LUGAR COMÚN LA MUERTE

Reinicio de audiencias vía Zoom en el juicio Vesubio III

 

Una mujer colgada de un árbol en su jardín que da a la vereda no es una imagen habitual, ni siquiera para la ristra de atrocidades cometidas por la dictadura; tanto más impactante para sus deudos y para los vecinos que poco a poco cedieron al olvido.

Ahora que nadie recuerda el nombre de La Ucraniana, el caso será expuesto en una de las audiencias por el juicio a los responsables del campo de concentración El Vesubio, adonde fueron llevados miles de secuestrados en la zona sur del Conurbano bonaerense.

En la localidad de Ranelagh, partido de Berazategui, último distrito antes de la capital provincial, La Ucraniana vivía con Julio Ortega, un buscavidas de 35 años apodado El Ciego por sus lentes de enorme aumento, criado en la calle, autodidacta con menos apego a la escuela que a los libros que siempre atesoró. Luego del golpe de Estado debió enterrar una biblioteca entera en el fondo de la casa de calle 312A, entre 365 y 365A, en la que su mujer habría de morir.

Defendía valores cristianos y nacionalistas. Siempre que le fue posible tuvo un póster de Juan Manuel de Rosas. Militaba en la Tendencia revolucionaria de la JP junto con Rubén Rodríguez, cuyo hermano menor (Roberto Mata, secretario general del gremio Mercantil en la seccional Quilmes) cuenta que en su casa funcionaba la Unidad Básica de Sourigues. En 1975 repartieron allí parte de los alimentos que la multinacional Bunge & Born pagó como complemento del rescate de los 60 millones.

Todo ese grupo fue buscado después del golpe.

El 4 de mayo de 1976 Rubén Rodríguez se salvó de caer frente a la terminal de colectivos MOQSA, donde fue acribillado su compañero Osvaldo Daniel Palleres. La casa de Osvaldo en Ranelagh fue requisada y uno de sus hermanos fue secuestrado. Cuatro días más tarde sus vecinos despidieron a Osvaldo, que fue enterrado en el cementerio de su localidad.

Así como él reparaba electrodomésticos, otro compañero de la JP, obrero de la construcción, ayudaba a los más necesitados con la provisión de agua en los barrios. Era Héctor Daniel Klosowski, que cumplió 25 años dos días antes del 1º de febrero de 1977 cuando una patota fue a buscarlo a su taller. Intentó escapar pero recibió dos tiros y uno le perforó un pulmón. Intentó tomar la pastilla de cianuro pero –según el libro Presentes, del Encuentro por Memoria, Verdad y Justicia de Berazategui– se lo impidieron y le obligaron a colaborar a cambio de no tocar a su familia.

El Ciego Ortega se ocultó. Se supo buscado en la casa de Tato, frente a una plaza a dos cuadras de su domicilio, donde sería hallada La Ucraniana.

 

 

Julio Ortega, El Ciego. Foto: Periódico La Misión.

 

Cuando por fin cayó, pasó por dos dependencias policiales hasta terminar cantando una casa en la lindante localidad de Ezpeleta. “Pensé que ya estaría desocupada”, le contó a este cronista hace años. Pero no, allí estaban Mario Arrosagarray y su mujer Guillermina Silvia Vázquez.

Mario los vio venir y les arrojó una granada que habría de matar al cabo 1° del Ejército Osvaldo Ramón Ríos, según consta en un rastreo de la Municipalidad de Avellaneda.

17/2 – EZPELETA, Bs. As. - Anoche el Comando de Zona 1 informó que, en el marco de operaciones antisubversivas, fuerzas conjuntas “sostuvieron un enfrentamiento con delincuentes pertenecientes a la banda autodenominada Montoneros, el 17 de febrero, aprox. a las 18 hs. en la localidad de Ezpeleta, Quilmes. Las fuerzas legales debido a la información proporcionada por pobladores, realizaban un allanamiento en una finca en las calles Ecuador y Asunción, siendo recibidos por los delincuentes con disparos de armas de fuego y granadas. La agresión fue rechazada de inmediato, resultando abatidos 2 delincuentes subversivos cuya identidad se procura establecer, en tanto que un tercero logró huir. Resultó herido de gravedad el cabo primero Osvaldo Ramón Ríos que había nacido en 1952 en Mendoza. Dicho suboficial fue trasladado al Hospital Fiorito, donde falleció”.

Quien logró huir apenas herido fue Arrosagarray, cuyo hermano menor habría de convertirse en el mayor investigador de la historia reciente en su Avellaneda natal.  La cuñada, Graciela Mónica, fue secuestrada de su casa en Constitución el 15 de octubre.

 

 

Audiencias presenciales, antes de la pandemia. Foto: Matías Pellón, portal Fiscales.

 

 

El Vesubio I

Por más de veinte homicidios y cerca de un centenar de secuestros y torturas el Tribunal Oral Federal 4 condenó en julio de 2011 a siete represores: al general Héctor Humberto Gamen y al coronel Hugo Idelbrando Pascarelli a reclusión perpetua; a los penitenciarios Diego Chemes, José Maidana, Roberto Zeolitti, Ricardo Martínez y Ramón Erlán a penas de entre 18 y 22 años y medio. La querella estuvo unificada entre el abogado Pablo Llonto, el equipo jurídico KAOS y el Centro de Estudios Legales y Sociales.

El CELS pidió y obtuvo que para el segundo juicio se ampliara la acusación a la de violencia sexual, un delito independiente de la tortura, centrado en la condición de género: las mujeres padecieron violaciones, maltrato en los embarazos, humillación verbal, manoseos, sadismo y un particular ensañamiento en las golpizas.

El CELS también pidió al tribunal que se investigase a jueces y fiscales cuya respuesta fue insuficiente o cómplice de la dictadura: rechazo sistemático de habeas corpus con cobro de costas para los familiares, archivo masivo de denuncias por secuestro, robos y allanamientos ilegales o procesamiento de prisioneros que denunciaron torturas. “Los funcionarios judiciales que participaron en delitos durante el terrorismo de Estado deben ser investigados de manera seria y exhaustiva”, reclamó.

 

 

El Vesubio II

En diciembre del 2014, por delitos contra 207 personas, otra condena a prisión perpetua alcanzó a los oficiales del Ejército Gustavo Adolfo Cacivio, Federico Antonio Minicucci y Jorge Raúl Crespi, y al ex agente penitenciario Néstor Norberto Cendón. También estaba acusado Faustino Svencionis, quien falleció antes de que finalizara este proceso y en función del derecho a la verdad la querella solicitó que constara su responsabilidad en la sentencia.

En 2015 otros cuatro represores ligados a ese CCD fueron detenidos cuando cumplían el paradójico acto de ir a votar. “Tiene una carga simbólica fuerte que un represor sea detenido en un acto democrático”, reflexionó Llonto.

Después de la instrucción de la causa a manos del fiscal federal Federico Delgado, el entonces juez Daniel Rafecas resolvió en julio de 2017 la elevación a juicio de los crímenes de lesa humanidad cometidos en El Vesubio, donde fueron vistos por última vez el historietista Héctor Oesterheld, el escritor Haroldo Conti, el cineasta Raymundo Gleyzer y la ciudadana alemana Elizabeth Käsemann, entre unas 4.000 víctimas.

 

 

El Vesubio III

Hace un año se inició el tercer tramo por los delitos de lesa humanidad en ese centro de exterminio ubicado en un distrito de un nombre no menos simbólico: La Matanza. En esta etapa, la mayor de las tres, se juzgan 50 homicidios además de las privaciones ilegales de la libertad y las torturas a 370 personas.

Esta vez, además de dos militares, son acusados seis ex penitenciarios que rinden cuentas ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 4 integrado por Néstor Costabel, Daniel Obligado y Gabriela López Iñíguez, mientras que por parte del Ministerio Público Fiscal interviene el fiscal general Alejandro Alagia.

Son juzgados el oficial adjutor Hugo Roberto Rodríguez, el adjutor principal Eduardo David Lugo, los ayudantes de 5° Milcíades Luis Loza y Olegario Domínguez, y los subayudantes Roberto Horacio Aguirre y Florencio Esteban Gonceski, todos ex agentes del Servicio Penitenciario Federal. Entre los militares se encuentran el ex teniente Humberto Eduardo Cubas y el ex coronel David Cabrera Rojo. Otro imputado, el ex teniente 1° Serapio Eduardo del Río, fue apartado del proceso por incapacidad sobreviniente, en tanto que falleció el ex cabo Oscar Alberto Pirchio.

 

 

Banquillo de acusados. Foto: portal Fiscales.

 

 

En febrero pasado una de las sobrevivientes dio cuenta de los delitos sexuales sufridos allí. Y Enrique Arrosagaray declaró lo que hicieron con la mujer de su hermano. El Cohete relató detalles de esas audiencias. Allí se rescata el testimonio que por primera vez diera Norma Sandoval, esposa de Klosowski, compañero del Ciego Ortega. Contra lo que negociaron con su marido, el grupo de tareas la secuestró a ella y a sus hijas de 2 y 6 años. Los golpes a su hija mayor le generaron un tumor cerebral que la mató dos años después.

Las audiencias iban a continuar en Comodoro Py pero la implantación de la cuarentena obligatoria las postergó hasta mediados de año, cuando se reiniciaron por la vía virtual: es el primer proceso oral de este tipo.

A fines de julio declaró Nelson Flores, quien tenía sólo cinco años cuando fue secuestrado junto a su familia el 19 de febrero de 1977. Dos días antes había sido secuestrada la mujer de Arrosagaray, vista en El Vesubio por Ana María Di Salvo entre marzo y mayo con varios dientes rotos, según consta en la sentencia de 2015. Sin saber cuál había sido el destino de ella, Tato Arrosagaray murió de cáncer después de veinte años.

También El Ciego arrastró durante décadas su sentimiento de culpa y la incerteza de saber si La Ucraniana fue asesinada o se suicidó luego de las torturas en la Comisaría. Por ese desenlace nunca obtendría el perdón de su primogénito Diego Ortega, que siempre resintió aquella pérdida como una consecuencia de la militancia de su padre y no como los efectos de una dictadura que no podía entender, ni siquiera después de haberse dedicado al Derecho.

Julio desenterró la biblioteca, puso una librería y diez años después un periódico con el que mantuvo diez hijos, cuatro nenas que no eran suyas, una de las cuales habría de ser asesinada por el narcotráfico, y una beba que se le murió en un incendio, lo que devino en la depresión de su última mujer, quien poco después falleció. En enero de 2018 el corazón de Julio tampoco resistió más.

Los cinco huérfanos jovencitos que dejó le aportaron a El Cohete lo poco que les quedó: las memorias que les recitaba su tío Carlos Jaime, uno de los enfermeros que tres meses atrás perdió su vida en la batalla contra la pandemia que suma tragedia sobre tragedia y torna a la muerte un lugar común.

 

 

Audiencias virtuales: tampoco el coronavirus detendrá los juicios.

 

 

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