ALBERTO Y MARQUITOS
Homenaje a Alberto Szpunberg, que hacía de la palabra un acontecimiento de ternura trascendente
Entre las rugosidades del tiempo, un Alberto y un Marcos. Más de medio siglo después, todavía aturdidos, se murmuran poéticas que se desplazan sigilosas en el medio de la selva. No son los pájaros quienes nos disparan. Marcos asume el peso de reconvertir las armas de la crítica en la crítica de las armas. Se suma a un hartazgo epocal inscripto en planificaciones clandestinas y botas sin cordones.
Marcos y Alberto son descendientes, por partes iguales, de daños y victorias. Ambos resultantes del humo europeo, aún convertido en hedor lacerante, con millones de nombres titulares de carne incendiada. Y, en segundo término, testigos de fotos recientes, henchidas de voces radicadas en la madrugada de Playa Girón.
Ellos dos nacidos de hogueras y fogatas. De las que queman y las que alumbran. Ambos con direcciones cósmicas de franca disputa al devenir de la historia.
Hay un puente ahí. Palabras con huesos. Ríos de letras agazapadas en varios nombres. ¿Qué es ad hominem? Una especie de rabia con ansia. Un intento frustrado del que desconocemos su epílogo, aunque algunas voces pretendan colocarle lápidas con menciones de derrotas definitivas. Es verdad que fue una búsqueda atropellada. Un derrotero de pólvora que intentaba encender el cielo sin la artificiosidad de un sol recurrente y cansino. Una contienda que pretendía instituir, en forma desafiante, los diferentes signos de puntuación que posee el padecimiento humano.
De eso se trata. De un linaje verbal que liga —en Marcos— a Mordejai Anilevich con Jorge Masetti. A Zapata con Lumumba. A Raúl González Tuñón con Humberto Costantini. Es desde ese entramado que Alberto entreteje palabras dispuestas a describir esa forma de aislamiento íntimo, existencial, que deriva en la inmensidad de Marquitos.
En muchas oportunidades se nos hace inverosímil el poema sin su plataforma cósmica, sin su ecuación de letras caídas y profundas. ¿Cuánto de una ternura puede convertirse en signo? ¿A qué hora del pasado se pudo escribir esta despedida con tono de lágrimas?
El 4 de marzo de 1964, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) se derrumbó. La gendarmería había abatido al último rezago de guerrilla. Ese día el áspero sonido de Mallarmé conjuró la primera forma del plural. Cuando llegó la noticia Alberto recordó a su amigo. Anunció que el ensayo frustrado había sido apenas un bosquejo dolido de selva, una soledad verde con costras en las manos. Una interacción indescriptible de estrellas y hambre.
Marquitos no llegó a ser Victoria, queremos creer, porque el tiempo es a la vez confuso e intersticial. Pone los días ahí para que sus noches sean consumidas. O consumadas. Desde entonces muchos de nosotrxs nombramos en silencio el lugar donde el labio lastimado repite —en forma insistente— la profecía de Elías. Alberto supo de Marquitos más por experiencia ósea que por geometría euclidiana.
El poema continuará siendo leído a sabiendas de que aún se requerirán multitud de ciénagas salpicadas con lágrimas. Sería inútil cuantificar su resumen último. Sabemos que continuarán lxs compañerxs vociferando el apotegma “aquí no se rinde nadie” al tiempo que algunos poemas se encargarán de resumir la sensibilidad, el grito y las ganas. Sabremos, sin dudas, difundir derrotas varias, victorias con coraje y apellido, heridas limpias y gestos cómplices.
No hay teleología. Sólo antecedentes. Piedra sobre piedra una y otra vez utilizadas. Enseñanzas enclavadas en las experiencias de una disputa. Para decirlo mejor: Marcos Szlachter es el rusito entero que fue partícipe flagrante de este acunamiento latinoamericano. Una voz que es en sí misma llaga y cobija.
El Che Amor es incomprensible para los diáfanos alcahuetes tácticos del presente. Insisten en tamizar las batallas previas con el sabor trivial de la suma desperdigada de sucesos. Pobres señores positivistas. Anacrónicamente, se sienten avalados para desvirtuar la interpretación poética y el hondo sabor de su legado. Marquitos no podrá ser nunca un espejismo de lo cotidiano, desgajado de su lúcido entusiasmo histórico.
Si hay alguna posibilidad de ventaja moral en el poema, en la algarabía de lo dicho, puede verse en las múltiples formas que asumen las nubes cuando alguien lee su nombre.
Atravesamos ríos de sangre después de eso. Y podemos dar testimonio de varias arterias destrozadas por la pérdida y la espera. Tenemos, sin embargo, el mismo empecinamiento de inscribir palabras en el lecho de la memoria. Sucede que sólo podemos acreditar varias formas precisas de la íntima estilística de la noche.
Marquitos está ahí para que sepamos cómo es que los pájaros pueden transfigurar la oscuridad. Y cómo es que hace el silencio para ser capaz de refugiarse en la lengua.
Es inútil intentar cuantificar un balance. Sólo podemos estar seguros acerca del intento. De su subjetividad fortificada. Del lugar donde quiso ir. Del cielo donde estamos yendo.
Marquitos
(Poema de Alberto Szpunberg)
De pronto mi amor mi dolor todo era del enemigo.
Y Marcos pasó a ser Marquitos:
Él se veía con las manos la cabeza
los pies ambos codos todos caídos
es decir miraba pasar las nubes
los pájaros las hojas y era hermoso
vinieron los compañeros a decirle
tiemblen que soplan vientos fuertes
entonces él tomó la tarea
de reincorporarse armarse componerse
apiló la cabeza las manos ambos codos
los pies y desde arriba
barría los pájaros agujeraba las nubes
bajaba las hojas y era hermoso
entre todos sostenían los sueños
y él tiraba tiraba fortificado.
Este texto integra el libro homenaje “Guardianes de Piatock. Miradas sobre Alberto Szpunberg”, compilado por Judith Said, Lilian Garrido y Miguel Martínez Naón, editado por la Biblioteca Nacional en marzo de 2020
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