Cosas que faltan, cosas que no se han hecho bien y otras que han refrescado el rostro de la Iglesia
No es fácil hablar de un Papa / papado, particularmente porque hay mucha desinformación en torno a su figura y —entonces— imágenes, expectativas, comentarios a favor o en contra se mueven y conmueven en torno al tema. Pero un Papa que ha sido muy distinto de lo que estábamos habituados después del interminable de Juan Pablo II y el menor de Benito XVI merecería algunas notas. Totalmente relativas e incompletas, digámoslo.
Empiezo brevemente con una nota aclaratoria. Qué es y qué no es un Papa. El Papa no es el jefe de la Iglesia, la máxima autoridad ni el vicario de Cristo, no es el representante de Dios o de Cristo. El Papa es el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. Un buen trabajo bíblico sobre Pedro y su rol en tiempos históricos puede ayudar mucho a entender qué se debe esperar (¡y qué no!) de su sucesor. La Iglesia es una comunidad de comunidades, por lo que cada diócesis es autónoma, aunque se supone debe vivir en comunión con las demás. Cada comunidad diocesana, presidida por su obispo (que no es su jefe) se supone en comunidad con las demás con su propio (carismas). El obispo de Roma, entonces, es uno más (primus inter pares), es el que garantiza la unidad (que no es uniformidad).
Cada papado ha tenido y tendrá sus características. Sin duda los habrá mejores y peores, y la larga historia de la Iglesia es rica en casos de estos tipos. Papas santos y papas perversos, como señala el Dante en su Divina Comedia, por ejemplo. Nunca los Papas habían tenido tanta trascendencia mundial como en esta era de las comunicaciones, sin duda. En lo personal, por ejemplo, lamento que los últimos papas hayan sido todos canonizados. Me parece un mal indicio. Con ese criterio un papa no canonizado en el futuro será señal de que era malo, no era un verdadero Santo Padre, lo cual es sin duda falso. Además, entiendo que una de las reformas del Vaticano II en este tema era proponer solamente aquellas mujeres o varones que fueran significativas para la vida del pueblo de Dios en nuestro tiempo y, convengamos, de los 1.200.000.000 de católicos, sólo uno tiene posibilidad de ser Papa (y ninguna mujer) y seguir su ejemplo. Pero dejemos este tema y vayamos al Papa Francisco.
Sin duda que —como es de esperar en todos los Papas— debe ponerse en continuidad con los anteriores, le hayan o no satisfecho sus actitudes, acciones o palabras. Y continuidad significa en concreto, el Concilio Vaticano II (de Juan XXIII y Pablo VI; al que yo creo que frenaron, distorsionaron o limitaron los papas siguientes) y algunos documentos especialmente. (Pareciera que la exhortación Evangelii Nuntiandi, de Pablo VI, por ejemplo, es muy rescatada por el actual Papa.) No podemos decir nada de Juan Pablo I, al cual pareciera que un caldito le quitó la oportunidad de mostrar su ministerio. En lo personal no he querido a Juan Pablo II, aunque sin dudas he de reconocerle cosas muy positivas, pero creo que su visceral anticomunismo fue notablemente perjudicial para la Iglesia de América Latina, lo mismo que el miedo atávico de Benito XVI que parece que creyó que por ser buen teólogo —¡que lo es!— ya podía ser buen Papa. (¡Que no lo fue!) Pero pareciera que, entre los viajes de Juan Pablo y el temblequeo de Benito, la Curia romana fue creciendo en poder, en oscuridad y en sacra impunidad. Esto determinó la renuncia de Benito (¡enorme y honesto gesto, sin duda!) y la llegada al pontificado de Francisco.
Una cosa novedosa, que podría ser muy interesante de cara al futuro, es la elección del grupo de los 8 cardenales (luego 9) con el fin de que lo ayudaran a reformar la curia. Pero pasados 5 años, todavía no se ve nada en ese sentido, tenemos que decirlo. La idea es que hubiera un cardenal de cada región, más un secretario. En este sentido señalemos que la elección de Francisco J. Errázuriz (Chile) por América Latina no pareciera la más significativa (salvo que fue el presidente del CELAM cuando fue la asamblea de Aparecida). El caso Karadima es mucho más que una mancha en su episcopado, y las reacciones por el paso del Papa por Chile no parecen ajenas a ese asunto. El secretario del grupo es el cardenal hondureño, Óscar A. Rodríguez Maradiaga, que apoyó el golpe contra Manuel Zelaya, no denunció el fraude electoral del actual gobierno y no se ha despegado del crimen de la dirigente social Bertha Cáceres. Bastante pobre representación latinoamericana para una deseada reforma de la Iglesia.
En esta misma dirección se mira con lupa el tema de los abusos sexuales (y los encubrimientos) por parte de miembros del clero y episcopado. El caso Grassi en Argentina, del cual el cardenal Jorge M. Bergoglio no se ha despegado, resulta muy serio. Ha habido casos resonantes con los cuales se ha actuado de modo firme y claro, pero también hay otros en los que no se ha obrado conforme. No sólo el caso Barros, de Chile, sino algunos otros, como —a su vez— se ha dicho de la recepción de las víctimas, la escucha y la tan mentada tolerancia cero.
Sin duda, valga esta ironía, lo que más me alegra del presente pontificado (aunque me llena de miedo para el futuro) son los enemigos. Viendo la reacción de grupos ultramontanos, integristas o —ya fuera de la Iglesia— de sectores del capitalismo neoliberal, me llena de ganas de abrazarlo y felicitarlo. De todos modos —y vuelvo al tema— si las reformas no están hechas, si no hay papeles firmados, documentos y esas cosas, nada impide que mañana un Pío XIII tire todo por la borda. Sin duda que los gestos a los que nos habitúa Francisco son en su mayor parte excelentes, pero eso no impide que pronto otro los descarte. Es cierto que incluso puede haber un Concilio (ojalá no fuera Vaticano III sino Asís I, si es el caso), y puede haber un Juan Pablo III que lo castre, pero nadie podría ser criticado, por ejemplo, por sostener cosas que allí figuran. De todos modos, mientras no haya papeles seguiremos escuchando, como ha dicho algún obispo colombiano, que “una cosa es el magisterio escrito del Papa [se refiere, inocultablemente, a la molestia que el Papa le provoca] y otra cosa son las cosas que el Papa hace”. (Aunque no se crea, hay gente escandalizada porque el Papa no utiliza los ridículos zapatos rojos de su predecesor. Llegan incluso a decir que los usaría pero tiene problemas para caminar, como si no pudiera simplemente teñirlos o hacer unos rojos ortopédicos, si fuera el caso.)
Otro elemento a tener en cuenta —me permito utilizar una analogía— es los bueyes con los que ara. Si a Fulano, buen músico, lo nombran director de la orquesta X y dicha orquesta tiene un excelente violinista y un pésimo pianista, mientras no pueda ir modificando el conjunto de los músicos para que suenen como él quisiera, mal haría en ejecutar a Chopin y bien puede presentar el concierto para violín y orquesta de Tchaikovski. Francisco Papa tiene los obispos, cardenales, curas y laicos, movimientos y comunidades que hay; puede ir contribuyendo a darles otro perfil, pero eso no se hace de la noche a la mañana. Podemos decir que en los nombramientos episcopales que conocemos, salvando excepciones, se ha intentado elegir obispos pastores o con olor a oveja, como le gusta decir. Algunos quisiéramos que haya algunos obispos profetas, que levanten la voz en nombre de Dios y de este sufrido pueblo; todavía no lo hemos visto. Claro que, es obvio, el Papa no puede conocer todos los obispos y todos los curas, por lo que deberá confiar en asesores, nuncios, obispos del lugar para nuevos nombramientos (mientras no se vuelva a los nombramientos por parte del pueblo de sus obispos, incluido el de Roma); y hubo, hay y habrá por lo tanto nombramientos desacertados y nombramientos celebrables, sin duda.
Un último elemento que quiero señalar es la trascendencia de la figura de Francisco fuera de los límites (estrechos) de la Iglesia. La proyección social del Papa es enorme, y en general hemos de celebrarla. Sin duda ha habido actos más simbólicos que reales, como el encuentro de judíos y palestinos en los jardines vaticanos, encuentros desacertados (sin duda mal asesorado por un nuncio innecesario) como el realizado entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, pero otros muy felices como el realizado entre Cuba y EE.UU., por ejemplo. Los encuentros con los movimientos sociales han revitalizado (y dado encarnadura) a la llamada Doctrina Social de la Iglesia, particularmente el realizado en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). La insistencia en el Pueblo (de Dios) que tanto molesta a los anti-populistas es de las notas que más celebro (particularmente desde una perspectiva teológica), en lo personal y en lo social.
En suma, digamos que creo que hay muchas cosas que faltan, que no se han hecho bien (otras que creo que no se quieren hacer, especialmente en rol de la mujer en el seno de la Iglesia) y otras que han por lo menos refrescado el rostro de la Iglesia frente a la sociedad. Creo que es un papado positivo (y en muchas cosas, ¡muy!), especialmente al poner a los pobres en el centro… Resulta curioso que antes hablábamos de los pobres y nos decían "siempre los pobres", aunque lo hiciéramos citando nada menos que a Jesús de Nazaret; mientras que ahora hablamos de los pobres y es bien visto porque lo hace el Papa). Por lo tanto, celebro cautelosamente los 5 años de Francisco y sueño con una Iglesia que sepa y quiera ser sal de la tierra y luz del mundo por un testimonio de vida y amor, no por deditos levantados. Sueño con una Iglesia que sea hermana de la humanidad, que no esté casada con los poderosos, sino que sea compañera de los pobres, en suma, que sea fiel a Jesús y su proyecto.
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