Cynthia Sánchez tenía cinco años cuando su padre, el primer alférez Julio Ricardo Sánchez, un gendarme entrerriano de 29 años, se presentó como voluntario para pelear en Malvinas. Cynthia no tiene recuerdos de su padre ni de su muerte en la guerra. Dice que el trauma de la infancia lo bloqueó todo. Conoce a su padre a través de fotos, casetes y cuentos familiares. Estuvo dos veces en el cementerio de Darwin, en las islas, donde los restos de su padre yacen sepultados en una tumba compartida con otros soldados cuyos restos aún no fueron identificados. La primera vez que viajó a Malvinas, en 1991, ella tenía 14 años y lo hizo junto a su madre y su abuela. La segunda vez, en 1999, viajó con un contingente de familiares integrado mayoritariamente por hijos de soldados caídos y pudo quedarse en las islas por una semana. Cynthia recuerda bien cómo era entonces la tumba de su padre: “No había lápida, sólo una cruz de madera con una placa que tenía el nombre de mi papá más tres ‘soldados argentinos sólo conocidos por Dios’, escrito en inglés. Y los rosarios y las flores que le habíamos dejado en nuestros viajes”.
Aquella placa decía textualmente Four argentine soldiers known unto God including 1er alferez Julio Ricardo Sánchez (“Cuatro soldados argentinos sólo conocidos por Dios incluyendo al primer alférez Julio Ricardo Sánchez”), es decir, ubicaba allí a Sánchez más otros tres soldados no identificados. La placa estaba allí desde que se construyó el cementerio de Darwin, en 1983, cuando las sepulturas fueron nominadas en base al riguroso registro que había confeccionado el militar británico Geoffrey Cardozo, quien luego de la guerra había sido enviado a Malvinas por el Reino Unido con la misión especial de organizar el cementerio, enterrar a los caídos argentinos y registrar con el mayor detalle posible todos los datos existentes sobre los restos sepultados. Entre finales de 1982 y principios de 1983, Cardozo preparó un minucioso listado en el que volcó una serie de informaciones que componen lo que se conoce como la “trazabilidad” de los cadáveres que se habían encontrado en el campo de batalla.
En el caso de la tumba C.1.10 de Darwin, Cardozo había registrado la sepultura de los restos de cuatro personas hallados en la zona del Monte Kent, cerca de Puerto Argentino. Debido al mal estado de los cuerpos, sólo pudieron ser individualizados los restos de Sánchez, quien llevaba su número de identificación en el uniforme. Los demás cadáveres fueron inhumados en la misma tumba colectiva pero registrados como NN.
En la guerra, el alférez Sánchez integró el Escuadrón Alacrán, una unidad de combate de la Gendarmería. A finales de mayo de 1982, el grupo recibió la orden de ocupar alturas más allá de los cerros gemelos de Dos Hermanas, unos kilómetros antes del Monte Kent, bajo dominio de los británicos. Lo intentaron a bordo de un helicóptero del Ejército, que fue derribado por un misil enemigo y ultimado por un Sea Harrier. En la acción murieron seis gendarmes que iban en el helicóptero. El cuerpo de uno de ellos fue rescatado antes de que la nave ardiera, pero los otros cinco, incluyendo a Sánchez, quedaron dentro. Sus restos serían recuperados recién cuatro meses más tarde por los británicos y registrados por Cardozo.
Desde entonces, todas las evidencias indicaron siempre que los restos NN que aún hoy comparten sepultura con Sánchez pertenecen a sus compañeros del Alacrán: Guillermo Nasif, Carlos Miguel Pereyra, Juan Carlos Treppo y/o Marciano Verón. Sin embargo, una negligencia arrastrada desde 2004 impidió durante casi dos décadas la correcta identificación de esos soldados, que recién ahora será posible gracias a un acuerdo humanitario que acaba de firmarse entre los gobiernos de Argentina y el Reino Unido para analizar la tumba C.1.10. El consentimiento de Cynthia Sánchez y de su madre fue crucial para que avanzar hacia la exhumación de la sepultura, en busca de la verdad histórica para otras familias.
Negligencia en Darwin
En 2004, el cementerio de Darwin fue remodelado con la venia de las Fuerzas Armadas, el aporte millonario del empresario Eduardo Eurnekian y bajo la gestión de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, en ese momento presidida por Héctor Omar Cisneros, quien entonces ya se manifestaba públicamente en contra de “sectores que intentan profanar Darwin con argumentos pseudohumanitarios, como la propuesta de identificar los restos o la colocación de placas con nombres propios” (Cisneros acabaría renunciando a su cargo en la Comisión en 2010, acusado de haberse desempeñado como personal de inteligencia del Ejército durante la dictadura).
En aquella remodelación, la tumba original C.1.10 fue modificada. Se retiró la cruz de madera con la placa de Sánchez y sus tres compañeros no identificados, y en su lugar se colocó una cruz y una lápida de mármol con los nombres grabados de Sánchez y de tres soldados de la Fuerza Aérea, Héctor Walter Aguirre, Mario Ramón Luna y Luis Guillermo Sevilla, que habían muerto durante un ataque británico contra la base aérea Cóndor cerca de Pradera del Ganso, en la zona de Darwin, a casi 90 kilómetros del sitio donde fue derribado el helicóptero del Alacrán.
El cambio en la nominación de la tumba era inexplicable. Sencillamente no había ninguna razón para suponer que los restos no identificados de la sepultura C.1.10 pudieran pertenecer a soldados de la Fuerza Aérea. Con suma probabilidad eran de los gendarmes compañeros de Sánchez que viajaban con él en el helicóptero. Hasta hoy nadie se hizo responsable del error. La Comisión de Familiares, ahora presidida por María Fernanda Araujo, le echa la culpa a la Fuerza Aérea y asegura que, durante la remodelación de 2004, todo lo que hicieron ellos fue elevar a la Cancillería los listados de soldados y tumbas que les habían pasado desde las tres Fuerzas Armadas. Intencionalmente o no, ninguno de los actores involucrados contrastó jamás las nuevas lápidas con los registros originales del cementerio que había elaborado Cardozo. Así fue como la tumba C.1.10 quedó mal nominada hasta hoy.
Proceso humanitario
Después de su último viaje en 1999, Cynthia Sánchez nunca regresó a Malvinas. No llegó a conocer el cementerio remodelado en 2004, y de hecho nunca le informaron ni supo de los cambios que se habían hecho en la tumba de su padre hasta hace un par de años, cuando se conoció públicamente que había al menos una tumba mal nominada en Darwin.
En diciembre de 2016, la Argentina y el Reino Unido acordaron un Plan de Proyecto Humanitario (PPH) que encomendó al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) la tarea de identificar los restos de 121 tumbas (122 cuerpos) en Darwin, cuyas lápidas rezaban “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. El acuerdo no contemplaba la exhumación de sepulcros que llevaran nombres, por lo que la tumba C.1.10, que tenía una lápida apócrifa, quedó fuera del proyecto.
Casi en simultáneo a ese proceso, una investigación personal de la historiadora cordobesa Alicia Panero, que se tomó el trabajo de comparar los registros originales de Cardozo con los del cementerio reformado, reveló por primera vez la existencia de inconsistencias en Darwin, que más tarde se confirmaron cuando los restos de Aguirre, Sevilla y Luna resultaron identificados en tumbas individuales de soldados NN y cuando las familias del Escuadrón Alacrán dieron negativo en la comparación genética con todos los restos analizados en el PPH, lo que acrecentó la hipótesis de que sus muertos yacen en la tumba C.1.10 junto a Sánchez.
“Yo me enteré de todo esto recién hace un par de años, cuando me llamó Panero y me contó lo que estaba pasando −dice Cynthia−. En mi familia ni sabíamos de la reforma que se había hecho en la tumba de mi papá, nunca nos consultaron nada”. A raíz de las denuncias sobre las inconsistencias, los gobiernos de ambos países comenzaron a gestar un segundo acuerdo para ampliar el primer PPH y solicitar al CICR que exhumara y analizara específicamente los restos de la tumba C.1.10, con el objetivo de contrastarlos genéticamente con las muestras de los familiares del Escuadrón Alacrán que ya se encuentran en poder del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), a cargo del proceso científico de identificación.
Solidaridad entre familiares
La firma de ese nuevo capítulo del proyecto humanitario se anunció finalmente hace diez días, y ahora se espera que los trabajos forenses comiencen este año. La familia de Sánchez cumplió un papel clave para que se concretara el acuerdo. El hecho de que Sánchez ya estuviera localizado con nombre y apellido en la sepultura hacía necesario el consentimiento expreso de su viuda y su hija para proceder con la exhumación, que permitirá que otras familias identifiquen a sus muertos.
“Al principio mi mamá no quería saber nada −cuenta Cynthia, quien por ahora no conoció a los demás familiares del Alacrán−. Con el tema de Malvinas ella vuelve al ‘82, le duele como si fuera hoy. Todavía sueña con mi papá; no le quedó otra que aceptar la decisión de él de irse a la guerra. Pero charlando con ella logré que entendiera que, así como mi papá está reconocido, también existe el sufrimiento de las demás familias que necesitan saber dónde están sus muertos. Por lo menos para asegurarse de que están ahí, de que pueden visitarlos si alguna vez viajan. Desde el primer momento me pareció lo correcto. Si hay que exhumar, que se exhume”.
Ahora Cynthia está a la espera de que el EAAF le tome su muestra genética: por razones técnicas, no sólo serán analizados los restos de los soldados no identificados sino también los de su padre. Por las características del caso, los forenses esperan que la investigación no haga más que confirmar la hipótesis de que los NN de la tumba C.1.10 pertenecen al Escuadrón Alacrán.
El trabajo forense
Actualmente el EAAF tiene bajo su custodia las muestras genéticas de unas 35 familias de soldados caídos en Malvinas que no matchearon con los 122 restos analizados en la primera fase del PPH. “Por razones de protocolo, en esta segunda fase los genetistas van a comparar las muestras de todas esas familias con los restos que se exhumen de la sepultura C.1.10 −explica Mercedes Salado Puerto, coordinadora de la unidad de identificaciones el EAAF−. Sin embargo, desde el punto de vista de la investigación, se trata de una fosa concreta sobre la que se tiene bastante información. La caída de ese helicóptero no fue un evento abierto. Así que partimos de la hipótesis de que los restos pertenecen a los gendarmes que viajaban en el helicóptero, y eso implica que procuramos obtener muestras genéticas representativas de las familias que creemos que pueden dar positivo”.
Según Salado, en casos donde existe tanta información de contexto, es difícil apaciguar las expectativas de las familias. “La esperanza siempre existe y no vamos a matársela a nadie, pero sí tratamos de ser honestos con los familiares en cuanto a informarlos sobre todas las complejidades que implica un proceso de identificación”.
En el caso de la tumba C.1.10, una de esas complejidades es que no se sabe a ciencia cierta cuántas personas fueron sepultadas en la fosa. En su informe luego de la guerra, Cardozo contabilizó los restos de tres personas además de Sánchez. Sin embargo, los fallecidos en el helicóptero del Alacrán que aún resta identificar son cuatro. Los expertos del EAAF no descartan que en la sepultura haya restos de más personas que las que fueron anotadas por Cardozo. Salado subraya que eso no es un error sino algo que ocurre muy a menudo en casos de cuerpos recuperados en estado de fragmentación. “Es habitual que en el trabajo de campo se contabilicen menos restos que los que luego se consigue identificar en el laboratorio. Por eso siempre hablamos de número mínimo de individuos: sabemos que, como mínimo, en esa fosa hay restos de cuatro personas, pero por investigación también sabemos que es probable que haya cinco”.
Una vez identificados todos los restos de la tumba, los forenses trabajarán en reagruparlos para individualizar a cada soldado. A partir de entonces se abrirá una segunda fase del proceso, en la que se consultará a las familias qué quieren hacer con respecto a la nueva sepultura.
Los que faltan
Una vez que se hayan concluido los trabajos forenses sobre la tumba C.1.10, en el cementerio de Darwin aún quedará un grupo reducido de soldados argentinos sin identificar. De los 122 restos en tumbas individuales analizados en el primer PPH, todavía hay siete que no matchearon con ninguna de las muestras de familias que tiene el EAAF. En la mayoría de esos casos, los forenses manejan hipótesis de contexto que les sugieren a quiénes podrían pertenecer los restos sepultados, pero no cuentan con muestras genéticas de los probables familiares de esos soldados ya que éstos se han negado hasta ahora a participar en el proceso. En otros casos directamente no encontraron familiares vivos, aunque la campaña de búsqueda sigue abierta.
A su vez, en Darwin queda otra tumba colectiva, la B.4.16, sobre la que también hay sospechas de inconsistencias. En el registro original de Cardozo figuraban en ella los restos de dos soldados NN encontrados en la isla Borbón. La lápida de mármol que se colocó en 2004, en cambio, incluye los nombres de cinco tripulantes de un Lear Jet de la Fuerza Aérea que cayó en esa isla durante la guerra. La hipótesis que se baraja es que en la tumba B.4.16 sólo yacen los restos de algunos de los miembros del grupo, mientras que otros de los que aparecen en la lápida en realidad fueron enterrados en una fosa in situ en Borbón. Al igual que en el caso de la sepultura C.1.10, se necesita el consentimiento de los familiares de los cinco soldados para poder exhumar esa tumba. Por ahora son más las familias que se niegan que las que están dispuestas a avanzar.
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