CONTRA LA AMNESIA
Reedición del testimonio de los sobrevivientes de la prisión de Coronda durante la última dictadura
El próximo 18 de marzo se presenta en Santa Fe la tercera edición del libro Del otro lado de la mirilla, que recopila los testimonios anónimos y colectivos de ex presos políticos de la prisión de Coronda durante la última dictadura. “Esta nueva edición es un aporte más a la lucha por la memoria y contra el olvido”, subraya Victorio Paulón, columnista de El Cohete A La Luna, histórico militante sindical y de Derechos Humanos y uno de los 1.153 presos políticos que pasaron por esa cárcel de la provincia de Santa Fe. “No nos consideramos víctimas, sino parte de una generación de resistencia” subraya al iniciar el diálogo con El Cohete.
—El prólogo de Del otro lado de la mirilla la presenta como una obra colectiva, prácticamente anónima. ¿Por qué esa definición?
—Hace referencia a algo maravilloso. ¿A quién se lo podría ocurrir un libro de setenta, ochenta o cien autores? Y nuestro libro no se trata de una enciclopedia ni de un diccionario ilustrado. Es una experiencia colectiva, hija de varios años de convivencia en condiciones horribles de persecución y tortura sistemática. Cuenta el día a día de la vida de los presos políticos de la dictadura en condiciones de aislamiento y restricción sin límites. Aislados, sin visitas, sin recreo, sin permitírseles hablar entre sí, golpeados físicamente y hostigados psicológicamente, día y noche, lograron soportar resistiendo y superar las normas impuestas para encontrarse, comunicarse a través de las paredes, las ventanas, los sanitarios. Mantuvimos una resistencia colectiva al límite de lo imposible. Con algo no menos genial: una cuota permanente de humor como un soporte esencial para la sobrevivencia.
—¿Qué significa la resistencia colectiva?
—Una voluntad unitaria de centenares de compañeros que compartíamos un mismo pabellón, la misma cárcel. Sentir el sufrimiento del otro como propio. Saber que el compañero de la celda de al lado estaba dispuesto a dejar su vida por defender la del otro. Además, pienso también en una inteligencia colectiva que permitió el funcionamiento grupal, esquivando el control de los guardias.
Se inventó “el periscopio”, un espejo hecho con un pedacito de vidrio pulido en sus bordes, humeado con fósforo de un lado, envuelto en plástico derretido, sostenido por un palillo de escoba. Y se usó como principal reaseguro colectivo para poder sobrevivir. Lo sacábamos por los agujeritos para la respiración que tenía en su parte inferior la puerta de la celda. El periscopio servía para ver cuando los guardias entraban o salían a nuestro pabellón. En distintos momentos del día cada uno de nosotros se responsabilizaba de sacar su propio periscopio para proteger al conjunto de los compañeros de las celdas de un sector del pabellón. Fue el soporte de un "juego" constante de ratones con el gato represor. Cuando comprobábamos que los carceleros estaban alejados, en su propia sala de guardia, era el momento favorable para el estudio, los ejercicios físicos, el intercambio con los otros compañeros por las ventanas o bien por los sanitarios. Un sofisticado sistema de “palomas” (hilos de plástico del tipo de tanza para pescar) permitía los envíos de pequeños paquetes de una celda a otra.
—¿Es esta vida cotidiana la que 20 años después recrearon en Del otro lado de la mirilla?
—Así es. El recorrido del relato transcurre entre fines del año 1974 y mediados del 1979, cuando Coronda dejó de albergar a presos políticos que fueron trasladados a otros penales. Junto con su cierre, se comienza a alimentar la memoria de esa maravillosa historia de resistencia en una situación tan brutal como desigual. Todas las vivencias transcurrieron en ese lapso y fueron rescatadas 20 años más tarde en varios encuentros de ex presos. Y se convirtieron en papel y tinta de autoría colectiva. Su lectura sirve para comprender que no nos consideramos víctimas sino resistentes. Nadie pensó nunca ser un héroe, sino que fuimos parte de un colectivo de supervivencia, lucha y solidaridad. Fueron necesarios 20 años para que en el 2003 apareciera Del otro lado de la mirilla. ¿Por qué ese tiempo de dos décadas?, nos preguntamos muchas veces. Aunque en nuestro colectivo hay escritores, sociólogos, historiadores, periodistas, pienso que nadie se sintió con la autoridad moral y política de escribir en tanto individuo, solo, esa historia que le pertenece a los 1.153 presos políticos que pasamos por Coronda.
—¿Hay alguna diferencia entre esta tercera edición de Del otro lado de la mirilla con respecto a las otras dos anteriores?
—La versión original se compone de testimonios compaginados en 38 capítulos que conforman un mosaico de vivencias de la resistencia carcelaria. Ahora la completamos con un capítulo final —acompañado de un cuadernillo con fotos y dibujos en color— que trata sobre el juicio a los comandantes de Gendarmería que fungieron como directores del penal en esa época. Y que concluyó el 11 de mayo del 2018 con severas condenas de 22 y 17 años de prisión por crímenes de lesa humanidad contra los dos acusados. En esta edición actualizamos la introducción y el prólogo, adaptándolo al paso del tiempo y pensando en los jóvenes de hoy como principales destinatarios. Tratamos de compartir ciertas claves de comprensión sobre cómo la resistencia colectiva y unitaria de ayer puede aportar a los nuevos actores sociales de hoy. Además esta edición se enriquece con los retornos extraordinariamente positivos de la edición de nuestro libro en francés, publicado el año pasado en Suiza con el nombre de Ni fous, ni morts (Ni locos, ni muertos), que está teniendo una enorme receptividad incluso de parte del público joven europeo francófono.
—Del otro lado de la mirilla y Ni locos, ni muertos: dos títulos, un mismo contenido, una denominación muy fuerte.
—Coronda durante la dictadura argentina (1976-1983) implementó un régimen cotidiano que respondía a la política aplicada en todas las cárceles y centros de detención con el objetivo del aniquilamiento de todo aquel que piensa distinto. Esa política se resume en aquella frase del director del penal, el comandante de Gendarmería Adolfo Kushidonchi (condenado luego a 22 años de cárcel): “Ustedes no van a salir más de aquí. Y si llegaran un día a salir, saldrán muertos o locos”. No fue apenas una amenaza aislada sino una política sistemática de destrucción aplicada día tras día, sin tregua, que incluso terminó con la vida de algunos detenidos.
—Pareciera que la memoria sigue siendo para los ex presos políticos de Coronda una brújula innegociable.
—Sin duda. Pero aclaro que no es un tema esencial solo para nosotros. Sino también para muchas/os otra/s ex presa/os política/os, como las compañeras que estuvieron detenidas en Devoto durante la dictadura y escribieron Nosotras, presas políticas, una obra ejemplar. Y que siguen elaborando también “su” historia colectiva. El trabajo de memoria sigue siendo esencial para las organizaciones de derechos humanos, y para las/los familiares y sobrevivientes del Terrorismo de Estado. ¿Cómo explicar, si no, que en los últimos quince años en muy diversos procesos hayan sido sentados en el banquillo de los acusados más de 1.000 represores de la última dictadura? Y que los juicios continúan… La memoria tiene un valor político, social, cultural e ideológico enorme en la sociedad argentina. Creo que es una realidad que encuentra pocas comparaciones en otros países que han vivido dictaduras y dramas represivos. Estamos convencidos de que la memoria hace a la identidad misma de un pueblo. Y es imposible aspirar o construir una sociedad efectivamente democrática con olvido, negacionismo o impunidad.
—¿Las vivencias y relatos de ese campo de destrucción física, psicológica, ideológica, tal como usted lo describe, pueden compararse a otras realidades? ¿Piensa que de trata de una temática de valor global?
—Sin duda. Y está estrechamente ligado a la pregunta esencial sobre cuál es el límite físico y psíquico ante el tormento sistemático. La respuesta está aún pendiente. Los ex presos políticos de Coronda recorrimos un camino y dejamos este testimonio. Vehiculiza una respuesta, la nuestra, para soportar un régimen carcelario inhumano, durante años. Y también encierra una clave de supervivencia: la resistencia colectiva y organizada no ha encontrado aún ninguna otra forma que la supere en situaciones límites y en condiciones desiguales. Abu Ghraib, Guantánamo, y muchas otras cárceles en el mundo aplicaron, y lo siguen haciendo, estos métodos perfeccionados en la brutalidad.
Tomar conciencia de esta vejación que no solo se limita a una cárcel en Argentina, está a la base del compromiso personal y colectivo con la memoria, la justicia, el castigo y la reparación. No por casualidad muchos de los protagonistas de Del otro lado de la mirilla continuamos siendo militantes en defensa de los derechos humanos, sindicales, asociativos, políticos, etc. La brutalidad policial, hija de las dictaduras militares, ha penetrado profundamente en las estructuras de los cuerpos armados que nos controlan en lugar de protegernos. Del Otro Lado de la Mirilla, en tanto experiencia colectiva desafía a las teorías represivas que pretenden el aniquilamiento de todo opositor. E insisto sobre el valor de nuestra experiencia. El poder que detentan los poderosos es un tema universal, al igual que la resistencia de los pueblos ante la injusticia. Las formas varían a lo largo de la historia de la humanidad y según las características propias de cada sociedad, pero, esencialmente, se trata de un mismo tema: la eterna disputa entre quienes sojuzgan a los pueblos y quienes anhelamos vivir en libertad. En síntesis, como lo mencionamos en la introducción de esta edición de Del otro lado de la mirilla, cuál es la diferencia entre ser asesinado en un campo de exterminio europeo o en uno en América Latina; entre morir enfrentando a una dictadura latinoamericana o en las aguas del Mediterráneo escapando de las hambrunas, las guerras o como refugiado climático. Reconstruir la historia de las luchas por la emancipación de los pueblos es un aporte a la memoria universal y un antídoto contra la repetición de las brutalidades recurrentes del poder.
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Poema a la vida en resistencia
“La verdad vive en un pozo… ¿cómo sacarla? Las historias no empiezan, las historias suceden y no tienen un principio. O al menos ese principio no se ve, se escapa, porque ya estaba inscripto en otro principio, en otra historia. Tal vez la cercanía de la muerte nos hizo estar tan unidos. Y ya no pudimos despegarnos. El verdadero protagonista de la historia que hemos vivido, no somos nosotros, es la historia que hemos vivido”, reflexiona en voz alta Jorge Miceli, ex preso político de Coronda, poeta, actor y titiritero cuando piensa a Del otro lado de la mirilla.
“En atletismo existe una carrera en equipo llamada de postas o de relevos. Cada uno de los corredores de un equipo recorre una determinada distancia y allí lo espera un compañero a quien le debe entregar un tubo de unos 30 centímetros llamado testimonio o testigo. Algo parecido, aunque difícil de visualizar, ocurre en la historia de un país: cada generación entrega su “testimonio” a la que sigue para continuar su interminable carrera. Carrera de relevos generacionales que van tejiendo la trama política, social, cultural de un pueblo.
Esa inmensa trama sufrió en la Argentina un inmenso tajo producido por una bayoneta en la década de 1970. Por ese espantoso agujero negro cayeron 30.000 corredores, compañeros, militantes portadores de testimonios valiosos difíciles de suplantar. Otros quedaron aferrados a los bordes de la trama, resistiendo a rabia, a diente, a imaginación la cruel tempestad desatada por una dictadura cívico militar eclesiástica.
Y la generación que continuó la carrera de relevos después de la tormenta, extendió su mano para tomar el testimonio, pero su mano estaba vacía. No había nadie detrás. Lo que quedó de esa diezmada generación de las décadas de 1960/70, aferrada a los bordes de ese tajo criminal, fue subiendo lentamente tratando de unir los bordes, hilo a hilo, hebra a hebra.
Había que reparar la trama, continuar la carrera, entregar el testimonio. Ellos y ellas son miles. Cientos de ellos, “locos Quijotes de Coronda”, resistieron la dictadura solidaria colectivamente, y colectivamente decidieron escribir su testimonio. Colectivamente escribieron Del otro lado de la mirilla que se transformó en Ni locos ni muertos en su traducción al francés y ahora vuelve a ser reimpreso, enriquecido. Luchadores empecinados siguen diciendo “aquí no se rinde nadie” y entregan orgullosos su testimonio a las jóvenes manos que se están extendiendo para recibirlos.
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