En todo los medios abundan los artículos aterradores sobre las catástrofes climáticas que harán imposible la vida humana en el planeta. La principal diferencia está en los plazos que le asignan. El peor que recuerdo dice que sólo nos queda cuerda hasta 2100. Pasado mañana. La esperanza de que sea un error permite seguir adelante sin tirarse por la ventana ya mismo. Cuando pienso en mis siete nietxs no puedo evitar la congoja. Si la predicción es exacta, ls niets de ells podrían ser la última generación humana.
Y aún así, seguimos atareads cada cual en sus asuntos. La especie reproduce la historia de cada individuo que una vez descubierta la idea de la muerte se pregunta cuál es el sentido de la vida y si vale la pena vivirla, y sin embargo logra olvidar ese destino inexorable y seguir adelante. Ontogenia y filogenia, como aprendimos en el secundario.
Estos fragmentos musicales que comparto cada semana me producen placer y son parte fundamental de la alegría de estar vivo, sin ninguna otra pretensión.
Pero también son una celebración del tiempo que nos tocó vivir, aunque no estemos en el mejor momento y lugar. Tiempo terrible en tantas cosas, pero maravilloso en otras. Para quienes conocimos la radio a galena y los discos de pasta, que podían escucharse con púa de madera, de acero o de diamante, las posibilidades actuales son un prodigio. Aprovechando semejante privilegio del que carecieron todos nuestros antepasados, hoy podés gozar de distintas versiones de las Variaciones Goldberg, que Bach compuso en 1741 para uno de sus discípulos.
La primera versión que se grabó es la de Rudolf Serkin, en 1928, en rollos de pianola. Su progresión vertiginosa fue tan elogiada como criticada. Es impactante, pero ¿era necesario hacerlo así?
Cinco años después lo hizo Wanda Landowska (1933), en clavecín como en la época de Bach.
También en orden cronológico, el primero que la grabó en un piano fue el chileno Claudio Arrau, en 1942. Acá, algunos fragmentos.
Después vinieron Glenn Gould, en 1955, y Rosalyn Tureck, en 1957.
Barenboim las tocó en el Teatro Colón después de la dictadura, pero no en esta versión, que según los títulos finales se habría registrado en Munich en 1992, a sus 50 años. Un tesoro adicional son los comentarios del pianista sobre la música en los primeros diez minutos. Lamentablemente están en inglés y sólo traducidos al francés. Allí dice que para tocar Bach hay que tratar al pianoforte (ese es su nombre original, suave y fuerte) como si fuera una orquesta. Vaya si él lo hace. En la introducción lo ejemplifica con pasajes de distintas variaciones donde el piano remeda la sonoridad de otros instrumentos, el clavecín, el oboe, la trompeta, las cuerdas.
No encontré la versión de las Variaciones por otro monstruo, Sviatoslav Richter. Que yo sepa, nunca las grabó, pero aquí hay fragmentos de otras composiciones de Bach afines con ellas, como para tener un atisbo.
El contraste entre las manitos de Barenboim y las manazas de Richter es llamativo, pero está claro que en el amor y la música el tamaño no importa.
Cualquiera sea la fecha de vencimiento del planeta, que nadie diga que mientras duró no fue bueno, gracias a tipos como Bach.
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