Casta Meretrix

A propósito de “Los fantasmas del Papa Francisco” de Horacio Verbitsky

                                                                 “Comprendí que la historia tiene una superficie engañosa y una profundidad lacerante.                                                                                                           Comprendí que sólo el que desciende decididamente a bucear en los abismos del dolor provocado en la historia por la injusticia y la prepotencia, para compartirlo                                                                                                                 y para regenerarlo, adquiere en plenitud creciente su propia dimensión humana” .
+ Siervo de Dios, P. Obispo Jorge Novak.

 

 

  1. Oxímoron

 

El Concilio Vaticano II (1962-1965) ayudó a volver a las fuentes de los “Padres de la Iglesia”, denominación que le cabe —en sentido ampli— a las generaciones inmediatamente posteriores a los Apóstoles de Jesús de Nazaret, que influyeron con fuerza en la naciente Iglesia Católica, por su testimonio de vida y su legado escrito, abundante en cartas, reflexiones teológicas, bíblicas, catequísticas y de espiritualidad. Muchas de sus expresiones se han popularizado y recordado vivamente y —aunque hoy en día es discutido el contexto y la intención de muchas de esas expresiones— teólogos de renombre como Karl Rahner o Víctor Codina han citado la expresión de San Ambrosio, Obispo de Milán: “casta meretrix” (casta prostituta). Escrita quizá entre los años 389/390, está incluida en su comentario al Evangelio de San Lucas. Esta expresión tiene la estructura de un “oxímoron”, una contradicción en sí misma como metáfora de la tensión que, a lo largo de los siglos, persiste entre la santidad de la Iglesia como misterio, como presencia de Dios en el pueblo, y su realidad humana

La temporalidad histórica e institucional de la Iglesia ofrece los claroscuros propios de nuestra condición humana, frágil y vulnerable mientras que tensiona con el origen trascendente de la Iglesia y su vocación a ser pueblo, comunidad de hermanos, al servicio de las víctimas y los pobres. En la vida de sus miembros, cualesquiera que sea el lugar que ocupan en su estructura, queda expuesta esa tensión entre vida y muerte, entre el amor, la entrega generosa y el compromiso con el bien de los demás, con las traiciones, intereses, egolatrías o complicidades que destruyen —no sólo figuradamente sino literalmente— la vida de los demás.

 

 

  1. Las heridas de la dictadura

La dictadura cívico-eclesiástica-militar, con su impronta criminal y terrorista, abrió heridas que no han cicatrizado en el cuerpo social de nuestro país. No obstante, la militancia en especial de los organismos de derechos humanos en la búsqueda de memoria, verdad y justicia, ha generado notables anticuerpos en la sociedad argentina para protegerse de posibles experiencias neo autoritarias o golpistas y de cualquier atisbo de volver al terrorismo perpetrado desde las estructuras del Estado, quizá casi como caso único en el mundo junto al proceso de memoria, verdad y justicia de los crímenes de la Alemania nazi.

Muchas de esas heridas se relacionan con la Iglesia-institución argentina y la parte que le toca. La complicidad de muchos de sus miembros con uno de los períodos más horribles y sanguinarios que hemos vivido en nuestra historia, no está saldada. Siempre me pregunté por qué la Iglesia está presente corporativamente a través de su jerarquía en actos de todo tipo, pero nunca en la multitudinaria y popular marcha de cada 24 de marzo. Una buena parte del episcopado de entonces, y diversos miembros activos de la iglesia —ya sea por acción en muchos casos o por omisión en otros— prestaron complicidad al accionar del terrorismo de Estado, manifestado en acciones tales como persecuciones, torturas, detenciones ilegales en centros clandestinos, desapariciones, asesinatos, robos de niños, saqueos etc.

Diversos miembros de la Iglesia colaboraron también con la intención de fondo de la dictadura del ’76: desmontar la matriz económica y social de industrialización, movilidad social ascendente, redistribución de la riqueza, centralidad de la clase trabajadora, ampliación de derechos e instaurar un nuevo orden liberalizador de la economía, endeudamiento externo, concentración de capital y transferencia de riqueza. La doctrina social de la Iglesia (que de por sí es manipulable por su carácter mas principista que práctico) fue utilizada como parte del discurso justificador de la acción económica depredadora de la dictadura, por obispos, militares y empresarios utilizando el principio de subsidiariedad como Caballo de Troya de la desarticulación del Estado protector y la sacralización del mercado.

 

 

  1. La Iglesia, la teología y las Ciencias Sociales

El proceso de memoria, verdad y justicia, fue protagonizado también por la investigación histórica y el aporte testimonial de los hechos ocurridos. Un aporte imprescindible y trascendente ha sido —y es— sin lugar a dudas la obra en 4 tomos de la Historia Política de la Iglesia Argentina de Horacio Verbitsky, un recorrido sólido y documentado sobre el rol de la Iglesia en los procesos políticos de la Argentina del siglo XX. Esa mirada punzante y detallada deja al descubierto con fuerza los matices contradictorios de la casta meretrix, que en palabras de Horacio pueden expresarse como la motivación de su obra: “La necesidad de discernir cómo fue posible que una institución cuyo fundamento expreso es hacer el bien, haya participado del mal absoluto, me llevó a concentrarme en la investigación sobre la Iglesia católica”.

A menudo la Iglesia-institución se presenta como igual a sí misma, inmutable e inoxidable. Inmune al desgaste propio del devenir de la historia y los drásticos cambios que se producen en las sociedades humanas. Parece no conmoverse y flotar en una suerte de burbuja ahistórica. Consecuencia de esto sea tal vez que muchos consideren irrelevante que se la estudie desde las ciencias sociales, la política, la sociología o la historia sino sólo desde la disciplina teológica que denominamos “Historia de la Iglesia”, el único ángulo desde donde supuestamente puede abordarse su trayectoria histórica. Su carácter “sobrenatural” impediría estudiarla desde una perspectiva que no fuera el “aparato conceptual” de la teología. Pero muchos historiadores o investigadores, como Horacio Verbitsky, lograron trabajosa y cuidadosamente desvincular la historia de la Iglesia del horizonte hermenéutico de la teología para no considerarla como una nave que vuela por encima de las contingencias humanas, sino como una verdadera barca agitada por las olas y muchas veces con la tripulación en crisis, e inmersa en las circunstancias sociales, económicas, históricas o políticas.

 

 

  1. Fantasmas

“Los fantasmas del Papa Francisco”, 200 páginas que preceden esta reedición del último tomo de la Historia Política de la Iglesia Católica en la Argentina, le agrega a lo ya investigado por el autor en tantos años de dedicación, los matices y claroscuros de la Iglesia en tiempos del Papa Bergoglio. Francisco dejará sin dudas un legado con muchos matices positivos para la Iglesia: sus gestos de cercanía, sus aportes a la lucha y reflexión pública contra el neoliberalismo asesino del siglo XXI, el lenguaje más narrativo y menos eurocéntrico de sus documentos, la canonización de referentes de la opción preferencial por los pobres puestos como faros para toda la Iglesia, etc. Pero también la contradicción de su controvertida actuación durante la dictadura cívico-eclesiástico-militar como Provincial de la Compañía de Jesús y su vinculación con el secuestro de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jálics, sus contactos con militares de la dictadura, entre otras circunstancias.

Conocí a Orlando cuando se integró a la diócesis de Quilmes. Recuerdo, igual que muchos hermanos y hermanas de nuestra diócesis, su compromiso con los pobres, su mente lúcida, su sabiduría para el acompañamiento y la oración, su calidez de hermano. También conocí las huellas de su sufrimiento. Así como la canonización de Romero, Angelelli, Carlos, Gabriel y Wenceslao, y el proceso de beatificación en curso del Obispo Jorge Novak, ayudaron o ayudan a reparar el daño que le hizo una parte de la Iglesia que los humilló e ignoró, la Iglesia también tiene una deuda con Orlando. Es un santo de nuestro pueblo creyente, y quienes no ayudaron a reconocerlo y construyeron una imagen errónea suya, o quienes no hicieron lo que debían para evitar su secuestro y persecución, deberían repararlo. Sus restos descansan en el predio del seminario diocesano en Berazategui y fue despedido por el obispo Novak con sentidas palabras de afecto:

“... ¿no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social? El padre Orlando tenía las ideas bien claras al respecto y obró con total coherencia” (Jorge Novak, 17/8/2000).

Pocos profetas como Novak (de quien recibí la ordenación sacerdotal y el espíritu de la Iglesia del posconcilio y Medellín) visualizaron y denunciaron a tiempo y a destiempo, que el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia estaban en la otra punta de las prácticas de la dictadura. Novak fue parte de la Iglesia profética que se puso del lado de las víctimas, denunciado el hambre, el desempleo y la violencia. Poco le faltó para pasar a ser una víctima fatal. Objeto de constantes amenazas, le escuché decir más de una vez en público, al recordar aquellos días de plomo, que cada noche al volver a su casa y bajar del auto se preguntaba: “¿Será hoy?” imaginando que su profetismo le costaría el martirio, al que estaba dispuesto.

En Los fantasmas del Papa Francisco tomamos contacto con las luces y sombras, alturas y profundidades, brillos y opacidades, contradicciones y continuidades, deudas saldadas, deudas pendientes. En definitiva, con la casta meretrix.

 

 

* Magister en Ciencias Sociales y Humanidades (UNQ). Grupo de Curas en la Opción por los Pobres

 

 

 

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