“La guerra es la paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza”. George Orwell, 1984
No es sorprendente que una carrera política que comenzó con la promoción de una mentira flagrante concluya con otra. De la aseveración rotunda (y nunca desmentida) de la inhabilitación de Obama para ser Presidente por “no haber nacido en territorio nacional” a la que declaró esta semana (luego de 33 días de haber perdido la contienda), cuando aseguró que “los demócratas perdieron la elección, hicieron trampa, ha sido una elección fraudulenta”, hay un arco discursivo que ha cambiado los parámetros del juego de las democracias del siglo XXI. La excitación de la provocación, el espejismo de la reivindicación y el espectro de la venganza quedan impregnados en los millones de personas que aún creen que Trump ganó, en los cientos de miles que creen las conspiranoias más surrealistas, y en los miles que hoy forman parte de las milicias de extrema derecha, todos hamacados en el confort de las redes y los universos paralelos que allí se urden y se fortalecen.
La experiencia border de esta transición ha acabado con las pretensiones políticas de Trump. El hecho de que se niegue a conceder, aún con el total naufragio de los juicios electorales que inició, es demasiado para un país que hace gala de su elegante e ininterrumpida democracia. El Presidente decidió atacar viciosamente la confianza en el sistema electoral aunque desde un principio haya sido claro que estos juicios serían irrelevantes en cuanto a un cambio en los resultados. A esta altura la totalidad de la cúpula republicana acepta la derrota. Los andamios que han sostenido los gestos complacientes de legisladores y gobernadores han caído, y ahora sólo queda un sabor amargo y una esperanza en el futuro (aunque se presente plagado, llovido y mojado).
El nivel de delirio del Trump perdedor quedó ilustrado con inusual patetismo en la imagen de su abogado Rudy Giuliani chorreando tintura capilar y senilidad en una sudorosa conferencia de prensa en la cual la abogada Sydney Powell invocó la posibilidad de una conspiración a nivel nacional (relacionándola insólitamente con la figura de Nicolás Maduro), asegurando que “Trump ganó por una avalancha de votos tal, que rompió el algoritmo”. Trump, conocido por enviar a sus empleados a su casa si no están vestidos de manera impecable, debe haber sufrido mirando la escena nivel Zulma Lobato mucho más de lo que sufrió al día siguiente la condena unánime de demócratas y republicanos ante la fantochada acusatoria. Unas semanas antes, el mismo Rudy, no habiendo podido hablar desde dentro del hotel donde se había programado la primera conferencia de prensa post-electoral, decidió hacerlo en la calle, sin notar que detrás de él podía verse el cartel de un sex-shop llamado “Fantasy Land”. Estos ribetes bizarros, que no son nuevos para otros países pero sí los son para los Estados Unidos, son ilustrativos del gobierno de un Presidente que se retira grotescamente de una farsa que duró cuatro largos e imborrables años.
Trump es el primer mandatario que no gobernará dos períodos sucesivos en 44 años, y el cuarto en hacerlo en un siglo. También quedará en la historia como el tercer Presidente que ha sufrido un juicio de destitución, y el quinto en no ganar también el voto popular al ser elegido, pero quizás será más recordado por su extrovertida malicia. Trump ha desplegado el poder del narcisismo malévolo, aquel que se alimenta sólo del sufrimiento de unos y los halagos de otros. Siempre gobernó para la adoración de sus fans, convirtiéndose en la caricatura que los entretenía en una escena en la que se celebraba ritualmente el odio al otro. Finalmente el país le ha dicho GAME OVER. Se acabó el juego. Donald Trump, pasá el joystick, estás despedido.
En estos días de transición en los que la curva del Covid está totalmente fuera de control, Trump no ha trabajado sino en acelerar una serie de medidas como conceder el perdón presidencial a su asociado cercano, el ex asesor de seguridad Michael Flynn (quien admitió haberle mentido al Vicepresidente y al Senado acerca de sus contactos con Rusia), echar a su Ministro de Defensa (debilitando la seguridad del país), y urgir la subasta de la perforación extractiva del Refugio Natural de Alaska. También ordenó el retiro de las últimas tropas en Afganistán, lo que generó mucha polémica en ambos partidos, y está trabajando en lograr que a Biden le sea imposible realizar el acuerdo nuclear con Irán. Su secretario del Tesoro se ha negado a prolongar los vitales programas de préstamo al gobierno para sobrellevar la pandemia, solicitando además el reembolso de 455.000 millones de dólares, lo que le deja a Biden sin un oxígeno fundamental para estimular la economía.
Decidido a ocasionar daño sanitario hasta último momento (luego del inmenso perjuicio que causó su actitud ante el uso del barbijo), alentó a los ciudadanos a juntarse con sus familias para el Thanksgiving (el día de reunión familiar más importante del año y el de más movimiento de transporte aéreo) luego que Joe Biden y Anthony Fauci, el epidemiólogo en jefe, llamaran a los ciudadanos a evitar los viajes familiares. Esta no es la única polémica del Thanksgiving: cada año se cuestiona con más fuerza una fecha en la se celebra un acto loable: la generosidad de los nativos que salvaron la vida de los colonos ofreciéndoles alimento. También sería loable la conmemoración, si no fuera porque 50 años más tarde sus descendientes mataron al 40 % de la población nativa y esclavizaron al resto.
Otra medida realizada a las apuradas es el anuncio de la ejecución inminente de tres condenados a muerte —luego de que Biden declarara que revertirá la pena capital a nivel federal reinstaurada por el Presidente— y es que Trump siente que todo símbolo de violencia juega a su favor. Se ha pasado cuatro años alabando tiranos, defendiendo supremacistas, denigrando individuos y naciones enteras, humillando públicamente a cualquiera por simplemente decir algo que no le gusta y batiendo todo récord imaginable en despidos de funcionarios elegidos por él mismo. La última víctima ha sido el prestigioso director de de seguridad cibernética del Departamento de Seguridad Nacional, Chris Krebs, quien aseguró que “no hay evidencia de que ningún sistema de votación haya borrado, perdido o cambiado votos o que de ninguna manera haya sido comprometido en estas elecciones”. Krebs fue despedido, como tantos otros, simplemente por hacer bien su trabajo. Se esperan muchas otras movidas insidiosas en las próximas semanas. Imaginando las cosas que Trump podría hacer luego de su partida, cabe recordar que el futuro ex Presidente se lleva el conocimiento de los secretos de seguridad del país.
Trump se va con trampa en varios sentidos, y una es aprovechándose económicamente de sus seguidores, tal como lo está haciendo con la recolección de millones de dólares a través del Fondo de Defensa Electoral, nacido al día siguiente de los comicios con el fin de probar el fraude en las cortes. Este “emprendimiento” fue estructurado de forma tal que permite que el dinero vaya a pagar las deudas de su campaña, y que el 60% de lo recaudado termine en otra flamante organización: Salvar América, cuyas arcas estarán a disposición del Presidente en los años por venir. Se trata de una fortuna instantánea basada en la falsa promesa de probar lo imposible. Es que todo es falso en el jardín de rosas que prometió Trump, desde el muro con México que entusiasmó a nacionalistas y xenófobos a la desaparición mágica de un virus que esta semana causó la muerte de más de 2.000 personas por día, cifra a la que no se llegaba desde mayo. Hoy hay en Estados Unidos más de 90.000 personas internadas por Covid, y hay varios hospitales donde ya no hay capacidad para atenderlas.
La sensación post-electoral es como la que se vive luego de que pasó un huracán, una especie de posguerra. En 2020 Trump habló, o mejor dicho profirió un promedio de 8,398 palabras por día. El agite ha sido constante. La inquietud se volvió la norma. Su gobierno libró una guerra virtual desde Twitter, los laberintos del Departamento de Justicia y los medios de comunicación afines, y durante una guerra no hay tiempo para pensar, todo es reacción. De alguna manera, es mucho más simple que la reconstrucción que viene después. En principio, Estados Unidos descansará del cacareo y la mendacidad de Trump como lo haré yo, decidida a no escribir más sobre este asunto. Luego, se recomienda no mantener altas las expectativas: quien rasca un poco los gobiernos demócratas ya sabe con lo que se encuentra, por ejemplo, con el tema inmigración e invasión territorial.
Finalmente, como dice la filósofa Nora Trosman respecto a las grietas, tocará “interrogar los afectos-efectos que desencadenan los poderes y sus extenuantes repeticiones, para ser capaces de pensar, crear, proponer otras lecturas, miradas y posiciones más productivas y transformadoras para afirmar una existencia ética-política luminosa”. Las nuevas generaciones parecen estar más cerca de estos altos objetivos. Aquí estaremos, dándoles aliento.
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