Menos magia y más justicia

Propuestas de cambios importantes, después de tener la vida en suspenso muchos meses

 

Los ojos del sobremundo (The Eyes of The Overworld, 1966) es el título de la segunda parte de una saga de Jack Vance sobre un mundo cuya ciencia está en fase de extinción –el sol se está apagando— y por eso la magia domina sobre la ciencia. El recurso mágico es administrado por los pocos que saben cómo usarlo. De hecho Cugel, el protagonista, pronuncia mal un conjuro y sufrirá las consecuencias de su error. Vance es un maravilloso escritor de ciencia ficción. Algunos lo detestan por su estilo, pero a mí me encanta. No encontrarán en los textos de Vance bellas metáforas al estilo de Bradbury. Hay quienes tildan el modo de relatar de Vance de poco sofisticado, y hasta de ingenuo. Pero lo que yo encontré allí fueron relatos de acción y personajes ambiguos que me hicieron reír mucho. De hecho, Cugel es un sujeto bastante poco heroico. Un pícaro que miente con facilidad pasmosa y resulta bastante amigo de lo ajeno, entre otras cuestiones. Alguien que se siente superior al resto de sus congéneres. Un ventajero, un deshonesto, un tramposo. Conocí a varios así durante mi vida. Aún tengo a uno de ellos agendado como Cugel en el celular.

Nota al margen: algún día debería dejar de agendar números con nombres de canciones, con personajes de libros o de TV, pero es un chiste particular que me divierte. La única modificación que hice en mucho tiempo fue agendar el número de mis papas como Familia. Durante años los tuve agendados como Los Locos Addams, pero alguien me hizo la observación de que, si perdía el celular o me pasaba algo, saber a quién llamar sería imposible para cualquiera que quisiera ayudar en esa circunstancia.

 

 

 

 

Volvamos a Cugel en Los ojos del sobremundo. En una de las historias, después de haberse metido en líos como de costumbre, Cugel es enviado por un mago a una tierra distante —Cutz— con una misión. Para garantizar la dudosa lealtad de Cugel, el mago apela a una entidad alienígena llena de garras, púas, dientes y garfios que queda alojada en el hígado del protagonista. Podríamos decir que Iucounu, el mago sonriente, era cuanto menos precavido.

En Cutz hay dos pueblos. Grodz, conformado por laboriosos campesinos que trabajan con una sola expectativa, ser promovidos como miembros del otro pueblo – Smolod— que tiene derecho a usar Ojos, unos lentes color violeta que hacen que quien los use vea todo maravilloso. Una choza se ve como un palacio fastuoso, una sopa de avena como un festín. Cugel opina sobre quienes tienen “ojos” que “no se comportaban como los hediondos simplones que eran, sino con una notable dignidad y una altanería que rozaba a veces la arrogancia". Curiosamente, ninguno de los poseedores de “ojos” está dispuesto a entregárselo a Cugel. De hecho insisten que se sume a una lista de espera y haga lo que hace falta para poder acceder a uno de esos “ojos”. Meritocracia al palo.

 

 

Jack Vance.

 

 

Pensando en los hechos de estas semanas, me pareció que, en este mundo donde aún brilla el sol, además de haber muchos Cugel, hay muchos portadores de “ojos” y aspirantes a serlo.

Algunos con lentillas violetas viven en despachos de Tribunales. Aunque desde su perspectiva son lugares lujosos y llenos de fastos y oropeles, cuando los mirás sin lentes de color no se ve más que un museo de miserias humanas.

Hace apenas unos días un tribunal oral absolvió a Telleldín por su presunta participación en el atentado a la AMIA. Palabras más, palabras menos, dijeron los jueces que no está comprobado que la camioneta que vendió Telleldín haya sido la que se utilizó en el atentado. Absuelto por falta de pruebas. Como casi todo en la causa AMIA. Todo lo que pasó por manos del juez Galeano no hizo otra cosa que garantizar que jamás sepamos la verdad sobre ese atentado y sus responsables.

Me llamó la atención que las asociaciones que responden a la comunidad judía protestasen airadas y dijesen que iban a apelar la sentencia. Los mismos que celebraron la absolución del entonces presidente de la DAIA, Ruben Beraja, acusado de haber formado parte de las tratativas para pagar 400.000 dólares para que el mismo Telledin diese falso testimonio destinado a desviar la investigación sobre el atentado. Pero ni la DAIA ni la AMIA lo acusaron. Lo que es más, DAIA y AMIA hicieron pública su “disconformidad por los delitos de peculado y privación ilegítima de la libertad que el Tribunal le atribuyó al ex juez Juan José Galeano, por considerar que no fueron probados durante el juicio”.

El mismísimo Cugel se avergonzaría de las maniobras que rodean a la causa AMIA, con tanto de política como tan poco de Justicia y de Verdad.

Pero, ¿saben qué? Todo lo que se vincula a la causa de los atentados a AMIA y Embajada de Israel muestra lo que está mal en el Poder Judicial argentino y por qué es tan necesario modificarlo.

El Atentado a la Embajada de Israel es competencia originaria de la Corte Suprema. Hace un par de años recuerdo a Ricardo Lorenzetti, entonces presidente de la Corte, diciendo pomposo que la Corte Suprema había hecho cosa juzgada sobre el atentado a la Embajada. En aquella oportunidad fui a buscar lo que había resuelto la Corte Suprema sobre el hecho. En el año 1999 la Corte determinó la que los muertos habían sido 22 y no 29 como se decía hasta entonces. El atentado sucedió en 1992.

También, y esto no es menor, la Corte Suprema determinó que…  había habido un atentado. Miren qué importantes serán los supremos, que sin ellos no sabríamos qué es lo que vemos. En 2006, la Corte Suprema dijo: “Incluso desde la doctrina que considera la prescripción materia que corresponde declarar de oficio, tampoco es viable en el estado de autos, toda vez que para ello sería menester descartar que el hecho constituya un delito de naturaleza imprescriptible, lo que hasta el presente y conforme a las constancias de la causa no es admisible”. Léase que, conforme las constancias, la Corte Suprema cree estar frente a un atentado.

De cómo sucedió, la Corte Suprema señaló alternativamente que se debió a un coche bomba, que lo causó un explosivo dentro de la propia embajada y —de nuevo— que fue un coche bomba. Tampoco pudieron determinar cuál fue el explosivo que se usó y por cierto NO dieron con una sola prueba sobre sus responsables.

Lo que no van a ver en el caso del Atentado a la Embajada de Israel es a los dirigentes comunitarios reclamando por la falta de actividad del expediente sobre esa investigación. La página de la Corte Suprema informa que el ultimo movimiento de la causa en la Corte Suprema es del 8 de julio de 2014. Es decir, 8 meses antes de que Lorenzetti la usara de ejemplo en su discurso de apertura del año judicial 2015 – vaya uno a saber ejemplo de qué, porque la aclaración posterior que debió publicar la Corte Suprema ante la gaffe mayúscula de su entonces presidente no aclaró nada.

 

 

Cada vez que pienso en ambas causas, tanto la de la Embajada de Israel como la de la AMIA, reflexiono sobre la inutilidad de nuestro sistema judicial para procurar a los ciudadanos de este país algo que siquiera se aproxime a la Justicia. Cada tanto aparece una sentencia que parece aspirar, casi simbólicamente, a resolver las cosas. En diciembre del año pasado, la Corte Suprema absolvió a dos chicas misioneras condenadas sin pruebas por un homicidio. Antes de dictar esa sentencia, las chicas pasaron más de 14 y más de 11 años presas. Cristina Vázquez. una de ellas, terminó suicidándose a mediados de este año. Nadie se preguntó quién debía hacerse responsable por esos años en prisión

Con la llegada de las vacunas contra el Covid empieza a cerrarse este año tan tremendo, donde mantenerse vivo y sano fue el principal desafío del mundo y de nuestro país. Se abre entonces la hora de pensar y llevar adelante los cambios estructurales que necesita nuestra sociedad. Se están pensando y empujando propuestas de cambios importantes, después de tener la vida en suspenso muchos meses.

No nos olvidemos ahora de los problemas que acarrea tener un mal Poder Judicial. Sé que el 2021 es año electoral y lo digo precisamente por eso. Para no olvidar que, en el fragor de las disputas electorales, no se puede perder la perspectiva de para qué se dan esas discusiones políticas. Aprendí con los años que, cuando se pierde esa perspectiva, casi siempre se pierden además las elecciones.

 

 

 

 

 

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