PLEGARIAS NO ATENDIDAS
Retiros (in)voluntarios, de Sandra Gugliotta: los ’90 y el trágico saldo de quedar librados el mercado
I.
No cualquiera es digno de una muerte indigna. Durante siglos el cometer ciertos delitos, y por sobre todo el animarse a atentar contra el orden imperante valían para que ese grupo de réprobos sea exhibido a fin de que la mayoría silenciosa aprendiera que lo mejor en esta vida es pastar cual rebaño.
En la Antigüedad romana fue la crucifixión mientras que en la Edad Media y en los albores de la Modernidad fue la horca el castigo elegido para la prédica del buen pastor.
Luego de destrozar telares cuando la revolución industrial estaba en su apogeo, los luditas recibieron el merecido castigo infamante: “Entraban al reino de los cielos pasando por el ojo de una soga”, describió Christian Ferrer. Se inmolaron –destruir una máquina equivalía a la pena capital, así lo mandaba la ley recién salida del parlamento– no para detener un avance que sabían inexorable sino como llamado de atención, moral antes que nada.
Séneca y Plath, Pavese y Alfonsina eligieron irse de este mundo de un modo que, acaso por tratarse de personas cuya vida giró en torno de la obsesiva depuración del estilo, la sociedad ha tomado como un toque de distinción. Salvo para los escritores, para el resto de los mortales el suicidio es otro hecho infamante.
Como se verá, también puede ser un llamado de atención, moral como el de los luditas.
II.
Prenderse fuego en un estacionamiento de oficina, dejar que el propio cuerpo caiga a un precipicio sin fin, ahorcarse con cables de teléfono y con ropa de trabajo o recostarse sobre las vías de un tren sin atender un teléfono que no deja de sonar en el bolsillo han sido broches sombríos que cerraron la vida de veinticuatro empleados de France Telecom.
Arrojarse del edificio de Entel, pegarse un tiro en la boca a la vista de todos en la oficina o tirarse de súbito bajo un auto; empastillarse hasta perder de vista qué es sueño y qué vigilia, dejar que el paro cardíaco llegue cual redentor o irse lejos, bien lejos de los afectos, para vegetar como remisero son variantes argentas de aquellos ritos de pasaje venidos de Francia.
Unos y otros habían entregado su vida a la empresa, el amo y señor que desde hace décadas desplazó el Estado como máquina soberana e impuso un cambio tan radical que “el trabajo, tal como lo conocíamos, se transformó en un sueño, una utopía”, según sostiene Sandra Gugliotta, directora de Retiros (in)voluntarios, soberbio film presentado en el Festival de Mar del Plata hace unos días.
III.
“Esta historia, en realidad, para mí empieza acá, en la habitación de mi papá, en los noventa. Mi papá pasó buena parte del año deprimido en su habitación. Cuando escucho sobre los suicidios en France Telecom diez años después algo resuena”, relata Gugliotta, quien viajó a Francia para investigar sobre esa ola de suicidios que, a diferencia de lo que ocurre usualmente con esa fatalidad, son fácilmente explicables.
“El acoso dentro de France Telecom residió en un montón de cosas pequeñas y muy prácticas. Por ejemplo, algunos empleados fueron aislados en cuartos sin luz ni ventanas o trabajaban con la calefacción puesta al máximo, o al revés, en ausencia de climatización. Residió también en métodos de organización laboral. La empresa les sacaba los medios de trabajo, o al revés, les daba más trabajo del que podían humanamente ejecutar. Todo esto con el objetivo de que se quiebren”. La feroz descripción pertenece al hijo de un empleado que dejó por carta de despedida su cuerpo incinerado en su lugar de trabajo.
Es un final razonable cuando todos, empleados serviciales y líderes de empresa, naturalizaron prácticas como la “placardización”, prueba de una deshumanización que, según se explica en el film, implica lo siguiente:
“Cuando una empresa decide que no necesita más a alguien, sin querer licenciarlo, le deja de dar tareas. Lo pone en una oficina aislada de los demás para que no tenga interacción con ellos transformando a su oficina en un `placard´”, precisa alguien que conoce esta operatoria de la mercadotecnia empresaria, un modo de acoso laboral que mina la autoestima, produce seres aislados y disminuidos que entran “en una espiral infernal”, según comenta una socióloga en este documental que analiza menos casos aislados –aislar un caso es decidir no ver qué lo produce– que un estado de la cultura.
En los “casos” de France Telecom “algo resuena”, reconoce Gugliotta, quien encuentra en la resonancia un modo de filmar, esto es de leer la historia. La resonancia es la del impacto que tuvo en su padre, empleado de Entel, cuando al asomar el promisorio horizonte privatizador de Menem se acogió al paraíso del retiro voluntario, no sin pasar por el purgatorio de la depresión para más luego terminar en el infierno tan temido de una remisería.
“No conozco ni uno que le haya ido bien [al aceptar el retiro voluntario]”, lapida un ex-empleado de aquella telefónica estatal que indemnizó a 28.000 almas y logró “un milagro: todos despidos sin causa”, según se asienta en este film que huele a tragedia personal y colectiva como toda tragedia.
Si en Francia Gugliotta le da voz a familiares de suicidas involuntarios y a especialistas que miran con temor y temblor la masacre, en Argentina el estado de situación lo brindan abogados de empleados, delegados e incluso el responsable de los retiros voluntarios de la exánime Entel, un cuadro empresario que ha depurado el aséptico modo de acepar la tragedia, de asumir un suicidio como “accidente en servicio”, para llamar a las cosas por su nombre, alguien que ahora milita con idéntica fe ciega en el Banco Galicia. Esta militancia, esa fe ciega, nos devuelven a Francia:
“Actualmente las empresas utilizan lenguaje de guerra. Por ejemplo, hablamos de la competencia como enemigos. Hablamos de guerra económica, de mercados a conquistar. Esta transformación del universo empresarial en un universo guerrero, donde básicamente ‘somos nosotros o ellos’, es antigua en las empresas e implica, como en toda guerra, tener víctimas inocentes dejadas de lado. Este vocabulario también prepara a los empleados para sufrir y aceptarlo como normal. Otra cosa que el vocabulario de guerra prepara es que desafortunada y probablemente habrá personas aquí que desaparecerán, pero es normal porque así es la guerra. Este estilo de gestión laboral es cada vez más extendido. En Francia y en todos lados”. Lo dice con un tono de mea culpa, contracara de la impavidez del “guerrero” del Banco Galicia, un ex-empleado de Recursos Humanos de France Telecom.
Como subraya el film, este modo de naturalizar las “víctimas inocentes” en Argentina remite a la década del noventa, acaso al ‘76 dirán no pocos. Ese inhumano modo de gestión laboral, producto de un cambio cultural del cual es resultado y emblema, en los últimos años lo actualizó y hasta lo depuró con un cinismo que espanta el PRO-Cambiemos.
Cuando en Retiros (in)voluntarios se hace un comentario como este –“France Telecom fue una empresa amateur. Jugaron a ser aprendices de brujo. Confiaron en los managers para aplicar los métodos duros y algunos fueron demasiado lejos”–, no puede sino pensarse en Cambiemos y en un ideario que es el mismo del de los noventa (“sueño con cerrar oficinas del Estado”, escribió Larreta en Estamos. Una invitación abierta, libro de primeras y segundas líneas de esta derecha nada democrática) y del ‘76, el del sujeto librado al mercado.
Esta resonancia, que no es otra que la continuidad de una tragedia no asumida como tal, obliga a recordar que no es la primera vez que Gugliotta batalla contra este dios salvaje que reina desde tiempos de Thatcher y Reagan. Lo hizo también en La toma (2013), genial documental de observación cuando el macrismo aplicaba idéntica política educativa que se desprende de lo hecho a nivel nacional, la misma que exuda la Secundaria del Futuro, UniCABA y los dichos de la ministra actual de Educación, Soledad Acuña. Por entonces Gugliotta seguía con su cámara la lucha de los jóvenes que tomaban colegios secundarios en la Ciudad de Buenos Aires, una lucha que como la de los luditas apuntaba menos a ganar una batalla que a llamar la atención sobre el malestar de la cultura.
Si Opus (2005) de Mariano Donoso puede tomarse como una de las mejores películas sobre el 2001, y en particular sobre las consecuencias educativas del modelo neoliberal, Retiros (in)voluntarios es de los más sólidos análisis que se hayan hecho sobre la larga década del noventa que, habida cuenta de la sofisticación de los sistemas de tortura intraempresa, la consolidación del vergel emprendedorista y la uberización del empleo, aún no ha terminado.
IV.
Al promediar el gobierno de Cambiemos, un jubilado se pegó un tiro en una oficina de la ANSES.
Sumémoslo a la lista de plegarias no atendidas, gritos agónicos propios de un capitalismo sin épica.
Comencemos por mirar Retiros (in)voluntarios de la gran Sandra Gugliotta. De seguro nos ayuda a atender cualquiera de estas plegarias.
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