Si no puedo llorar, no es mi revolución

Una de las principales dirigentes feministas del país despide a Maradona

 

Se murió el Diego y abrió un duelo nacional y mundial, desde el minuto cero las redes se llenaron de mensajes y fotografías alusivas, como también las calles de diferentes ciudades del mundo. Sucedió un 25 de noviembre, día de la No violencia hacia las mujeres, lo que llevó a relacionar la muerte de Maradona con esta fecha indefectiblemente.

La figura de Maradona fuera de la cancha, en su vida doméstica, privada, afectiva, está atravesada por todo tipo de acusaciones, escándalos, violencias que se hicieron públicas y que no pretendo desconocer, todo lo contrario. ¿Se puede querer a un machirulo? ¿Se puede llorar a un machirulo?

Se desplegó una maquinaria de vigilancia feminista que pretendió determinar qué se podía duelar públicamente un 25 de noviembre, qué nos podía doler y qué no, marcando como una contradicción imposible duelar al Diego y repudiar la violencia de género en un mismo día. Como si un sentimiento invalidara al otro, como si solo se pudiera sentir una cosa a la vez, como si fuera así de simple. ¿Quién tiene tanto autogobierno de las emociones?

 

 

¿Un ente regulador de las emociones?

¿Te vuelve menos feminista estar apenada por la muerte de Maradona? ¿Sucede en todos los movimientos políticos esa vigilancia entre pares? ¿O hay en los feminismos una relación directa entre los afectos y la práctica política? ¿Quién determina qué puede llorar una feminista? ¿Por qué a otra feminista le importa por quién me conmuevo? Los afectos son políticos, pero la política de los afectos poco tiene que ver con la vigilancia, y más con la empatía, con ponerte en el lugar de la otra, preguntar, no juzgar, empatizar.

Los feminismos son una de las fuerzas mas potentes y revolucionarias de nuestros tiempos, con el impulso de dar vuelta todo lo que se suponía dado o natural, con una energía de transformación admirable y con la determinación de tomar las calles cada vez que es necesario, una lucha política única en el mundo. Eso es poder, y no todas saben qué hacer con el poder. Hay quienes deciden usarlo para hacer del mundo un lugar mejor, abriendo caminos, posibilitando vidas plenas donde solo había violencias, planificando programas, protocolos, imaginando otras existencias. Y hay quienes lo utilizan como régimen moral para determinar el comportamiento de la tropa, una buena feminista no puede llorar a Maradona.

¿Qué significa esto? Algunas feministas pretenden marcar la agenda emocional, dirimiendo qué vidas se pueden llorar públicamente y qué vidas no, a la vez que trazan una relación directa entre los sentimientos y la política, aislando al género de otras intersecciones que hacen a la vida, como la raza, la clase social, la sexualidad o el territorio. Movimientos masivos como el Ni una Menos, entre otras cosas, disputaron el carácter público de los duelos, ¿A quiénes llora una nación? Lograron poner en la agenda emocional la muerte de muchas mujeres, y llenar las calles de personas reclamando justicia, conmovidas ante los femicidios, politizando la afectividad de un país que no reaccionaba ante el asesinato de tantas.

No todas nos vamos a conmover por lo mismo, eso es la libertad, ni todas nos vamos a conmover de la misma manera, pero todas tenemos el derecho de nombrar lo que nos conmueve sin avergonzarnos. Los afectos son históricos, tienen memoria, tienen hogar, tienen olores, hacen que seamos quienes somos, el Diego para mucha gente es su infancia, o su vida adulta, la revancha de una guerra y lo más cercano a la gloria a través de un mundial. El afecto se entreteje de maneras únicas y a veces opacas, la mayoría asocia al Diego con algún familiar, alguna anécdota, alguna historia pasada o presente, y lo siente con todas sus fuerzas, con sus poros, y se agolpa en las redes, y en la Rosada. Esa pasión de clara raigambre popular que despierta el futbol y que es intransferible, está de luto y muchas feministas se sienten parte de ese gran duelo nacional.

Para ser parte de una comunidad política no es necesario que nos emocionemos con lo mismo, podemos vivir en una democracia afectiva, lo que no podemos hacer es atribuirnos el deber moral de decirle a otras qué y cómo sentir, que sus sentimientos hacia el Diego están mal, que te convierten en cómplice de sus violencias, que te vuelven una mala feminista, que le quitan legitimidad a la lucha contra la violencia de género. ¿Cómo llega un movimiento político a arrogarse ese poder? ¿Qué relación caprichosa se traza entre lo que nos conmueve y esta manera del deber moral y emocional? Como movimiento nos debemos muchas discusiones, pero es imperioso detenernos a pensar en la dimensión política de los afectos, en qué emocionalidades estamos disputando y construyendo, y cuáles estamos cancelando.

Los feminismos como movimiento político emancipador y revolucionario, no pueden devenir en un mero patrullaje moral y emocional.  Su potencia política se manifiesta en su capacidad para atravesar la dimensión histórica en la que se sitúa un acontecimiento como el que se dio en estos días, en poder navegar a mar abierto en los sentimientos de los pueblos, de lo contrario estamos relegándolos a un lugar muy pequeño hermético. Si no puedo llorar, no es mi revolución.

 

 

 

 

 

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