D´Alessio, el cazador
Causa Traficante. Episodio III
La experiencia pasada puso en alerta a todos. El sistema a distancia es caprichoso, depende del elemento tecnológico que escapa del control común de un juzgado. Por eso, desde muy temprano, prueban conexiones. Se conecta el doctor Charró y avisa que Traficante está llegando:
-- Vive cerca, ya debe estar por ahí --dice.
La doctora Terzano dice que Barreiro se está conectando. Preguntan sobre la dinámica de interrogación al testigo:
– ¿Hay que levantar la mano?
El Secretario del Tribunal, Cisneros, responde que la presidencia va a otorgar la palabra. Y que debe pedirse por chat. “Y para variar, nos falta solamente Ezeiza”, comenta.
– Ufff….--dice Charró:-- es D’Alessio.
Terzano: “Es un problema, los complejos.”
Cisneros: “Yo entiendo, hay un problema de disponibilidad de salas, de conexión… Son a los que más les costó adaptarse. Pero para nosotros en los juzgados, es un estrés.”
Terzano: “Tal vez no será el caso de D’Alessio, pero muchas veces las indagatorias no se pueden hacer.”
Cisneros: “Hay una emergencia penitenciaria.”
Terzano: “Como la del 2019.”
Cisneros: “Ya vendrán tiempos mejores. Ya le escribí por whatsapp a la gente de Judiciales.”
El Doctor Finn es el defensor de D´Alessio. Aparece pidiendo una conexión telefónica directa con su defendido. Dice que en la primera audiencia pudo, pero luego lo dejaron solo, encerrado con llave. Por eso no pudo prestar declaración indagatoria. Cisneros dice que ya mandaron un escrito. “Por ahora no hay puntualidad, no voy a cantar victoria”.
Recién a las 9:15 aparece D’Alessio. Mismo cuarto, casi mismo plano. De todas formas, se ve mejor que antes. Se instruye a un guardia que está a su lado a levantar el volumen del micrófono al máximo, y quedarse cerca por cualquier inconveniente. El guardia, con voz marcial, responde que se queda ahí sentado. Y sale de cuadro. A pesar de la mala calidad del audio, cuando D’Alessio prueba el sonido se entiende. De hecho, le dejan el micrófono abierto y nadie le avisa. Entonces no puede evitar hacer lo que todos dicen que no puede evitar hacer: hablar. Con la boca tapada con una mano, le señala al guardia fuera de plano a todos los presentes:
-- Ese de corbata. Ese de ahí… si, ese es el fiscal que hizo la investigación del Triple crimen. (...) El que está al lado del barbijo, el otro… Es el de la AFI. Espía, es Barreiro. (...) El otro es el custodio mío, Álvarez. Ese con cara de bulldog.
Parece a propósito, pero esperan a que termine de hablar para avisarle que lo van a dejar “desmuteado” toda la sesión, y así evitar inconvenientes técnicos. El silencio ahora sí es incómodo. Barreiro no puede evitar sonreír.
El presidente del Tribunal, quien guía hoy la sesión, es el Juez Rodrigo Giménez Uriburu.
Ante las preguntas de rigor (nombre, nombres de los padres, ocupación, etc) hay una respuesta por lo menos interesante:
– ¿Formación y nivel académico? --pregunta Giménez Uriburu.
– En la Argentina, secundario completo. La formación profesional está siendo analizada en otro juzgado --responde D’Alessio.
Según consejo de su abogado, se niega a declarar, por lo que se remite a la declaración previa --del 26 de abril de 2019--, cuando ya se había negado a declarar. Por lo tanto, no existe declaración de D’Alessio.
El Juez da inicio a la prueba testimonial. Entra, desde una puerta del TOF Nro 2, la víctima: Gabriel Traficante. Es la primera aparición pública de un hombre que ha sabido cultivar un muy bajo perfil. Se sienta, se saca el barbijo, y empieza a responder las preguntas del fiscal. “Todo comienza el 2 de noviembre de 2016”, dice Traficante, y por más que intente una imagen recia, no puede evitar que le tiemble la voz de tanto en tanto.
Los hechos en general son conocidos: el llamado de su amigo Alejandro Morilla, la reunión en la casa de D’Alessio, y el pedido de dinero para borrar un listado de teléfono. El enojo, las reuniones posteriores, los llamados y mensajes a él y algunos amigos, las notas en Clarín y la denuncia. Pero lo interesante acá son algunos detalles cuando empiezan las preguntas de fiscal y abogados.
“Soy un empresario. Tengo una marca de ropa y zapatos --Satori / Fashion Box--, algunos depósitos de hidrocarburos, e importaba algunas cosas. (...) A D’Alessio lo conocía de antes, tenía un SPA en Canning: IDOR. Mi esposa concurría, yo debo haber ido unas dos veces. Y lo conocía de vecino de Canning, en ese entonces vivía en el (Country) Lauquen. Después nos mudamos al (Country) Saint Thomas, donde él ya vivía.”
– ¿Y usted sabía a qué se dedicaba D’Alessio? --pregunta el fiscal Luciani.
– No sabía de qué vivía. Nadie sabía. Era muy elocuente en sus dichos a nivel de los contactos. Andaba siempre armado. Decía tener que ver con el gobierno de Formosa. En aquel momento, cuando abrió el gimnasio, decía que tenía casinos en Paraguay. Una incógnita, el señor D’Alessio.
– ¿Cómo y por qué se contacta con Morilla, y si estuvo presente en la reunión?
– Alejandro Morilla es compadre mío. Yo soy padrino de su hija, y él es padrino de un hijo mío. Tenemos 23 años de amistad. Cómo se comunicó, no lo recuerdo. Estuvo presente en la reunión un momento, pero después se retiró con la mujer de D’Alessio.
– ¿Y qué relación tenía con D’Alessio?
– El doctor Morilla tiene un geriátrico y, si mal no recuerdo, la suegra de D’Alessio estuvo en su geriátrico. Y el señor D’Alessio se quería contactar conmigo, pero no tenía mi teléfono (...). Tenía mucha información en la computadora. Parecían investigaciones. De cierta manera le creí lo que me decía. Ahora que me acuerdo dijo haber sido funcionario de la UIF. Cualquier problema con la AFIP yo te la soluciono, decía. Todo para demostrar el poder que tenía. Decía que era el director de observaciones judiciales, y que desde ahí podía hacer lo que quería. En ese momento me pidió 80.000 dólares para borrar los números de mi teléfono. Le dije ¿para que? Si no tengo nada que ver. Esos 80.000 eran para los directores de las telefónicas --se ríe--. Perdón que me ría. Me fui enojado, asustado y enojado.
Y sigue:
– Después del 3 de noviembre trató de que yo cediera a sus pedidos. No solamente me escribía a mi o me llamaba a mi. Le escribía a otros amigos para tratar de presionarme. Con Garcés, yo tenía un restaurante y D’Alessio le mandaba capturas de pantalla de esa sociedad con el membrete de la embajada de EEUU (que después salió en el diario Clarín). Le decía: mirá, hasta estas cosas mínimas tienen de ustedes. Era una persona muy convincente, D’Alessio. ¡Imagínese que usted reciba los datos de una sociedad suya con el membrete de la embajada!
Y sigue:
-- Si bien se equivocaba en ciertas cosas, parecía una persona con mucho poder. En un momento me manda print de pantalla con unos autos con patentes que estaban vigilando mi domicilio: un Gol y un 207. Y después los nombres de los Policías de la Metropolitana que estaban ahí… y los sueldos.
Cuando el fiscal Luciani pregunta si efectivamente los vio en algún momento, Traficante responde: “Si, los vi. La verdad es que estaban esos autos ahí. Después me entero que estaban en consigna de una persona en mi edificio. Por protección. En Puerto Madero.”
“El 25 de noviembre estaba de vacaciones con mi mujer en Miami. Me llama por teléfono Di Pierro (otro amigo) diciendo que D’Alessio lo había contactado para decirle que salía una nota en Clarín. Una editorial, dijo, de ‘Traficante y sus empresas’. Eran las 4 am cuando sale la nota. Todo lo que decía la nota era terrible, era inverosímil: ‘un millonario es la cabeza de la banda del primo de De Vido’. ¡Pero nombraba a mis empresas! La verdad estuve aterrorizado (…). Cuando vuelvo de EEUU me comunico con mi abogado. Me dijo: hacé la denuncia. Pero tenía terror, teniendo en cuenta que cuando decía algo, después se cumplía.”
“Volví a tener contacto a partir del 25 de noviembre. Entro a dialogar por chat, y empiezo a grabarlo. Porque había visos de realidad. D’Alessio me pone que me habían nombrado en la causa… 529-2016, del Juzgado Federal Penal Económico Nro 6 (a cargo del Juez Marcelo Aguinsky). Que había un testigo reservado que me iba a involucrar mucho más. Pero él (D’Alessio) tenía la potestad de borrar las fojas.”
– ¿Usted pudo averiguar si era cierto?
– En ese momento no. Más adelante sí, en diciembre. Me sorprendió muchísimo. Con todos los testigos que obligaron a declarar en otras ocasiones, no sería muy loco que hayan obligado a otro más (…). Una cosa quiero decir --está en la denuncia--: D’Alessio me manda unos mensajes (capturas de pantalla) de un chat con Marcelo Aguinsky. Yo lo consulto con mi abogado y me dice: ese no es Aguinsky. O sea, manda un mensaje con un print de pantalla con otra foto, de otro juez. Uno del Penal Económico. Pero otro juez.
A pesar de no atenderlo más, D´Alessio lo llama desde un número desconocido. Y Traficante atiende. Y de eso habla en la audiencia:
--Habla Marcelo –le dice.
– ¿Qué Marcelo?
– Marcelo D’Alessio.
En ese momento decido grabarlo, porque tenía mucho miedo. Una grabación de dos horas. Hacía alarde de cosas que solucionó (...) dice que tenía las entradas y salidas del país mías (…). Y ahí me pide 600.000 dólares, para el juez y para el fiscal… Pero hablaba como si el fiscal fuera un hombre, y era una mujer. Me lleva de un lado a otro, y es elocuente en los pedidos.
“En el 2017 surge un nuevo legajo, de Gladys Fernández, en la que me involucran nuevamente en un hecho. Dos personas: Palomino Zitta y Saturnino Costas me nombran como parte de un ardid para sacar un contenedor. Estas personas después de un tiempo, en el juzgado nro 1 de Dolores, declaran en esa causa. Y dicen que Marcelo D’Alessio los obligó a nombrarme.”
Cuando toca el turno al Doctor Finn, abogado de D’Alessio, intenta que Traficante se contradiga, o por lo menos, quede en evidencia en algún error. Pero repite, o amplía, lo que ya dijo. Traficante está nervioso, enojado o dolido ante estas preguntas frías de rigor.
– ¿Llegó a pensar en pagarle? --pregunta Finn.
-- Si, lo pensé, doctor. Eran cifras astronómicas. Muchas veces pensé en pagar, en vez de hacer la denuncia. Si ves sufrir a tus hijos… todo el tiempo lo pienso, no es algo que haya querido en mi vida y en la de mis hijos. Muchas veces me pregunto si no hubiese sido lo correcto. Esto fue un antes y un después en mi vida. El escarnio, la vergüenza de mi familia, el descrédito comercial. Por ejemplo, quise alquilar una casa, y cuando doy mi nombre y apellido, se niegan a alquilarla (…). Durante dos años no volví a Canning. Es un pueblo muy chico, nos conocemos todos. Me pegó de lleno en mi vida social. Más allá de lo que está pasando hoy, la gente me sigue googleando y siguen apareciendo estas cosas. Lo peor es la muerte social.
El Juez Giménez Uriburu pregunta si Garcés, Morilla, D’Alessio y él mismo eran vecinos del country. Si, todos son vecinos del Saint Thomas, en Canning. Todo es doméstico, cerrado, endogámico. Todos se conocen, todos comentan sobre todos. D’Alessio podía elegir en ese espacio reducido a quién buscar para intimidar. Tenía ese conocimiento vago de sus vecinos, que le permitía crear una fantasía verosímil. El ambiente del country era propicio para Marcelo D’Alessio, el falso abogado, el cazador de zoo.
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