VERSOS LIBERTARIOS DEL CURA ENAMORADO
Ministro sandinista, cura y artista, el derrotero de Ernesto Cardenal marcado en sus primeros versos
Primo hermano del grafiti y sobrino nieto del haiku; simétrico, inverso y opuesto al epitafio; príncipe del verso en el Siglo de Oro español, el epigrama es una forma poética que rescata en forma amorosa o festiva una idea sintética de raigambre popular. También el título con el que Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925- 2020) lanzó su tercer libro de poesía en 1961, mientras estudiaba teología en Cuernavaca, México, para ordenarse sacerdote católico cuatro años después.
Fallecido el primer día de marzo último a los 95 años, Cardenal hizo de sus discordancias, poesía. Versos nunca aislados de un compromiso con la causa popular latinoamericana ni de la producción artística, articuladas en la lucha contra toda forma de opresión. Aún, la que dentro de sí mismo fluctuaba: su labor revolucionaria y el carácter históricamente genocida de la iglesia a la que intentaba servir como pastor. Paradojas que tampoco le fueron gratuitas: le valieron la memorable admonición pública del papa Wojtyla al aterrizar en Managua en 1983 y su suspensión sacerdotal a divinis un año después por adherir a la Teología de la Liberación y ser ministro de la revolución Sandinista. De esta última se abrió a tiempo y al castigo eclesiástico se acordó de levantarlo el pontífice Bergoglio un año antes de la muerte del poeta.
A seis décadas de su aparición se publica Epigramas por primera vez en la Argentina. Quien escribe estas líneas asume su ineptitud, acumulación de ignorancia y prejuicio, para la consideración crítica de toda poesía, limitándose en tanto lector a la emoción estética que la subjetividad depara. Prefiere entonces limitarse a consignar la ebullición de la paradoja en la letra pura de Ernesto Cardenal.
Admirador de Rubén Darío (Nicaragua, 1867- 1916) con quien comparte patria, modernismo y confesionario, el futuro ministro de Cultura sandinista abre el poemario con tan erótica como didáctica humildad premonitoria:
Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica...
Cuaderno que reúne versos recientes mas no inmediatos, evoca la iniciación amorosa y política de Cardenal. Había participado de la asonada de abril de 1954 contra el tirano Anastasio Tacho Somoza, a raíz de lo cual fue a parar con sus huesos a la cárcel, habiendo perdido varios compañeros de lucha.
Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.
La participación activa en la conspiración antidictatorial prosigue con sus riesgos y romanticismos. La causa permanece, el objeto de su deseo cambia; ahora es Myriam:
Yo he repartido papeletas clandestinas,
gritado: ¡VIVA LA LIBERTAD! en plena calle
desafiando a los guardias armados.
Yo participé en la rebelión de abril:
pero palidezco cuando paso por tu casa
y tu sola mirada me hace temblar.
La vida continúa y las batallas adoptan una creciente épica:
Yo no canto la defensa de Stalingrado
ni la campaña de Egipto
ni el desembarco de Sicilia
ni la cruzada del Rhin del general Eisenhower:
Yo sólo canto la conquista de una muchacha.
(…) Y ella me prefiere, aunque soy pobre,
a todos los millones de Somoza.
A la insurrección se le contrapone el terror, práctica sistemática en las dictaduras militares, no sólo latinoamericanas:
De pronto suena en la noche una sirena de alarma,
larga, larga, el aullido lúgubre de la sirena de incendio
o de la ambulancia blanca de la muerte,
como el grito de la yegua en la noche,
que se acerca y se acerca sobre las calles y las casas
y sube, sube, y baja y crece, crece, baja
y se aleja creciendo y bajando. No es incendio ni muerte:
es Somoza que pasa.
Se instala en Cardenal una poética que teje una con otras las hebras del amor romántico y de la pasión instalada en la lucha política, desempeñada con el sarcasmo como arma:
Somoza desveliza la estatua
de Somoza en el estadio Somoza
No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo.
Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la derribará un día.
Ni que haya querido erigirme a mí mismo en vida
el monumento que muerto no me erigiréis vosotros:
sino que erigí esta estatua porque sé que la odiáis.
Así Ernesto Cardenal tramita esa conversión que va del aventurero romántico al militante, de la educación sentimental a la construcción política, ganándose el cielo de los poetas dentro del purgatorio de los combatientes. Y en la iglesia que se le antoje.
FICHA TÉCNICA
Epigramas
Ernesto Cardenal
Buenos Aires, 2020
64 págs.
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