Jerusalén, capital del estado de Israel

Nos quejamos del fundamentalismo del Islam, pero en las figuras de Trump y Netanyahu Occidente accede a su propio fundamentalismo: en vez de recurrir a la fuerza del derecho, apuestan al derecho del más fuerte.
(Jacob Augstein, Spiegel online 11.12.2017)

La reacción contra de la decisión de Donald Trump de declarar conjuntamente con su adláter Benjamin Netanyahu la condición de Jerusalén como capital de Estado de Israel no se hizo esperar. En un encuentro de la Organización para la Cooperación Islámica (OIC), celebrado en Estambul apenas se conoció la noticia, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, secundado por más de veinte jefes de estados islámicos, denunció a los Estados Unidos como responsable de un baño de sangre. Y agregó: "Reconocemos al Estado Palestino y a su capital situada en Jerusalén." De esa cumbre, convocada de urgencia, tomaron parte, entre otros, los jefes de Estado de Irán, Indonesia, Afganistán, Jordania, Somalía y Katar. Egipto y los Emiratos árabes enviaron a sus cancilleres, Arabia Saudita, a su ministro de religiones y culto.

Jerusalén es, simbólica y realmente, "la perfecta presa para un charlatán ambicioso" se lee en la Süddeutsche Zeitung del 6 de diciembre pasado. Ningún lugar del mundo es más apto para convertirse en un infierno; en ninguna otra parte se puede prender una mecha de alcances irreductibles. No obstante, a Donald Trump le bastó solamente una reunión de sesenta minutos con sus asesores para decidir prenderle fuego a una de las partes más sensibles del planeta, acosada permanentemente por un inestable equilibrio, pero equilibrio al fin.

Detrás de la bizarra decisión de Trump, con la cual borra de un plumazo décadas de política exterior norteamericana, no hay un lobby judío interesado en apoyar a ultranza las decisiones de Netanyahu; por el contrario, la mayoría de la población judía de los Estados Unidos votó a Hilary Clinton. El accionar de Trump obedece a un motivo mucho más incomprensible para los que conocimos a hombres de Estado que atendían (o lo simulaban bien) el bien común. Trump es la pauta de los tiempos que corren, su única ideología es el patrón negocios.
En este caso se trata de un intercambio de favores, el regalo que le hace a quienes más apoyaron su campaña. Por un lado, el lobby evangelista, de cuya catarata de enseñanazas se sirvió profusamente durante las elecciones; por el otro, una cadena de magnates megamillonarios dedicados a la construcción y administración de casinos en todo el mundo. Los evangelistas propagan de manera creciente un fundamentalismo plagado de visiones apocalípticas, peores que las del Infierno del Dante; los magnates hacen negocios. Entre estos últimos, la figura prominente es Sheldon Adelson: luego de una comida privada con Trump en octubre de este año, Adelson le confesó al presidente que no apoyaría su campaña de 2020 si no se esmeraba en reconocer el status de Jerusalén como capital de Israel. Trump aceptó —por qué no, a los amigos hay que premiarlos— una pequeña acción como vuelto por los 65 millones de dólares que el zar de los casinos había donado a la campaña republicana que lo catapultó a la presidencia.

Sheldon sostiene haber apoyado a Trump porque "es el mejor representante de un gobierno de CEOs". Y agrega: "Un candidato con gran experiencia en hacer negocios, moldeado por el compromiso, esmerado por poner en riesgo su propio dinero privado sin atender lo público. La exitosa carrera de Trump es el paradigma del espíritu americano: determinación en el gerenciamiento de los negocios privados."

La determinación del paradigma americano pone en juego la paz mundial y, más que eso, amenaza de muerte al pueblo palestino, acostumbrado lastimosamente desde hace décadas a vivir en un territorio idéntico a lo que fue la represión policial el 13 y 14 de diciembre la zona del Congreso de la Nación. Los palestinos tienen en sus cuerpos marcado a fuego lo que nosotros, de este lado del mundo, estamos aprendiendo. La mordaza parafernálica de policías armados hasta los dientes impidiendo que se expresen quienes reclaman sus derechos en contra de leyes anticonstitucionales.

La decisión de Trump solo puede legitimarse con el uso de la fuerza. En este sentido, es paradigmática de lo que nos espera a todos. Este presente es solamente el campo de experimentación de algo que la socióloga francesa Monique Pinçon-Charlot llama, sin eufemismos, "la guerra de los ricos contra los pobres". En eso estamos y estaremos por tiempo indeterminado: ciudades sitiadas por un armamento policial cada vez más oneroso e indeleble, gobiernos de CEOs que acaparan el Estado para ejercer un desmadrado capitalismo de amigos, una deuda externa que, por decreto presidencial, pone a disposición los bienes comunes del país… y así sucesivamente. Quienes no pertenecen están (estamos, otros más, otros menos) a la intemperie y vemos pasar los vendavales aciagos de la acumulación por desposesión.

Jerusalén como capital del estado de Israel es un temible globo de ensayo que pretende comprobar hasta qué punto la sociedad es capaz de aceptar la toma de decisión de los políticos. Así lo sugería Kafka en El proceso: no preguntes nunca por la verdad detrás de los hechos porque hoy esos hechos responden a una lógica inherente al sistema, que nada tiene que ver con la verdad.

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