo y posibilitan obtener una ganancia normal que incentiva a invertir.
El ciclo, o sea la baja de actividad, llega cuando los tres elementos se agotan. El proceso de reproducción ampliada extensiva fue lo que pasó entre 2003 y 2011, bajón de 2009 incluido. En 2012 el empleo llegó a su nivel máximo, la inmigración también y el consumo igualmente alcanzó su pico. Los incentivos a invertir se frenaron. La intermitencia en el crecimiento tuvo poco y nada que ver con el mal llamado cepo o los vaivenes del liderazgo político. Al contrario, el empeño del gobierno anterior en sostener la demanda como pudo, impidió –desmintiendo la lamentable tradición argentina de los planes de estabilización— que las cosas fueran peor.
Con su insistencia en la inversión, el actual gobierno se propone otra cosa imposible: poner en marcha la reproducción ampliada intensiva. El sector I no tiene a quién venderles máquinas porque el sector II no tiene a quién venderle bienes de consumo. La reproducción ampliada intensiva queda muy por fuera de la lógica del capitalismo. Por más que lo intenten una y otra vez, no se puede invertir independientemente de —y en proporción inversa a— el consumo final.
Todo lo que el gobierno consiguió en estos días es la sobreproducción del sector II y la subproducción del sector I. Esto significa que la acumulación de stocks, mercaderías almacenadas sin vender, es muy grande. Se ufanó del crecimiento del PIB en 2017 de 2,9 por ciento. Independientemente de las dudas que genera la nueva metodología de la medición del producto, lo cierto es que tres cuartas partes de ese crecimiento se explica por la acumulación de stocks. Verdad, algo de invisible, o mejor dicho, de poco visible tenía el crecimiento. En 2017 los stocks acumulados equivalen a 2,4 por ciento del PIB, contra un promedio de medio punto del PIB entre 2003 y 2016. Estos almacenes llenos en manos de los mayoristas encubren la desaceleración del consumo, y los dos sectores, el I y el II, aparentan avanzar a igual ritmo. Pronto empiezan las ventas de liquidación y el sálvese quien pueda. El nudo del asunto está en que una misma mercadería no tiene uno sino dos valores: un valor en el stock del vendedor, y es su precio de costo, y un valor cuando la misma es vendida en el mercado. Las mercaderías se intercambian contra las mercaderías, ciertamente, pero los ingresos creados que generan las mercaderías producidas no pueden comprar las mismas mercaderías en el mercado. No hay que perder de vista que los empresarios comparan el capital en dinero que les queda al final, con aquel del que disponían al inicio del ciclo y no con el stock de mercaderías que puedan adquirir a más bajo precio. La contabilidad no registra ninguna ganancia por comprar barato y si una pérdida por vender por debajo del costo.
Todo este proceso de sobreacumulación del sector II lo descubrió Rosa Luxemburgo, que aunque anduviera muy floja de papeles en otros asuntos conceptuales en esto dio en el clavo. Es difícil que los feministas impensados sepan de su existencia. O que Wall Street sienta curiosidad por lo que se cifra en el nombre de la Rosa. Sea como fuere, lo más probable es que los financistas globales profundicen su percepción de que en vez del crecimiento largamente augurado por el oficialismo y corifeos, la economía argentina entre en una flor de recesión. El placebo de la tasa de interés a la baja en conjunción con el volumen de los stocks, no dan para otra cosa.
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