Es con todas pero no de cualquier modo

La producción de Florencia Peña en Gente y el problema de la mercantilización de los sentimientos

 

“¿Qué les molesta tanto? Aún no me queda claro”, pregunta Florencia Peña en una columna de opinión en respuesta a las críticas a raíz de la producción para la revista Gente con su cara firmada con los nombres de las mujeres asesinadas.

Se me ocurren unas cuantas cosas que fui ordenando a modo de respuesta. Sigo a Florencia en Instagram, es divertida, siempre tiene linda ropa y cada tres chivos aparece desnuda con ese cuerpo tallado porque es la imagen de un centro de estética que promociona métodos para “estar espléndidas” y “antienvejecimiento”. Nada malo, o sí, más de lo mismo. Pero esta nota no pretende hablar de Florencia, cuento esto porque como Florencia está presente todo el tiempo en las redes y en la tele, cuando vi su foto con ese gesto de grito censurado tuve una reacción shockeante. Vi un producto de la sociedad de consumo mega gastado que le pone el cuerpo al Bailando, a viajar por el mundo con Marley, a los cumpleaños de Susana Giménez, al poliamor, a los sillones de Todo muebles, a la multiprocesadora y ahora a la Violencia; en una décima de segundos los productos se batieron en mi cabeza.

En su descargo en la nota de Página/12, Florencia Peña se victimiza y argumenta que fue blanco de horrorosas calificaciones de mujeres que “se arrogan el derecho de decir quién si y quién no puede hablar o actuar en nombre de la causa, que solo lo pueden hacer unas pocas elegidas”. De mi parte lamento los insultos que recibió, que no hacen más que oscurecer la situación.

Me permito decirle a Florencia y a quienes la critican que no es ella el problema con esa producción. Poner el foco en su persona confunde y no permite aclararnos la mirada. No voy a dedicar una línea más a hablar sobre lo que hace Florencia Peña con su cuerpo y con su carrera. No voy a caer en la acción de levantar el dedo para decirle a ella si es atinado o no visibilizar cuál causa y de qué modo, porque la policía de lo correcto sólo suma arenga para la hinchada.

Mi preocupación es la causa que subyace a la discusión de cotillón: la lucha de miles de mujeres que nos antecedieron y que dejaron la posta para que otras tantas la retomemos. La intención de responder a esa opinión tiene que ver con la enorme angustia que me produce la situación actual de la violencia contra las mujeres.

A lo largo de su defensa, Peña declara que “el posible debate acerca de cuáles podrían ser las maneras de comunicar se convirtió en una ensalada, donde todo se mezcla”. Bien, si a algunes se les mezcla, empecemos a desmenuzar los ingredientes.

En primer lugar no se entiende a quienes quiere concientizar la revista. ¿A las mujeres encerradas en los círculos de violencia cuyas tramas se complejizan por los hijos, la dependencia económica, la vulnerabilidad laboral, etc.? ¿O a los varones femicidas? Quizás la producción de Gente encierre la noble meta de sensibilizar a hombres violentos, quién sabe, después de leer/ver la revista Gente alguno de ellos decida no matar a su ex pareja.

En segundo lugar está el asunto de las fotos. El gran tema de estos tiempos mega líquidos, la primacía de la imagen. Una serie de mujeres profesionales del periodismo viene, hace más de veinte, treinta años, trabajando en instalar prácticas de comunicación con perspectiva de género que evite el morbo, que respete la dignidad de las mujeres todas, las vivas y las asesinadas, las violentadas y las que callan por miedo. A través de largas campañas han logrado por ejemplo desterrar el famoso “crimen pasional” con que nombraban a los femicidios, han diseñado manuales de buenas prácticas de comunicación, se han organizado en redes federales a lo largo de todo el país a fin de que la práctica periodística acerca de los temas de mujeres sea repensada, ya que la comunicación crea relatos. La ética periodística necesaria para transmitir determinados temas debe ser examinada permanentemente.

Sin embargo, la producción de la revista Gente le arroja estiércol a ese camino. Ahí tenemos como muestra el amarillismo de la televisión, los periódicos como contadores de muertes en serie y la fotografía cuánto más morbosa, más impactante. En ese lugar se inscribe Gente.

Por último, sobreviene el debate: arte, ficción, verdad. Florencia se mete en camisa de once varas cuando dice: “puse mi actriz a disposición… porque eso soy: una actriz… el arte sana y salva… es un canal posible para poder repensarnos y mostrar distintas realidades… el arte es subjetivo…”.

Material para otra nota es lo que está sucediendo con el actual paradigma de “todo arte: novela, película, serie, debe ser o parecer verdad, verídica, basada en hechos reales”, aplastando a la ficción, a la creatividad, a la imaginación y apuntando contra la libertad. En este marco, toda obra con temática sobre la violencia contra las mujeres, en el contexto de una mujer asesinada cada 20 horas, debería contar con cierta plasticidad y responsabilidad a la hora de ser representada.

Tenemos una herida abierta que sangra y desde distintos ámbitos de la vida social se está analizando el modo de abordarla, la realidad de la violencia contra la mujer es una granada que nos explota en la mano todos los días. Es difícil hacer arte cuando aún no podemos dominar la realidad. Mucho menos lo es desde Gente, una revista que no se dedica al arte, no hace literatura, no presenta reseñas ni críticas de libros, no discute poesía, no ofrece artículos de discusión desde donde plantearnos disyuntivas para abordar los conflictos sociales.

Por fin Florencia deja la auto-referencialidad y pregunta: ¿es válido pensar que para que exista transversalidad debemos ocupar todos los espacios posibles? ¿No sería mejor utilizar todas las herramientas que estén a mano para que se escuchen nuestras voces? Eso de ocupar todos los espacios posibles tiene más de hashtag que de estrategia bien articulada: no todos los espacios son buenos para todo, igual que las herramientas, un martillo puede servir para clavar un clavo pero también para golpear a alguien.

Creo en la buena intención de Florencia. ¿Por qué tendría otras intenciones? El problema es lo acostumbrados que estamos a la mercantilización de los sentimientos, y en esta pequeña frase cabe tanto que hasta la misma expresión termina siendo casi un producto más de letra escrita. No lo es, si estamos alertas.

 

* La autora es periodista especializada en comunicación y género.

 

 

 

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